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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

_DR3AM3R_1226 · Book&Literature
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52 Chs

REENCUENTRO FORZOSO O NO, ME LLEVA LA CHINGADA

Julie ya tenía decidido cuál sería su próximo paso, por lo que esperó hasta que Sam terminara de ir a charlar con sus amigos los chupasangres para que ella ejecutara su movida. Lo cierto era que no tenía intención alguna de despedirse de su padre. Después de todo, bastaría un telefonazo rápido a Sam para estropearle la jugada. Le cortarían el paso y le obligarían a retroceder. Probablemente, intentarían hacerla enfadar o herirla para que entrara en fase. Entonces, el líder de la manada establecería otra ley con su voz de Alfa.

Pero Billy la esperaba, sabedor de que debía de estar con un estado de ánimo alterado. Permanecía en el patio, sentado en la silla de ruedas, con los ojos clavados en el lugar del bosque aun con su traje puesto, quizá pensando en la terrible situación de su amigo. Julie leyó en su rostro cómo evaluaba su dirección: directo a su garaje de fabricación artesanal, sin pasar por casa.

—¿Tienes un minuto, Jules? —dejó que sus pies resbalaran hasta detenerla. Lanzó dos miradas, una a él y otra al garaje—. Vamos, chica, ayúdame a entrar por lo menos.

La chica rechinó los dientes, pero decidió que probablemente su padre tendría menos problemas con Sam si pasaba con él unos minutos, hasta conseguir engañarle.

—¿Y desde cuándo necesitas ayuda, viejo?

Soltó una de sus carcajadas retumbantes.

—Tengo los brazos cansados después de todo el trayecto.

—Pero si yo era quien te movía y aparte fuimos en auto.

Empujó la silla, la subió por la pequeña rampa que le había hecho y entraron en el cuarto de estar.

—No me sueltes… Parece que he alcanzado los setenta por hora. Uf, ha sido genial.

—La silla va a acabar convertida en un trasto, ya lo sabes, y luego tendrás que arrastrarte sobre los codos.

—Ni lo sueñes. Me llevarás tú.

—Pues me da que no vas a ir a muchos lugares.

—¿Queda algo de comer? —preguntó mientras apoyaba las manos en las ruedas y se empujaba hasta el frigorífico.

—Tú me metiste en un lío dejando que Paul se quedara aquí…, es muy probable que no haya nada.

Billy suspiró.

—Habrá que empezar a esconder los comestibles si no queremos pasar hambre.

—Dile a Rachel que se quede en casa de Paul.

La nota bromista desapareció de la voz de Billy y la mirada acerada perdió parte de su dureza.

—Únicamente la tenemos en casa unas pocas semanas al año y es la primera vez que está aquí desde hace mucho. Todo esto es más duro para tus hermanas porque eran mayores que tú cuando murió tu madre. Les resulta mucho más difícil hacer de este sitio su casa.

—Lo sé.

Rebecca no había regresado desde su boda, aunque su excusa era de primera: los billetes de avión desde Hawái valían una fortuna. Washington estaba demasiado cerca para que Rachel tuviera la misma escapatoria. Ella iba directamente a clase después del verano, no volvía a casa porque doblaba turnos en algún restaurante o café del campus. Se hubiera escabullido en un momento de no ser por Paul, y suponen que ése era el motivo por el cual Billy no le largaba de una patada.

—Bueno, debo a ir a solucionar unas cositas —dijo Julie mientras se dirigía hacia la puerta trasera.

—Aguarda un momento, Jules. ¿No me vas a poner al corriente? ¿Acaso no te ha llamado Sam para informarte?

Ella permaneció de espaldas a él para ocultar el rostro.

—No ha pasado nada. Sam sacó el pañuelito para despedir a los Cullen. Supongo que ahora somos un hatajo de admiradores de esas sanguijuelas.

—Jules…

—No quiero hablar de ello.

—Pero Sam quiere que hables con los Cullen.

Eso sorprendió bastante a Julie, no esperaba que Sam le permitiera hacerlo, aunque claro, tampoco es como que ella se hubiera esperado a recibir órdenes de su alfa.

—Bien.

—Pero ni siquiera te he dicho en donde deben verse.

Julie volteó los ojos y suspiró al mismo tiempo.

—Es obvio que debe ser en un lugar neutral para ambos.

Julie avanzó a la entrada sin decir más.

—¿Te marchas, hija?

Se hizo el silencio en la habitación durante un largo rato mientras Julie cavilaba una contestación.

—Así Rachel podrá recuperar su cuarto. Sé cuánto odia esa colchoneta…

—Ella preferiría dormir en el suelo antes que perderte. Igual que yo.

Julie soltó un resoplido.

—Julie, por favor, si necesitas un respiro, tómatelo, pero que no sea tan largo. Y regresa.

—Tal vez, tal vez venga en las bodas. Me dejaré ver en la de Sam y luego en la de Rachel, aunque tal vez Jennyfer y Kendall se casen antes. Probablemente voy a necesitar un vestido o algo así…

—Mírame, Jules.

Ella se dio la vuelta muy despacio.

—¿Qué…?

Billy la miró a los ojos durante un minuto largo.

—¿Adónde vas?

Julie sabía que no hablaba de su reunión con los Cullen.

—No tengo pensado un lugar específico —mintió.

Él ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.

—¿Ah, no?

Volvieron a mirarse el uno al otro mientras transcurrían los segundos.

—Julie —le dijo con voz contenida—, no lo hagas, Julie. No merece la pena.

—No sé de qué me hablas.

—Deja en paz a Beau y a los Cullen. Sam está en lo cierto.

Le miró durante otro instante antes de cruzar la habitación de dos zancadas largas. Agarró el teléfono y desconectó el cable que unía el cajetín con el enchufe telefónico. Guardó el cable gris en la palma de su mano.

—Adiós, papá.

—Jules, espera… —le llamó a sus espaldas… pero Julie ya había atravesado la puerta y estaba corriendo.

Iba a ir más despacio en moto que a pie, pero resultaba más discreto. Se preguntó cuánto tiempo iba a necesitar Billy para impulsarse hasta la tienda y telefonear a alguien capaz de darle un recado a Sam. Apostó a que éste seguiría todavía con su forma lobuna. El problema podría plantearse si Paul regresaba a la casa antes de tiempo. Él era capaz de transformarse en cuestión de un segundo e informar a Sam de lo sucedido, Julie no iba a darle importancia. Iría lo más rápido posible y ya haría frente a ese problema cuando no le quedara otro remedio, si le daban alcance.

La moto cobró vida en cuanto dio una patada al pedal y descendió la vereda embarrada sin mirar atrás cuando pasó delante de la casa.

Los coches de los turistas atestaban la autovía. Una sucesión de adelantamientos por ambos lados del carril le permitió pasar a los vehículos, y se granjeó una buena serenata de bocinas y el saludo de unos cuantos dedos corazones. Enfiló hacia la 101 a setenta por hora sin molestarse en mirar a los lados y tuvo que inclinarse hasta la línea de equilibrio para evitar la embestida de una pequeña furgoneta. No es que eso le hubiera matado, pero sí le hubiera demorado, pues los huesos tardaban días en soldarse del todo, al menos los grandes, como bien sabía Julie.

El tráfico era algo más fluido en la autovía, de modo que subió a ochenta. No tocó el freno hasta hallarse cerca del estrecho camino de entrada. Supuso que para entonces ya estaría a salvo.

Sam no iba a venir tan lejos para detenerla. Era demasiado tarde. No empezó a pensar en su próximo movimiento hasta ese momento, cuando estuvo segura de que iba a poder llevarlo a cabo. Redujo a veinte y avanzó haciendo eses entre los árboles con más cuidado del necesario.

Iban a oírle llegar, lo sabía, razón por la cual el factor sorpresa estaba fuera de lugar; y tampoco había forma de disimular sus intenciones, ya que Edward leería sus propósitos en cuanto se acercara lo bastante. Pero pensaba que las cosas podían salir bien, ya que contaba con el ego a su favor. Él querría luchar con ella a solas.

***

—Dicen que nos reunamos en un lugar neutral para que Julie pueda verte y tomar una decisión.

—¿Verme? Pero no puedo acercarme tanto…

—Puedes hacerlo, Beau —dijo Edward—. Eres el neófito más racional que he visto nunca.

—Es cierto —concordó Carine—. Nunca he visto a nadie adaptarse tan fácilmente. Si no supiera que no es así, diría que tienes por lo menos una década.

No es que Beau pensara que le estuvieran mintiendo, pero tal vez no se dieran cuenta de la magnitud de lo que le estaban proponiendo.

—Pero es Julie. Mi amiga. O al menos así era. ¿Y si la hiero?

—Estaremos allí —dijo Eleanor—. No permitiremos que hagas ninguna estupidez.

—En realidad… —dijo Edward.

Eleanor se la quedó mirando, sorprendida.

—Han pedido que no superemos en número a Julie. Solo tres vampiros. Yo ya he aceptado. Beau tiene que ser el otro, y la restante debe ser Carine.

Eleanor estaba claramente ofendida.

—¿Eso es seguro? —preguntó Earnest.

Edward se encogió de hombros.

—No es una emboscada.

—O quizá aún no han decidido que lo sea —dijo Jasper.

Había adoptado una actitud protectora junto a Alice, a quien parecía que le pasaba algo. Daba la sensación de estar un poco aturdida.

—¿Alice? —preguntó Beau.

—No los he visto —susurró—. No sabía que iban a venir. Y ahora tampoco puedo ver. No visualizo el encuentro. Odio no poder verlos.

—¿Y eso significa algo malo? —preguntó Beau.

—No lo sabemos —contestó Edward con rudeza—. Y tampoco tenemos tiempo de averiguarlo. Queremos estar allí antes de que llegue. No queremos que tenga oportunidad de cambiar de idea.

—Saldrá bien —les dijo Carine a los demás, con los ojos clavados en Earnest—. Julie solo está intentando proteger a su gente. Es de los buenos, no es la villana.

—Pues ella piensa que los villanos somos nosotros —observó Royal—. Tanto si es ella buena como si no, Carine, aún tenemos que aceptar que son nuestros enemigos.

—No tiene por qué ser así —susurró Carine.

—Y, de todos modos, eso no importa esta noche —dijo Edward—. Esta noche Beau tiene que darle una explicación a Julie para que no tengamos que elegir entre marcharnos de Forks y levantar sospechas o combatir con una manada que solo está intentando proteger a su tribu.

—Recuerden que Alice no puede ver si estarán en peligro —dijo Jasper.

—Estaremos bien. Julie no querrá hacer daño a Beau.

—No sé si eso sigue siendo así. Y sé que no tendrá ningún problema en hacerte daño a ti.

—Yo sigo escuchando perfectamente los pensamientos de ella. Y no nos tomará desprevenidos.

—Dinos adónde ir —dijo Eleanor—. Guardaremos las distancias y solo acudiremos si nos llaman.

—He hecho una promesa y no hay motivo para romperla. Necesitamos que vean que pueden confiar en nosotros, ahora más que nunca. ¡No! —respondió Edward, cuando aparentemente a Jasper se le ocurrió otro argumento para rebatirlo—. No tenemos tiempo. Volveremos pronto.

Eleanor rezongó, pero Edward la ignoró.

—Beau, Carine, vamos.

Beau salió corriendo tras él y escuchó que Carine los imitaba. Beau no corrió muy deprisa esta vez, y ambos pudieron seguirle el ritmo. Lo hacía más por no querer llegar al encuentro que por amabilidad.

—Pareces muy seguro de lo que dices —le dijo Carine a Edward.

—He echado un buen vistazo a sus mentes. Ellos tampoco desean librar esta batalla. Solo parece ser un capricho de Julie. Pero no pretenden que haya un derramamiento de sangre.

—No lo habrá. Yo no les haré daño.

—No disiento al respecto. Pero, si nos marchamos ahora, será problemático.

—Lo sé.

Beau los escuchó, pero sus pensamientos estaban muy lejos, y se centraban en Julie y en Charlie y en el hecho de que no debía acercarse a ningún ser humano. Los demás le habían contado muchas historias sobre sus años de neófitos, sobre todo Jasper, y no estaba preparado para ser la primer excepción a la regla. Era cierto que no le había costado aprender muchas cosas, y que a todo el mundo le sorprendía lo… tranquilo, que estaba, pero aquello era distinto. Edward se había esforzado mucho para que no tuviera que ponerlo a prueba en el aspecto más importante: no matar a nadie. Y, si lo fastidiaba todo aquella noche, no solo destruiría el universo de su padre —que ahora más que nunca necesitaba un amigo y si Billy perdía a Julie, olvidaría a Charlie—, sino que también comenzaría una especie de guerra entre los Cullen y los licántropos.

Nunca se había sentido torpe con su nuevo cuerpo, pero, de repente, aquella familiar sensación de muerte inminente volvía a planear sobre él. Aquella era su oportunidad de estropearlo todo de una manera realmente espectacular.

Edward los guio al noreste. Cruzaron la autovía en el punto donde giraba hacia Port Angeles y continuaron rumbo al norte durante un rato más, siguiendo una carretera secundaria. Edward se detuvo en un terreno baldío, a un lado de la carretera a oscuras, un gran claro del bosque obra de los leñadores.

—Edward, no creo que pueda hacer esto.

Él le dio la mano a Beau.

—Estamos a barlovento. Carine y yo intentaremos detenerte si pasa algo. Solo tienes que intentar no resistirte a nosotros.

—¿Y si no puedo controlarme? ¿Y si les hago daño?

—No temas, Beau, sé que puedes hacerlo. Contén la respiración. Huye si se vuelve insoportable.

—Pero, Edward…

Él se llevó el dedo a los labios y dirigió la mirada hacia el sur.

No tardaron mucho en aparecer los faros de una moto.

Tenía la esperanza de que la moto pasara de largo. Al fin y al cabo, Julie podría venir en su forma lobuna, pero se fue deteniendo lentamente no muy lejos de donde ellos estaban esperando, y Beau se dio cuenta de que entre los árboles se escuchaban los rugidos de lobos, de todas formas estaban lo suficientemente lejos. Por la mente de Beau surgían ideas de quienes podrían ser, aunque apuntaba más por Embry y Quil o tal vez Sam para no perder de vista a su Beta.

Julie no parecía prestar atención a sus colegas, es más, Beau se dio cuenta de la cólera que recorría a su antigua amiga desde dentro. Pero no sabía si se debía a que quería permanecer sola para manejar la situación o solo era por ver el nuevo aspecto de Beau. De cualquier forma, la chica descendió con esa forma tan suya, de la moto. Era la primera vez que podía observarla tal y como era. Ese cabello tan negro, su piel rojiza y unos grandes ojos con un profundo pesar o ira, cualquiera de los dos había marcado a su amiga de por vida y no creía que existiera algo que lo evitara.

—A decir verdad, pensé que yo llegaría primero —se quejaba Julie con aspereza.

Sam avanzó otros diez metros por el bosque.

—Hola, Julie —dijo Carine.

—Me gustaría resolver esto a solas —se quejó de nuevo Julie.

Su voz le sonaba a Beau áspera y débil: hacía unos días que solo escuchaba voces de vampiros. La manada mitad humano y mitad lobo avanzó lentamente, hasta que quedaron a apenas visiblemente ocultos entre las sombras de los árboles. Beau contuvo la respiración, aunque la suave brisa aún soplaba a sus espaldas.

—Carine Cullen —dijo Julie con frialdad—. Me hubiera tragado toda su historia de la muerte de mi amigo. Hasta que no vi a Edward en el funeral, recordé lo que había pasado.

���Pero estabas equivocada —dijo Edward.

—Eso es lo que Sam dice —respondió Julie—. No estoy segura de que esté en lo cierto —los ojos de Julie se posaron en Beau con un estremecimiento.

—Lo único que podemos aportar es nuestra palabra y la de Beau. ¿Creerás a alguno? —preguntó Edward.

Julie carraspeó, pero no contestó.

—Por favor —dijo Carine, usando un tono mucho más amable que todos los que se habían usado hasta el momento—. Nunca hemos hecho daño a nadie aquí, y tampoco lo haremos ahora. Lo más conveniente sería no marcharnos inmediatamente, pero, de lo contrario, nos iremos sin rechistar.

—No quieren parecer culpables —concordó Julie con sarcasmo.

—No, preferiríamos evitarlo —dijo Carine—. Y, en realidad, le salvamos la vida a Beau… a nuestra manera.

Julie miró de nuevo a Beau.

—Entonces, ¿dónde está Beau? ¿Pretenden que crea que está dentro de esa cosa que guarda un leve parecido con él?

El dolor de su voz era palpable, como también lo era el odio. A Beau le sorprendió su reacción. ¿Realmente tenía un aspecto tan distinto, como si ni siquiera estuviera allí?

—Jules, soy yo —dijo Beau.

Ella puso una mueca al escuchar su voz.

Beau se quedó sin aire. Aferró la mano de Edward e inspiró muy superficialmente. Seguían a barlovento, así que todo iba bien.

—Sé que mi aspecto y mi voz son un poco diferentes, pero sigo siendo yo, Julie.

—Eso es lo que tú dices.

Beau levantó su mano libre en gesto de rendición.

—No sé cómo convencerte. Lo que le dije a Sam es cierto: los Vulturis me querían muerto, como si después de todo lo que se les dijo todavía no les cuadrara algo. Mi familia, los Cullen, no hicieron nada malo. En todo momento intentaron protegerme.

—Si no se hubieran mezclado contigo, ¡esto nunca habría pasado! La vida de Charlie no estaría destrozada y tú seguirías siendo el chico que yo conocí. Del que me encariñé.

Beau ya había tenido aquella discusión antes, y estaba preparado.

—Julie, hay otra cosa que no sabes sobre mí… Solía tener un olor muy apetecible para los vampiros.

Ella dio un respingo.

—Si los Cullen no hubieran estado aquí, estos otros vampiros que vinieron, Joss, Laurent, Riley, habrían pasado de todos modos por Forks. Tal vez hubieran matado a más personas durante su estancia aquí, pero puedo asegurarte que, si Charlie hubiera sobrevivido, me estaría echando de menos exactamente igual que lo hace ahora. Y no quedaría absolutamente nada del chico que solías conocer. Puede que quizá no lo percibas, Julie, pero sigo aquí.

Julie sacudió la cabeza, aunque le dio a Beau la sensación de que menos enfadada. Y más triste. Miró a Edward.

—Admito que el tratado no aplica bien, Sam tenía razón en ello. ¿Cuáles son tus planes sanguijuela?

—Nos quedaremos un año más. En lo que tratamos de conseguir nuevas identidades.

Julie asintió.

—De acuerdo. Puede que haya cometido un error. Yo… —suspiró—. Ha sido un error. Estaba… demasiado enojada.

—Lo entendemos —dijo Carine con suavidad—. No se ha producido ningún mal…, y tal vez sí algo de bien. Es mejor que nos entendamos mutuamente en la medida de lo posible. Tal vez incluso podríamos volver a hablar otra…

—El tratado está intacto —dijo Julie con dureza—. No pidan nada más por nuestra parte. Suficiente tengo con que Sam no haya querido apoyarme.

—Tú no eres la líder de la manada —rebatió Edward.

Julie frunció el ceño.

—Soy la segunda al mando, mi palabra es igual de válida que la de Sam.

Edward rió por lo bajo.

—¿En serio? ¿Y cómo te funcionó eso la última vez?

Julie estuvo a nada de ir a soltarle un puñetazo al chupasangres, en verdad quería hacerlo. Pero entonces escuchó el gruñir proveniente de Sam, que al instante la retuvo solo un poco.

Carine asintió una vez.

—Tranquila, chica, estamos bien con eso.

Julie volvió a mirar a Beau y su rostro se descompuso.

La brisa cambió de dirección.

Edward y Carine lo agarraron ambos brazos al mismo tiempo. Los ojos de Julie se abrieron, asombrados, y luego los entornó con gesto iracundo. Sam soltó un gruñido.

Beau colocó los músculos en posición, esperando ser capaz de mantenerlos inmóviles. Estaba decidido a hacerlo tan bien, por lo menos, como lo había hecho durante su primera caza. En el peor de los casos, dejaría de respirar y echaría a correr. Nervioso, Beau aspiró un poco de aire por la nariz, preparado para lo que fuera.

Dolió un poco, pero su garganta ya ardía sordamente de todas formas. Julie no olía más humano que el puma. Había un matiz animal en su sangre que le repelía de forma instantánea, aunque el sonido húmedo, fuerte, de su corazón resultaba atractivo, el olor que lo acompañaba le hizo arrugar la nariz. En realidad, su olor le facilitaba a Beau el atemperar su reacción al sonido y calor de su sangre pulsante.

Inspiró de nuevo y se relajó.

—No, no te preocupes —se apresuró a decir—. Todo sigue exactamente igual por aquí: apestas, Julie.

Julie mantuvo los ojos entornados, pero Beau pudo ver que también ocultó una sonrisa. Tal vez no esperara que su comportamiento fuera tan propio de sí. Beau decidió aprovechar aquella inesperada oportunidad. Aspiró otra bocanada de aire y, aunque le dolió exactamente igual que antes, supo que lo soportaría.

—Así que parece que no volveré a tener oportunidad de hablar contigo —dijo—, y lamento que sea así. Supongo que todavía no entiendo bien las reglas. Pero, ya que estás aquí, si me permitieras pedirte un único favor…

Su rostro volvió a endurecerse.

—¿Cuál?

—Mi padre —volvió a dar la sensación de que el aire se le quedaba atascado en la garganta y tuvo que hacer una pausa de un segundo antes de proseguir—. Por favor, cuídalo. No le dejes pasar demasiado tiempo solo. Nunca quise hacerle esto a él… ni a mi madre. Esta es la parte más dura. Para mí, está bien. Yo estoy bien. Si tan solo hubiera una manera de poder hacer que esto fuera menos duro para ellos, lo haría, pero no puedo. ¿Podrías por favor cuidar de él?

El rostro de Julie se quedó inexpresivo un minuto. Beau fue incapaz de interpretar sus facciones. Deseó poder leerle el pensamiento como hacía Edward.

—Lo habría hecho de todos modos —dijo Julie al fin.

—Lo sé, pero no podía evitar pedírtelo. ¿Crees que… podrías informarme si hay algo que yo pueda hacer? Ya sabes, desde las sombras.

Ella asintió lentamente.

—Todavía pareces tú, más o menos. No es tanto el aspecto que tienes como que… sigues siendo Beau. No creía que me sintiera como si siguieras aún aquí —Jules le sonrió esta vez aunque con rastro de amargura y resentimiento—. De todas formas, supongo que pronto me habré acostumbrado a los ojos y supongo que, después de todo, sí que queda en ti algo del Beau original.

Beau suspiró. No le creería si le decía que su ser estaba intacto y que simplemente se le había añadido algo nuevo en la superficie.

—Bueno, supongo que no debí haber hecho una escenita como esta.

—Fue bueno verte, Julie —dijo Beau antes de que se arrepintiera—. Ojalá las cosas pudieran ser como antes.

La chica asintió y volvió a subir a su moto.

Cuando se dio media vuelta, Beau vio que por el rabillo del ojo se le escapaba una lágrima. Los lobos también se alejaron de ellos, dando marcha atrás.

Él esperaba que aquella no fuera la última vez que viera a Julie. Esperaba que quizá algún día los lobos se dieran cuenta de que los Cullen también eran héroes.

La moto de Julie se alejó por la carretera. Los lobos se fundieron con los árboles. Beau esperó hasta que Edward hubo terminado de escuchar su partida.

Empezaron a correr, pero no tan deprisa como antes.

—Vaya, evitamos una pelea con licántropos. Este mundo es todavía más raro de lo que yo pensaba —dijo Beau.

—Estoy de acuerdo —dijo Edward—. Sigo creyendo que podrías matar tú mismo al asesino de hadas.

Beau suspiró confuso.

—Basta con eso, no sé nada al respecto.

—No ha sido lo más chocante que he presenciado esta noche —dijo Carine.

Beau se le quedó mirando a Carine. Quien sonrió al instante.

—O sea, sabía que eras especial, Beau, pero lo que ha pasado ahí atrás ha sido mucho más que eso. Jasper no va a poder creérselo.

—Ah, pero… —Beau se le quedó mirando—. Tú dijiste que sabías que podía hacerlo. Además el olor de los licántropos no es muy apetitoso.

Ella le mostró sus hoyuelos.

—Bueno, pero un neófito no logra ver la diferencia hasta que la sangre de los licántropos entra en su sistema.

Carine rió, y entonces intercambió una mirada con Edward. Carine aceleró mientras que Edward aminoraba la velocidad. En cuestión de un segundo, se quedaron solos.

Beau mantuvo el ritmo de Edward, y se detuvo cuando él lo hizo. Edward llevó sus manos a ambos lados de su cara.

—Ha sido un día muy largo. Y muy duro. Pero quiero que sepas que eres extraordinario y que te amo.

Beau lo atrajo hacia su cuerpo.

—Mientras estés a mi lado, puedo con cualquier cosa.

Entonces Alice apareció al otro lado del bosque, balanceándose hacia delante y hacia atrás en una rama como una artista del trapecio, con los dedos de los pies pegados a las manos, antes de arrojar su cuerpo en una graciosa voltereta hacia el río. Earnest hizo un salto mucho más convencional, mientras que Eleanor se lanzaba contra el agua, chapoteando de tal modo que las salpicaduras llegaron hasta los zapatos de Edward y Beau. Para sorpresa del neonato, Jasper los siguió, con su propio y eficaz salto de aspecto sobrio pero sutil frente al de los demás. Beau no se había percatado de la fiesta que se había hecho entre los Cullen, pero le gustó ver que todos eran muy felices.

La amplia sonrisa que se extendía en el rostro de Alice le resultó familiar a Beau en una oscura y extraña manera. Todo el mundo le sonreía de pronto al chico, Earnest y Carine con dulzura, Eleanor excitada, Royal con expresión de suficiencia y Edward, expectante.

Alice se deslizó delante de todos los demás, con la mano extendida delante de ella y una impaciencia que casi se podía ver, como un aura rodeando su cuerpo. Traía en la palma de su mano una llave de bronce de aspecto cotidiano con un enorme lazo rosa de satén atado.

Le dio la llave y Beau automáticamente agarró a Edward con más firmeza y luego estiró el izquierdo y tomó la llave. Alice la dejó caer sobre su mano.

—¡Te tengo una sorpresa! —canturreó.

Beau puso los ojos en blanco.

—Nadie empieza a contar su cumpleaños el día de su nacimiento —le recordó Beau—. El primer cumpleaños se celebra al año de haber nacido, Alice.

Su gran sonrisa se volvió petulante.

—No estamos celebrando tu cumpleaños como vampiro, al menos todavía no. Solo creo que vale la pena premiarte por todo lo que has pasado en estos intensos días.