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Capítulo 7.

El plan marchaba bien de momento. Logré colarme a la fiesta y me dediqué a fingir ser un simple mesero que le tocó la fortuna de atender la mesa principal, cuando en realidad regateé con el camarero original que tenía esa tarea y debo admitir que me cedió muy fácil el puesto. Bastó con ponerlo un poco nervioso al hacerle imaginar lo que le pasaría si cometiese un error, como por ejemplo, el castigo que recibiría si (hipotéticamente) se tropezara y derramará un plato lleno de sopa muy caliente sobre el rey o peor aún sobre la Princesa: sería condenado a la horca por su torpeza (mentira, solo sería despedido y desterrado…, creo).

La cena se demoró bastante en iniciar y acabar. Todos los comensales se tomaron su tiempo para degustar y disfrutar los coloridos platillos que hicieron con mucho esmero los cocineros allá abajo. Fueron un total de cuatro entradas las que hubo. De crema de maíz a una ensalada de col y zanahoria, después a un extravagante lomo bañado en salsa agridulce y finalmente el postre, una enorme rebanada de pastel de frutas con mucho betún blanco. La cara de Lidia lo decía todo, tan solo de ver cuando le servía el platillo, se le salía el alma por la boca. Dejó la sopa a medias y apenas pudo con la ensalada, y peor aún le fue con el platillo principal y el postre. 

La cena había terminado y a todos los mozos se nos ordenó levantar los platos y las copas sucias, así como retirar los manteles y cambiarlos instantáneamente por unos nuevos y limpios. Lidia se vio totalmente derrotada en esa mesa. Expulsó un gran suspiro lleno de pesimismo y malestar. Pareciera que había salido apenas con vida de una ardua batalla contra la comida que la dejó tendida en la lona.

Reina Mireia: 『 Hija, ¿te sientes bien? Parece que hoy no tenías apetito. ¿Acaso estás enferma? 』

Lidia: 『 A−Ah, descuida madre, simplemente no tenía mucha hambre, eso es todo... 』

Rey Van Laar: 『 Pues ojalá que sea solo eso. Sería catastrófico si no estás a punto para tu presentación… Verónica, ven aquí. 』

Verónica: 『 Sí, señor. 』

Yo en ese momento no estaba poniendo atención a lo que pasaba en la mesa de los reyes, ya que también tuve que recoger más trastes de otras mesas. Quería ver de reojo para tratar de no perder de vista a Lidia, pero mi compañero de al lado me distraía cada vez que me apilaba más y más platos en mis manos. Por supuesto, era molesto cargarlos, así que me deshice de ellos lo más rápido posible, llevándolos al fregadero de la cocina. Creo que me perdí unas cuantas líneas de conversación, quizás nada importante. Sin embargo, cuando venía de regreso al gran comedor, vi a mi madre al lado del rey, dándole instrucciones a ella y a Lidia.

Rey Van Laar: 『 Busca a Ruffus, pídele que te entregue el catalizador. Hay que continuar con el itinerario. 』

Verónica: 『 Entendido, mi señor. 』

Rey Van Laar: 『 Ya escuchaste, Lidia. Ve a prepararte. 』

Lidia: 『… Sí, padre. 』

Lidia se levantó de su lugar en dirección al tocador y mi madre venía caminando por donde yo mismo iba. Me había olvidado de que ella también estaba presente, pues su trabajo era siempre estar a la espera detrás del rey. Creo que accidentalmente la ignoré mientras hacía mi actuación cada vez que le servía a Lidia. O sea que prácticamente estuve actuando como un tonto frente a ella, lo cual sin duda le habrá molestado un montón; también era muy probable que se haya anonadado y puesto en vergüenza al principio como a Lidia. 

Igual, no hacía falta confirmarlo; cuando me miró, cambió su sereno y tranquilo rostro por una obscura y siniestra cara que erizaría los pelos de cualquiera. Me paré en seco y di una media vuelta rápida mientras sentía un sudoroso escalofrío recorrer mi cuerpo completo, haciendo como si no hubiera visto nada, queriéndome alejar de mamá cuanto antes. No obstante, sentí el fuerte apretón de una mano sobre mi hombro derecho. Volví a detenerme y cuidadosamente giré mi cuello mientras escuchaba una aterradora voz.

Verónica: 『 Shun, ¿a dónde crees que vas?... Dime, podrías explicarme…, ¿qué estás haciendo aquí? 』

Shun: 『 A−Ah, p−pues… e−este, yo… 』

Trate de excusarme diciendo lo que le paso a Max, cambiando la historia y poniéndome en su lugar. Mamá me puso esa mirada con la que siempre me cuestionaba, pareciera que tuviese un superpoder con el que podía ver a través de mí y leer mis pensamientos. 

Trate de sonar aún más convincente al nombrar de testigos a Max y al Sr. Roig, si no me creía a mí, podía corroborarlo con ellos. Aunque tenía sus sospechas, terminó por creerme, aunque no del todo. Al final, su prioridad era acatar la orden del rey. Seguro pensó que ya tendría tiempo para interrogarme como era debido más tarde, aun así, no quiso arriesgarse. Cuando creí tenerlo solucionado, intenté escaparme de ella nuevamente con el pretexto de que estaba ocupado con recoger y limpiar las mesas, y justo al pasar a su costado, sujetó el cuello de mi camisa y terminó obligándome a ir con ella, recitando otra oración que me hizo sentir de nuevo preocupado: 

Verónica: 『 Aún no he terminado. Vendrás conmigo. 』

Shun: 『 ¡¿Qu−Ah, mamá, espera?! 』

Me arrastró por el gran comedor sin que yo pudiera zafarme; bueno, en realidad puede que si tuviese en ese momento la fuerza suficiente para tirar de ella y librarme, lo que no tenía era el valor como para llevarle la contraria, era igual que desafiar a la misma muerte. En serio, las madres son demasiado aterradoras cuando se enfadan, y más la mía.

Me soltó en cuanto encontró al Sr. Ruffus conversando con un par de hombres altos y delgados, como de cuarenta y tantos años, uniformados con ese traje de gala militar lleno de medallas en el pecho, con la diferencia de que ellos portaban una banda de tres franjas en el pecho (rojo, negro y rojo otra vez). En cuanto más nos acercamos a ellos, más me di cuenta de su extraña forma de hablar, como si quisieran que nadie los escuchara.

Militar suspicaz de Tikalt: 『 ¿De verdad hay garantías de que resulte? 』

Srio. Ruffus: 『 Funcionará de una u otra manera. Créanme, ese viejo no es tan listo como uno cree, no sabrá qué lo golpeó. 』

Militar circunspecto de Tikalt: 『 ¿Qué hay de los preparativos? 』

Srio. Ruffus: 『 Están listos. Solo falta que se consuma este compromiso con el príncipe y entonces− 』

Verónica: 『 Sr. Ruffus. 』

En cuanto mi madre llamó al Sr. Ruffus, los dos hombres de a su lado se retiraron como si nada, mezclándose rápidamente con la multitud, dejando a medias la sospechosa conversación que sostenían. 

Ruffus se molestó y preguntó a secas: 『 ¡¿Qué es lo que quiere?! 』 Mi madre se disculpó por haber interrumpido, pero aun así él seguía renegándole que estaba en medio de algo muy importante. Fue entonces que ella le mencionó que el rey dio la orden de que le dijese en dónde resguardaba el catalizador. Calmó un poco sus humos, pero seguía muy peyorativo en su actitud y contestó de forma muy arrogante:

Srio. Ruffus: 『 Ah, esa cosa. Está en la armería de la subzona militar, en una de las repisas del lugar. Eso me recuerda… ¡Ustedes dos!, aparte de haber tardado demasiado, fueron tan descarados de no habérmela dado en persona como dicté. 』

Acomodó sus anteojos y me señaló con el dedo, refiriéndose a Max y a mí, como si hubiésemos sido culpables de un atroz crimen. No perdí la oportunidad de responder para intentar aclarar lo que pasó, pero tratar de hablar con ese tipo tan terco y obstinado lo hizo más difícil.

Shun: 『 Ah, cierto. Cuando llegamos al castillo, el Sargento Rask nos había dado otra tarea y nos dijo que él mismo la entregaría. Fue por eso que no pudimos− 』

Srio. Ruffus: 『 ¡¿Y eso les da derecho de desobedecer mis órdenes, mocosos estúpidos!? ¡Dije claramente que−! 』

Shun: 『 Dijo claramente que la prioridad era conseguir y traer la piedra cuanto antes, y eso hicimos, lo que significa que no desobedecimos en ningún momento la orden. Si tanto le molesta que hagamos su propio trabajo, ¿por qué no fue a conseguirla usted mismo? 』

Srio. Ruffus: 『 ¡Tsk! ¡¿Cómo te atre−?! 』

Verónica: 『 Gracias por la información. Ahora, con su permiso. 』

Mi madre cortó con la discusión para evitar que Ruffus y yo llegásemos a otro extremo. El tipo es muy represivo y odia que alguien como yo, un simple empleado del campo, le contradiga. Es alguien que menosprecia por completo a la muchedumbre. Un ególatra y vanidoso que detesta a todo el mundo y les hace la vida imposible a los empleados del castillo con sus normas de explotación laboral. Aun cuando había terminado el pleito, nos seguía mirando con esos ojos rencorosos.

Mientras mamá me volvía a regañar por lo de antes, estábamos de camino a la armería para recoger la aquapiedra. Entonces me percaté de ello, íbamos a la armería y justo en un mal momento. El plan estaba en gran riesgo… Teníamos un serio problema.