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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

_DR3AM3R_1226 · Book&Literature
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52 Chs

RESCATE

Beau se maravilló con el interior de la Sala de los Tratados en cuanto entró por esas puertas. «Sin duda, aquí sí debe de haber magia», pensó, paseando la mirada por las paredes de un blanco pálido y el alto techo con las enormes claraboyas de cristal a través de la cual podía ver el cielo nocturno. La estancia, aunque muy grande, parecía de algún modo más pequeña y deslucida de lo que había imaginado. La fuente de una sirena estaba en el centro de la habitación, idéntica a la que yacía rota en la parte de afuera, pero tenía un aspecto deslustrado, y los peldaños que conducían hasta ella estaban atestados de personas, muchas de las cuales lucían vendajes. El sitio estaba lleno de hombres lobo y una que otra hada o brujo, personas que corrían de un lado a otro, a veces deteniéndose para mirar con atención los rostros de otros que pasaban esperando hallar a algún amigo o a un pariente. El suelo estaba sucio de tierra, cubierto de barro y sangre.

Lo que impresionó a Beau fue fundamentalmente el silencio. Si aquello hubiesen sido las consecuencias de algún desastre en el mundo, habría habido personas gritando, chillando, llamándose unas a otras. Pero la estancia permanecía casi silente. La gente estaba sentada sin hacer ruido, con la cabeza en las manos; algunos de ellos tenían la mirada perdida. Los niños se apretaban contra sus padres, pero ninguno de ellos lloraba.

También advirtió algo más, mientras se abría paso al interior de la habitación, con Edward y Danilo a su lado. Había un grupo de personas de aspecto desaliñado de pie junto a la fuente en un círculo irregular. Se mantenían apartados de la multitud. Cuando Danilo los descubrió y sonrió, Beau comprendió el motivo.

—¡Mis amigos! —exclamó Danilo.

Salió disparado hacia ellos, deteniéndose tan sólo para echar una ojeada por encima del hombro a Beau mientras se marchaba.

—Estoy seguro de que sus amigos andan por ahí en alguna parte —gritó, y desapareció en el interior del grupo, que se cerró a su alrededor.

Beau se preguntó, por un momento, qué sucedería si seguía al chico lobo al interior del círculo. ¿Le darían la bienvenida como si todos fueran amigos, o desconfiarían de él por ser una estrige?

—No lo hagas —dijo Edward, como si le leyera la mente—. No es una buena…

Pero Beau no pudo acabar de escucharlo, porque resonó un grito de «¡Beaufort!» y Julie apareció jadeante de tanto abrirse paso entre la multitud para llegar hasta ellos. Sus cabellos oscuros estaban hechos un desastre y su ropa estaba manchada de polvo, pero sus ojos brillaban con una mezcla de alivio y cólera. Agarró a Beau hasta apachurrarlo. Silas, Eleanor, Royal, Erictho y Pamphile —en ese orden— aparecieron detrás de la chica.

—¿Qué les ha sucedido? —preguntó Royal.

Edward pareció ofendido.

—¿A nosotros?

—¡Se supone que estarían en la parte baja de la mansión buscando el maldito libro! ¿Qué clase de libro necesita una búsqueda de seis horas?

—¿Un libro mágico? —sugirió Edward.

—Podría matarte —dijo Eleanor, quien hasta entonces no se había fijado en la persona que tenía Edward sobre sus hombros—. ¿Mataron a alguien?

—No. La encontramos en un sótano que resultó estar en otro lugar, así que sin darnos cuenta cruzamos un portal, y terminamos varados en la nada y con una vampira inconsistente. —Dijo Edward, y miró a su alrededor—. ¿Dónde está ese tal Amblys? Dijeron que ya estaba aquí.

—Nos lo encontraremos a las afueras del bosque de las dríadas —contestó Pamphile—. Recibiremos un mensaje suyo muy pronto. Esa será la salvación de todos los presentes.

—¿Alguien ha visto a Valter? —preguntó Seth con ansiedad, apareciendo de pronto—. ¿Han visto a Valter? Debería haber llegado junto con los demás desde el prado.

Julie y Silas negaron con la cabeza.

—No, no lo he visto… —respondió Silas— pero tampoco he visto a Érico, o a Adão. Probablemente esté con uno de ellos. A lo mejor se han detenido en algún otro lugar.

Se interrumpió mientras un murmullo recorría la habitación; Beau vio que el grupo de licántropos alzaba la vista, alerta como un grupo de perros de caza oliendo la presa. Se volvió.

Y Seth vio a Valter, cansado y con su ropa hecha trizas, atravesando las puertas dobles del Salón.

Corrió hacia él. Olvidando todo lo demás, ignorando por completo a cualquiera que no fuera Valter; lo había olvidado todo excepto la alegría de verle. Pareció sorprendido por un momento mientras Seth se alzaba sobre él… Luego Valter sonrió, extendió los brazos y lo levantó en alto a la vez que lo abrazaba. Olía a sangre, franela y humo. Por un momento, Seth cerró los ojos, recordando el modo en que Julie se había aferrado a Beau en cuanto lo había visto en el Salón, porque eso era lo que uno hacía con la gente que se aprecia cuando se había preocupado por ellos: abrazarlos y apretarse contra ellos. Una parte, muy en el fondo, le decía que no precipitara las cosas, pero la verdad es que no quería hacerlo.

Valter lo dejó de pie en el suelo, esbozando una leve mueca de dolor al hacerlo.

—Con cuidado —dijo—. Un hada estúpida me ha alcanzado en el hombro allá abajo junto al puente. —Puso las manos sobre los hombros de Seth, estudiándole el rostro—. Tú estás bien, ¿verdad?

—Por supuesto. Solo que me preocupe.

Valter le sonrió.

—Yo igual estoy bien, hermanito —dijo Leah, quien venía junto a Érico—. Me alegra saber que al menos alguien se preocupa por mí.

Seth giró los ojos.

—No seas exagerada.

Entonces Adão apareció, cerrando tras de sí las puertas. Rápidamente se colocó al frente de todos y aclaró su garganta para que todos pudieran oírlo.

Pero entonces el cielo estalló sobre sus cabezas.

O al menos así fue como sonó. Beau echó la cabeza atrás y miró con atención hacia arriba, a través del techo transparente del Salón. El cielo había estado lleno de cenizas un momento antes; ahora era una masa arremolinada de llamas y oscuridad, recorrida por una desagradable luz naranja. Se movían cosas en aquella luz: seres odiosos que él ya no quería ver, seres que le hacían estar agradecido a las tinieblas por oscurecerle la imagen. La aislada visión fugaz ya fue bastante desagradable.

La claraboya transparente de lo alto se onduló y se dobló al paso de la hueste de soldados, como si la pandeara un calor tremendo. Por fin se oyó un sonido como de un disparo, y una grieta enorme apareció en el cristal, que se convirtió en una telaraña de incontables fisuras. Algunos corrieron a esconderse, cubriéndose la cabeza con las manos, mientras una lluvia de cristales caía a su alrededor igual que lágrimas.

—¡Por la puerta trasera! —gritó Adão—. ¡Hacia allá nos veremos con el brujo!

Nadie cuestionó nada, los hombres lobo comenzaron a correr en conjunto con las pocas hadas que se unieron, los Cullen, los quileutes y las dos estriges.

Los soldados se acercaban a ellos como un enemigo y no había mucho que pudieran hacer en un bosque espeso. Julie miró hacia la línea de árboles; no podía ver más allá de unos pocos metros.

El bosque se sentía encantado. Gigantes ramas nudosas se apiñaban juntas, algunas entrelazadas como amantes, haciendo difícil vagar lejos del estrecho camino de tierra. Las florecientes copas de los árboles enmascaraban el cielo. Las sombras de las hojas danzaban con el viento.

—¿Acaso los brujos no pueden abrir portales en otro lugar? —refunfuñó Julie agitada mientras corría—. Quiero decir, esta es la segunda vez que corro por un bosque para llegar con un brujo.

Parecía haber llovido antes, así que el suelo era un húmedo y resbaladizo lodazal, haciendo el tránsito por el terreno difícil y desordenado. Julie en particular estaba luchando, habiendo usado calzado más apropiados para sentarse en un café que para correr para salvarse.

El paso de Silas era más ligero que el de Julie o el de los vampiros. No se movía exactamente como un hada. Ellos ya las habían visto caminar sin aplastar ni una sola brizna de hierba. Aunque tampoco era como que Silas se deslizara en el lodo como ellos. Bajo los movimientos de un guerrero estaba la sombra de la gracia de las hadas.

Entonces las hadas dejaron de perseguirlos. Ni siquiera siguieron intentando, simplemente retomaron su camino de regreso y eso pareció darle un respiro a Julie. ¿Pero… por qué se fueron? ¿O es que acaso el bosque tenía más trampas?

—Algo anda mal —dijo Adão—. No dejen de correr.

Justo cuando el alfa de los hombres lobo terminó de hablar, el bosque a su alrededor cobró vida. Un fuerte viento agitó las ramas y arrancó hojas. El aire a su alrededor se calentó, la temperatura se elevó alarmantemente. Había sido una noche calurosa y llena de humo hacía solo unos segundos, pero ahora estaban en sofocante calor de un infierno.

Decenas de pilares de fuego se alzaron al borde del claro a su alrededor, cada uno de varios pisos de altura y con el grosor del tronco de un árbol. Ramas y rocas reventaron, las llamas besaron la vegetación y la consumieron, y el aire se volvió denso y casi imposible de respirar. Los pilares crujieron y expulsaron grandes brasas al cielo, cientos de luciérnagas girando en el aire.

Los brujos se prepararon creando bolas de magia que mantenían sobre sus manos, iluminando las yemas de sus dedos como si estuvieran listas para salir al ataque. Sus ojos se iluminaron de un púrpura demasiado intenso, como nunca antes lo habían estado.

Silas apartó la pequeña daga que mantenía en su mano izquierda. Tomando dos mucho más grandes. Corrius sacó un arco y una brillante luz blanca iluminó la mano de Dorothy cuando tomó una espada de su espalda y le entregó una cuchilla a Rumpel.

—Bajo el riesgo de sonar redundante —dijo Seth—. Creo que otra vez nos van a capturar.

Se reunieron en parejas o equipos, parados espalda contra espalda, en medio del claro. En vista de lo que estaban enfrentando, parecía muy inadecuado. Los hombres lobo se transformaron, al igual que Seth y Leah. Julie se sentía fatal de no poder hacer lo mismo.

—En qué momento se nos ocurrió visitar México —dijo Royal—. Podríamos estar ahora mismo con Carine y Earnest en Londres.

—Cierra la boca —exigió Erictho.

Royal frunció el ceño, preparándose para atacar.

—No vuelvo a confiar en las hadas.

Los pilares de fuego subieron su altura, elevándose cada uno sobre la línea de árboles. El calor estaba intensificándose, arañando la piel de Julie como si pudiera arrancar su alma. Consideró sus disminuidas opciones. Los pilares estaban separados a más o menos quince metros de distancia en un círculo áspero. Si eran rápidos, podrían atacar entre dos o tres y escapar. Pero justo cuando Julie se movió para zambullirse a través de una abertura, los pilares a cada lado se doblaron para bloquearlo, reorganizándose al instante, y luego regresando a su altura original cuando ella retrocedía.

Julie había visto a hombres lobo saltar llamas y lograrlo con éxito, pero ella no era como esos y no podría hacerlo sabiendo que sus amigos estaban allí.

Silas se dio cuenta de que uno de los pilares de fuego que había estado bloqueándolos no había regresado a su posición original. En lugar de eso, se dio cuenta, estaba mirando a la parte trasera de un enorme humanoide hecho de llamas, al otro lado de eso, presuntamente, estaba Erictho y Pamphile, quienes derribaron a tres de un solo tiro. Su magia en unión era imparable.

Los lobos estaban actuando de manera conjunta, sin dejar que sus amigos y compañeros quedaran atrás. Entre los gigantescos lobos, resaltaban Leah y Seth, quienes cortaban y mordían a una de las dríadas hasta que esta quedó moribunda en el suelo. Valter apareció para evitar que una segunda atacara a los Clearwater, sus dientes arremetieron contra éste pero no parecía ser sencillo. Danilo se acercó para ayudarlo, destripándolo exactamente con los mismos movimientos con los que derrotó al goblin.

Beau y Edward se miraron mutuamente a la espera de una buena idea, sin embargo, era mejor ser espontáneo en ese momento. Beau se soltó del agarre de Edward, dándole un golpe tan duro a la criatura frente a ellos, que ésta se hizo para atrás, derribando a otras dos. Beau sonrió y miró a Edward, que parecía estar orgulloso de él.

Un desconfiado Corrius, tomó su arco y disparó una flecha directamente hacia el centro del siguiente pilar.

El pilar estalló en movimiento, agrietándose y convirtiéndose en una figura humanoide que Silas reconoció como una versión malvada de las dríadas. La dríada rugió, llamas como cien horribles lenguas en sus fauces abiertas y corrió hacia ellos, con sus ardientes garras extendidas. Se movió con la velocidad con la que se propaga un incendio. Acortando la distancia en un parpadeo.

Julie se apartó de las garras, tratando de rodar en dirección al espacio entre aquella dríada y la que estaba con Eleanor y Royal, logrando evitar ser destripada y chamuscada. El mundo vibró cuando golpeó el suelo y derrapó algunos metros.

Solo el escozor de la brasa en la mejilla de Julie la hizo recobrar la fuerza.

Solo podía ver, aturdida, como una línea de fuego la arrojaba a la oscuridad. La dríada estaba regresando por otra ronda.

Grx estaba ahí, arremetiendo tan rápido con sus dagas que sus brazos eran una imagen borrosa. Los cuchillos de las hadas tenían un efecto de agua en la dríada de fuego, convirtiéndolos en vapor por donde quiera que pasara. Una cuchillada atravesó su vientre, otro su torso y uno cortó sus ardientes brazos, y la dríada se desintegró en un charco de magma, sangre y vapor. Grx se puso de pie rodeado por chispas naranjas.

Él guardó una daga bajo su brazo y le ofreció a Julie su mano libre.

Dorothy, ligeramente quemada pero ilesa, se unió a ellos, apareció a través de las llamas desvanecidas de la primer dríada mientras se reducía a cenizas. Juntos se volvieron a las otras dríadas, las cuales habían tomado su inusual forma humanoide.

Silas apareció dejando caer una rodilla, tomó el arco y tres flechas de Corrius, que surcaron el aire en sucesión, golpeando el pecho de una dríada, por sus heridas chorrearon llamas.

Gruñó y se giró hacia los chicos, dejando un camino de fuego a su paso. Silas soltó dos flechas más, agachándose y saliendo del camino de la bestia, lo terminó con una flecha en el ojo. La dríada colapsó como una casa ardiendo.

Royal y Eleanor estaban de pie, espalda con espalda en la oscuridad del claro del bosque, el brillo de las chispas infernales y el resplandor de los cuchillos de algunas de las hadas estaban rodeándolos. Eleanor acabó con otra dríada con un movimiento giratorio que separó su torso de su mitad inferior. Érico corrió cuidadosamente alrededor de la pelea, manteniéndose a distancia, hasta que tuvo un ángulo claro. Una mordida despegó el brazo de una dríada, después varias más causaron que cayera incluso cuando intentaba arremeter contra Royal. Una puñalada descendiente terminó con él.

Royal agotó al último demonio con rápidos movimientos, perforando su piel de magma hasta que los chorros de llamas se redujeron en todas partes. Eleanor se unió a él, esquivando un puño en llamas y corriendo hacia la dríada para hundir su brazo en su espalda. La ventaja sobre las dríadas de fuego era que su peligrosa sangre era escasa.

Tan pronto como la última dríada cayó, el fuego terminó, dejando cicatrices negras en la tierra y humo gris flotando en el cielo. Aún había algunas ramas ardiendo y lugares donde la tierra ardía, pero también ahí, el fuego parecía estar muriendo lentamente.

—Julie —dijo Silas, jadeando—, ¿estás bien?

—Lo estoy —respondió Julie—. ¿Tú estás bien?

—Yo estoy bien —anunció Grx—. No es que alguien me haya preguntado.

—Vaya, una escena conmovedora —dijo una voz fría—, ¿no es cierto?

Beau se dio la vuelta, con la mano de Edward sobre la suya. Frente a ellos había un hombre alto con una capa azul que se arremolinaba alrededor de sus pies mientras avanzaba hacia ellos. El rostro bajo la capucha de la capa era el rostro de una estatua tallada: pómulos prominentes con facciones aguileñas y ojos color ámbar.

—Silas —dijo el hada, sin mirar a Beau y a Edward con el cuerpo que sostenía sobre su hombro—. Debería haber imaginado que eras tú quien estaba tras esta… invasión.

—¿Invasión? —repitió Silas, y, de improviso, allí estaba la manada de licántropos, de pie detrás de él. Habían aparecido con la misma rapidez y quietud que si se hubiesen materializado de la nada.

—No somos nosotros los que hemos invadido su ciudad, príncipe Puck, sino su rey. Nosotros sólo tratábamos de defendernos.

—Un caballero de la Corte de Elfame no necesita ayudar a los lobos —soltó el príncipe—. No de los que no son como nosotros. Estás violando la Ley sólo con el hecho de haber entrado con un ejército al Reino de las Hadas, haya o no muertes injustificables. Deberías saberlo.

—Está muy claro que la Corte necesita un cambio. Tu padre es la raíz de todo el veneno que corre por Elfame.

Silas echó una ojeada por el bosque; varios grupos de licántropos se habían acercado a ellos, atraídos por lo que sucedía. Unas hadas le devolvieron la mirada a Silas; otros bajaron los ojos, como avergonzados. Pero ninguno de ellos, pensó Beau con una repentina oleada de sorpresa, parecía contento.

—Lo he hecho para demostrar una cosa, príncipe Puck.

Una tercera voz sonó fría:

—¿Cuál es esa cosa?

De entre las sombras de los árboles incendiados, salió toda una caballería liderada por el soberano del reino. El rey Oberón. Los jinetes cabalgaban a aquellas criaturas hermosas de un pelaje dorado, Beau podría jurar que todos ellos juntos, por la posición en la que estaban, eran resultado de una pintura del noruego Peter Nocolai Arbo, con la posibilidad de que realmente sí fueran ellos. Pero una obra de arte como esta, también podía meter el terror en cada uno de los presentes.

—¿Qué pueden hacer los licántropos contra la majestuosa corona? —inquirió el rey con desdén.

—Mi Señor, no hay nada que escuchar de estos traidores al tratado —dijo Puck con irritación.

El rey Oberón fijó su mirada en los «traidores del tratado», como si esperara que al menos uno de ellos se defendiera.

—Solo déjennos ir, y prometemos que jamás volverán a saber de nosotros —rogó Érico.

Pero los hijos del rey comenzaron a reír.

—La estrige es una incógnita y no existe razón para tolerar la existencia de semejante riesgo —se apresuró a contestar otro de sus hijos—. Debemos destruirlo a él y a todos cuanto lo protejan.

—No veo un peligro tan inmediato —dijo el menor de ellos­‑—. El chico es bastante seguro por ahora. Siempre podemos evaluarlo otra vez más adelante. El conflicto con los lobos no es más que una confusión. Dejémosles ir en paz.

Su voz era incluso más débil que los suspiros etéreos de sus hermanos.

Ningún miembro de la guardia relajó el ademán a pesar de esa discrepancia. La sonrisa de anticipación de Puck no se alteró lo más mínimo. Era como si aquel príncipe no hubiera dicho absolutamente nada.

—¿Ustedes creen que no sabía que entraron a La Residencia y robaron a una de mis prisioneras? —musitó Oberón—. Que no se les olvide, que están en mi reino. Y si yo lo quiero, puedo matarlos a todos de una buena vez.

De pronto, Edward se irguió a lado de Beau.

—¡Sí! —siseó.

Beau se arriesgó a mirarle de refilón. Su rostro refulgía con una expresión de triunfo que no alcanzaba a comprender. Se asemejaba a la que podría tener el Ángel de la Destrucción el día que el fuego redujera el mundo a cenizas. Hermoso y aterrador.

La guardia reaccionó al fin y entre sus miembros se oyó un murmullo incómodo.

Una pequeña bola de viscosidad apareció, girando sobre sí misma, como una masa borrosa negra y plateada que fue a varar entre los dos grupos sin hacer ruido. Y entonces, una columna se alzó en su lugar adonde había ido a parar: una fluorescencia de un líquido color morado. La columna se alzó más y más alta, un géiser de amatistas fundidas, como lluvia cayendo hacia arriba. Se oyó un gran estrépito, el sonido del hielo que se hacía añicos, de un glaciar al partirse… y a continuación aquella columna pareció estallar, agua morada estallando hacia arriba como una granizada invertida.

Y alzándose con la granizada llegó un hombre. «Un brujo», pensó Beau. Aunque el chico no estaba seguro de lo que había esperado…, imaginaba algo como un monstruo, pero los monstruos no se presentan con tanto estilo. Éste era un brujo en la plenitud de su poder. Mientras descendía hacia el suelo, la forma en la que se movía, su cabello lacio y castaño desaliñado y perfecto en sincronía, le resultaba a Beau muy familiar, pero llevaba una máscara cubriéndole el rostro, por lo que no podría decir si era o no.

Y entonces habló.

—Tú y todo tu ejército van a dejar en paz a Beau y a esta gente.

Puck se adelantó hasta acercarse a uno de los costados de su padre.

—¿Quién te crees para hablarle así al rey de las hadas?

Se quitó la máscara y allí fue cuando todos los Cullen, incluyendo a Beau, quedaron petrificados ante lo ocurrido. Beau lo reconoció de inmediato, no solo porque fue aquel brujo que apareció desde su conversión, hablándole de todas las cosas que no sabía y las que le faltaban por conocer, no. Era su amigo de la preparatoria, el mismo chico que lo apoyo hasta el día de su «muerte».

Allen.

Éste le brindó una sonrisa a los Cullen, pero Edward era quien más parecía frustrado por la noticia. Llevaba viviendo en Forks mucho antes de su llegada, y jamás cuestionó la vida tan humana que llevaba Allen, sus pensamientos siempre eran relacionados a la escuela y darle una buena impresión a sus padres. Ahora se preguntaba si realmente tenía padres o fue una ilusión.

El brujo se alzó la manga de su brazo izquierdo, dejando su antebrazo expuesto. El rey Oberón se inclinó para observar la marca que había ahí, una línea recta cruzando justo por la mitad a un rombo. Éste brillo y de inmediato, el brazo de Beau se iluminó, esta vez ya no ardía, el dolor había pasado y ahora podía sentir una fuerza extraña corriendo desde su interior, sin embargo, su cabeza seguía llena de incógnitas.

—¿Allen? —susurró Beau—. ¿Tú eres Amblys?

Allen. Bartolomeo. Barry. ¿Cómo saber cuál de todos esos nombres era el real? ¿Cómo saber que algo de lo que le haya dicho antes era real?

—Beau, alza tu manga —dijo el brujo—. Luego te explicaré todo. Lo prometo.

¿Qué se suponía que tramaba? Nada era seguro para Beau. Sin embargo, se alzó la manga, donde también su antebrazo resplandecía; no solo el rey se llevó una sorpresa. Ahora todos estaban boquiabiertos. A excepción de Julie y Silas. Este último se acercó a Beau, con esa misma marca en el antebrazo opuesto. Pero… ¿por qué?

—Beaufort Swan-Cullen y Luca Dawson, alias Silas de Elfame, tienen mi marca de protección —anunció el brujo—. Y todo el mundo sobrenatural sabe que si un brujo tiene a un protegido, todos, incluso el mismísimo rey de las hadas, deben dejarlo en paz.

Los soldados comenzaron a susurrar entre ellos, incluso Puck susurró en el oído de su padre, como si sus opciones estuvieran limitándose más de lo que ya estaban. El rey parecía confundido, con ese anhelo de atacarlos a todos, aunque ahora estaba conteniéndose para que su decisión fuera la correcta. Una sonrisa apareció en su rostro.

—Tus protegidos son esas estriges. Bien. Llévatelos. Pero los demás se quedarán y pagarán por sus acciones…

El brujo alzó el diario de Puck, poniendo más tensión en el aire.

—El que Beau y Edward se hayan encontrado con tu prisionera, fue una casualidad —el brujo miró al libro—. Su misión era conseguir este libro. Libro que prueba todas las fechorías que tú y tu Corte han estado haciendo —todos vieron al rey pasar saliva, como si ante él estuviera la destrucción de su reinado—. Si no quieres que se lo haga llegar a la Señora del Bosque, debes dejarnos ir… a todos.

Puck miró al rey Oberón en busca de una respuesta que contraatacara, pero el soberano se hallaba absorto en sus pensamientos. Frunció los labios y su mirada se posó en el brujo, en Silas, en Edward y por último en Beau.

—Y será mejor que no intenten robármelo, porque las cosas podrían ponerse peor —amenazó el brujo.

Oberón clavó sus ojos en los de Beau durante un momento interminable y de gran tensión. El chico no tenía ni idea de qué andaba buscando ni de lo que había encontrado, pues algo había cambiado en su rostro. La sonrisa de sus labios se había alterado, y también el brillo de sus ojos. Había adoptado una decisión, todos lo supieron en ese instante.

—Hijos míos —contestó el rey con voz suave—, no parece haber problema alguno. Estamos ante una amenaza inusual, pero no veo un daño inmediato. Da la impresión de que este problema no nos corresponde.

—¿Es ése el sentido de tu palabra? —inquirió Puck.

—Lo es.

—¿Y qué me dices del tal Zé? Ese hombre lobo lideró una revuelta.

—A consecuencia de un acto nuestro —convino Oberón.

—Detengan a Zé si les place, pero dejen en paz a mis hermanos —intervino Danilo, que no se andaba por las ramas—. Por su culpa perdimos a muchos.

El rey asintió con expresión solemne y luego se volvió hacia la guardia con una cálida sonrisa.

—Dejémoslos. Son libres de irse —anunció.

Allen se unió junto a sus dos amigos: Pamphile y Erictho, quienes lo ayudaron a abrir un portal lo suficientemente grande como para que pudieran transportar a tanta gente. Nadie cuestionó el lugar en donde terminarían, simplemente cedieron, como si les urgiera salir de Elfame cuanto antes, algunos pensaban en comenzar desde cero o partir hacia donde sus destinos les dijera. Otros simplemente sonrieron a la espera de que ese lugar les diera una sorpresa gigantesca. Para los Cullen era un reencuentro con Carine y Earnest. Ahora la mayor incógnita está en aquella mujer, que yacía sobre los brazos de Edward; y en el secreto de Allen.

El brujo le echó una mirada rápida a Beau, sonriéndole y guiñándole un ojo. Éste se giró una última vez hacia el rey. Oberón era la viva imagen del remordimiento cuando inclinó la cabeza y se deslizó hacia atrás antes de darse la vuelta. Beau contempló en silencio cómo el último de los soldados desaparecía entre los árboles.

Imperó el silencio, pero Beau no bajó la guardia.

En cuanto cruzara ese portal su problema con los Vulturis volvería.