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Capítulo 16: La sangre de los elfos.

Durante el enfrentamiento de la trinidad del lobo contra el dios fauno, en los túneles altos de las entrañas pertenecientes al cráneo del colosal titán elemental, la segunda degollina que decidirá el destino de Lazarus se lleva acabo.

Las oscuras cavernas de paredes cubiertas de estalactitas, la paz eterna es perpetrada por constantes sismos y resplandores violetas que devoran toda sombra existente.

El largo, y ancho túnel en zigzag cual alargada anaconda, se desplaza la hechicera llamada María, al volar en acción evasiva a través del interior de la garganta rocosa, al huir de rayos dorados de energía calórica, tan veloces como balas que vuelan quemantes a través del sendero cilíndrico, repleto de altas estalactitas y estalagmitas como si fuesen voraces fauces de sanguijuela.

Los cortinajes de la capa y las largas trenzas de la guardiana ondean ante el viento rapaz, al esquivar cada uno de los disparos, que acaban impactando contra los pilares de roca.

El corazón de María bambolea acelerado en el interior de su pecho a punto de explotar, en un subidón de adrenalina que se expande por el torrente sanguíneo, entre corrientes estáticas de nerviosismo cernidas sobre su columna.

—¡No importa que tan rápido vueles, pequeña perra! ¡¡Usaré tu carne y tus entrañas de ofrenda a los dioses antiguos!!

Una vociferación de suprema malevolencia resuena entre los pilares, y produce un alto eco capaz de taladrar los tímpanos de María, haciéndola mirar de reojo a sus espaldas, y sus pupilas se dilatan al contemplar a Risha pasar entre los pilares en pleno vuelo, persiguiéndola de forma implacable.

El encarar a la druidesa, produce en la hechicera un sentimiento comparable a plantar cara a la muerte, y a pesar del miedo hacia el peligro latente.

En María alberga el objetivo de llevar la pelea, lo más lejos posible del enfrentamiento de sus aliados, y mantenerse en el aire, lo que limitaría el número de técnicas empleadas por la druidesa.

Si la guardiana cae, no pasará mucho tiempo para que la bruja vuelva a unirse al dios elemental, y eso será fin del juego para los guardianes de la orden del lobo.

La victoria reside en las manos de María, en ella caerá la diferencia decisiva entre la victoria y la derrota de los Templarios sobre los inhumanos; una cruel ironía.

—¡Puedes intimidarme todo lo que quieras, Risha! ¡Pero vas a lamentarlo! —desafía María en temple de hierro—. ¡No dejaré que culmines tu rebelión, a costa de la vida de millones!

—Ya escogiste un bando… ¡Tan idiota, y con una cabeza llena de piedras, como un Templario! Después de todo resultaste ser más humana que elfo… —exclama la bruja con firmeza—. Pero en los verdaderos elfos…

En un abrir y cerrar de ojos la druidesa logra volar a la par de María, y ambas intensas miradas por fin se cruzan y se ejecuta un alarido de batalla en la garganta de la acolita.

—¡¡Solo hay convicción!! —Risha acumula poder en su báculo, y dispara un torrente de energía a corta distancia, lo cual no daría tiempo a la hechicera de bloquear con su magia.

Inundada de ferviente coraje, la joven violeta gira su cuerpo como un trompo, y observa en cámara lenta, como aquella descarga dorada pasa por encima de su rostro, abordándola en oleadas de intenso calor.

Tras esquivar el asalto, en pleno vuelo la hechicera jala su cuerpo hacia atrás al tiempo que dispara una lluvia de proyectiles luminosos sobre su enemiga, la cual se cubre atrás de una alta estalagmita, que bloquea todo el daño en una explosión de granito y polvo.

Risha se impulsa hacia adelante, y golpea con su báculo el mismo pilar de piedra usado como cobertura con anterioridad.

Del mazazo precede un parpadeante círculo mágico sobre la envergadura rocosa, la cual se desmorona la parte central de la estructura, y lo convierte en múltiples estacadas disparadas cual ametralladora, cuyo objetivo es la guardiana en pleno vuelo evasivo

Durante el frenesí, uno de los proyectiles pasa al lado de la pierna de la hechicera, y desgarra tanto la tela protectora como la carne en un torrente de sangre, del que precede un quejido angustiante, al descender precipitosamente a punto de estamparse contra las rocas.

María cubre su cuerpo en una esfera de energía, que impacta sobre la tierra y amortigua el golpe.

Risha desciende sobre el suelo firme, y una corriente eléctrica emitida desde las plantas de los pies se extiende por el terreno, seguido de un efímero temblor en la tierra, y por debajo de la cúpula protectora de la hechicera se levanta un pilar bajo, vapuleándola y la manda a volar por los aires, como si fuese una pelota en donde le espera una estalagmita.

A pesar de la herida sangrante en el muslo, la hechicera concentra todas sus fuerzas en mantener la barrera mágica, agrietada tras ese golpe, lo que marca las venas en su frente y un hilo de sangre cae cuesta bajo de una de las fosas nasales hasta gotear de la barbilla.

Al chocar contra el pico, catapulta de nuevo a la hechicera devuelta al suelo, aun dentro de su campo de fuerza que ha acumulado un sin número de quebraduras, y al descender se desmorona en fragmentos vidriosos; es obvio que no soportaría otro impacto.

En una contramedida desesperada, la hechicera conjura un rayo bajo los pies con su mano, y atraviesa la esfera anulándola, al tiempo que estabiliza su vuelo en el aire. María no alcanza a tomar un suspiro, tras ver venir como Risha expulsa otro fogonazo solar de su cetro.

En un acto de puro reflejo, la guardiana vuelve a alzar su báculo y conjura una nueva defensa, dándose cuenta muy tarde de su error: no podría bloquear el ataque, tras no recuperarse del desgaste de los placajes.

El muro mágico es fácilmente destrozado, por el fogonazo envolvente en una fiera explosión y el báculo de media luna cae envuelto en humaredas, y rebota sobre la tierra; al tiempo que María desciende girando descontroladamente por los aires.

Enrojecidas heridas se han acumulado en el brazo diestro, mostrándose parte del musculo sanguinolento. El guantelete ha quedado hecho pedazos, y la mano se ha llevado algunas laceraciones. De no ser por la endeble protección, habría recibido un daño mortal, y el guante evitó que perdiera la mano.

En plena caída la conciencia regresa en María, presa de un dolor inimaginable no ultima la fuerza de voluntad dentro de ella, y al estar cerca de topar el suelo, recupera el aliento junto a la magia de vuelo, alejándose del suelo a toda velocidad.

Presa de una respiración acelerada, con una mano en el sangriento brazo herido, la hechicera reprime un quejido de dolor. Después utiliza magia de luz que calienta su mano zurda, la posa sobre el muslo sangrante, y cauteriza la herida al reprimir con los dientes apretados con fuerza.

Tras tomar un corto respiro, María ladea la cabeza en búsqueda de Risha, pero su suerte la lleva a encontrar primero su báculo, por lo que decide llamarlo por la conexión psíquica. Al instante que el objeto se separa del suelo, unas enredaderas espinosas surgen debajo del artículo, envolviéndolo y la jalan de golpe contra la tierra.

Ante de que la guardiana sea capaz siquiera carburar lo que sucedía, un pilar de piedra rompe la tierra, y se alza bajo el báculo atrapado, destruyéndolo en pedazos frente a los ojos anonadados de su dueña con la quijada colgante, y su piel ya pálida, tornándose aún más blanca al ser la sangre congelada.

—¡Destruir tu báculo frente a tu cara, no tuvo precio! ¡Valió la pena prolongar un poco más tu muerte, mestiza!

En tierra, Risha emerge de la cobertura de un pilar, y vuelve a elevarse con la capa verde ondeante, de la que surgen una tormenta de pétalos de rosa que de apoco envuelven el cuerpo de la druidesa, en un efecto hermoso del que se destila una fragancia perfumada; adornada en una tenue neblina roja como la sangre.

El rostro de la hechicera se haya expectante en alarmas aceleradas, y se pone en posición de lucha.

—Me sorprende que pretendas tener una oportunidad de ganar. —Risha habla en galante sonrisa carente de dudas, en pleno regocijo por el torrente de flores cargadas de poder mágico remolinantes a su alrededor—. Si ruegas por misericordia, te concederé una muerte rápida y sin agonía.

María respira hondo, y aun en un rostro que expresa dolor, con la mano puesta en la herida del brazo sangrante, pero aún puede moverlo aun cuando la mano esta algo adormecida, mueve los dedos para mitigar el calambre. Los ojos purpura de la guardiana destilan una frialdad asesina, que al cruzarse fijamente con los ojos de Risha, cae en esta ultima una sensación de peligro que escala la columna.

—No seré más una víctima —responde la hechicera en ferviente voz, decidida a matar—, te aseguro quien va a morir en agonía serás tú.

—¡Veamos si tu poder refuerza tus palabras, traidora! —Como una bestia sanguinaria, la druidesa arroja el torrente de pétalos de rosa tan afilados como navajas.

La guardiana mueve sus manos a su alrededor, y conjura un anillo a su alrededor hecho de telarañas eléctricas, que destruyen cada uno de los pétalos, pero uno logra ejecutar un leve corte en la frente y repercute en un hilo de sangre que cae cuesta abajo por el rostro, obligándola a cerrar un ojo. La druidesa retrocede en pleno aire, y María procede a desplazarse a la derecha al tiempo que arroja una refriega de proyectiles de luz, al intentar protegerse.

Risha evade todos, y cada uno de las descargas de energía, al resguardarse atrás de los pilares, usándolos como escudo.

Explosiones luminosas extinguen la oscuridad de la cueva, apenas alumbrada por los agujeros del cráneo del titán. Las capas de ambas hechiceras silban como el viento, al ser iluminadas cada una por su respectiva aura, haciéndolas lucir como seres celestiales en plena colisión.

Repentinamente Risha sobrevuela a la hechicera, quien la detecta al alzar la cabeza en faz de sorpresa, al ver que en el puño de la druidesa carga un grupo pequeños de hongos recién sacadas del bolso, y los dejar caer en el aire las setas como granizo, y al instante explotan en una humareda venosa color purpura, cernida sobre la guardiana, quien aguanta la respiración tapándose la boca y cierra los ojos con fuerza, parecía que ese era su final.

De los cristales purpura que conforman la indumentaria de María, se liberan centellas eléctricas tornándose de color azulado en un aura tormentosa, como si la tormenta se situase en la caverna. De las ventanas del alma de la hechicera se abren de golpe, embadurnadas de un violento color azul eléctrico, que culmina en un grito de furia capaz de liberar un campo electromagnético, para crear una onda de choque que impida el avance del gas y lo disipa antes que siquiera pueda tocarla.

Risha se cubre con las manos ante el llamado del trueno, con los cortinajes del traje silbantes por la fuerza expansiva de la energía liberada por la mujer violeta, quien aún sobrada de poder toma la iniciativa al elevarse a alta velocidad, al tiempo que en su mano forma un disco giratorio de energía, que arroja de forma cortante en búsqueda del cuello de la bruja, pero esta última no tarda en reaccionar y ejecuta un nuevo rayo solar que fulmina la cierra en un estallido centellante.

La furia de María no cesa, entonces retrocede al disparar múltiples esferas de alto voltaje de sus manos, tal cual granadas. Aquella ejecución es fortuita, ya que la bruja vuela alrededor al moverse aprovechándose de la cobertura de las estalagmitas, y estalactitas, lo que amortigua varios de los ataques explosivos que iluminan la caverna, en ensordecedores alaridos tormentosos.

No pasa mucho tiempo para que la bruja retorne, esta vez acortando la distancia con la retaguardia de la hechicera. En una risotada extasiada, Risha ejecuta un mazazo envuelto en energía mágica.

La hechicera reacciona al apartarse a un costado, lo que la salva de un golpe mortal, sin embargo, no se aleja demasiado, apenas se separaron un par de metros.

Al cruzar las miradas nuevamente, por primera vez durante toda la batalla, la bruja contempla una sonrisa ladina en el rostro mugriento de la hechicera, cuya mano diestra se posa sobre el largo broche de pelo, separándolo y lo revela como una varita mágica.

Inesperadamente en un despliegue desbordante de poder arcano, los cortinajes de la capa ondeante de María, se dividen en seis pliegues vivientes y se estiran como serpientes en mortales dentelladas sobre la bruja, enredándose en sus cuatro extremidades inmovilizándola entre forcejeos e improperios.

Entonces un destello eléctrico es disparado de la varita, y conecta de lleno en el estómago de la druidesa, instantáneamente quemándola como una lluvia de ácido, y la expulsa lejos con tal fuerza que obliga a las enredaderas a soltarla. Pero en ningún momento la bruja afloja el agarre en el aparentemente pesado báculo.

Como toda hechicera poseedora de la afinidad de crear herramientas por medio de la alquimia, se ha guardado algunos juguetes para uso personal: entre ellos una capa mágica, un traje resistente que acumula mayor poder mágico, a través de unos cristales repartidos en la indumentaria para protegerla, y una varita mágica escondida como broche, por si llegan a perder el báculo en plena batalla

A pocos metros del suelo, Risha gira en el aire. y desciende de pie siendo empujada por la fuerza residual del impacto, apenas disminuyendo su velocidad al clavar la parte baja del báculo en el suelo, y entonces vuelve a reincorporarse tambaleante, presa de un dolor indescriptible.

Con el cuerpo atacado por espasmos temblorosos, y jadeos sin aliento, la druidesa toca el agujero humeante en el peto, que se abrió paso hasta llegar a la carne en una sangrante laceración carmesí. De no ser por el blindaje el daño hubiese sido de mayor gravedad.

María recupera el aliento en las alturas, y en una posición dominante dispara un nuevo rayo eléctrico desde la varita apuntando hacia Risha, quien, al atestiguar tal acto, pega un pisotón e invoca alrededor de ella múltiples pilares que se alzan y fungen de pararrayos.

Tras la efectiva defensa, la druidesa oculta bajo la cobertura de uno de las estalagmitas rocosas, con una respiración alterada con la mano sobre su herida. Toma del interior de su bolso un frasco, tras destaparlo procede a beberlo de un solo trago.

Risha deja ir un suspiro agobiante al tratar de acomodar sus pensamientos, los cuales repentinamente son abordados por una acida sensación que corroe su alma, y mente, debido al vínculo psíquico y espiritual ligado al fauno divino.

«Ha activado la coraza a prueba de fuego… no puede ser… no detecté una afinidad con ese elemento entre esos guardianes, a lo mucho el uso de explosivos, pero solo flamas constantes la activarían… a menos que… hayan recibido refuerzos», escruta la druidesa mordiéndose la larga uña del pulgar, en una mezcla de rabia y preocupación.

La confianza en la victoria de su familiar comienza menguar en la bruja. No subestima para nada las capacidades de sus oponentes, que parece subir en números y dada esta ventaja los llevaría a abrumar al fauno, a pesar de ser una divinidad en pleno despertar. Por lo que la bruja decide el culminar la batalla de una vez, al sacar una nueva semilla de la bolsa.

La bruma de polvazón recubre el terreno, del que meramente se escucha el crujir de los escombros caer cuesta abajo al vacío.

María vuela en afilados sentidos en búsqueda del paradero del enemigo. La hechicera no cree haberla derrotado aun cuando conectó un buen golpe, no deja que la confianza nuble el buen juicio, y permanece con la cabeza helada.

De la nada un nuevo temblor azota la caverna, no otro de esos sismos que se sienten lejanos al venir de las guerrillas cercanas, esta es nacida del mismo lugar, la hechicera herida lo asimila en sus propias carnes, y al prevenir la posibilidad de ser un nuevo pilar o rayo solar, se prepara, siendo esa suposición muy alejada de la realidad.

La tierra explora en un denso polvazón, de la que surgen monstruosas gruesas raíces que se alargan como tentáculos en búsqueda de la hechicera, quien sobresaltada emprende la acción evasiva, y contra ataca con rápidas descargas de su varita, que repelen los chicotazos.

Los apéndices oscuros caen uno tras otro, y al mismo ritmo continúan alzándose desde las profundidades subterráneas, hasta que en un terremoto de mayor magnitud es evocada una gigantesca planta carnívora, de color negro muy parecida a un gusano de tierra, con unas fauces de unas mandíbulas prominentes llenas de colmillos. Un golem elemental de la naturaleza.

Ante de poder siquiera reaccionar, la colosal criatura devora entera a la guardiana de una única dentellada antes de volver a pegar su cuerpo sobre la tierra.

Risha observa todo flotando en el aire, con los cortinajes de su capa ondeantes, mientras en su cara se esboza una faz de satisfacción por su victoria.

—Encárgate de aniquilar a esa reencarnada del campo de flores… —indica la druidesa a su última creación, antes de marcharse.

En el corazón del panal, Sheila esquiva los aplastantes puñetazos del gigante coloso hasta que una patada curva llega a su lateral izquierdo, haciéndola cubrirse con sus brazos y es empujada lejos hasta impactar airosamente contra uno de los pilares, liberándose una explosión de polvo y escombros al ser marcada la figura de la joven en la superficie de piedra.

La guardiana jadea cansada apoyada de sus propias rodillas, mientras vapor blanquecino es liberado de las heridas abiertas en plena regeneración; de la quijada gotea espesas gotas de sangre, la nariz ya fue reconstruida por el factor curativo, algunos hematomas siguen oscurecidos en el rostro, encharcado de lodo y el carmesí líquido vital.

—¿Eso es lo mejor que tienes? … cornudo come mierda… todavía estoy calentando. Voy a arrancarte ese núcleo y me voy a comer frente a tus esclavos. —La dragona se coloca en una posición desafiante, tras escupir un gargajo sanguinolento al suelo.

Sheila cree ver por un segundo una grotesca sonrisa de burla en el morro del dios, al ser pronunciada una corta oración en ese extraño idioma a modo de contestación, mientras emana esa bruma húmeda sobre la coraza de roca, volviéndolo prácticamente invulnerable al fuego.

Dios y dragón se miran fijamente, ninguno parece estar dispuesto ceder. Cuando ambos adversarios se preparan para reanudar la pelea, una lanza carmesí vuela por los aires, cual mortal proyectil e impacta y rebota contra la nuca de Frenyir. El ataque fue completamente inefectivo, apenas lo hizo parpadear.

En seguida la criatura inclina la cabeza por encima del hombro, en un gesto de molestia resoplando por la nariz como si fuese un toro embravecido.

La mirada de flamas esmeraldas del dios se encuentra al guerrero carmesí, y a la tiradora de armadura verde con su rifle recién cargado.

—Necesitaras algo más que fuerza bruta, para poder siquiera retenernos —exclama Alicia en temple de hierro, mientras apunta a la cabeza del dios caído.

—¡¡Les dije que no interfieran!! ¡Esta pelea en Lazarus me concierne únicamente a mí! —vocifera la dragona en plena rabia, emanante de ascuas flamígeras al ser la piel rosada recubierta en escamas.

—Vaya que lo pudiste manejar sola, en el poco tiempo que estuviste revolcándote en el piso —interviene Drake con cinismo, con una mano en el costado al tratar de apaciguar el dolor de la anterior golpiza propinada.

—¿Estoy peleando contra un equipo de guardianes, o una pandilla de niños malcriados?

El escuchar la cantarina voz de la druidesa desde las alturas, es comparable al helado azote de una nevada invernal sobre los guardianes, y sus almas caen a los pies al alzar la mirada, y avizoran a la bruja descender de forma elegante desde los túneles superiores del panal, con los pliegues de la capa danzantes como alas de un ser angelical.

—No… —musita Alicia con el corazón hecho un nudo, ante una visión horrida en su mente sobre el destino compañera de cabellos violeta.

Los pies de Risha tocan suevamente la tierra derruida, y desgarrada, parándose al lado de su monstruoso acompañante. En el agujero de la placa pectoral de la bruja, se ha acumulado una capa de musgo ennegrecido que abarca toda la herida, en un proceso curativo y anestésico.

—Se han atrevido a herir a un guardián de la tierra, bajo el estandarte de un dios ausente, ustedes no merecen ninguna clase de piedad… —La mujer elfo observa a los guardianes, con una mirada cargada de gélido desprecio.

—¡Maldita perra! ¡¿Qué le hiciste a María?! —vocifera el guerrero carmesí, en plena cólera.

Aquel arrebato provoca una sonrisa de oreja a oreja en la bruja, al borde de emitir una carcajada. Todo lo contrario, a la abatida dragona de faz estoica por fin quebrada en una expresión de espanto, al escuchar el nombre de su compañera de cabellos violeta.

Sheila se percata de que no ha visto a la hechicera en todo lo que llevan de pelea, por lo que la presencia de esa mujer de vestimentas desgarradas, y sucias por rastros de combate, no trae un buen augurio.

—Un atrevimiento que no será exento de castigo, —Risha crea una breve pausa, y aun cuando la mayoría de guerreros llevan cascos, puede sentir el horror en sus almas—. Tal como la traidora hereje que los lideraba, ha pasado al otro mundo.

Una explosión de aura escarlata surge en la dragona, lo que deslumbra a los presentes y la temperatura en el ambiente sube de golpe. Los ojos amarillentos de Sheila arden como flamas enfurecidas, la mandíbula se torna inhumana al mostrar unas amplias mandíbulas y la piel se recubre de escamas en la encarnación de la rabia.

—¡¡Eso es mentira!! —El grito de Sheila resuena por toda la colmena, en un potente eco solo opacado por la explosión flamígera bajo sus pies, al ir a la carga en contra de la bruja.

Frenyr se pone delante de su ama al intentar protegerla, y ambos titanes chocan los puños que liberan una onda de choque, capaz de causar un sismo en el terreno lo que entorpece la marcha esa estampida.

Drake entra en escena, y crea unas cadenas con masas de pinchos que golpean de lleno la cabeza del dios, sacándolo de balance.

Alice apoya al arrojar bombas de humo alrededor del coloso, lo que nublaría la visión del mismo, de tal manera que obliga a la druidesa a retroceder al mismo tiempo que Sheila va tras ella en intención asesina.

La primera acción de Risha es levantar el báculo y evoca de la tierra alargadas raíces espinosas vivientes que se estiran sobre la atacante.

Sheila se ve enfrascada entre los apéndices de la tierra, derribándolos con rayos flamígeros de sus manos o patadas contundentes, y rugidos que expulsan embravecidos torrentes de fuego, cargados de pura rabia de un dragón enloquecido.

La explosión de fuego violenta, es escrutada en amplio análisis por la druidesa, y unas rosas salen de la capa, flotando sobre su cabeza, al estar por ejecutar un nuevo ataque, el ojo artificial en forma de negra rosa con orbe rojo vuelve a florecer al estirar sus piezas y aprecia a la guardiana de fuego.

La faz confiada de la druidesa es remplazada, por una mueca de pálida incredulidad por los datos que su cerebro retiene.

—Imposible… —susurra Risha, pero de a poco una sonrisa extasiada se esboza en su bello rostro, en el florecer de un plan maléfico—. Y jodidamente magnifico…

En otro punto del ruinoso pandemónium cavernoso, el guardián oscuro permanece vigilante de la monstruosa hacha enterrada en los escombros. Por orden de Alice, el umbra debía ejecutar un corte oscuro ante cualquier señal de movimiento de la monstruosa arma, que canaliza los poderes creadores de la entidad en pleno despertar.

Los dedos enguantados se mueven inquietos, al sujetar la empuñadura de la espada preparada para la ejecución del hechizo. Poco a poco la impaciencia muerde las entrañas de Lance, por la cacofonía de los alaridos belicosos, y dolientes de sus aliados, mezclados con los temblores y estallidos de la pelea inhumana.

Todos esos sonidos son insoportables para el guerrero oscuro, a sabiendas de que no puede interferir.

El sentimiento de pesar incrementa, al ser consciente de la presencia de Risha devuelta en el campo de batalla, y conocer el posible destino oscuro de María, fue la gota que derramó el vaso capaz de abrumar el frio entrenamiento que tuvo como niño soldado. Los monjes oscuros decían que el dejarse llevar por las emociones, culmina en el caos y eso lleva a la debilidad al igual que una prematura muerte.

Esas enseñanzas fueron casi bloqueadas, en el tiempo que el umbra pasó con sus compañeros de la orden del lobo, y en el corto periodo que lleva con las águilas, el sentimiento de camaradería se torna latente.

—No… no puedo dejarlos morir… no puedo…. no de nuevo… no puedo fallar… ellos.

Susurra Lance para sí mismo al apretar la mandíbula con fuerza, a la par de la empuñadura del mandoble oscuro; plasmándose la frustración absoluta, y al estar por mandar todo al diablo para ir a la batalla nuevamente, una voz conocida resuena en su mente y lo saca de esa vorágine sombría.

«¡Lance! ¡¡Lance!! ¿puedes escucharme?», María lanza el mensaje telepático con premura.

—¡¿María?! —vocifera el oscuro en voz alta, por suerte ninguno de los combatientes alcanza a escucharlo. Una expresión esperanzadora surge en el guerrero, y recupera de a poco la compostura, pero todavía con la emoción quemándolo por dentro—. «¡Enana hija de puta! Me alegra saber que sigues con vida ¿Dónde carajos se supone que estas?».

Tras culminar la respuesta mental, Lance busca a su compañera al mover la cabeza a sus alrededores no encontrándola por ningún lado.

«Estoy… estoy a una planta superior de la caverna de donde están ustedes, no muy lejos de ti… debía mantener mi distancia, o Risha me iba a detectar. Pude ver por un corto tiempo como va la pelea, antes de volverme a ocultar… te contacté por ser el único que no está peleando», la voz de María suena cansada, debido al desgaste de su perdido enfrentamiento contra la druidesa.

«El cornudo puede usar sus poderes de creación con el arma, pero están descontrolados. Se supone que debo evitar que la recupere. Risha dijo que te mató ¿Cómo fue eso?», pregunta Lance.

«Huyó dejándome un golem… me comió, pero activé una barrera antes de que me aplastara y pude salir al matarlo por dentro… sin detalles… fue una experiencia de lo más horrible», la hechicera habla de forma rápida para alejarse del tema, y sus palabras denotan repugnancia.

«¿Tu primera vez siendo comida por un monstruo? No tienes ni idea de lo típico que es eso en este negocio… créeme no será la última… al menos saliste por el agujero correcto, una vez por poco me tocó salir por el tubo de escape», dice Lance descaradamente cercano a soltar una carcajada.

«¡Eso no importa y no necesitaba saber eso ultimo! Escúchame con mucha atención… tengo un plan para derrotar a Risha y voy a necesitar tu ayuda… quiero saber… ¿puedo confiar en ti?», la pregunta final de María es cargada de seriedad.

«No será la primera vez que me juego el cuello por una elfa, estoy preparado incluso para morir… acabemos con estos hijos de perra», exclama Lance al mirar por última vez, la montaña de escombros donde está enterrada el hacha.

—¡¡Deja de ocultarte, cerda come mierda!! —Sheila pega una patada imbuida en fuego contra uno de los tentáculos de tierra, derribándolo.

El desafío es respondido por una nube de afilados pétalos de rosas acercándose, la dragona expulsa una flama de su mano que extingue las flores, y alrededor del campo de duelo, la druidesa flota no muy lejos del suelo, y se detiene en la retaguardia de la dragona, entonces pega un martillazo al suelo con su báculo.

Por puro reflejo, Sheila salta hacia adelante y evita que una estaca de piedra emergente de la tierra la empale. Risha dispara un rayo solar de su báculo, al tiempo que la dragona responde con un rugido flamígero, y ambos ataques colisionan en un estallido de energía que sacude la tierra, desgarrándola e elevándose la temperatura del lugar en sobremanera y se reduce en nubes de polvo.

Sheila busca a la druidesa con la mirada, divisándola correr por el flanco derecho, y sin pensarlo dos veces, la dragona lanza una bola de fuego que es frenada por un muro de piedra emergente de la tierra, en una nueva explosión que sacude el terreno.

De la capa de Risha expulsa la bruma húmeda, protegiéndola de los poderes de fuego, después levanta su báculo, y una enorme se eleva por alguna fuerza invisible, y es arrojada sobre la dragona, quien la destruye de una patada.

En esa distracción, la druidesa acorta la distancia y en su mano carga una pequeña joya mientras de la que destila electrizantes centellas verdosas.

Sheila detecta las intenciones de su enemigo, y se arroja en un puñetazo que es bloqueado por un muro de piedra, pero este explota en pedazos sin embargo la bruja había retrocedido impulsada por la magia de vuelo, sin separarse demasiado del suelo.

Risha golpea el suelo con su báculo, lo que invoca un nuevo muro de roca se levanta sobre ella, y al instante explota en múltiples proyectiles.

Sheila choca sus puños prendidos en fuego, con los que procede a destruir todas las piedras voladoras a puñetazos limpios, pero una pedrada golpea su abdomen, merma el ritmo, apagando las flamas en sus manos por el desgate.

Al tratar de moverse, la dragona se da cuenta que sus piernas han sido amaradas por enredaderas salidas del suelo, creadas por la magia de la druidesa que vuelve arrojar una nueva refriega de rocas.

Sheila destruye cada una de las piedras a puros puñetazos, y al arrojar un nuevo golpe, algo sucede, siente algo afilado que corta la carne de la mano durante el silbido del aire ante el vuelo rapaz de un ente, liberándose un torrente de negra sangre.

Por el rabillo del ojo, la dragona mira como una brillante rosa negra de contextura metálica, yace clavada en el suelo, y al lado se encuentra tirada parte de la mano izquierda de la dragona, con el meñique y el dedo anular bajo una charca de sangre.

Un grito de dolor explota de la garganta de Sheila, ante un dolor inexplicable y la sangre chorrea a cascadas de la mano mutilada. La precaria situación empeora, cuando la tierra bajo sus pies se desmorona convirtiéndose un manto rocoso, que la envuelve hasta el cuello, manteniéndola erguida, haciendo presión de tal manera que evita que se desangre u pueda liberarse, de repente se siente muy débil.

—¡¡Sheila, no!!

Grita el guerrero carmesí, preocupado por la seguridad de su compañera. Ninguno de los guardianes puede atravesar la enorme muralla viviente que los retiene; por lo tanto, la dragona esta por su cuenta.

—Obsidiana mata dragones… siempre cargo con una… nunca se sabe cuándo veremos a uno de los tuyos, que se oponga al mandato de la trinidad fuego oscuro —explica Risha entre jadeos cansados, al posar una mano en el abdomen cubierto en húmedo musgo—. Agregando un poco de veneno paralizante para inhibir tu colosal fuerza no vendría mal; tu metabolismo lo inhibirá en poco tiempo… pero valió la pena el esfuerzo.

El semblante sudado de la bruja reside un orgullo por su gran victoria, sobre el descendiente de una de las razas de mayor poder en Terra. En completa calma a pesar de la frenética pelea cercana, Risha camina a la aprisionada dragona de mirada asesina, en prominente dentadura expuesta.

—¡Ah~ Ah~! ¿Qué tu madre no te enseñó a no mirar así a la gente? —En una burla grotesca, la druidesa apunta el báculo directo a la cara de la dragona—, si intentas exhalar fuego, te fulminaré con el báculo o las piedras te romperán los huesos… tú eliges.

—¡Hija de puta infe--!... —El arrebato de la dragona es convertido en un grito de dolor, ante la presión en las piedras. Su orgullo es aplastado, al sentirse impotente de no poder realizar nada.

—Apuesto que tus padres tuvieron una relación interesante, para dar a luz a una hibrida de dragón…

En la faz de profundo dolor de la dragona, se escapa un quejido de sorpresa con los ojos entrecerrados, le está costando respirar y su voz suena estrangulada.

—Tú… ¿co-cómo?

En una risita maliciosa, la druidesa apunta con la mano libre al ojo artificial en forma de rosa, sin bajar el báculo de la cara de su prisionera, con una mirada que sería comparable a la de un cazador admirando la cabeza decapitada de una bestia recién capturada.

—Puedo suponer como terminaste en este contrato…la guerra civil de los dragones, y la derrota del dragón negro en Lazarus… aquí fue el último lugar donde tu raza ardió para luego extinguirse…. Muy similar a lo que pasó con mi gente cuando los humanos nos convirtieron en sus esclavos. —Las palabras de Risha son como golpes descarnados en el corazón de Sheila.

—Ca-callate…. —espeta taciturna la dragona. De nuevo las piedras refuerzan el agarre, liberándose un quejido en la dragona.

La mano no se ha regenerado, toda herida hecha por obsidiana hacia un dragón, inhibe la regeneración en dicha área, a menos que se limpie, cauterice o se purifique con magia. Los dragones son vulnerables a ese material, incluso las escamas más poderosas pueden ser atravesadas por un simple cuchillo de roca volcánica; todo por culpa de una maldición de hace millones de años, que continua hasta tiempos contemporáneos.

—Tranquila… tu vida no acabará aquí, conozco a alguien que estará muy contento por conocer a una hibrida…

La druidesa saca del bolso una masa de musgo de la que emergen gusanos verdosos, que se mueven retuercen descontroladamente por espasmos.

—No… no… —Los ojos amarillos de la dragona, se abren de par en par al ser traspasada por un sentimiento de repugnancia.

—La cuestión es… ¿En qué estado debería traerte? —Risha arroja la pregunta maliciosa al levantar la masa de musgo viviente.

Un sonido de rocas moviéndose en la cercanía, pone en alerta a la bruja y frena sus sombrías intenciones.

De unos montículos de piedra cercana, emerge una rápida sombra de un brinco, y unos estiletes en forma de estrella vuelan cortantes en búsqueda del cuello de la bruja, quien los alcanza a detectar por el rabillo del ojo, y se impulsa hacia atrás fuera del rango de los entes metálicos que se incrustan en la tierra.

La prisión de rocas se desmorona, por lo tanto, el cuerpo de Sheila cae de cara sobre el suelo, en medio de espasmos y quejidos dolientes, ante el peso del cuerpo adormecido.

—¡Ya estaba pensando que la matarías con tu puto monologo, antes de hacer algo!

Exclama Lance al no cesar el ataque, y vuelve arrojar cuchillos contra la bruja, la cual los bloquea al alzar un muro de piedra, pero antes de poder ejecutar un nuevo hechizo, de la barrera recién creada emerge el umbra desde el borde al moverse desde las sombras de sus cuchillos.

Con Ronin en ambas manos, se ejecuta un corte de carnicero que es bloqueado airosamente por el báculo mágico de la druidesa, quien a duras penas pudo reaccionar. El asesino retrocede de un salto, al sentir como la tierra bajo sus pies temblaba, y efectivamente evita ser empalado por varias rocas picudas.

En un grito de rabia aquellos pilares se transforman en múltiples proyectiles, con el único objetivo de fulminar al guardián oscuro, quien ya preparado ejecuta un corte de energía oscura que vuelve polvo a su paso las estacas, y continua su trayecto frente a la druidesa, quien levanta tres muros de piedra frente a ella, dos son atravesados, pero el ultimo detiene el avance del resplandor oscuro.

La mujer se mueve a un costado fuera de la cobertura, con el báculo alzado canalizándose desbordante poder dorado, cruzándose las miradas de ambos contendientes que desprenden viscerales instintos asesinos, pero un tercero de mayor fiereza se hace presente.

Al dispararse el rayo, el umbra se aparta en un ágil brinco con el que esquiva la descarga y en ese intervalo María sale en un sprint con todas las fuerzas de sus piernas, desde la cobertura de las amorfas estructuras de roca. En la mano diestra de la hechicera carga la varita, refulgente de poder la magia de luz violeta, combinada en destellos eléctricos de la hechicera del caos en un poder mayor tras tomarse su tiempo de reunir toda esa energía.

Cuando la druidesa por fin detecta el desbordante poder en las manos de su rival, entra en pánico, y se prepara para ejecutar un hechizo, pero no alcanza a reaccionar a tiempo.

María es más veloz y desde su varita expulsa un poderoso rayo luminoso, que en un abrir y cerrar de ojos conecta en el brazo arma de Risha. La extremidad explota en pedazos en una marejada de sangre.

El ojo biológico de Risha permanece abierto, en estado de trance en el que el tiempo se detuvo donde solo pudo ver como el brazo salía volando con el báculo aun en la mano, y la sangre manchaba el suelo.

De nuevo el tiempo se restablece en el golpe de la onda expansiva del disparo, que manda a volar a la bruja por los aires, hasta caer rebotando en la tierra, deteniéndose contra un muro de piedra, en el que deja atrás un camino de líquido carmesí.

La energía del disparo arranca a María del suelo, y de no ser por haber puesto los brazos, habría recibido un golpe de cara sobre el suelo.

En un quejido adolorido, la doncella violeta se da la vuelta con la mano libre en el estómago, mirando al techo en respiración cansada, pero abre los ojos al ver a lo lejos a Sheila en posición fetal, sujetándose la mano sangrante, siendo atendida por Lance al atar su bufanda en el brazo, a modo de torniquete en la herida, para mitigar temporalmente el sangrado.

—¡¡Sheila!!

María no lo piensa dos veces, usa la magia de vuelo para alzarse del suelo, y se arroja como una bala deteniéndose airosamente al lado de sus compañeros, y se arrodilla al lado de Sheila, en posición para atender sus heridas; pero antes alza la varita y materializa una barrera de forma esférica cubre al trio de guardianes. La mitad del domo yace bajo tierra, por lo que, si la bruja o el dios tratasen de empalarlos con estacas de piedra, se toparían con una barrera.

—¡Tengo los dedos, debemos purificar la herida y su regeneración hará el resto!

Exclama Lance con premura, al pasar las extremidades amputadas a la hechicera, esta ultima las tomas y una esfera de luz violeta cubre la mano mutilada de Sheila, purificándola del corte de obsidiana. La dragona gime del dolor, en una mirada fija en la dama de pelos purpura; en los ojos amarillentos de reptil, yace un brillo de alivio al saber que su compañera sigue con vida.

—María… la merma de la magia curativa… —espeta Sheila agonizante.

—¡No hables, por favor! —implica la hechicera de forma contundente, al estar concentrada en el hechizo—. Déjanos el resto a nosotros… —vuelve a fijarse en Lance—, ¡Continua con el plan! Me ocuparé del resto.

—¡Fuerte y claro, jefa! ¡Deberíamos hacer ese truco de "enana oculta" cada vez que hagamos equipo! —Tras decir estas palabras, el joven guerrero sale apresuradamente de la barrera.

—¡Chico tonto! —exclama la hechicera en una leve carcajada, en la que deslumbra el cansancio.