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Capítulo 20: Una gula pecaminosa.

La oscura noche trajo un manto de ennegrecidas nubes en el cielo, y la espesa niebla se esparció por los senderos del pandemónium, volviéndolo idóneo para el avance de los bastardos hijos del abismo, hambrientos de carne, y sangre como tributo en fría venganza ante la muerte de su antiguo dios elemental.

A sabiendas de lo peligroso que sería el camino de regreso, los guardianes, y la brigada optaron por acampar lo que quedaba de la noche, de esa manera podrían restaurar sus fuerzas debido a la terrible guerra que se les vino encima, y la que se soslaya en el horizonte.

No pudo aterrizar una aeronave por la clase de terreno de árboles gigantes, y llanuras deformes, sumado al peligra de estar expuestos al ataque de bestias demoniacas, llamadas por la sinfonía de motores de alguna de estas fragatas aéreas.

La brigada trajo consigo el equipo para instalar el campamento, previendo la posibilidad de que ocurra un suceso parecido. Debajo de la montaña, en las entrañas del terreno oscuro cercano a los tentáculos conectados como raíces a la tierra, se ha levantado un centro de control en la que están parte de las tropas de exploración y rescate. Una vez que se reúnen, volverán a las trincheras donde se suscitó la guerra.

Algunos serafines regresaron para ofrecer suministros, y la alternativa de llevar de uno en uno a alguna nave en el cielo. Ese proceso fue declinado por Dante, ya que sería bastante tardío, y bajarían mucho las defensas tanto del golem como el pasajero; correrían el riesgo de ser emboscados por gwibernos en el aire o por rebeldes ocultos en la flora.

Igualmente, el comandante no pensaba abandonar a los hombres que dejó en el punto de control, por lo que tomó la decisión de quedarse, y si alguno de los presentes quería irse a las naves, era libre hacerlo. Nadie abandonó la posición.

Armado el campamento, el guardián carmesí quiso tomar un baño, y usó una esponja con jabón de la dimensión de Alice, y una cubeta creada por sus propios poderes de materialización.

El lago cercano por ser una creación estigma del pandemónium, sembró en Drake la desconfianza, y la paranoia, a pesar de que Valkiria fue la primera valiente en meterse en el agua, no encontrando ninguna diferencia sobrenatural con cualquier otro estanque normal.

El guardián estuvo reticente a meterse, y a regañadientes se echó agua por medio de la cubeta, ya que tanto Lance como Alice se negaron a pasar la noche con él, si no se bañaba al igual que todos como era debido.

Durante la cena, Drake se quedaba viendo su piel por si tenía alguna reacción alérgica, inclusive su mente optó por jugarle una mala pasada, debido a la sugestión por medio de síntomas falsos, los cuales fueron sosegados ante los regaños de Alice, llamándolo chillón y sumadas a las miradas burlonas de Sheila, que incordiaron peor a al joven guardián.

Entre el intercambio de información de ambos frentes, Dante explicó que no bajó de su posición cuando lo dejaron en la meseta; no por cobarde, su actuar fue preparar unos vehículos de gran tamaño a todo terreno, llamados rompe infiernos que son una mezcla entre camiones de grandes llantas y tanques blindados.

El caballero cambió su armadura por una de esas corazas ligeras, de color dorado y una mochila cohete. Contó que, a pesar de ser un acérrimo espadachín de la vieja usanza, es conocedor de tácticas modernas, dado su tiempo pasado como tripulante en las flotas aéreas en la guerra santa.

Una vez que se dio por muerto al colosal elemental; Dante dirigió por cuenta propia una expedición para adentrarse en el pandemónium, usando como medio de transporte a los rompe infiernos. El inquisidor se quedó para juntar a las tropas restantes, y prepararse para la extracción.

—Descansaremos lo que queda de la noche, y retornaremos al punto de reunión, vendrán unas aeronaves a recogernos y seremos llevados a Grifia. Pueden dormir tranquilos, nosotros haremos guardia, lo merecen —indica Dante a los guardianes y a la rencarnada.

El comandante se retira, dejando únicamente a los Trisarianos cerca de unas tiendas de campaña; el siguiente reto es sobrevivir lo que queda de la noche, lo cual ya no se veía como una misión muy complicada tras lo vivido en el corazón del pandemónium,

Los guardianes deciden dormir en dos tiendas diferentes, una para los miembros de las águilas de acero y en la otra los lobos.

Alice no siente molestia o incomodidad alguna por pasar la noche, en compañía de sus dos mejores amigos; crecieron juntos y son extremadamente cercanos, ganándose un sentimiento de plena confianza.

Quizás en otras circunstancias deberían tener tiendas separadas, debido que a veces se necesita cierta privacidad.

Tonatiuh, y María son pareja por lo que querrían algo de intimidad, y tampoco la guardiana de ojos azules o el Réquiem quisieran pasar una noche en la misma tienda que Sheila, tras lo ocurrido en el pandemónium.

—El tiempo de invocación va al filo de la mitad al ser de 24 horas. Puedo quedarme por un poco de tiempo más en posición de guardia —dice Valkiria.

—Gracias por toda tu ayuda, Val… estoy eternamente agradecida.

Asiente Alicia con un puño en el corazón en señal de respeto. El sentimiento de camaradería es correspondido, al ser recibido por una sonrisa magnifica por parte de Valkiria antes de marcharse y vigilar las tiendas, como un noble guardián.

—Un viaje al punto de control, luego montar aeronaves para ir a una ciudad en quien sabe a dónde —dice Drake, en una sonrisa socarrona—, nos traen como calzón de puta, para arriba y para bajo.

—¡Buena metáfora! —se carcajea Lance junto a Tonatiuh, siendo vistos con pena por las chicas del grupo.

—María… se supone que debíamos protegerte, pero nos acabaste cuidando a nosotros —agrega Drake en una mezcla de emociones, en las que sobresalen en espanto por sus acciones y la alegría de sobrevivir—. ¡Te juro que voy a pagarte de alguna manera! Te ayudaré a conseguir material para tus experimentos.

—¡Es mi trabajo! —exclama la hechicera, un tanto apenada—, pero… un poco de ayuda no me vendría mal —agrega al entonar una tercia risita, a sabiendas de todo lo que puede conseguir si tiene muchas manos ayudándola.

—Me apunto… igual salvó mi culo —interviene Lance.

—Somos tres… —menciona Sheila, uniéndose a la conversación.

—Abogo por ese plan —dice Alice en un gesto tranquilo.

—Amigos… acerca del séptimo guardián… —María quiere tocar ese tema, y como la mayoría del botín de guerra, es rápidamente alejado de sus manos.

—Pensaremos en eso en otro momento. Me ocuparé de recibirlo en el concilio con Flora. Después de eso les diré si es de fiar o no… tampoco me trago del todo lo de Kairos. —El semblante de Alice se torna serio de repente, yace cansada por todo lo ocurrido, lo único que quiere es tomar un descanso—. Vayan a dormir, lo hablaremos durante la mañana. Estoy considerando llamar a Trisary por respuestas, espero que puedan hacer lo mismo y hablen a sus gentes.

—Estaremos para lo que necesites… —Tonatiuh se torna solemne—, si ocurre algo, ya sabes dónde encontrarnos.

—No me cabe la menor duda de eso… —inquiera Alice con confianza.

—Tengan una buena noche, velaré… por ustedes…

María realiza una educada reverencia. Ella se cortó al querer agregar "a los espíritus elementales" se sentiría incomoda tras matar a uno, y podría meterse en problemas con los Templarios si la alcanzan a escuchar.

—Después de haber sido apaleado por un dios monolítico, gritarme con la pelirroja dinamita y por poco ser fulminado por unos pajarracos fanáticos religiosos. —Drake habla fastidiado con una mano puesta en la nuca, y la otra en la espalda tronándose los huesos, listo para dejarse caer en plano onírico, con la esperanza de no recordar nada de sus sueños—: Lo que más quiero es dormir y esperar despertar de nuevo en el rancho.

—Idiota… síguele… te lo estas ganando —espeta Sheila de brazos cruzados.

—Calladito te vez más bonito… —Alice pone su dedo índice sobre los labios de Drake, en un gesto de fastidio.

—¡Aguas con mosquitos, seguramente deben ser gigantes en ese averno! —indica Tonatiuh en voz cantarina alzando los brazos, como si fuese un oso en pleno ataque.

Drake abre los ojos al máximo, en un gesto de espanto y mira de reojo a Lance y Alice, que lo observan severamente, como si dijeran "cuidadito haces otro show, o duermes en el lomo de Valkiria". Al ser guardadas las posibles tribulaciones nacidas de sus paranoias, Réquiem se carcajea nervioso y rasca su cabeza apenado.

Sheila no dice ninguna otra palabra a diferencia de sus dos hermanos de gremio; ella permanece de brazos cruzados en faz estoica, casi amargada cual piedra imperturbable, únicamente cruza un leve cruce de miradas con Drake, en las que ambos no comparten los mejores sentimientos por el otro.

Las trinidades toman caminos separados, dirigidos a sus respectivas tiendas en las que esperan descansar lo que queda de la noche.

—Espero que podamos dormir bien, esa cerveza y frijoles enlatados puede que hagan efecto esta noche —dice Lance dándose unas palmadas en su abdomen plano.

—¡No empieces de payaso! —exclama Alice.

—Parece que será otro el que va dormir en el lomo de Valkiria —Drake entona una leve risotada.

—¡Eso de seguro te encantaría! —exclama Lance—, cualquiera de las dos alternativas te va bien, seas tú o yo.

Drake se rasca la nuca con un leve sonrojo, mirando para otro lado aun entre risas. En el caso del Réquiem, no puede evitar sentir como su corazón se acelera levemente, al pensar que podrá dormir en la misma tienda que Alicia.

Ya han dormido los tres juntos en el pasado, por lo que no hay ningún inconveniente; pero de cierta manera, el maldito no puede evitar emocionarse. Si no estuviese Lance; Drake no aguantaría la nerviosa sensación, de la posibilidad de que algo pueda pasar entre él y la joven de ojos azules.

En el umbral de la tienda, el asesino oscuro se detiene como si algo lo perturbase con la mirada fija en las espaldas de esos dos jóvenes, los cuales considera como sus hermanos.

—Matamos a un dios cuando fuimos por una bruja y dormiremos sobre el cadáver del mismo… —Lance se decide por entrar y cierra la tienda—, ¿Qué nos espera mañana?

Drake, y Alice se quedan callados por unos seguros, viéndose a las caras despojadas de sus cascos. En el cruce de miradas, se deslumbra algo de miedo al futuro desconocido y por la suerte que puede esperarles en las venideras batallas.

—No lo sé, Lance… y realmente no me gusta pensar en eso —dice Drake. Si hay algo que lo atosiga, es la incertidumbre que lo golpea fuertemente en su sique.

Tras retirarse las armaduras, hasta quedar en ropas cómodas, los de la orden de lobo se acomodan en las sabanas, traídas de la dimensión de Alicia.

El silencio reina en la carpa, en el que los tres guardianes recostados sorprendentemente despiertos con las miradas puestas al techo de tela, a la espera de poder conciliar el sueño.

«Salí de una guerra para acabar en otra… parece que no puedo escapar de ese ciclo», piensa Lance.

El umbra cierra sus ojos, y en el paisaje oscuro puede escuchar los aceros chocando, como el estallar de la metralla; desconoce si es el remanente de la batalla de este contrato, o sus tiempos como niño soldado.

«¿Acaso vivías así todos los días en este infierno, Alex? hermano… como quisiera que estuviese aquí. Si la guerra santa se acerca a su final… espero que podamos volver a vernos, esta vez en persona después de tantos años. Si es así, no me voy a dejar matar tan fácilmente y te honraré al liderar a mis hombres, pero por favor dame algo de tu fuerza… debo dar la talla, ellos me eligieron para liderarlos, no puedo defraudarlos», piensa Alice en añoranza con la cabeza apoyada en la almohada, de tal forma que aparta su rostro lejos de la vista de sus compañeros. No quiere que la vean si acaba derramando lágrimas.

En Drake una lluvia de pensamientos llega a su mente, en especial como la dragona le estampó en cara que es solo la sombra de Clayton Réquiem, aquel hombre que murió hace muchos años atrás al protegerlo, y fue un guardián muy poderoso conocido como la bala más rápida de todo el este.

Ese pistolero fue proclamado como un héroe de la guerra de los príncipes de Trisary, mientras que su hijo es un don nadie, que nunca pudo manejar bien un arma de fuego; siempre fallaba los tiros, por lo que su padre al final se rindió en enseñarle el arte de manejar el revolver.

Drake se martiriza por no ser lo que su progenitor esperaba, a pesar de todo el esfuerzo que empleaba. A pesar de ser un maestro en las armas blancas, y combate cuerpo a cuerpo, nunca ha sido fuerte en lo que Clayton fue el mejor, tampoco puede llegar a alcanzar a rosar su leyenda.

En muchos de sus sueños que no son pesadillas, el Réquiem se ve un árido desierto salino y es golpeado por un fuerte viendo de acero, que lo deja de rodillas solo para ver a su padre a lo lejos, mirándolo de reojo por encima del hombro, en una imagen magnánima al ser los pliegues de su gabardina ondeantes.

«¿Qué haría Rhaizak o mi padre en mi lugar? Mierda… maté a un dios, pero sigo sintiéndome como un idiota inútil. Aun cuando quiero fingir seguridad… no puedo lograr creérmelo por completo», escruta el guardián de ojos carmesí.

En la carpa de los miembros de las águilas, sentada en su cómoda, Sheila peina su cabello viendo un espejo que había pedido que la hechicera guardase por ella, ya que se considera muy brusca para llevarlo consigo, y sus cosas las ha almacenado en uno de los camiones, el cual espera que no haya sido destruido en el ataque.

Si hay algo que la dragona nunca olvida antes de dormir, es el cepillar su cabello cuidadosamente tal como se lo enseñó su madrina. Sheila da la espalda a sus compañeros, evitando mirarlos directamente.

En ciertos momentos, la dragona alcanza a escuchar un suspiro de María o un gruñido de Tonatiuh, lo que enciende un leve rubor en sus mejillas lo que la lleva a ir con mayor fuerza el raspar del cepillo sobre su melena escarlata, mientras se grita que no se gire por nada en el mundo.

Si la dragona está preparada para pegar el grito en el cielo, e irse a dormir en el lomo de Valkiria, por si escucha sonidos de movimientos sospechosos.

Sheila ya tiene muchos traumas, con respecto a dormir en la casa de sus tutores de Nemea, y se ve obligada a taparse los oídos con dos almohadas, mientras canta el juramento del guardián.

La pareja de guardianes yace abrazada en ropas intimas, sobre sus improvisadas camas, aun incrédulos de todo lo vivido.

La hechicera pega su cabeza al pecho de su pareja, mientras entrelazan sus dedos en una señal de afecto. Tonatiuh acaricia la mano de su amante con el pulgar, ambos con rostros afligidos por todo el desgaste que han sufrido. El silencio en la tienda es roto por el guerrero en una frase que aborda a las jóvenes, como mil soldados a un buque directo a la batalla:

—Son conscientes de que esto está lejos de terminar, ¿verdad?

La dragona frena en seco el ascender, y descenso del cepillo, a la par que la hechicera aprieta el agarre de su pequeña mano sobre la de Tonatiuh.

—Lo sabemos… es apenas el comienzo —dice taciturno la chica de pelo violeta, con los mechones del fleco oscureciendo su rostro, viniéndose a la mente las últimas palabras de Risha, y como vanagloriaba el poder de la reina de corazones. En ese miedo, la flama del coraje sigue inextinguible—. Y juntos lo vamos a afrontar.

—Voy a protegerlas a las dos con mi vida…a todos en el equipo—agrega Tonatiuh en plena convicción—. Voy a recibir todos los golpes por ustedes si es necesario. Mi deber como el mayor del grupo, es ser el que se tire sobre el alambre las púas y permitir que pasen por encima de mí.

—Somos equipo, querido… no te sobre cargues.

El ánimo sube en María, al ser esbozada una sonrisa amorosa nacida de un fuerte latir de su corazón, al acurrucarse junto a su amado.

«No volveré a dejarte de nuevo, María. Voy a estar a tu lado cuidándote. Seré la clase de hombre que siempre quisiste que fuese y mereces… eres mi sol».

Es el último pensamiento de Tonatiuh, antes de ser sumergido por el sueño. Está muy cansado tras todo el calvario.

Normalmente cuando la pareja comparte la misma cama, ambos terminan haciendo entregándose el uno al otro, en especial durante sus contratos; los ayuda a liberar las tensiones, y despiertan muy temprano por la mañana, en ánimos renovados justo para recibir el amanecer perfecto de un nuevo día.

Las circunstancias no apremian ese acto carnal, por lo que sería la primera noche en mucho tiempo que únicamente duermen y nada más.

—Claro…

Expresa Sheila con sequedad, y se acomoda en su cama de campamento, con los brazos atrás de la nuca y alza la mano que fue herida por la rosa de obsidiana. El corte sigue en un dolor pausado, aun cuando la extremidad se ha unido de nuevo, volviéndola movible.

El silencio sepulcral únicamente es llenado por los cantares nocturnos de la naturaleza, la dragona frunce el ceño y cierra el puño vendado con fuerza. La dolencia es una penitencia para ella, por ser derrotada ante los trucos de una bruja.

Los pensamientos de la joven escarlata son consumidos por las ambiciones, y una responsabilidad autoimpuesta; todavía golpeadas por el enfrentamiento en el panal, en el que se mencionó el pasado de los dragones en el país de Lazarus.

«Volver a fracasar no es una opción. Soy lo que ha quedado del clan Albionix, es mi deber traer la gloria y restablecer el orgullo a mi verdadera raza. No puedo volver a perder otra vez. No donde fue el clímax de la guerra civil de los dragones, y la caída», piensa la dragona decidida a dar todo de sí misma, en el próximo enfrentamiento.

«Flora ya debe saber que estoy aquí… pase lo que pase no puedo caer en sus maquinaciones, no de nuevo, ya tengo suficiente por verme obligada a matar a Frenyr… debo ser fuerte, por todo… por todos… que los espíritus nos perdonen y ayuden», María oculta muy bien el peso en sus hombros, al fingir calma en una expresión de paz.

En transcurso de las horas nocturnas, Drake tuvo trabajo para conciliar el sueño. Pasó mucho tiempo dando vueltas sobre las sabanas.

Aun en la incertidumbre de permanecer en territorio enemigo, la presencia de sus dos hermanos de armas llena al guerrero de un sentimiento cálido, y reconfortante, en el que yace una semilla de resquemor cargado de pesadas dudas. ¿Por qué su ente se comportó de forma errática en presencia de los dos nephlim? una incluso mayor a la cernida en la invocación de Frenyr, el llamado dios antiguo.

Muchas preguntas se sitúan en la cabeza de Drake, pero finalmente el cansancio lo vence, y lo lleva a dormir profundamente, lamentablemente en el plano onírico, no esperaba un mejor consuelo.

El guerrero es recibido por un vórtice sombrío de mala agüero, cargadas de los fantasmas de su pecaminoso pasado, llevándolo a escalar una montaña de huesos que parecía tocar las nubes.

La forma tomada por Drake en esa visión, es la de un niño pequeño vestido por harapos, y cubierto de una mezcolanza de mugre, y sangre seca. En un rostro afligido por el doliente agotamiento al ascender en una travesía que parecía imposible.

A cada segundo que pasaba durante la escalada, un abismo de recuerdo golpeaba el alma del pequeño, haciéndolo revivir sus fracasos, toda pena, todo dolor que alguna vez sintió e inclusive provocó; toda oportunidad desaprovechada. Los únicos que sabe, y atormentan su alma, invadido por la culpa de haber perdido a las personas que alguna vez amó, y confiaron en él, en ese sentimiento pútrido, y negro como alquitrán, yace el inmenso miedo de perder lo poco que le queda. Volver a perderlo todo.

Cuando no pensaba que todo no podía empeorar, unas manos lo tomaron con fuerza de los tobillos, tirándolo hacia abajo con el fin de llevarlo a la oscuridad. Pero el niño se agarra a los huesos, en férrea resistencia materializadas sus ganas de vivir, en voluntad inquebrantable.

Drake fija su mirada en dirección al abismo, y sus ojos carmesíes se abren de par en par en desesperación pura cuando la penumbra devuelve la mirada, en la forma de cientos de espectros no muertos de cuerpos putrefactas, con las cuencas vacías de pura oscuridad, y bocas enormes carentes de labios, que son puras dentaduras afiladas como si fuesen animales.

Todos esos necrófagos son montañas inmensas de carne, que se amontonaban para poder escalar esa meseta de huesos, con tal de alcanzar al joven. Se escuchan sonidos acuosos, y burbujeantes en las pilas de cuerpos, como si fuesen tragados por el fango que en realidad es la sanguaza sangrienta y podrida, entremezclada de miles de cadáveres reanimados.

En sus gargantas pútridas se escalaban lamentos estrangulados, en los que ciernen la culpa, y el motivo de su dolor en Drake, quien pudo ver, y revivir en carne propia el final de toda la gente que murió por su culpa; convertidos en espectros que exigen ser devueltos a la vida, la que fue arrebata por el joven guerrero.

Desesperado el niño se aferra a los huesos, en ferviente lucha por la supervivencia. Toda su vida ha sido una pelea para Drake, nunca ha tenido un momento de descanso, y parecía que jamás lo tendrá, no permitían que pueda ser feliz en su totalidad.

En la cacofonía de gritos descarriados, una risa macabra resuena entre las sombras, y Drake la reconoce a la perfección, por lo que inclina la cabeza justa encima de su hombro, y en la lejanía encara a una gigantesca serpiente de escamas nívea, enrollándose en una segunda montaña de huesos, cual mirada refleja la satisfacción de sorprender a su presa.

Sobre la cabeza del reptil, se halla sentada una mujer de cabellos negros, y un elegante vestido negro de porte gótico, pero lo que destacaba en ella de un rostro joven, y hermoso, son sus amarillentos ojos de reptil cargados de una mirada malevolente.

—Scarlett… —murmura Drake, con un poderoso odio en su pecho.

La doncella es acompañada por un ser monstruoso, capaz de producir un terror cansino en Drake, lo que vuelve todas sus muestras de valor al encarar a la muerte en el pasado, como actos apócrifos en comparación de presenciar a aquel mórbido demonio.

La criatura es como una mezcla bizarra entre una cabra negra, un dragón, y un hombre de musculatura grotesca. Posee una cabeza de bestia caprina de cuernos enrollados; ojos amarillentos en el que yacía un tercero en la frente, casi tan aterradores como el morro repleto de dientes de león, en el que se esboza una tétrica sonrisa.

—Amón —Drake pronuncia ese nombre, que jamás podría olvidar.

Aquellas dos entidades desatan carcajadas siniestras, burlándose de la pena de Drake, quien con el terror sigue aferrado a la vida, y aun cuando quiere ir tras ellos dos, la promesa que hizo a su padre prevalecía en su corazón. Odio y miedo, dos sentimientos lo consumen poco a poco, en las que si se deja vencer por un segundo será llevado hacia la oscuridad.

—Te estoy esperando… —La voz de la bruja es suave como el terciopelo, y en su mirada se cierne un veneno malevolente e impecable seguridad, capaz de petrificar a quien se atreva plantarle cara—. ven a postrarte delante de mi trono... ¿pero vendrás de rodillas o te alzaras con una espada rota en mano? —El desafío de Scarlett es una puñalada, que libera al joven del plano onírico.

Drake despierta entre sabanas, y almohadas; no tarda en darse cuenta de que yace en soledad en el interior de la tienda. Tras salir al aire libre, contempla como muchos de los soldados se alistan para partir al medio día.

El guardián se reúne rápidamente con sus camaradas de Trisary, en el desayuno ya envueltos de una mejor vibra después los acontecimientos pasados.

Comían provisiones de carne seca y agua en cantimploras, la suficiente para abastecer de energía sus cuerpos. Durante la comida, Drake se percata que tanto Alice como Lance lo observaban de reojo, lo que no fue para menos, ya que en la envergadura de la armadura estigma, yacían algunas pequeñas marcas de cuarteaduras.

Tales cicatrices deberían ser imposibles, ya que después de un periodo de reposo, la armadura se auto repara volviéndola funcional nuevamente, inclusive si recibió muchísimo daño en alguna pelea, para la próxima vez que vuelva a ser invocada, las capacidades adaptativas de la misma, agregarían un poco más de resistencia a lo que pudo romperla "lo que no te mata te vuelve más fuerte"

Esas miradas de sus dos amigos, cargaban un mensaje carente de palabras, pero bien entendido para Drake; debía pagar el contrato. La entidad con la que se vinculó en cuerpo, y alma de forma permanente, y otorga sus poderes, dio mucho de sí para sanarlo en su totalidad tras la lucha contra Frenyr, por lo que necesita ser alimentada a como dé lugar.

Con el guantelete puesto en su pecho, Drake supo que no podía escapar de su estigma, aun cuando los resquemores de sus actos pasados producen un fuerte peso en sus hombros, debía hacerlo si quería continuar.

Las horas transcurrieron en suma velocidad en trabajo, y preparación, llevándolos al tiempo de continuar el sendero de regreso, al punto de control donde son esperados por sus aliados. Guiados por la brigada rescatista, los guardianes son posicionados en medio del grupo.

Inmersos en la camina organizada en filas; Alicia Wilson, la de menor conocimiento mágico, realiza la pregunta que la mayoría de los peleadores de Trisary ha siquiera imaginado.

—Si el dios elemental ha muerto… ¿Qué va a pasar con el cadáver del colosal?

La desaparición de Frenyr de la existencia, no se llevó por completo la vida de la montaña. Ha dejado de moverse, pero las plantas siguen en su verde color, y puede resentir que algunos seres siguen escondidos entre los matorrales del pandemónium.

—Eventualmente los tentáculos de raíces se unirán a la tierra, y de a poco se fusionarán como otra montaña más… de esa forma acabaron muchos elementales en el pasado —explica María desde el lomo de Valkiria, al caminar al lado de su compañera de armadura verde.

—¿Entonces hay montañas, que alguna vez fueron elementales del bosque? —pregunta Alice asombrada.

—Si… —suspira con una mano posada en su cabeza—, vestigios perdidos en el tiempo, inclusive centinelas de distintos elementos, comparten destinos similares. Aun cuando es difícil reconocerlo a simple vista… son lugares con alta actividad de seres mágicos. Grietas a otras dimensiones y en un posible futuro… minas de cristales.

La joven de ojos azules se queda pensando sobre esa revelación, si los cristales surgen en lugares donde se suscitaron eventos violentos, la muerte de un dios entra en esa categoría.

—Igual que las tierras de Verderol…

Susurra Tonatiuh en una mirada seria. Visiones de un pasado se remolinean en su mente, cual torbellino huracanado, sobre el conocimiento de cosas que vio de las que nunca podrá escapar por completo, y las lleva tatuadas en su alma.

A lo largo del recorrido en el que, a pesar de estar el orbe del día en su máximo punto, la espesa arboleda apenas deja entrar algunos rayos de sol, en lo que parece ser las oscuras fauces de una bestia. La sensación de ser observados, se cierne a flor de piel tanto en Lazarianos y Trisarianos.

—Oye… —susurra Lance a su compañero rojo, quien camina a su lado.

—¿Qué pasa? —pregunta Drake.

—Hablé con Alice en la mañana, creemos que podemos conseguir algunos prisioneros de guerra… —El asesino evita mirar a los ojos a su compañero, al resonar las palabras en voz fría y pétrea.

—Entiendo…

Drake no puede crear conversación alguna, simplemente asiente aun cuando un escalofrió se cierne en sus huesos. Recibe un par de palmadas en la espalda por parte de su amigo, murmurando que todo estaría bien, y este último se adelante para ver a Alice.

El semblante de Réquiem se torna decaído, lo cual es difícil de notar por ser su rostro oculto atrás del yelmo, lo que es fervientemente una dicha para su estabilidad mental como emocional.

Inmerso en sus pensamientos, en Drake se aloja un sentimiento de miedo, y ansias; desea terminar pronto este viaje, entrar en una aeronave, y descansar verdaderamente de todos los conflictos sucedidos en los últimos días. Pobre héroe maldito, desconoce que este día sería uno que nunca olvidaría.

Drake se detiene de golpe al resentir una presencia desconocida, en las cercanías. Llevado por la curiosidad, y la creciente alarma, se gira en dirección a soslayar entre las líneas de los arboles una figura fantasmal en un andar sereno, e imprevisiblemente se frena cuando es detectado por el guardián, lo que lleva ambos hacer contacto visual.

Completamente petrificado, la tez bronceada del pelinegro palidece en un blanco cadavérico. Un escalofrió escala la espina, sus pupilas de rebosante color esmeralda se dilatan al abrirse de par en par y una fuerza desconocida, oprime fuertemente el corazón; bombardeándolo en una lluvia de sentimientos encontrados, que no podría explicar con palabras. El guerrero nunca creyó volverlo a ver, aquel que alguna vez consideró un gran amigo y uno de sus mayores fracasos.

Aquel ser fantasmal es un joven no mayor que los guardianes de la orden del lobo, es de una musculatura hercúlea. Resultado de belicosos entrenamientos, cubierto de una armadura completa, desquebrajada, y encharcada de sangre, hasta escurrir gotas de sus guanteletes y de la placa pectoral. Sin duda una imagen comparable al de una estatua de héroe griego, salpicada por alguna degollina descarnada. Los mechones blancos platinados cubren sus ojos, ensombreciéndolo en una faz seria, carente de emociones.

En una escena antinatural, el tiempo se ralentiza, todo sonido ajeno a los dos jóvenes es extinguido. El terror se siembra en el guardián, al ser presente de aquel fantasma del pasado. Cada célula de su cuerpo tiembla. Por mero instinto, estira su mano temblorosa, en intento fallido de alcanzarlo.

—¿Co-Connor?... —pregunta por el nombre de esa sombra de su pasado, que hasta la fecha continúa rasgando su alma y trae una lluvia de recuerdos.

—Tienes que alimentarlo, Drake. Viste de lo que es capaz el enemigo y la presencia de los nephilims… necesitas estar a tu máxima capacidad… necesitamos el poder para proteger lo que amamos… se acercan tiempos oscuros… ya vienen —dice en voz gélida y apresurado aquella manifestación del príncipe de Lazarus.

«¿Podríamos comer algo? solo así podremos tener la fuerza para ir tras ellos, esto de jugar al disque héroe me está aburriendo», una voz resuena en la cabeza de Drake, lo que corta el estado en que se encontraba.

El estruendoso estallido de la artillería, despierta al guardián, dándose cuenta que están bajo ataque de una fuerza enemiga. Aun en el umbral del desosiego por la alucinación y apenas asimilando por donde vienen los disparos, Drake yace indefenso por unos segundos, que son bien tomados por uno de los francotiradores.

—¡Drake! ¡¡Cuidado!!

Lance choca contra el confundido Réquiem, y lo saca fuera de la trayectoria de un destello ígneo color rojo fatuo, el cual impacta sobre la tierra, en un envolvente resplandor quemante.

Empujada por un instinto protector, Alicia materializa un rifle de asalto, y emplea fuego de cobertura a lo que sea que se oculta en los matorrales, de tal manera que atrae su atención lejos de sus dos compañeros.

María invoca una barrera mágica delante de los otros guardianes, y los templarios cercanos ayudándolos a retroceder, y ponerse a cubierto entre los árboles, al tiempo que repele las balas y flechas imbuidas en magia de manera efectiva.

En la conmoción por el ataque sorpresa, el comandante Dante organiza a sus tropas, preparándolos para tomar posición, y logra enviar varios soldados a ascender con sus propulsores, hacia las gruesas raíces de los arboles amorfos, donde abren fuego de respuesta sobre la cabeza de los opositores.

De donde proviene la refriega agresora, surge una última reserva de hombres bestias, y elfos que van al ataque en horda, las tropas rebeldes avanzan envueltos de una sed de masacrar a todo templario frente a sus ojos.

Agazapados bajo la cobertura de los arboles amorfos, Drake y Lance permanecen ocultos del fuego enemigo.

—¡Eres un idiota! —regaña Lance de forma severa—, ¡regla número un millón de un guardián! Si estas en medio de una guerra, no te quedes quieto estando al descubierto.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Lo siento, fue mi culpa! Solo… —Drake vuelve a estar consiente, aun agitado con la cabeza dando vueltas, logra calmarse y deja ir un suspiro—. Olvídalo, no volverá a pasar. ¿De dónde salen estos malditos rufianes? ¿no se cansan de perder?

A sabiendas que todo fue una especie de alucinación, producida por su trastornada mente a causa del estrés post traumático, el guardián rojo mira de reojo por última vez donde encontró a Connor, no viendo rastros de aquella silueta a lo lejos.

El guerrero frunce el ceño, y ladea la cabeza con frustración, esperando que realmente no vuelva a pasar algo así en medio del conflicto.

Impulsado por una fiera determinación, Drake recupera el aliento, y luego vuelve toda su furia en dirección a sus enemigos, siendo seguido por Lance, ambos con armas en manos; el resto de los Trisarianos no tardan en unirse a los dos lobos temerarios.

Valkiria lidera la carga, llevándola abrirse entre las líneas enemigas de una potente estampida, sin importar que algunas balas impactaran en su cuerpo, cuyo destino era comprimirse o rebotar sobre la envergadura de la gruesa armadura, mientras protege su rostro con los brazos cruzados.

Soldados elficos salen volando como si fuesen muñecos de papel, sin embargo, una oleada de hombres bestias transformados se acerca feroces, en plan de rodearla y atacarla en manada.

En respuesta del interior de los puños cerrados de la centaura, resplandecen los luceros de un par de joyas de invocación, de las que surge una gruesa lanza de caballería, con la que, de un movimiento a medio menguante, entorpece el avance de varios animales humanoides. De la otra mano surge un grueso escudo, defendiéndola de la zarpada de un hombre león.

Rayos eléctricos y líneas de flamas ígneas llegan a apoyar a la rencarnada, los guardianes se unen a la lucha, contra esas legiones de innumerables inhumanos, todos peleando en conjunto.

A pesar de la superioridad numérica, los campeones de Trisary ciernen su dominio en la degollina, siendo apoyados los guerreros dorados, como ángeles de la muerte sobrevuelan las hordas en búsqueda del comandante de este regimiento, cual aguja en un pajar.

La cacofonía del resonar de la metralla, y el griterío de guerra, retumba por cada rincón del colosal, lo que lleva a ahuyentar a toda criatura neutral al conflicto, en un terror atroz por ser alcanzados por el fuego cruzado, o por las garras del mórbido demonio de maniática risa escandalizada.

Aquella entidad oscura, yace oculto en las sombras de la arboleda, en la profundidad de altos pastizales que llegan hasta la cadera.

Como un maestro orquesta, Alpiel dirige la sinfonía de la batalla en alto jubilo; su plan de retribución va a pedir de boca.

—Sí que se les da bien la guerra… —espeta el demonio, en plena admiración por cada uno de los bandos que se matan los unos a los otros.

El sabor de la derrota no es grato para Alpiel, no se siente siquiera capaz de huir con el rabo entre las patas, no por cobardía u orgullo. No puede regresar a encarar a su majestad, y admitir que ha fallado.

En sus memorias el demonio lo recuerda aquel día, cuando miles de poderosos hechiceros e inquisidores, fueron masacrados por el poder de una bruja rota bañada en sangre, en un pleno renacer.

Alpiel a juró lealtad a su ama, como agradecimiento al rescatarlo de ser ejecutado por la inquisición, por lo que ha dedicado su existencia a seguirla junto a muchos otros, y pagar esa deuda que alberga en su corazón, viéndola desde su momento más bajo hasta cuando llegó a la cumbre del éxito, en el que pretende tenerla sin importar cuales sean sus intenciones.

«Si eres feliz mientras ese engendro que tienes como hija, sigue viviendo… entonces esta guerra tiene sentido para mí y pelearé hasta mi último aliento», piensa Alpiel.

«¡Alpiel! ¿puedes escucharme?», dice una voz femenina proveniente de la cabeza del demonio.

«¿Griselda? ¡oh, bichita! ¿Sobreviviste a la caída de la fragata junto a Dimitri? Claro que es obvio que, si sigues viva; el otro sujeto debe estar igual», Alpiel suena burlesco al lanzar esas preguntas cargadas de retórica. Entre los mismos acólitos han hecho burla que Dimitri y Griselda, están unidos por la cintura.

Aun cuando es por telepatía, no se puede asegurar a ciencia cierta la distancia de Griselda y Alpiel, dado que, entre muchos individuos, esta mujer es la que tiene un mayor rango de alcance que la media convencional, inclusive podría estar a kilómetros de distancia, por lo que podría comunicarse con alguien, siempre y cuando la conozca en persona.

«Muy gracioso, potrillo... estamos reuniendo a nuestras tropas para la retirada, hemos encontrado a Risha. Está gravemente herida, hay naves Rhodantianas por todos lados ¿Dónde se supone que estas?», continua Griselda la conversación telepática, en su voz se puede detectar un tono irritado, pero Alpiel la conoce y puede imaginarla haciendo un puchero como es de costumbre.

«Sigo en la montaña, mis exploradores han rastreado a los guardianes y hemos orquestado un ataque. Sus números son pocos, mi tecnología y armamento está en su cumbre, no puedo desperdiciar esta oportunidad, tal como es tu filosofía "da un golpe mortal y rápido. Nada de perder el tiempo», sin rodeos, Alpiel revela sus verdaderas intenciones.

«¿Qué? ¡¿Te has vuelto loco?! la orden fue clara, si caía Frenyr, debíamos regresar. No solo son las naves, nos han notificado de la presencia del jinete. De todas formas, vas a morir si te quedas», Griselda cuestiona en alto ímpetu, y lanza como flechas de muerte diferentes razones para regresar la razón en el demonio.

«Entonces ganaré algo de tiempo, llevándome tantos como pueda. Alpiel fuera», las afirmaciones de Griselda, no llegan al demonio, quien cierra el canal telepático.

La hierba se mueve a sus espaldas, tratándose de un elfo acompañado por dos guerreros caminantes, cuyos brazos cargan un par de presentes para el acolito, quien, al girarse para encarar a sus subordinados, estos últimos se arrodillan en señal de respeto, y ofrecen ambos regalos.

Tal acto genera el regocijo en el demoniaco centauro, al relamerse la prominente dentadura equina, y las encías de negras carnes venosas, como si fuesen labios, por lo que se dispone a tomar lo que ofrecen: el hombre en pieles de oso, carga un pesado guantelete mecánico de alta tecnología, y a su par la mujer bestia de rasgos lobunos, empuña un enorme rifle, de dimensiones absurdas, el cual se necesitaría una fuerza inhumana para siquiera moverlo.

La cresta del demonio se abre en dos piezas, mostrándose un enorme ojo totalmente negro, delatándolo como una especie de ciclope. Cual niño con juguetes nuevos, Alpiel se coloca el guantelete en su mano surda, en la que abre y cierra los dedos para acostumbrase al equipo.

Entonces el demonio dirige su atención, hacia el pesado rifle que sujeta fácilmente con el otro brazo. Lo admira de pies a cabeza en una sensación casi lujuriosa; como si ese artefacto fuese una despampanante amante, dispuesta a ser el objeto de deseo de sus pasiones màs oscuras.

—Que Chroenidos bendiga a la mano diestra de los enanos y la antigua ingeniera… —dice Alpiel al apoyar el pesado rifle en su hombro.

—El ataque ha sido iniciado, mi señor. Los enanos ya están preparados para avanzar y los preparativos para el ritual están listos, por lo que estamos a la espera de su orden —indica el elfo envuelto en armadura.

—Excelente… tráiganlos aquí…

La petición del demonio es ley para los rebeldes, por lo que cinco elfos traen arrastras a unos cinco hombres humanos, que alguna vez fueron soldados templarios de brillantes armaduras.

Hoy no queda nada de esa gloria, sus cuerpos musculosos marcados por cicatrices de batallas bien ganadas, están completamente despojados de toda prenda; cubiertos de una mezcla repugnante de lodo, excremento y sangre seca algunos con rastros de tortura. Están atados de manos y pies, al igual que sus bocas están amordazas para que no emitan ningún sonido.

Los humanos son obligados a ponerse de rodillas, con la cabeza gacha, ante el frio tacto de un cañón de rifle apuntando a sus nucas. Sollozos resuenan entre esos miserables, ya sabían que iban a morir, no había esperanza alguna para ellos, todo intento de huida era en vano; los que trataron escapar fueron masacrados de forma brutal, y descarnada ante las fauces de monstruos domados por los rebeldes. En sus bocas tapadas por las vendas, murmullos inentendibles son captados por el demonio.

—¿Son oraciones lo que escucho, mortales? —pregunta el ciclope, en una sonrisa que muestra todos los dientes, y su único ojo negro se dilata en mirada fija en sus prisioneros—. Bueno, dios no está aquí, solo yo

Los sollozos de aquellos pobres diablos, suben de intensidad al derramar rebosantes lágrimas en ojos bien abiertos, carentes de toda esperanza.

Alpiel observa a todos los hombres, hasta que su visión se frena sobre el quinto cuya mirada sigue el latente fuego del odio, a pesar de albergar miedo, no pide misericordia. Impulsado por la curiosidad, el demonio baja el vendaje de la boca, y al instante, el prisionero intenta pegar una dentellado; sin embargo, falla en su actuar ya que el acolito retira la mano en su velocidad.

—¡Oh! Tenemos un perro rabioso y uno que no llora tanto… dime pulgoso ¿no tienes miedo?

—¿Por qué tendría que tener miedo a un cadáver parlante? —En despliegue de osadía el templario reta al demonio. Este hombre ha perdido la esperanza de salvación, por lo que no planea irse en ruegos—. Los Rhodantianos llegaron, ese monstruo que llamaban dios ha muerto… es cuestión de tiempo para que te abran en canal, y luego siga la ramera que tienen por reina…

—¡¿Qué dijiste de su majestad, escoria?! —Alpiel toma del cuello al hombre, alzándolo con suma facilidad, llevándolos a ambos a encararse.

—Venga… impresióname… —desafía el soldado asfixiado, mientras se retuerce inútilmente por sus extremidades atadas. Al estar ahogándose, esboza forzadamente una sonrisa y escupe en la cara del demonio—. Prefiero morir a traicionar a mis hermanos, lo que quieras conseguir de nosotros… ¡no lo tendrás, puto demonio!

Alpiel arroja al humano al suelo, como una basura cualquiera. El suceso, lleva a los rebeldes a apuntar sus rifles al atrevido humano, a punto de apretar el gatillo y ultimarlo. Lo que pudo ser una rápida ejecución es frenada, por un solo movimiento de mano del demonio.

—Perro tonto… no quiero nada de lo que pueda salir de tu boca… quiero lo que tienes dentro. Ustedes bebieron mi sangre… —El demonio apunta con la mano enguantada, al estómago del humano jadeante.

—Mientes… —musita el prisionero, pálido con quijada colgante.

—¿Recuerdas ese caldo que les dimos de cenar? —Alpiel muestra su brazo zurdo, al retirar unas venadas revelándose que en ciertas partes ha sido lacerado, al ser arrancadas partes de su biomasa—. Comieron mi carne, al igual que yo comí de la de ustedes. No pelamos algo de sus pieles por nada, si hubiésemos querido torturarlos de verdad, les hubiéramos arrancado hasta del musculo y dejarlo al rojo vivo.

Inmerso en shock ante la revelación de haber comido carne de ese demonio, el hombre acaba vomitando en el suelo, en una tez pálida cual fantasma. Entre tosidos, y guindajos de gruesa saliva, el prisionero alza la cabeza en ojos entrecerrados, al filo de la locura.

—Si tuviese algo de acero… te haría pedazos, enfermo.

—Bien… —afirma el demonio indiferente—, denle acero, chicos.

Nuevamente las palabras de la criatura son ley, al mismo tiempo cada elfo usando un cuchillo, rebanan el cuello de cada uno de los hombres, dejándolos desangrarse y retorcerse en un ataque epiléptico en vanos intento por abrir sus ataduras para tapar la abertura en sus gargantas, al ahogarse en la propia sangre.

Los rebeldes toman cada uno de los cuerpos, y los abren en canal de tal forma, que las entrañas caen desparramadas como montañas de carne roja, sobre espesas charcas de sangre que se extienden hasta rosar los cascos del centauro.

Uno de los elfos ofrece a su señor una joya cristalina, de un color cambiante del tamaño de la cabeza de un perro. Alpiel la toma con la mano enguantada, y procede a recitar un cantico maligno, lo que torna tal artilugio en una mezcla con diferentes tonalidades, formando una especie de resplandor sobrenatural, una coloración desconocida para los seres terrenales, totalmente fuera de este plano existencial; el color del verdadero abismo.

De repente un sonido pausado de burbujeo resuena en el forraje de intestinos, poco a poco las carnes son reanimadas. Como si tuviesen conciencia propia se acercan entre si arrastrándose en la tierra. Al estar todas las entrañas juntas, salen disparadas sobre el demonio de brazos abiertos con las manos empuñando sus armas tecnológicas.

Como cientos de tentáculos, las carnes crudas envuelven el cuerpo de Alpiel, fundiéndose en su piel, inclusive la placa pectoral, el rifle y el guantelete son desarmados como absorbidos en la amalgama.

Huesos crujen al romperse y rearmarse. Lo que fueron tripas de humano, y piezas metálicas, se vuelven biomasa unida a los músculos del centauro, en un proceso doloroso como repugnante.

El mórbido evento, obliga a los soldados presentes a apartar la mirada en rostros de ceño fruncido por el intenso asco. Ni el guerrero del estómago de mayor acero, podría aguantar ser testigo de esa fusión, sin sentir como las tripas se le revuelven.

Las risas lunáticas y dolorosas del demonio resuenan durante la evolución, inclusive el cristal que alguna vez estuvo en la mano, fue devorado por las entrañas caníbales de los cadáveres, como si tratasen de cobrar alguna venganza, o en el desespero de conservar la vida, se unen en una nueva y mejorada forma de existencia que amalgama la carne y el metal.

Las carnes del demonio se separan de sus huesos, entrelazándose con los órganos de los cinco hombres, y el metal de las armas.

Finalmente, la amorfa aberración, logra dar una apariencia fija, y da como resultado, una evolución aterradora del centauro demoniaco.

Su torso desnudo es de una inhumana musculatura digna de un gigante. Espinas de hueso y metal sobresalen de las extremidades, en especial en la columna vertebral. La cresta de hueso en la cabeza, se ha convertido en una placa de metálica a modo de grotesco yelmo biológico, en el que se expone la prominente mandíbula. El brazo izquierdo porta el guantelete unido permanentemente a la carne, y el derecho es remplazado por el cañón del arma.

Con la cabeza gacha, el monstruo respira pesadamente; su pecho se infla de manera exagerada al acostumbrarse a sus nuevos órganos. Tras tomado el respiro, Alpiel alza la mirada, y con una sonrisa asquerosa se dirige a sus tropas inmersas por el miedo, más que el respeto.

—¡Gloriosa será la victoria para su majestad! —exclama el demonio.

Gritos nerviosos de guerra resuenan en los rebeldes, listos a marchar a la carnicería a la espera de una mejor muerte, de la que puede propinar aquel demonio evolucionado en una forma de vida suprema.

De la nada el suelo tiembla, ante los pesados pasos de seres mecánicos movidos por enormes engranajes, de ingeniera antigua. Las tropas rebeles se vuelen hacia la fuente de los sismos, pero no se inmutan, al conocer plenamente lo que se acerca. Alpiel alza los brazos en señal que recibe gustoso a sus soldados.

—¿Por qué tardaron tanto? —pregunta el demonio con retórica, en una enorme sonrisa malévola que muestra toda la dentadura.

Delante del demonio se alzan dos gigantescos golems ciclopes, armados con un taladro en un brazo y en la otra una ametralladora. Ambas unidades manejadas por enanos, al servicio del acolito.