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Bajos fondos

A esa hora la cantina de Elsa estaba todavía medio vacía, solo unos pocos funcionarios y parroquianos ocupaban algunas mesas. Era pronto para cenar y tarde para comer, el mejor momento para tratar de negocios. El muchacho no ocupó una mesa, y se sentó en una zona despejada y alejada del salón en la barra.

"¿querrás lo de siempre?"

"Sí, tía, aunque tengo prisa, después saldré, le tengo echado el ojo a un par de cosas que necesito en la granja, creo que no estaré contento si no las consigo"

Su tía se fue a la cocina y le trajo un plato de estofado de lobo con verduras, era la ventaja de tener buen producto de contrabando. La carne y el guiso estaba tan delicioso como el muchacho recordaba.

"Hueles a sudor, Bastian, arriba tienes ropa limpia, no quiero que digan que mi sobrino es un pordiosero, cuando salgas tráeme unos pasteles de Gigis, tengo antojo de dulce..."

"Lo haré, tía, cuenta con ello"

Esa conversación aparentemente inofensiva en realidad significaba algo muy distinto, "¿Reparto el cargamento como de costumbre?" "Sí, pero tengo un encargo especial, tengo que colocar potenciadores oculares y piedras de alma, también necesito suministros de contrabando para la abuela" "Es peligroso arriba tienes armas y blindaje, la zona esta llena de bandas, busca a Glastor el te comprara la mercancía, que lleven las cosas al refugio, mis chicos lo traerán por un canal seguro" "Carga con la última lista de suministro el camión, saldré hoy mismo hacia la granja".

Los códigos y el lenguaje falso del contrabando era algo con lo que Bastian había vivido desde que era un niño, al principio parecía un juego, pero era mucho más serio que todo eso. Aunque el local de Elsa era un sitio seguro, nadie podía garantizarse que algún agente imperial no hubiese puesto algún micro en el local durante la última redada, si el local tuviera cámaras o un seguimiento peor Tomas se lo hubiese dicho en la puerta de acceso a la ciudad.

Mientras el chico subía al piso de arriba y se cambiaba de ropa, poniéndose un chaleco antibalas, varias capas de protección, y cogía tres pistolas y varios cuchillos de hueso, los camareros y cocineros de Elsa comenzaban a retirar el contrabando de los compartimentos secretos, primero descargarían los sobornos que estaban en el doble fondo del camión, y después descargarían el resto de compartimentos ocultos debajo del camión y en lugares ocultos por la cabina y la zona de carga.

El muchacho no podía arriesgarse a llevar por la ciudad un maletín con los potenciadores oculares y las piedras no registradas, eso no era menudeo de víveres, eso era algo muy peligroso, un verdadero contrabando que el imperio, ni siquiera los funcionarios corruptos consentiría. Las compras de Bastian serían intercambiadas en el refugio por agentes de su tía.

El muchacho se lanzó a las calles de Ciudad Cawan, vivía en una granja, aislado, sin relaciones con gente de su edad, pero eso no hacía que el chico fuera un extraño andando por la ciudad, incluso por los peores distritos, su tío Julius se había encargado de que aprendiese a moverse, a usar las sombras de los edificios, las esquinas, o los árboles para desaparecer de la vista de quien le pudiese seguir. Su ropa no destacaba, no llamar la atención era lo primordial en este negocio.

Las dos pequeñas pistolas hechas de hueso de mantícora para que no saltasen las alarma en los detectores estaban ocultas en los bolsillos secretos en el forro de su chaqueta. Solo tenían cinco disparos cada una, ese material no aguantaría más. La tercera la llevaba en una de las mangas, una pistola de dos tiros con dos pequeños cañones. Todas las armas tenían un pequeño silenciador acoplado, las normas del bosque eran distintas en la ciudad. Si había problemas se tendría que deshacer de ellas antes de que llegasen los guardias, pero era mejor que ir a cuerpo gentil. Los cuchillos también estaban ocultos.

El distrito donde vivía Glastor era el más humilde y el peor en toda la ciudad, el cruce de calles antes de llegar a la guarida del delincuente era de los peores en toda la ciudad, el problema no sería los gánsteres profesionales, esos no daban problemas, la cosa eran los indeseables, los lúmpenes de esa sociedad que apuñalarían a alguien por una moneda o un abrigo.

Desde que llegó al distrito residencial el chico había detectado que le seguían, eran dos yonquis, nada de lo que preocuparse de momento. El problema es que a medida que se internaba más y más en el barrio se volvieron más osados, no solo acortaron la distancia, sino que además hicieron gestos a otros en la calle.

Mierda parecía que no se iban a conformar con extorsionarle para que aflojase la cartera, si hubiese sido eso Bastian se lo hubiese dado antes de crear un incidente. No llevaba más que unas pocas monedas encima, todo estaba en la cantina de tía Elsa, no era estúpido, perder esas monedas era un peaje normal. Le habían robado muchas veces en esos años, pero era mejor no llamar la atención y dejarse robar, pero parecía que hoy el día se complicaba.

El chico iba por una calle principal, tres indeseables se acercaban por el frente, mierda, demasiadas cámaras, demasiados controles, demasiado público, no era un buen lugar para un escándalo. Aunque suponía un desvío peligroso, era mejor salir del radio de las cámaras de seguridad. Para cualquier otro, meterse en un callejón hubiera sido una auténtica estupidez, pero en la discreción y privacidad de esa calle, Bastian se sentía más seguro. En vez de seguir avanzando se paró en seco y se giró.

"Que queréis y porque me seguís"

"Tranquilo muchacho, solo teníamos curiosidad que hace un Buena-vida en este barrio, tienes que pagar un peaje, ¿o no lo sabías tú?"

"¿Peaje? Y quién va a venir a cobrarlo, ¿vas a ser tu yonqui de mierda?"

Eran seis contra uno, muchos de los yonquis e indeseables comenzaban a sacar ya los cuchillos, Bastian saltó en el aire pasando por encima del grupo. Estos miraron sorprendidos, tener un cuerpo mejorado era poco menos que una leyenda, excepto que fueras un soldado, un gánster.

Bastian no les dio tiempo de pensar, para encargarse de esta escoria no necesitaba ni pistolas ni cuchillos, le bastaban su puño derecho y sus piernas. Para cuando acabó la rápida refriega, el muchacho se estaba limpiando la sangre de los yonquis de la cara y la ropa. Varias fracturas de cráneo, huesos rotos, costillas reventadas, y un pulmón perforado, nada que a los guardias imperiales les fuese a molestar.

Siguió andando por la calle principal como si nada hubiese pasado, es lo que tenía moverse en esos ambientes. Y siempre que se pudiese había que seguir la regla de oro, no matar a nadie.