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Sin Límites

Jessica Romanov era sinónimo de desastre. Su hermosa y delicada apariencia  no revela  ni la mitad de los demonios que lleva dentro. La lucha constante en su interior por expresar quien realmente es y quien los demás quieren que sea conlleva a muchas situaciones que ella no esperaba. Sobre todo no esperaba conocerlo a él ... Stephen, el socio millonario de su padre. Una noche de alcohol en Las Vegas  bastó para que sus personalidades se vean totalmente expuestas y con ello se llevarán más de una sorpresa. Ella es impulsiva, descontrolada, desconfiada, vive su vida sin importarle lo que dirán y hace lo que le nace en el momento. Toda situación que involucre a Jessica, siempre será una aventura. El, al contrario, es obsesivamente controlador, poderoso, reservado y precavido. Sabe muy bien lo que vale y no dejará que ninguna mujer lo atrape, porque ninguna tiene lo que él necesita. O eso es lo que cree hasta que la conoce. Cada vez que sus mundos se crucen, se verá el estallido de fuegos artificiales... O la detonación de una bomba nuclear. Se prohíbe expresamente la distribución, copia o plagio de esta obra sin previo consentimiento del autor, ya sea fuera de esta plataforma o en la misma. Respeta el trabajo ajeno.

NaiiRomanova · Urban
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31 Chs

| El Cumpleaños |

Capítulo +18

🔥🔥🔥🔥

Desperté luego de un terrible sueño donde me perdía en el vacío. La semana había sido sumamente estresante y eso acrecentaba el estrés que ya tenía sobre mis hombros. Sabía que no debía darle importancia a los pensamientos extraños que había en mi cabeza, pero si las pesadillas seguían tendría que volver a visitar al doctor Coopper.

Al revisar las notificaciones de mi telefono, tenía muchas llamadas perdidas de Stephen y varios mensajes de mi padre. Había estado ignorando las llamadas del tatuado ya que después de nuestras sesiones maratónicas de sexo se volvía una persona absorbente y posesiva, como si le perteneciera.

Yo no le pertenecía a nadie.

Me tenía a mi misma y era suficiente.

Se acercaba su cumpleaños y Theo organizó una súper fiesta esta noche para festejar. Sabía que el tatuado detestaba las reuniones que sus primos hacían en su casa, más que nada porque siempre terminaba todo hecho un desastre.

Debí haber contestado sus mensajes, no lo niego, pero me gustaba mucho irritarlo. Era como un juego en el que las intensiones eran absolutamente deshonrosas, al menos de mi parte.

Yo me divertía un rato y él aprendía a lidiar con su instinto celópata y controlador. Para compensarlo decidí llevar un regalo que pudiéramos disfrutar ambos, y así contentarlo por un rato.

—¿Que te pondrás para esta noche? —preguntó Mackenzie mientras su atención estaba puesta en mi portátil.

—Mejor no preguntes. Voy a darle un regalito que recordar al cumpleañero.

—No quiero imaginar que será.

Sonreí maliciosamente.

—¿Sienna vendrá con nosotras?

—Theo pasará a buscarla.

—Crei que Theo pasaría por Cassy —dije haciendo una mueca. Theo últimamente se mostraba muy interesado en el  bienestar de la pequeña sirenita.

—No, ella y Alex están juntos —masculló mostrándose ligeramente molesta.

—Eso significa que deben estar fornicando como conejos.

—No es muy diferente a lo qué haces tu con su primo, cariño —dijo, tamborileando con impaciencia sus uñas perfectamente esmaltadas de color índigo.

—¡Eres una mujer muy mala!

—Y tu una muy fácil —reclamo.

No me costó mucho elegir el atuendo, y para cuando baje de mi habitación hacia la sala donde me esperaba mi amiga, ella me observó con expresión contrariada.

Llevaba puesto un saco largo en color negro que tapaba casi la totalidad de mi cuerpo hasta las rodillas, y unas botas de caña alta Dolce & Gabbanna con tacón aguja de las cuales me había enamorado profundamente al verlas en el aparador.

—¡Cuando dijiste que sorprenderías al cumpleañero, no imaginé que se sorprendería de verte tan tapada!

—Lo importante es lo qué hay debajo del saco —bromeé riéndome para dirigirme al elevador. Mi mejor amiga negó con la cabeza repetidas veces y me acompañó.

—¡Eres el diablo reencarnado!

Lancé una carcajada. Esta noche sería muy interesante.

❤︎❤︎❤︎

Al llegar a la fiesta había más personas de las que podía imaginar y no pude evitar pensar que los hermanos James debían dejar sus carreras universitarias y dedicarse a la organización de eventos, ya que se les daba muy bien.

Habían planeado el cumpleaños en cuestión de horas, todo estaba perfecto, había mucho alcohol y la capacidad de la casa de Stephen se podría decir que estaba colapsada.

El que no debía estar muy a gusto seguramente sería el tatuado. No le agradan las reuniones, no le gustan los tumultos de personas, y ni hablar de que seguramente el gasto que ha implicado la organización de esta saliera de su cuenta bancaria.

—¿A ti que te sucedió? —preguntó Theodore señalándome con el dedo.

Me observe minuciosamente pero nada se había salido de su lugar aún.

—¿Con qué?

—¡Estas demasiado tapada!

—¡Que gracioso! —le dedique una mueca y mi dedo medio —¿Donde está el cumpleañero?

—Si no está en su despacho, esta arriba. Ya sabes que es un amargado. Me tarde horas controlando que todo estuviera Perfecto para que él se encierre y ni si quiera tome un trago.

Miré a mi alrededor, la música era agradable, se notaba que las personas que estaban en la fiesta eran más normales que las que usualmente concurrían a los eventos de millonarios. Había varios ya alcoholizados y me sorprendió ver al mejor amigo de Stephen muy acaramelado con una castaña cerca de la cocina.

—¡Por lo menos las personas se divierten! —dije intentando levantar su ánimo —¿Donde es su despacho? Iré a convencer al lobo de que salga a jugar al bosque.

—Solo tú podrías. Ese pasillo de allí... —dijo, señalando con una sonrisa —Es la segunda puerta.

Caminé en dirección al lugar donde me indicó con todas las intenciones de molestarlo antes de mostrar mi regalo. Golpee varias veces la puerta pero nadie respondió a mi llamado, y cuando estaba por desistir e ir a su habitación, se me ocurrió girar el picaporte y entrar.

—¡Largo! —gritó con su voz ronca.

—¡Oye! —reclame fingiendo sentirme ofendida —¿No se supone que el cumpleañero debería estar en la fiesta divirtiéndose?

—No es la forma en la que me gusta festejar.

Lo repasé con la mirada y comenzó a faltarme la respiración. ¿Como es posible ser tan seductor y ni siquiera notarlo? El hombre segregaba feromonas sexuales por los poros, ni hablar cuando te observaba con esa mirada tan intensa que puede llegar a desarmarte en dos.

—¿Por qué has permitido entonces que se realizara la fiesta? —pregunté, intentando recuperar la compostura.

—¡Porque sino Alex me volvería loco y para eso ya te tengo a ti! —exclamó mientras se echaba hacia atrás, dándole un ligero vistazo a mi vestimenta.

—Deberías dejar esos papeles y acompañarme a bailar.

—¿Ahora si tienes ganas de pasar tiempo conmigo? —Preguntó con molestia —Digo, no respondes mis mensajes, ni mis llamadas.

Allí estaba de nuevo. Ese carácter impulsivo, absorbente y controlador. Ese carácter que odiaba con toda mi alma pero que me prendía fuego en segundos.

—¡Es que no te relajas! Sabes que somos amigos, ¿Verdad? —pregunte, cruzándome de brazos.

—No he dicho lo contrario.

—Bien, entonces deberías tomarte las cosas con más calma, Stephen. Si no te relajas, seguiré silenciándote las llamadas.

Su rostro se deformó, como si le hubiese dicho que habían robado todo su dinero y estaba en completa ruina. Estaba cabreado, podía notarlo.

—¿Me has silenciado? —gritó.

—¡Llenaste mi teléfono de mensajes y llamadas! —intenté defenderme.

—¡Porque no respondías! —aclaró con voz seca. Por lo visto parecía estar más molesto de lo que mostraba —¡No puedes silenciarme, podría tener algo importante que decirte de la empresa!

—Envíame un mail —hundí los hombros.

—¡Esto es increíble!

Elevó las manos y yo comencé a reír. La pelea era absurda, el debía dejar de ser tan invasivo y yo debía dejar de evitarlo tanto. Podíamos llegar a un acuerdo pero por lo visto, si no cedía eso era imposible.

—Bueno, ya. No te ofusques, es tu cumpleaños.

—Muy tarde.

Exhaló todo el aire de sus pulmones y me acerqué para subirme a horcajadas sobre sus piernas. Sus hermosos ojos azules me escrutaron con fascinación y curiosidad.

No podía negar la atracción que sentía, pero era muy consciente que se trataba de algo pura y exclusivamente sexual. Cada célula de mi cuerpo me imploraba y se moría de ganas de tener intimidad con el.

—Bien, discúlpame por silenciar tus llamadas —dije, pocisionando mis manos en su cuello.

—Deberías tratarme bien, es mi cumpleaños —susurro sin dejar de mirarme.

—Lo se, estoy aquí ¿No?

Le echó otro repaso a mi atuendo con la mirada.

—Para estar en una fiesta me sorprendes. Generalmente vistes muy exuberante en este tipo de reuniones, ¿Has tomado los votos? —bromeó.

—Exacto. De aquí voy directo a un convento en Missouri.

—¡Yo creo que el día que ingreses a un convento, las virgenes llorarán lágrimas de sangre y tu te prenderás fuego!

—¡Muy gracioso! En realidad, deberías estar agradecido —exclamé besándolo suavemente en los labios — ¡Abre tu regalo, Stephen!

Me observó confundido. Miró hacia toda la habitación, hacia mi cartera y de nuevo puso su vista en mi.

—¿Lo tienes en el bolso? —preguntó dejando notar su confusión.

—No, lo tienes sobre ti.

—¿Pero donde...?

—¡Por Dios, Stephen! —puse los ojos en blanco —¡Yo soy tu regalo!

Su rostro se iluminó de manera muy obscena para mis sentidos, provocando que pasaran miles de imágenes pornográficas de todo lo que me gustaría hacer con el. Me levantó en alto y enrollé las piernas en su cintura.

—¿Tu eres mi regalo?

—Ajá.

—¿Y puedo hacer lo que quiera contigo?

—Exacto —respondí, y pude notar como su mirada se oscurecía de repente y una sonrisa ladina invadía su perfecto rostro —Antes que pongas en práctica lo qué hay en tu pervertida cabecita, abre tu regalo.

Me apoyo en su escritorio, para aflojar el cinturón de mi saco y desabotonarlo uno a uno, con cautela y lentamente. La impaciencia me estaba carcomiendo, el lo sabía perfectamente y por ello lo hacía a propósito para torturarme.

Su rostro se volvió un poema cuando noto lo que había debajo. La espectacular lencería de encaje negra con liguero, pretales de cuero y medias de red lo dejaron completamente pasmado. Tardo mucho tiempo en reaccionar y no podía entender si había muerto o seguía impresionado.

—¿Reaccionarás o vuelvo a la fiesta? —preguntó con intenciones de retirarme. Sus manos en mis caderas trabaron mi intento de huida.

—¡Has despertado a un monstruo, Jessica Romanov!

Me tomó por la cintura y me pegó a su cuerpo, sin dejar de observar la lencería. Su mirada maliciosa y obscena hizo que perdiera la cabeza en cuestión de segundos. Puso sus labios sobre los míos, saboreando de modo desaforado y por unos segundos fuimos un manojo de manos tocándose sin ningún tipo de reparo. Stephen dejó que lo desvistiera con desesperación, mientras él seguía con sus besos húmedos por todo mi cuello.

—Como eres mi regalo de cumpleaños... ¡Me obedecerás! —susurro contra mi piel logrando que mi cuerpo vibre gracias a sus promesas.

Eros, el dios del sexo, no podía siquiera competir con la intensidad y la sexualidad del tatuado. Se merecía su propio altar e incluso el mundo merecía verlo en acción, las películas eróticas ganarían muchísimo dinero si Stephen decidiera dedicarse a la industria del porno.

Me obligo a recostarme en su escritorio, deslizando las manos por mi abdomen. Toda mi piel se erizó con su simple contacto, y evité jadear de sorpresa cuando sus dientes se hundieron en mi entrepierna.

Subió nuevamente rozando mi abdomen con la punta de la nariz hasta llegar a mis pechos y mordió suavemente uno de mis pezones por encima del brasier de encaje.

Estaba demorando mi gratificación conscientemente, sabía muy bien que necesitaba lo que tenía para darme, y que lo necesitaba ahora.

—No puedes usar el sexo para torturarme —susurre jadeante.

—¿Quien dijo que no? —clavó sus Iris azules sobre mi, con esa expresión de chico malo que escondía oscuras perversiones. Estaba dispuesta a experimentar todas y cada una de ellas.

—No es justo —me queje.

—¿Que se siente, Jess? —preguntó con voz grave sobre sobre mi oído mientras sus dedos se encontraban con mi sexo —¿Que se siente no lograr que las personas hagan lo que tú quieres?

—Stephen...

—Eso mismo siento yo cuando no contestas el maldito celular.

Posicionó su rostro frente a mi zona íntima y en un movimiento brusco, rompió mis bragas. No me dio tiempo a protestar porque su lengua acariciándome lentamente sobre mi sexo me estremeció todo el cuerpo. A medida que pasaban los segundos, la rapidez con la que hacía su trabajo me hizo gemir con impaciencia, podía sentir como el orgasmo se aproximaba y mis caderas se empujan contra su boca. Estallé en un climax descontrolado y escandaloso que me dejó temblando.

—¡La edad sin dudas te sienta de maravilla!

—No te di permiso de hablar —exclamó, regalándome su sonrisa más depravada.

Unimos nuestros labios en un beso salvaje. Mordió, chupó, lamió hasta dejarlos hinchados y deseosos de más, muchísimo más. Mis hormonas estaban enloquecidas y mi razón se había ido de viaje por un tiempo.

—Quiero sentirte... —supliqué sobre su boca.

—Eres tan exasperante y a la vez tan jodidamente sensual, Jessica.

Me penetro sin decir nada, comenzó a embestirme de forma ruda varios minutos. Cuando estaba a punto de tocar el cielo con las manos, de ver a Dios, a Los Ángeles, a Buda y al maldito Isis también, todos en una fiesta, salió de mi de repente.

Me levantó con los brazos y me dio vuelta, aplastándome con su cuerpo sobre la madera fría de su escritorio. Podía sentir como su pecho se movía tras de mí y su aliento caliente golpeaba contra la piel de mi cuello.

Nuevamente grite al sentirlo, aceleró sus movimientos a su tiempo, con su fuerza, tomándome de las caderas con tanta presión que seguramente me quedarían las marcas de sus manos.

Noté que intentaba contenerse, así que comencé a moverme de forma que nuestros cuerpos chocaran con más ansia, como si se fundieran en uno solo.

Mis músculos pélvicos se contrajeron y de la garganta comenzaron a salirme sonidos que ni yo reconocía cuando el orgasmo volvió a golpearme.

Stephen se corrió estremeciéndose y soltando un gemido muy excitante.

—Feliz cumpleaños, Stephen —dije intentando recuperar el aliento.

—Imagino que si te quedas a la fiesta tendrás ropa que ponerte, ¿Verdad? —preguntó aclarando su voz —Si sales vestida así, lo más probable es que termine en la cárcel por asesinar a todo el que intente algo contigo.

Hice una mueca de disgusto. No podía consigo mismo, su instinto celópata y tóxico volvía ni bien el amante apasionado y muy experimentado se ponía en pausa.

—No puedes evitarlo... eres demasiado controlador —. Me levante del escritorio ante su mirada curiosa —¡Tengo un vestido en el bolso!

—Tienes un baño allí si necesitas cambiarte.

Tomé mi bolso e intenté caminar pero una sensación extraña me paralizó. La viscosidad de su semen comenzó a humedecer mi entrepierna y a caer por el interior de mi muslo. Me acerqué a él y lo golpeé con mi bolso, tomándolo por sorpresa.

—¿Te corriste dentro de mi?

—Lo siento.

—¿Lo sientes? ¡Maldita sea, Stephen! —masculle con molestia —¡Me mostrarás tus exámenes médicos!

—Claro que te los mostraré.

Caminé ofendida hacia el tocador. No era posible que hubiese hecho algo semejante, debería haberme consultado. Me di varios golpes mentales por dejarme llevar tanto que no pude percatarme la ausencia del condón.

Después de asearme y colocarme un vestido negro bastante provocativo, retoque mi maquillaje y acomodé mi cabello. Stephen iba a odiar mi vestimenta pero debía aprender a controlar sus celos absurdos, no éramos más que amigos y aunque me esforzaba en aclararlo y él decía tenerlo presente, cuando comenzaba con sus reclamos parecía ser un esposo más que un amigo.

Escuche voces detrás de la puerta, una era del tatuado y la otra me resultó conocida pero supuse que sería alguno de sus primos intentando convencerlo de festejar su cumpleaños como era debido.

Me repasé frente al espejo y fruncí el ceño al notar que me faltaba un pendiente. ¡Maldita sea! Me los había obsequiado Cassy para mi cumpleaños y los estimaba mucho.

Salí con la vista en el suelo, esperaba encontrarlo aunque fuera diminuto y fuese toda una travesía.

—Jessica... ¿Eres tu?

Esa voz... yo la conocía.

Había tenido pesadillas dos malditos años a causa del dueño de esa maldita voz grave. Levante la mirada con esperanza de que fuese una equivocación, una maldita equivocación de mi cabeza, pero al notar los dos ojos azul oscuro clavados en mi la falta de aire se hizo presente.

Mi vida se venía abajo en un segundo y no sabía como hacer para que no sucediera.

Las nauseas comenzaron a invadirme, y el deseo de salir corriendo lo más lejos posible inundó mi ser. Sentía que iba a desmayarme.

¡No podía permitirme esto!

¡No debía dejar que siga ejerciendo poder sobre mi!

El no era nada, no era nadie.

Nadie merecía mi dolor.

Respire profundo reprimiendo la tristeza que me carcomía por dentro y se extendía como un virus al verlo frente a mi, y mi cabeza da paso a la furia contenida durante estos últimos tres años.

—Nicolae Maximoff.

Escupí su nombre como si me diera asco pronunciarlo, lo que en parte era cierto. Mi tono de voz había cambiado, la mirada de Stephen iba de un lado hacia otro y yo creía que si daba un paso me desplomaría.

—¿Se conocen? —preguntó el tatuado con expresión seria en el rostro y los brazos cruzados.

Mi interrogante principal era de donde se conocían ellos, que hacía aquí... en el cumpleaños, en la casa y dentro del despacho de Stephen.

No podía ser casualidad. El destino me estaba jugando una mala pasada.

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