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capitulo 21: La trampa del abismal

La frenética emboscada de un centenar inhumanos sobre los sesenta templarios ha sacudido los cimientos del colosal. Lo que debió ser una extracción rápida, silenciosa y por, sobre todo, calmada, se ha reducido a un conflicto caótico en el que la hierba verde se ha teñido de rojo sangre.

Las llamas crepitan en los árboles Mantícora, consumiendo los troncos, y en sus rostros se refleja un infinito sufrimiento; sus ojos carentes de cuencas y de un vacío negro, lloran sangre. Los árboles chillan de dolor, sus rostros humanos retorcidos en agonía hasta ser convertidos en cenizas. Son encarnaciones de las vidas consumidas por el dios, materializadas por el estigma; algunos son creaciones desde esta edad y provenientes de épocas pasadas cuando los antiguos titanes caminaban en la tierra.

En sinfonía demencial, los gritos de guerra resuenan en el choque de aceros, a la par del estallar de la metralla y rayos de energía productos por la magia torrencial. Una canción de violencia y muerte venida del abismo sin fondo. La canción de la guerra. La canción nacida de Trisary.

Como la principal fuerza de asalto, los guardianes luchan en la primera línea en protección de los templarios; después de todo, esa es su función. Son perros de guerra que han sido soltados, y tienen ganas de alcanzar con sus fauces los cuellos de enemigos aguerridos.

Por los choques de egos, y las diferencias entre miembros, el grupo de guardianes se coordina a duras penas para cubrirse mutuamente de los ataques de los múltiples enemigos que los rodean.

Los guerreros de Trisary pudieron ser abrumados de no ser por la asistencia de los familiares. En el flanco derecho, Valkiria usa una lanza y escudo para abrirse paso entre la carga de las hordas, asegurándose de recibir la mayor atención del enemigo, al igual que se usa así misma como un escudo viviente para sus aliados.

El segundo invocado, la serpiente Paul, se arrastra en zigzag desde el flanco izquierdo, y manda a volar a filas enemigas que se interponen en su camino, dejando estelas de polvo. Vomita un líquido corrosivo sobre los rebeldes, una lluvia acida capaz de disolver las armaduras. Cuerpos vivos son convertidos en abominaciones de carnes sanguinolentas; reducidos a esqueletos de carnes derretidas, como si fuesen hirvientes plastas gelatinosas de olor repulsivo. De las cuencas chorrean los ojos disueltos en líquido, envueltos en lamentos de un infierno venido a la tierra.

Alice lidera desde la retaguardia, sus disparos alcanzan grandes distancias, provee fuego de protección a sus compañeros que pelean a distancias cortas.

Drake, Tonatiuh y Sheila lideran la ofensiva, derriban oleadas de enemigo en una combinación de ataques de fuego a la par de frenéticas lanzas carmesí, disparadas como proyectiles que acaban empalando a los barbaros.

Los soldados rebeldes quedan como brochetas ensangrentadas de intestinos colgantes, o antorchas humanas que corren por el campo hasta caer inertes al verde forraje, gritando escandalizados.

María está concentrada en la defensa y en comunicaciones por medio de poderes mentales; Para crear escudos de energía usa su magia por medio del báculo que solía ser propiedad de Risha, recién transformado en la forma de media luna por medio del núcleo de estigma. Lance ejecuta estratagemas en alta pericia, al derribar a todo enemigo que ose acercarse a la hechicera; la considera el elemento vital en el equipo de elite.

Como una sensación natural, todo soldado Lazarino busca la cabeza del comandante enemigo, a sabiendas de que, con la caída del líder, las tropas enemigas no tendrán otra alternativa que emprender la huida.

Al inicio del ataque, los templarios sufrieron grandes bajas, su sangre ha teñido las tierras del colosal. El liderazgo de Dante logró reorganizar a las tropas restantes para retroceder bajo el resguardo de los altos árboles; una vez a cubierto, lanzaron un contraataque, en plena desventaja al estar apenas en recuperación por las trifulcas pasadas.

A pesar de ser superados en número, los campeones de Trisary y Lazarus han prevalecido en ese enfrentamiento de desgaste, acercando la victoria al lado Templario. Una nueva sorpresa se une a las filas del Fuego Oscuro, en la resonancia de una voz estrangulada y mórbida.

—¡Abran paso, mis huestes! ¡Que la muerte de un antiguo dios no será perdonada! ¡¡Que la edad de los credos muera!! ¡¡Llegó nuestra hora!!

La cacofonía de la matazón, no es lo suficientemente ruidosa como para opacar las pesadas pisadas que producen sismos en la tierra derruida. El crujir de los engranajes rodantes llenan el ambiente, y el olor a humo salido de una locomotora se respira en el aire.

Desde uno de los frentes de batalla, los oídos de Dante son asaltados por el rugir de las maquinas venideras; lo lleva a revivir horridas experiencias en batallas pasadas a las que llamaría masacres. Una marea de sudor frio baña al comandante, reconoce perfectamente el sonido, no es el único en captarlo dentro del batallón, a tal grado que su agarre en la espada tiembla.

—¡¡Retrocedan!! ¡¡Vienen ciclopes!! —declara Dante a sabiendas de que no tienen la artillería necesaria, como para enfrentar a los gigantes mecánicos de forma directa.

La orden del comandante Lazariano fue como el resonar del clarín y claro como el cristal. Tanto guardianes como templarios se repliegan en diferentes direcciones. Emprenden la retirada estratégica, aún bajo el fuego enemigo en el que resuenan carcajadas de burla; consideran cobardes a los soldados de Lazarus.

Proveniente de la retaguardia de los rebeldes, filas de árboles caen derribados al paso de dos imparables ciclopes mecanizados. La reserva es dirigida por el demoniaco centauro; a sus espaldas lo acompañan un puñado de guerreros, entre ellos un brujo envuelto en una capucha negra, cuya punta tiene el símbolo del fuego oscuro, acompañado por un yelmo con la máscara dorada semejante a un rostro humano de faz heleada cuya frente se plasma el grabado de un ojo similar a un reptil. En su mano sujeta un báculo oscuro con una joya purpura en la punta.

En plena huida, Drake alcanza a ver al terrible Alpiel en la vanguardia de la fuerza enemiga. El guerrero puede sentir como las tripas se retuercen, tras reconocer al acolito, el cual ejecutó a Sir Turner en el inicio de la guerra.

—¿¡Alpiel?!—pronuncia Drake sumamente sorprendido, por la nueva apariencia aberrante del ya grotesco demonio; ahora luce como un ser fuera del poder de un mortal.

El acolito alza uno de sus brazos, el cual es como una mezcla de desolladas carnes rojas cubiertas por venas y duras partes mecánicas. La mitad de los dedos son huesudos, y la otra son de metal, cual mórbido ciborg de ultratumba. En un sonido de engranajes pesados, la extremidad se transforma en un prominente cañón.

—¡En nombre de su majestad y de los dioses antiguos! ¡hoy nos revelamos ante los usurpadores! —vocifera en un parlamento que se divide entre un fanático religioso y un revolucionario—. ¡¡Cobramos venganza por la muerte de Frenyr!! ¡¡despedacen y desgarren a esos esclavistas!! ¡que no vuelvan a encadenarlos! ¡¿De quiénes son estas tierras?!

—¡¡Nuestras!! —vociferan los elfos y hombres bestias.

—¡¡¿De quién son estas tierras que nos fueron arrebatadas?!! ¡¿Quiénes son los verdaderos herederos de este mundo?! —Alpiel se vuelve frente a su gente, de brazos extendidos.

—¡¡Es nuestro!! —exclaman al unísono, en voz de alto eco preparados para marchar a la guerra.

—¡¡Es tiempo de demostrarlo!!

Alpiel dispara de su brazo arma un proyectil llameante al torso de uno de los templarios en pleno vuelo, dañando la mochila cohete y causa una explosión. Al caer es apenas capaz de emitir un efímero grito, y se estampa sin vida contra el suelo.

Calor se acumula en el cañón que remplaza la extremidad mecánica, abriéndose en cuatro piezas para liberar vapor blanco, en un proceso de enfriamiento de casi un minuto para ejecutar un nuevo disparo.

Inspirados por la llegada de los refuerzos, la moral de las fuerzas Fuego Oscuro incrementa exponencialmente. En contraposición de los Templarios que, a pesar de la asistencia de los guardianes; la presencia de los golems, ha vuelto las posibilidades de victoria en un memento.

Los rebeldes se apartan para dejar el paso libre a los colosos, los usan como grandes escudos de engranajes. Ambos ciclopes desatan el caos en el segador alarido de las pesadas ametralladoras, muchos soldados que se quedaron atrás, caen hechos pedazos bajo las oleadas de balas, en una marejada sangrienta de miembros mutilados.

El campo, al estar repleto de árboles, ha impedido un movimiento adecuado por parte de los ciclopes, de haber sido en un claro, pudieron haber causado una derrota inminente para los Templarios.

Al tiempo que los ciclopes realizan su jugada, y para asegurar un menor número de bajas, la Valkiria con su escudo en alto, se pone como un muro defensivo frente a los aliados de Lazarus, apenas ganando algo de tiempo. No iba a poder retener a la par a los dos ciclopes por mucho tiempo.

Mientras un golem enfrenta a la centaura, el segundo gigante busca aprovechar esa distracción, y disparar al punto ciego, pero es sorprendido por la serpiente negra, que lo envuelve con su cuerpo como si tratase de estrangular al gigante mecánico, entorpeciendo su avance. El fuego de la ametralladora es detenido.

Los Templarios logran alargar la distancia, lejos del rango de la metralla de los gigantes. En cambio, por órdenes de Alicia, los guardianes se han dispersado y se han ocultado en los matorrales de la espesa vegetación a la espera de una abertura. Abandonar la batalla no era una alternativa, en especial cuando cuentan con la oportunidad de derrotar a un acolito. No podían permitir que vuelva ocurrir lo de Risha.

El mayor número de balas son amortiguadas por la férrea defensa de Valkiria, unos segundos bien ganados. Desde atrás de uno de los arboles cercanos, la hechicera materializa una barrera mágica frente a su familiar, de tal manera que ayuda a disminuir la balacera. Las ametralladoras frenan su fuego, para enfriar y recargarse.

La cabeza de reptil se sitúa por encima del ojo del ciclope, apresado por las enredaderas carnosas. Por órdenes de Lance, el cuerpo serpentino evita tocar el orbe rojo de la máquina, de tal manera que prevé un ataque a quema ropa del rayo. La presión ejercida es monstruosa, al ser aplicada toda la fuerza que puede Paul.

Tras haber usado mucho de su veneno anteriormente; la serpiente apenas logra regurgitar desde la garganta, y almacenar el ácido en sus fauces hasta inflar las mejillas. El objetivo es simple: derramar lentamente el líquido sobre la máquina. No importaba que las escamas sean tocadas por el líquido corrosivo, no podría quemarla al ser el cuerpo serpentino invulnerable a su propia habilidad.

Los ojos purpura del oscuro familiar, no ven cristalizada esa voluntad. Alpiel dispara desde el cañón brazo, un rayo de energía ígnea, y como una saeta pega de lleno en el ojo izquierdo de Paul, cegándolo en una explosión llameante. La cabeza de reptil es empujada a un lado por la colisión.

En un quejido agónico de fauces abiertas, el veneno es derramado a un costado de la serpiente. Parte del líquido salpica el brazo de la ametralladora, y parte de la cabeza, corroyéndolo, al punto de disminuir el blindaje e inutilizar el arma, sin embargo, no lo suficiente como para dañar al piloto.

El resto del ácido baña las escamas oscuras, en una cascada cuesta abajo que acaba en la hierba, reduciéndola a una alfombra negruzca en la muerte de toda forma de flora cercana al rango.

Entre alaridos monstruosos, Paul menea la cabeza por espasmos de forma frenética, y aún mantiene el agarre en su capturado enemigo. Para la serpiente no importa el dolor de la herida mortal, ya carece de significado la pérdida de visión de uno de sus ojos, mucho menos parece tener relevancia las órdenes para que se retire por parte de su maestro y creador.

El deber de un familiar, de un homúnculo es dar la vida por el amo al que ha jurado servir. Paul ha aceptado que va a morir, por lo que no se irá sin derrotar al ciclope. La serpiente ofreció su vida a cambio de energía mágica y la carne de sus enemigos como sustento.

El ciclope activa el taladro, y logra liberarlo al poco tiempo de que sus ataduras pierden un poco de fuerza, por el daño del disparo del demoniaco centauro.

De una estocada, el arma rodante perfora la carne de la serpiente, atravesándola hasta partirla en dos pedazos que explotan en torrentes de sangre, acompañados por partes de órganos que se desparraman por todos lados. La vida de Paul ha sido extinguida.

—¡Van a pagar por eso! —exclama Alicia, ante la pérdida de un aliado importante y el sentimiento es compartido por cada uno de los einharts.

En el flanco izquierdo, desde atrás de los árboles, la guardiana de la armadura verde, acompañada por un puñado de soldados, retorna a la ofensiva al liberar unas granadas a los pies del coloso, todavía cubierto con los restos de Paul.

Como fuego de cobertura, explosiones son liberadas frente al tanque andante, como una distracción.

—¡Lanceros!¡Adelante! —viéndose los ciclopes comprometidos, Alpiel da la orden de avanzar a sus soldados.

Elfos armados con lanzas y báculos mágicos disparan fogonazos de forma implacable sobre los soldados Templarios, quienes están obligados a seguir en una posición defensiva desde la cobertura de los árboles caídos.

—¡Drake, Lance conmigo! Derribar a los ciclopes es prioridad uno, el acolito puede esperar. ¡El trato es que no los maten sin joderse a un ciclope! ¡¿estamos de acuerdo?! —ordena la chica en pleno esprín al disparar fuego del fusil.

—Tendrán que seguir mi juego de siempre, sigilo y ataques rápidos... —agrega Lance al desplazarse a la par de sus aliados—. ¡No a quedar impune lo que le hicieron a Paul!

—¡El punto es acercarnos sin que nos derribe a tiros! —interviene Drake y la conversación es ser interrumpida por la llegada de una nueva horda.

Al tiempo que eso sucede, en el flanco derecho la dragona emerge de su escondite, y corre alrededor del campo de batalla, mientras arroja meteoros flamígeros materializados de sus manos contra los rebeldes. Las explosiones llameantes levantan nubes de polvo, y ahora es el Fuego Oscuro el que retrocede.

Los rebeldes cercanos disparan contra Sheila, la cual en plena carrera pega saltos evasivos de alta agilidad, y elude cada uno de los resplandores calóricos. Finalmente, la guardiana escarlata se arroja a unos arbustos, en donde desaparece en la espesura de los matorrales de la jungla.

Gracias a la distracción, Tonatiuh se mueve lejos de los aliados, fuera de la atención del enemigo, llevándolo a permanecer oculto en el interior de los densos arbustos como un cazador fortuito.

La familiaridad del evento lleva al agazapado guardián a ser abordado por la nostalgia, sin embargo, no hay tiempo para cavilaciones.

Saca el arco de una de las bolsas, retira una flecha del carcaj y la apunta hacia Alpiel, pero sabe que no servirá, debido a su primer intento durante la batalla anterior. Dirige su atención hacia el golem que pelea contra Valkiria, es más importante limitar las bajas. El blindaje de los ciclopes es muy resistente como para que una flecha explosiva pueda penetrar en los puntos vitales, sin embargo, la ametralladora es otra historia.

—Esto es una jodida locura... —murmura el cazador, seguido de manifestar su magia en la flecha, y dispara, la energía dorada cubre la saeta hasta que impacta en el fusil del coloso, haciéndolo explotar en pedazos, inutilizando la extremidad.

El mecánico gigante se estremece, envuelto en torrentes de humo negro en flamas crepitantes provenientes de la extremidad dañada, como un volcán en plena erupción. La humareda alerta los inhumanos del Fuego Oscuro, y no tardan en descubrir por donde vino la flecha.

Una fila tanto de elfos como de barbaros son enviados en búsqueda del guardián arquero, quien decide abandonar su posición, a la par que procede a disparar flechas normales contra los perseguidores de tal forma que ahorra poder mágico. Muchas conectan con las extremidades de sus enemigos, derribándolos, otras son bloqueadas por gruesos escudos de los guerreros barbáricos, y otras son esquivadas por los agiles elfos.

El segundo ciclope se gira para ir tras el cazador, pero una serie de corrientes eléctricas son cernidas sobre su coraza, en fungida parálisis temporal. Aquella descarga provino del báculo de María, desde la altura de uno de los árboles, en defensa de su pareja.

Tanto Lance como Alice dejan caer bombas de humo en medio del campo abierto a los pies del gigante. Al ser desatada las brumas blancas, nubla la visibilidad del piloto, obligándolo a detener el avance para no ultimar a sus compañeros.

El enano mueve los brazos de su máquina, en movimientos contundentes como frenéticos con los que esparce las densas nieblas blancas. Tal acto lo vuelve descuidado, por lo que no reacciona a tiempo a la serie de golpes sobre humanos, los cuales son ejecutados en la parte trasera de la cabina.

Sheila se ha trepado a la espalda del robot al ser este su punto ciego, como el más débil, por lo que procede a propinar una serie de puñetazos sobre la coraza. Todo soldado inhumano que intenta ir en auxilio del ciclope, es detenido por la fuerza combinada de la trinidad de lobos.

Los golpes llameantes de la dragona abollan y debilitan el blindaje, con sus garras las termina de destrozar, creando un profundo agujero, por donde exhala una poderosa llamarada que acaba quemando vivo al piloto dentro de su propia máquina, la cual no tarda en prenderse fuego. Una señal tomada por Sheila para saltar, y alejarse entre la multitud de soldados.

El ciclope en plena ignición, explota en miles de pedazos prendidos en llamas que caen como una lluvia de brazas ardientes, y el suelo bajo sus pies colapsa llevándolo a las profundas entrañas cavernosas del colosal muerto.

Esquirlas de metal al rojo vivo vuelan por los aires en todo el campo cercano y hieren de gravedad a soldados de ambos bandos, no pudieron alejarse a tiempo de la interrumpida trifulca, ahora convertida en un completo caos.

Todo el ambiente gana una coloración amarillenta, como si el alma rayara en ese especifico punto e iluminará cada rincón de la jungla. En el centro de todas las tropas descontroladas, dos individuos se encaran: Valkiria y el ultimo Ciclope.

A pesar de ya no poseer la ametralladora, no vuelve menos letal a la máquina. El brillo del orbe sube en potencia repentinamente, lo que hace estallar en alarma a la centaura, y reacciona al saltar a un costado, fuera del rango de un resplandor bermellón proveniente del ojo del robot.

Aquel laser rojo atraviesa una fila indefinida de árboles, hasta perderse en el infinito, dejando en el suelo un camino ennegrecido y humeante, cubierto de brazas ardientes. La Valkiria entiende entonces a que se enfrenta. Ser tocada por los ataques del ojo de la maquina podría significar la muerte.

En alto despliegue de pericia, Valkiria se arroja hacia adelante con el plan de atacar al orbe con una punzada de su lanza. Sorpresivamente, a pesar de su tamaño, el golem logra reaccionar y aparta el arma con su brazo dañado, que, a pesar de ya no poseer la ametralladora, aún es funcional.

El ciclope contraataca con una estocada de su taladro, directo a la cara cubierta por la máscara de cuernos alados, pero se encuentra primero con el fuerte escudo de la centaura.

La punta giratoria libera un espiral de chispas al chocar con la defensa, la lleva al límite, la hace trastrabillar a pesar de tener sus patas firmes sobre la tierra; su peso crea líneas con sus cascos, lastimándolos al borde que generaran aguaduras si sobrevive a esta pelea.

Ante la cercanía, Valkiria impulsa un golpe recto de su lanza, atravesando el orbe del ciclope, destruyéndolo en el acto. Por consecuencia, inutiliza la mejor arma del gigante, pero igual queda desprotegida por unos segundos.

A una distancia cercana en medio de la degollina, entre las líneas de los árboles, Alpiel detecta el desarrollo del choque de ese par de monstruos, con su ojo negro, expuesto ya que tiene las dos piezas de su casco abiertas de par en par.

—¡No hay lugar aquí para un falso hibrido, que ha escogido la sendera de la traición! —En un desatado alarido inhumano, el demonio apunta con el enorme cañón, y dispara una descarga de energía calórica en dirección a la centaura.

La centaura detecta el rayo de reojo, pero no alcanza a protegerse con su escudo por tenerlo frente al taladro, así que recibe el rayo de lleno en el codo del brazo arma, arrancándola del suelo y mandándola a volar en medio de un grito resquebrajado.

El sacrificio no se deja impune, la onda expansiva del ataque jala al gigante hacia atrás, mandándolo, al caer de espaldas a la tierra, la cual tiembla de forma breve tras el impacto.

Durante el vuelo descontrolado, Valkiria se encuentra a un árbol, y lo derriba en la colisión, y entonces el cuerpo equino rueda sobre la hierba, hasta frenar irremediablemente, mientras sus oídos son asaltados por un blanco zumbido. Una explosión de dolor se acumula en el brazo herido, completamente paralizado.

Presa del aliento entrecortado, aun con el rostro pegado en el suelo, la apenas consiente Valkiria levanta el torso humano aun con el escudo en alto, y fuerza a duras penas las extremidades de yegua para reincorporarse.

El brazo derecho cuelga como un muñeco roto, totalmente inmóvil. El caparazón estigma de la extremidad paralizada fue reventada, y expone el musculo enrojecido por la quemadura del que corren caminos de sangre, que escurren por encima de los entumecidos dedos temblorosos.

El enorme tamaño de la centaura la ayudó a evitar un daño mortal. Tras recibir semejante daño, no ha soltado su última arma y sigue dispuesta a la lucha.

Desde las alturas de los árboles, María fue testigo ocular de la derrota de su familiar, no necesitó el ardor en la marca de contrato puesta en su hombro para ser consiente del horrido suceso.

—¡¡Valkiria, no!! —vocifera la guardiana.

Carente de toda duda, la hechicera baja en veloz vuelo, y desciende delante de su familiar, como si los papeles de las dos doncellas se hubiesen invertido. Aún concentrada en proteger a la centaura, María es consciente de estar rodeada de enemigos, en especial el ciclope y el acolito a la distancia, aun protegido por filas de guardias.

«¡Escuchen! Aquí María. ¡Voy a necesitar refuerzos por este lado! Valkiria fue herida, además no podemos dejar que Alpiel salga de aquí con vida; es uno de los acólitos del rango de Risha. Derrotarlo es un golpe importante a los rebeldes. Esta horda y los ciclopes son meramente una barrera que nos impide avanzar», procura María en un mensaje telepático a los guardianes.

—¡Lance, ya oíste a María! Ve a darle una mano, parte a la mitad a quien quiera tocarla.

Ordena Alicia agazapada a cubierto, mientras recargar el rifle, con la espalda pegada a un enorme tronco tumbado. En sus laterales es acompañada por Lance y Drake, junto a otros soldados mientras abren fuego de forma fortuita.

—¡Fuerte y claro, comandante! ¡No dejes que el rojizo la cague! —En esa respuesta afirmativa, acata la orden y corre por la retaguardia dejando el resto a sus aliados de los lobos.

—¡Jodete, Lance! —dice Drake al materializar tentáculos, los cuales se estiran sobre la cobertura y disparan una refriega de flechas rojas.

A pesar de haber estado lanzado puros ataques rápidos desde la retaguardia, Alpiel ha venido por dos objetivos muy específicos, de los que quiere ocuparse tras el reporte dado por la moribunda Risha: entre ellos está María.

Alpiel se prepara para tomar represalias, y envía a una treintena de soldados a apoyar al golem, con la debida orden de matarla.

El ojo negro del centauro escruta el amplio panorama rodeado de árboles. Un suspiro de decepción sale de las fauces de la criatura, en una mueca de enojo tanto como de intriga, y se pregunta sobre el paradero de los otros dos golems junto a los refuerzos que vendrían a apoyarlo.

Las cavilaciones del acolito tendrán que esperar, ya que no es el único con objetivos marcados en esta trifulca.

Una legión de guerreros liderados por Dante, acompañado por Alice, y Drake, han salido de sus escondites y van a la carga de forma implacable directamente a por la cabeza del demonio. El grupo rebelde de a poco ha perdido soldados en la trifulca de desgaste, a la par que sus ciclopes casi han sido derrotados.

El ojo de Alpiel dilata al soslayar al guardián carmesí a la cabeza de ese grupo de soldados, reconociéndolo por las descripciones dadas por Risha, después de la caída del colosal. Otro de los objetivos a los que ha venido a dar caza.

Del ojo negro del engendro se desprende un vacío profundo, y en su boca entreabierta se relame los dientes, en una gula pecaminosa. La pérfida orden de ir a la carga, es ejecutada bajo la mano metálica del acolito.

Templarios y Fuego Oscuro chocan por última vez, sin ciclopes o tanques, son puramente la fuerza en bruto de guerreros que luchan por una tierra ya manchada de sangre.

Colocados en fila, los miembros del Fuego Oscuro disparan de sus lanzas báculos una lluvia de rayos dorados que derriban guerreros templarios, quienes no pueden esquivar la refriega. Muchos caen en esa primera descargada.

Drake se pone delante de unos soldados, materializa un escudo egida, con el cual bloquea la segunda oleada, las llamas rodean su escudo, lo hacen trastrabillar al mismo que es envuelto por el calor quemante de esos disparos.

Dada la unión, ambas fuerzas se equilibran al punto en el que los Lazarianos se abren paso en la horda.

Un elfo busca apuñalar la cara de Alice con su lanza, pero ella lo evade, y pone a sus espaldas, y antes de que pueda reaccionar, le rompe el cuello, entonces usa su cadáver como escudo de carne al mismo tiempo que abre fuego sobre sus atacantes.

Ningún guerrero humano podía hacer frente a Alpiel, ya sea por la fuerza inmensa del demonio o las tropas rebeldes que lo acompañan, los cuales se ocupan principalmente de mantener lejos a los guardianes y al comandante Dante, en la batalla campal.

El colosal tamaño del demonio lo ha llevado a recibir algunos disparos, los que no son bloqueados por el cañón o el guante metálico, y alcanzan a tocar su cuerpo, no logran herirlo de sobremanera, apenas dejan pequeñas marcas de hematomas, no atraviesan por completo la gruesa piel. Es imparable.

A pesar de todos esos esfuerzos, el enfrentamiento del acolito frente a los campeones de Trisary es inevitable como la misma muerte. En una sorpresiva orden, Alpiel ordena a sus hombres que den camino libre entre él y el dúo de guardianes que cargan en el mortal encuentro contra el demonio.

—¡Maldito bastardo! ¡¡No volverás a escapar!!

Alice cambia el cargador del rifle en un latir de corazón, en el que no quita la mirada del demonio que inició la batalla. Con un dedo puesto en el gatillo, desata el rugir del fusil.

—Por favor —sonrió Alpiel, para entonces lanzarse de frente, con la mano delante de la cara, bloqueando todos los disparos.

Drake apoya a su compañera materializando cuatro tentáculos de la espalda, cuyas puntas disparan el mismo número de lanzas, pero el demonio se aparta a un lado esquivándolas y responde con un cañonazo del brazo arma.

Drake y Alice saltan por los lados opuestos, al salir fuera de la trayectoria del proyectil que acaba estallando contra un árbol, derribándolo, lo que lleva a varios soldados a replegarse para no ser aplastados.

—¡¡El rojo me pertenece!! ¡Que nadie intervenga! ¡El ejecutor carmesí es mío para ser destruido!

Brama el demonio, al galopar en línea recta directo a la carga cual potro desbocado, con el único objetivo de ir tras Drake. Todo soldado que se interpone en su camino, es vapuleado por el avance implacable de la criatura, o es aplastado bajo el peso de sus cascos.

—¡¡Drake, cuidado!!

Alice advierte a su amigo, y al querer asistirlo es abordada por varios de los soldados rebeldes, que han decido centrar su rabia solamente en ella, por órdenes del acolito. Dante junta a sus hombres para romper las líneas de hombres bestia, percatándose que la gran mayoría han formado una barrera para que nadie se meta en esa pelea uno contra uno.

Drake reacciona al percatarse de las intenciones asesinas de Alpiel, por lo que se aparta a un costado y esquiva la estampida en línea recta. Sorpresivamente el acolito frena a corta distancia, y entonces se gira para escrutar como una lanza carmesí es arrojada a su cara como un proyectil; sin embargo, es capturada por el brazo hábil del demonio, justo a centímetros de su pecho, y la arroja lejos como basura.

—¡Demasiado lento! —grita el acolito y vuelve accionar otro cañonazo.

—¡Esa debería ser mi línea, burro mal capado! —De nuevo Drake elude la descarga rodando en el suelo.

El guerrero carmesí es ajeno a la sonrisa grotesca de su oponente, de oscuras intenciones. Al ser evitado, el proyectil llameante sigue su camino hasta chocar en la frágil tierra, destrozándola en pedazos, hasta que colapsa el suelo en una amplia área a la redonda, justo bajo los pies del guardián y demonio, jalándolos a caer al vacío.

Sobresaltado por tal giro de los eventos, desde las muñecas el guardián expulsa hacia arriba alargadas cadenas de puntas de gancho, las cuales se estiran y se aferran muy al borde del abismo. Antes de que los eslabones puedan ser tensados, el acolito se alza por encima del guerrero y lo carga tras envolverlo en sus brazos.

Tal impacto lleva al guardián a perder el aliento, sumado el peso del demonio, y el endeble agarre de los ganchos en la tierra del borde del barranco, el cual se vuelve quebradizo, al punto de desmoronarse, por lo que las cadenas pierden el soporte.

Los dos contendientes caen a las profundas entrañas de la caverna. Tal suceso es observado bajo los ojos atónitos de cada guerrero de ambos bandos, en especial por Alicia de rostro angustiante bajo el casco, temerosa del destino incierto de su amigo.

Durante la caída Alpiel aprieta el agarre en una fuerza monstruosa, en la que poco a poco asfixia al guerrero, quien teme ser aplastado en su propia armadura; sin embargo, los brazos no fueron capturados.

Drake ejecuta un gancho izquierdo en el morro de la criatura, seguido de un derechazo fortificado por un guantelete pesado, que por fin afloja la llave; en ese instante un rodillazo hacia arriba conecta en la mandíbula del demonio alzándolo hacia arriba, y libera al guerrero, quien rápidamente expulsa cadenas de sus manos las cuales se enredan en las estalactitas cercana, atándose y se retrae.

Las plantas de los pies del guardián, chocan sobre la estructura de roca y se aferra a la misa, por medio de unas garras en sus manos, junto a dos pares de tentáculos en su espalda. En su mente surca la idea de balancearse en pleno uso de las cadenas, para retornar a la superficie, y dejar pudrir a aquel demonio.

El mensaje telepático de María, resuena en la sique de Réquiem. No podía dejarlo vivo. Como si la situación no fuese lo suficientemente precaria, espinas crecen de la armadura; algo alerta a la entidad roja, una sensación comparable a la llegada del dios antiguo.

Sin tiempo para poder razonar las posibilidades y como si destino respondiese a las efímeras cavilaciones del guerrero, la caída del acolito es frenada de la nada, de tal manera que queda suspendido en el aire. Bajo sus cascos se materializa una superficie cristalina, la suficientemente mente ancha para abarcar su tamaño y también para aguantar su pesada mole.

En las herraduras de cada una de las cuatro patas, se iluminan unas runas doradas y son las causantes de la proyección, delatándolas como herramientas mágicas.

—¿Cuántos trucos guardan estos bastardos? —pregunta Drake en una sonrisa nerviosa, atónito por la revelación.

—¡Ni te imaginas lo que tengo preparado para ti, pedazo de mierda!

Sobre un suelo invisible, Alpiel dobla las patas traseras, se impulsa en una estampida hasta acortar la distancia lo suficiente y pega un brinco largo aun con el cañón en pleno enfriamiento.

Rápidamente Drake reacciona al disparar cadenas que se enredan en otra estalagmita, alejándose de su anterior refugio, destruido por un puñetazo del guantelete pesado. Alpiel se gira, y dispara un nuevo rayo, esta vez bloqueado por los tentáculos cruzados usados como escudos en una rápida reacción por el guerrero aun en el aire, empujándolo de espaldas hasta impactar de espaldas sobre la pared, desmaterializándose sus agrietadas construcciones.

—¡Mierda! —insulta adolorido—, eso dejará marca.

Sin tiempo para respiro, los ojos esmeraldas se abren al máximo al soslayar como Alpiel viene en estampida.

—Como la mosca a la araña, ¡Buscaba que entre todos fueras tú el que cayeras en mi red, guardián! —grita Alpiel al ejecutar un puñetazo aplastante de la mano de hierro.

Drake se apoya con las manos pegadas a la pared, a los bordes del agujero que ha formado con su cuerpo y se avienta hacia arriba en un salto que elude el golpe del demonio, el cual se entierra en el agujero, en una explosión de escombros mezclada con polvo.

—Querías llamar mi atención ¿eh? —De la espalda de Drake surgen como látigos cuatro tentáculos, cernidas en la dura superficie rocosa y lo ayudan a mantenerse en ese punto de gravedad al levantar su cuerpo. La pared se convierte en su nuevo suelo—. ¡Entonces ya la tienes, pendejo!

En plena furia, Drake se abalanza con dos de las extremidades superiores ataja en doble latigazos, bloqueados por los brazos metálicos, y la mano metálica atrapa el tentáculo izquierdo que se amarra en el antebrazo. El apéndice derecho es apartado por un golpe lateral del brazo cañón, lo que alerta al guardián, cuyos ojos esmeraldas ven como el arma se rearma y se regresa para ejecutar un disparo a quema ropa.

Esa voluntad falla ya que los tentáculos inferiores impulsan al guerrero de puño derecho fortificado en un guantelete pesado, que contragolpea el cañón, haciéndolo disparar para otro lado, lo que lleva al demonio a retroceder fuera de balance.

Los tentáculos superiores, y el guantelete pesado se vuelven cenizas, a la par que de la mano libre de Drake se materializa un garrote con pinchos y ejecuta un golpe de lleno en la cara de la criatura, volteándole la cabeza. Gotas de sangre negra salpican la pared rocosa, la proyección de las herraduras es desmaterializada al ser perdida la concentración de Alpiel, y por consecuencia cae al vacío desde una distancia no muy alta.

Una sonrisa macarra se plasma en el rostro de Drake, bajo el casco al sentirse poderoso por haber conectado un ataque contundente a un acolito. En cenizas se vuelve la masa picuda, al ser remplazada por los dos tentáculos superiores.

La criatura cae duramente en el fondo de la caverna, en desatada explosión de escombros que alza una espesa nube de polvo. Como una araña trepadora, Drake no tarda en descender al usar sus cuatro construcciones, para desplazarse en la superficie de la paread y finalmente llega al fondo del abismo, en el cual no lo esperaba un mundo de profunda oscuridad.

Una vez de pie en la planta baja, las construcciones se vuelven cenizas. Los ojos esmeraldas permiten a Drake ver en la oscuridad, por lo que no tenía problemas en pelear en penumbras.

Estuvo tan concentrado en mantenerse peleando por su vida durante la caída, que no prestó demasiada atención en lo que estaba en la planta baja del colosal. Después de todo, es bien sabido que no debe mirar abajo a una gran altura.

Paredes de los alrededores son recubiertos por enormes incrustaciones de cristales de un azul aguamarina, de un brillo que parpadea tenuemente, cual latido de corazón agonizante y alumbra las oscuras entrañas del titán.

La respiración del guardián se acelera, su corazón bambolea frenéticamente al punto en el que tiene que ponerse la mano en el pecho para controlarlo, cosa que apenas logra, todo lo contrario, a los pensamientos y preguntas que abordan su mente sobre este lugar.

Una mezcla de intensas emociones llena a Drake: asombro, espanto, y confusión al ser presente de un panorama tan bello que solo puede venir de un cuento de hadas, venidas de un trasfondo oscuro, capaces de crear vida, capaces de sembrar muerte, nacidos de grietas en el espacio y tiempo; una energía desconocida manifestada en esos minerales preciosos.

El Réquiem no ha visto un lugar con tal demasía de cristales, desde la Balsa, la academia militar de guardianes que fue construida sobre una mina. En ese instante el guerrero lo comprende, la alerta de su armadura fue causada por los cristales, no por el peligro que representaba Alpiel.

El crujido de las rocas alarma a Drake, quien adopta una posición de lucha, dispuesto a poner fin a la vida de aquel demonio de grotesca carcajada, que resuena en prominente eco en cada rincón de esa cripta antinatural.

Desde las montañas de escombros, surge el gigantesco centauro como una sombra monstruosa que parece devorar la débil luz de ese recinto.

Alpiel permanece apacible con los brazos extendidos a la altura de los hombros, como si dijera "¡Te he traído donde quería!" Drake no se amedrenta por la situación en la que está; continua valeroso a dar pelea en mirada de sangriento acero, aun cuando su piel se eriza cual cerdo llevado al matadero por la enorme sonrisa en el morro de la criatura.

Los dientes amarillentos de Alpiel son expuestos, y cubiertos por sangre, que se derrama en un grueso camino que desciende hasta la barbilla, donde gotean hasta tocar el suelo.

—Mierda... —Se pasa la mano en la boca—, de todos los resultados posibles, no esperaba que todo me fuera tan a pedir de boca. Ustedes los perros del credo Templario son jodidamente predecibles a la vez que manipulables; dos factores en los que se parecen a sus amos. Terminaré con mis propias manos lo que Risha empezó.

—Ríes demasiado, aun cuando te he estado dando una paliza. Conocías la existencia de los cristales de antemano, ¿no es así? ¡habla! —En un despliegue suspicaz y mirada de acero, arroja la pregunta interrogante. El deseo de sobrevivir y de salir de nuevo de este contrato, se nivela con la sed de respuestas del guerrero.

—Estúpido media sangre. Nunca te preguntaste ¿Dónde estaba durante la incursión al colosal?

Ese insulto lanzado como saeta, tensa como un arco a Drake, lo que enciende las flamas en sus ojos esmeraldas. Alpiel llama media sangre tanto a malditos como reencarnados, considerándolos peor que parias al unir fuerzas con los Templarios.

—Por supuesto que no. No mereces mi atención ni mi tiempo; tarde o temprano te íbamos a dar caza —contesta tajante—, déjate de estupideces y explícate, o voy a sacarte la verdad a golpes.

—Cuando Risha invocó a Frenyr, dada la conexión de familiar, detectó la presencia de minas de cristales en sus entrañas —explica—, se me ordenó ir junto a unos ciclopes y un batallón a proteger dichas áreas, por un mapa que me fue proporcionado atreves de un mensaje holográfico. Se supone que después de aniquilarlos, me ocuparía de extraer esas minas, una de ellas es donde estamos parados.

—La jugada no les salió como esperaban después de todo —Drake sonríe de forma ladina, en una contestación cínica que produce el enojo en Alpiel, reflejado en el chirrido metálico del guantelete al apretarse en un puño.

—Dada la posibilidad de que Risha perdiera, debía destruir las minas usando los orbes de mis ciclopes después de sacar unos cuantos, siempre que se pueda. No podía caer en manos Templarías. —Alpiel niega con la cabeza y camina alrededor de la caverna lumínica, a paso cuidadoso al ser seguido por la mirada del atento guardián.

—Activarlo en plena batalla fue un acto muy arriesgado, aun si las posibilidades de derrota eran bajas, apostaron todo y perdieron una poderosa arma, como muchos recursos —expone Drake su punto, por lo que empieza a pensar que la reina de corazones es una idiota.

—Quizás... aunque no del todo —contesta—, este dios tiene cientos de años de existencia, era obvio que habría cristales en sus entrañas. Si lo despertábamos antes, pudo atraer mucho la atención de la alianza Templaría, y nos causaría muchos problemas. Por lo que usarlo en esta batalla, fue lo mejor podíamos recurrir.

—No tiene sentido todo lo que has hecho, la flota Rhodantiana llegó de todos modos a petición de Flora desde mucho tiempo atrás. —Drake se torna impaciente—, en vez de destruir la mina, has hecho que la encontramos, dudo que tengas bombas para matarnos al volarlas en pedazos y aunque las tuvieras, morirías junto a tu ejército.

—Aún no he terminado... en efecto no tengo bombas. —Lo detiene con la mano enguantada—, iba a destruirlas de no ser, por mis exploradores, ya que descubrieron a un regimiento de Templarios pasar sobre una de las minas... esta en específico. Lo mejor era que lo dirigía uno de los líderes de la armada de Lazarus, y era obvio que venían a restar a los guardianes.

» Una oportunidad única a irrepetible. Me llegó una idea, en vez de destruir estos yacimientos, he decidido usar este mismo, al imaginar que no serían lo suficientemente inteligentes como para no seguir una ruta diferente.

—¡Maldita sea!

Drake aprieta los dientes y los puños en profunda frustración; fueron demasiado descuidados y no tomaron las medidas de prevención para evitar este ataque. Una táctica básica que, al ignorarla, ha costado la vida de muchos soldados.

—Mi objetivo era aniquilarlos a los seis, en especial a ti y a la hechicera por lo que le hicieron a Frenyr... —Las piezas del cañón se re ensamblan, y la humareda se apaga—, si traía a esa ramera, podía usar los cristales en mi contra... pero tú... el asesino de dioses, según lo contado por Risha y a pesar de ser un maldito, no posees un aura mágica... en otras palabras.

Alpiel pega la mano enguantada en uno de los cristales de la pared, inmediatamente la luz del mismo se eleva; como fuego se extiende al encender en brillante fulgor las venas de la extremidad hasta abarcar todo el torso y finalmente llegar al brazo arma.

El vacío oscuro del cañón se enciende en un azul sombrío, del que se unen ascuas en un subidón de energía, en creciente sonido de vibrante carga.

—¡Me cago en tu puta madre, demonio! —Drake no pierde tiempo y salta de manera evasiva lo más lejos posible, y sus miedos se vuelven realidad.

Una inconmensurable energía calórica azulada, es expulsada del cañón y sigue su trayectoria borrando del mapa todo a su rango.

Pedazos de escombros vuelan por todas partes, ante tal ataque que ilumina la caverna, ninguno de los disparos anteriores de Alpiel se compara a este poder ionizante, nada podría sobrevivir a su toque de muerte, proveniente de un único cristal, el cual pierde su brillo y se derrite cual hielo al sol.

El traqueteo de las rocas golpeando el suelo, acompañado por el crepitar de las brasas ardientes reina en la caverna, de la que se escucha apenas perceptible metralla proveniente del mundo superior, el cual fue sacudido en un efímero sismo a causa de la energía asesina de Alpiel.

Drake yace arrodillado con las manos puestas en la tierra, en respiración entrecortada. Le cuesta trabajo poder contener el aliento, con los ojos abiertos de par en par observa el camino de tierra derruida que dejó a su paso el resplandor; rocas son teñidas por ardientes líneas anaranjadas como rocas volcánicas.

—¡Por amor al viajero! ¿Cómo puede ser...?

Drake no acaba de terminar la pregunta, cuando de repente ve Alpiel regresar a la carga; el cañón se ha vuelto en el brazo mecánico con las piezas separadas emitiendo vapor y descargas eléctricas.

—¡¡Este es el poder de un dios y de un abismal combinados, escoria!!

En un ágil movimiento, Drake rueda en el piso y evita ser golpeado tacleado por el demonio, dejándolo pasar de largo. Al estar a una buena distancia, el guerrero forja un par de discos con dientes afilados y los arroja al mismo tiempo.

Alpiel se vuelve, y en lugar de esquivar los estiletes de vuelo rapaz, los bloquea y desvía con sus brazos metálicos, dejándolos clavados en la tierra, convertidos en cenizas por orden del guerrero para no ser usados en su contra.

—¡¿Cómo Lance puede hacer esta mierda?!

Alpiel dobla las patas traseras, alzándose en alto salto y se deja caer en picada justo por encima de Drake, quien salta hacia atrás para evitar un doble pisotón de los cascos delanteros. Réquiem cambia la estrategia al correr por el lateral izquierdo del demonio, flanqueándolo al materializar un enorme taladro en el brazo derecho y ejecuta una estocada directo al torso.

En una carcajada mórbida, Alpiel encara el ataque al pararse de manos y de sus cascos delanteros se materializa la barrera cristalina que usa para frenar el taladro, en un impacto frenético del que se desprenden ondas de choque a la par de chispas.

La barrera se desmaterializa y emite una fuerte oleada expansiva que empuja al guerrero, mandándolo a caer sentado al piso en una alargada distancia. El agrietado taladro en el brazo se vuelve cenizas, en un quejido doliente al ponerse de rodillas. Las construcciones pierden resistencia poco a poco a causa del hambre.

Sin tiempo de ganar un respiro, Drake soslaya como la bestia regresa a la carga en un galopar frenético y no da tiempo para esquivarlo, no quedando de otra que recibirlo. Un puñetazo del guantelete metálico choca con los brazos cruzados del guerrero y lo alza del suelo, lanzándolo por los aires como si fuese un muñeco de tela.

La espalda de Drake se encuentra con la pared rocosa, cuarteándola en el impacto y tras un quejido doliente, el cuerpo envuelto en la agrietada armadura cae de cara al suelo, dejándolo aturdido.

Con las manos apoyadas en la dura grava, al ser recorrido por el dolor, el guardián se vuelve a reincorporar entre bufidos cansados.

Unas grietas se plasman en la envergadura de la máscara y la placa pectoral. La cabeza parece dar vueltas en el guerrero. El metálico sabor de la sangre se acumula en su boca, llevándolo a seguir en el mundo consiente, debido a un dolor agudo en el costado que sujeta con su mano enguantada.

Con una visión en proceso de aclararse, los ojos esmeraldas de Drake, se abren de par en par en sentidos restablecidos y se acomoda el casco nuevamente. Alpiel se acerca a paso tranquilo, el golpeteo de los pesados cascos produce potente eco en la caverna.

—¿Demonio? ese sobrenombre dado por los credos, no nos hace justicia a ... quizás para ustedes los híbridos media sangre —replica Alpiel, aun con el brazo arma templando humeante, ese último ataque ha alargado el tiempo de enfriamiento—. Nosotros tenemos nuestro propio nombre, otorgado por el lugar donde provenimos... quémalo en tu mente antes de irte a ese lugar, nos llamamos abismales. Hemos hecho un pacto con los otros inhumanos, recuperaremos lo que nos fue arrebatado.

—He escuchado acerca de eso... aunque también los llaman las perras de Chroneidos, después de que los celestiales les patearan el culo, en la primera edad.

Drake respira profundo, y tambaleante se coloca en guardia. En su ser se arrepiente por no haber alimentado al ente antes, todo por el miedo de no enfrentar su trauma de nuevo; parece que no ha cambiado en nada, sigue siendo un niño asustado en el fondo. Fue demasiado cobarde como para proteger a su padre, careció de experiencia con la cual guiar a Connor y fue demasiado débil para salvar a Naomi. No Puede hacer nada, nunca parece que podrá lograr un milagro, es tan solo un simple y mundano humano.

—¿Te crees muy gracioso, mocoso? —Alpiel se pone en posición—, ¡bien! pronto dejaras de reírte y solo podrás gritar. Cuando mi cañón se restablezca, estarás muerto.

—No, te prometo que no vas a volver a disparar ese rayo otra vez. Estoy viendo a un fantasma, no vas a volver a ver un mañana.

Contesta Drake en férreo coraje al desprender fulgores esmeraldas, en manifestado espíritu guerrero, del que no puede ser purgado algo de miedo y reconoce que sigue en desventaja. Ha hecho muchas construcciones seguidas, en una lluvia de ataques que ha sido poco efectiva, mostrándose en la carmesí coraza que acumula quebraduras por cada golpe, a causa de no alimentar a la entidad como es debido. El guerrero se pregunta cómo va a poder vencer a ese demonio antes de que vuelva a ejecutar ese horrible ataque