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Capítulo 6. Drizzle

Drizzle despertó a las cuatro de la mañana, según un viejo reloj que había adquirido el día anterior. Antes él se levantaba con el Sol y no necesitaba ningún reloj, pero ahora tenía otras responsabilidades y debía estar atento con el tiempo.

Drizzle desarmó la cerradura de dedos que Darkness formaba en su pecho todas las noches para que nadie la despojara de su última posesión, y se levantó para darle un beso en la frente y respirar hondo, a pesar de pasar toda la noche presionado por los pechos de Darkness.

El haber visitado a Sara el día anterior, había hecho maravillas con su estrés y toda la presión que sentía. Drizzle se agachó y le dio otro beso en la frente a Darkness solo para alardear de sí mismo. Darkness le sostuvo la cabeza y también le dio un beso.

Drizzle la arropó con la sábana y arregló su almohada. Drizzle se enjuagó la boca con hierbas refrescantes, y limpió sus dientes con los dedos. Luego se sentó y se puso sus botas de cuero, las perneras y la coraza, para salir de la tienda y dirigirse a donde dormían sus nuevas reclutas.

Las ballestas habían llegado en la tarde, pero Drizzle las envió al almacén. Él necesitaba ver el estado físico de las estafadoras antes de decidir hacer nada.

Drizzle llegó al lugar y emprendió una carrera a toda velocidad, desenfundando su espada y rompiendo la solapa de la entrada a la tienda, para pasar dentro y cubrir la entrada con prisas y una respiración acelerada. Mientras caminaba, él había visto la solapa de la tienda de Alexander moverse y era evidente que él iba a salir fuera. Pero como el afeminado les tenía miedo a las mujeres, Drizzle sabía que no se atrevería a entrar a la carpa de las niñas.

Cuando Drizzle rompió la solapa de la tienda, las niñas despertaron y se levantaron como un resorte, pero no hubo gritos ni llanto.

—¿Qué esperan para encender las lámparas? —preguntó Drizzle molesto por sus evidentes sospechas.

¿Acaso creían estas mocosas flacas y planas que podían tentarle? Las estafadoras encendieron las lámparas, pero nada más.

—¡Levanten sus traseros y vístanse, es hora de comenzar el entrenamiento! —reprendió Drizzle.

—¿Quieres que nos cambiemos delante de ti? —preguntó una retaca de unos once años.

—Me quedaré aquí. Ustedes usen las sábanas para cubrirse y si llego a ver algo que no debo, les rompo el culo a patadas —amenazó Drizzle. Esa era la amenaza que más usaba su instructor.

Drizzle lo había apodado Demonio Destructor de Culos, pero no le hizo gracia y recibió veinte tablazos en las nalgas.

Las niñas se tomaron en serio su amenaza y se dieron prisa en cambiarse tapándose con las sábanas. La primera en terminar fue la adolecente disfrazada que dormía con parte de su disfraz puesto. Ella señaló la carpa.

—¿Debemos arreglar este lugar antes de hacer ejercicios? —preguntó.

—Su aseo personal no es asunto mío. Las reglas de la compañía establecen que es responsabilidad de ustedes encargarse de su propia persona. Pero si este lugar empieza a apestar atraerá insectos.

»Si los insectos se meten a otras tiendas habrá una investigación y si en esa investigación se determina que esta tienda es su origen, cada una de ustedes recibirá veinte azotes la primera vez, cuarenta azotes la segunda vez y ochenta azotes la tercera vez.

»La cuenta se reinicia cada año, pero no creo que muchas de ustedes aguanten veinte azotes —comentó Drizzle.

Las niñas lo miraban con los ojos muy abiertos y corrieron a recoger las ropas que dejaron tiradas en el suelo. Drizzle señaló a una de ellas y le pidió que se acercara.

—Asómate a ahí fuera y ve si hay una mujer hermosa y semidesnuda en frente de la carpa —ordenó Drizzle con seriedad.

La niña lo miró por un segundo como tratando de determinar la seriedad de la situación. Ella pareció decidir que era serio y se asomó por la solapa de la tienda. La niña se quedó allí por diez largos segundos y no metió la cabeza hasta que Drizzle la haló dentro.

—Informa —ordenó Drizzle.

—¡Es la mujer más hermosa que he visto jamás! —dijo la niña ilusionada. Drizzle la miró con los ojos entrecerrados.

—Mocosa, ¿eres lesbiana? —preguntó Drizzle con seriedad.

—No —respondió la niña en confusión. Drizzle le dio un coscorrón.

—¿Entonces qué demonios haces mirando mujeres hermosas?, dime de una vez si estaba semidesnuda o no —reprendió Drizzle molesto por su falta de atención a sus órdenes.

—¡Lleva ropa y armadura! —respondió la niña con un respingo. Drizzle dio un suspiro y señaló la entrada.

—Tomen tres lámparas, salgan fuera y formen tres filas —ordenó Drizzle y salió fuera de la tienda.

Drizzle caminó hasta Alexander mientras las niñas formaban y miraban aleladas a Alexander, que llevaba una lámpara en la mano dejando ver su apariencia. La chica disfrazada también miró a Alexander, pero no había nada más en sus ojos que no fuera preocupación. Parecía que su historia era más complicada de lo que Drizzle había pensado. Alexander fingió no darse cuenta de su obvia mirada.

—Es demasiado inexperta para ser una espía —comentó Alexander en voz baja. Drizzle asintió en acuerdo.

—Alexander, ayer me dijeron que hay ciertos rumores sobre mí por ahí. Dicen que yo soy una persona aterradora, ¿sabes algo de eso? —preguntó Drizzle y Alexander se tensó. Drizzle suspiró—. ¿Quién lo dice? —preguntó Drizzle.

—Todo el campamento —respondió Alexander. Drizzle se sintió ofendido—. Yo también pienso que eres aterrador —dijo Alexander. Drizzle lo miró con incredulidad. Este tipo le había roto la nariz tantas veces, que ya había cambiado su forma de nacimiento, pero le acusaba a él de ser aterrador.

—¿Qué hay de aterrador en mí? —preguntó Drizzle—. He hecho lo mejor que he podido. Les consigo los mejores contratos, los despojos más jugosos, los mejores lugares para la batalla. Nadie ha muerto en esta compañía desde hacen tres años gracias a mí —se quejó Drizzle.

—Eso es aterrador —dijo Alexander. Drizzle no entendió—. Que no haya muerto nadie en tres años. Hemos participado en al menos treinta campañas en estos tres años y no ha muerto un solo hombre. Las mejores compañías pierden de diez a quince hombres por año. Además, hay algo que siento cuando estoy cerca de ti…

—Eres gay ¿verdad? —preguntó Drizzle y recibió un veloz puñetazo en la cara que le partió la nariz.

—¡Deja de hacer bromas, pedazo de idiota! —reprendió Alexander.

—No estoy haciendo bromas, tú eres el que habla como… —Drizzle se detuvo antes de recibir otro puñetazo y decidió mejor acercarse a las niñas.

—¡Escuchen mocosas flacuchas! Van a trotar desde aquí hasta que vean una roca pintada de azul a un kilómetro y medio en línea recta. Luego regresan aquí de la misma forma.

»No se hagan las listas, porque he sobornado a una de ustedes y como se salten el entrenamiento y se pongan a descansar, les pateo el culo hasta dejarlas más planas de lo que son ahora. Por último, tengan cuidado con las serpientes del camino —dijo Drizzle y señaló la dirección con su mano libre ya que con la otra sostenía su nariz rota.

Las niñas no hicieron preguntas y empezaron a trotar en la dirección señalada. Drizzle se acostó de espaldas en el suelo y sacó una venda de su bolso para ponérsela en la nariz.

—¿Llevas vendas en tu bolso? —preguntó Alexander, dejando la lámpara en frente y sentándose a su lado sobre sus rodillas.

Era una postura elegante, pero era la postura elegante de una mujer. ¿Quién demonios le enseñó a este tipo todos esos gestos? ¿Se podía nacer con ese comportamiento?

Ni hablar. El que pensara eso era un completo idiota. Si fuera así, todas las campesinas actuarían como las damas de la corte. A Alexander, alguien le había enseñado a comportarse de esa forma y a ser afeminado. Y había sucedido en su juventud, antes de llegar al campamento, pensó Drizzle y cerró los ojos.

—¿Hay algún rumor sobre Darkness? —preguntó Drizzle.

—Ella es muy rara. Rara, rara, rara —repitió Alexander—. Es tan rara que no parece humana. También he notado que nos mira hacia abajo a todos. Ella me da la sensación de que si la partiera en pedazos y ella estuviera a punto de morir en mis manos, aun así me miraría hacia abajo.

»Lo que es más raro es que no siento ninguna arrogancia u orgullo, es más bien indiferencia y condescendencia —dijo Alexander. Drizzle sabía con exactitud lo que ese sentimiento era. Darkness lo había mirado así desde que ella era un bebé. Era su mirada natural—. Pero nadie se atreve a esparcir rumores sobre ella, y ningún forastero sabe de su existencia en el campamento —dijo Alexander—. Todos temen que eso pueda enfadarte —agregó Alexander.

«¿Y no temen que pueda enfadarme si andan regando por allí que soy una persona aterradora?», se preguntó Drizzle.

—Siento miedo de las mujeres —confesó Alexander con un suspiro.

El corazón de Drizzle se saltó un latido. Después de diez años de romperle la nariz, el momento al fin había llegado. Alexander había confesado uno de sus evidentes secretos. Ahora le faltaba admitir que era un mago muy poderoso.

—¿Por qué? —preguntó Drizzle con calma.

—Mi padre se avergonzaba de mi apariencia cuando era niño. Hasta los magos se daban de cuenta de que mi apariencia no era la de un niño. Para colmo, yo no mostraba ni un poco de magia.

»Cuando tenía cinco años, mi padre ya no quiso que le acompañara más a ningún lado. Me dejaba siempre en casa con mi madre. En un principio, ella me llevaba siempre consigo, pero un día dejó de hacerlo, y cuando cumplí seis años, mi regalo fue un vestido de niña.

»Mi madre me lo puso y me abofeteó cuando le dije que no me gustaba. Ella me maquilló y dejó como una muñeca. Mi padre no dijo nada cuando me vio usando el vestido y hasta le dijo a uno de sus amigos que yo era una nueva criada del castillo.

»Mi madre hizo lo mismo con sus amigas. Ella me golpeaba cuando no me sentaba o me movía de la forma en que ella lo hacía. Mi padre me desheredó cuando tenía doce, y hui de casa cuando cumplí los quince y pude obtener una identificación. Para escapar lo más lejos posible, viajé a las islas malditas.

»Yo quería casarme y tener algunos hijos ya que al igual que todos, sabía que la belleza de los miembros de mi línea de sangre, estaba relacionada con su poder mágico. Yo pensé que había algo mal en mi cuerpo y por eso no podía usar la magia, pero si tenía algunos hijos, era posible que ellos fueran magos poderosos.

»Mi primera opción fue buscar una maga de la sangre basura, pero fui rechazado en multitud de ocasiones al mencionar que era de la línea de sangre divina. Allí me di de cuenta que las cosas no eran como las contaban, los de la sangre basura no mostraban ningún temor o respeto hacia mí y no era porque fuera débil, hasta un ciego habría comprendido que lo que sentían por mí era desprecio y odio. Ellos… No sé lo que ha sucedido en las islas, pero los magos de la sangre basura son muy arrogantes ahora.

»Yo no tenía esperanza de conseguir una esposa entre ellos por lo que apelé a las humanas comunes. Según mis padres, eso era una gran humillación y diluía la sangre, pero yo confiaba en la pureza de mi línea de sangre y no tenía otra opción. Así que decidí acercarme a las mujeres comunes. Ellas me miraban aleladas en un principio, pero cuando les decía que era un hombre y mostraba mi interés en ellas, se alejaban con rapidez. Algunas me llamaron desviado cuando insistí. Otras amenazaron con llamar a sus familiares. Otras se limitaron a insultarme y otras a ofrecerme tratos asquerosos.

»Después de cuatro años de burlas y desprecios, yo… Empecé a sentirme mal al lado de las mujeres. No quería acercarme a ellas y mientras más pasaba el tiempo, ese sentimiento crecía. Al final me rendí en mis planes y busqué una forma de cambiar mi apariencia a algo más… Como un hombre.

»Yo me sentía humillado, ultrajado y molesto, al tener que cambiar mi apariencia para poder ser aceptado, pero no tenía otra opción. Ya no me quedaba dinero y mi futuro era oscuro. Yo me dirigí a varias compañías mercenarias, pero algunas me rechazaron nada más al verme. Pertenecían a las familias de sangre basura y no aceptaban a miembros de las líneas de sangre real. En otras me recibieron con gran entusiasmo, pero cuando dije que no podía usar magia también me echaron.

»Después de preguntar en cinco campamentos grandes, cambié a los más pequeños y di con esta compañía que reclutaba incluso a mendigos, por lo que los estándares eran muy bajos. Yo ingresé después de un humillante examen para ver si en verdad era un hombre. Sentí ganas de matarlos a todos, pero yo era tan débil que mi oponente seleccionado era un niño zarrapastroso y desnutrido.

»Como si eso no fuera suficiente, el niño no solo era zarrapastroso y desnutrido, si no que era un inútil incompetente que siempre recibía los castigos por ser el más débil entre sus iguales.

»Y ese era mi compañero. Estábamos juntos hasta cuando llegaban los castigos. Porque yo, al igual que el mocoso desnutrido, era el que recibía todos los castigos de mi grupo. Luego sufrí la máxima humillación. Dejaron de castigarme, porque gritaba como una niña y eso perturbaba los nervios de los hombres del campamento.

»El jefe me informó que fue una queja general firmada y sellada, por lo que nadie más se atrevió siquiera a indicarme que corriera cuando estaba cansado. Solo el niño zarrapastroso y desnutrido se ofreció a entrenar conmigo durante todo el tiempo que pudiera y comprendí; que él se sentía tan presionado como yo mismo por ser más fuerte.

»Drizzle, ¿tú firmaste aquel papel? —preguntó Alexander con su voz amable y aguda. Drizzle fingió no darle importancia.

—No recuerdo esa parte, creo que era demasiado pequeño, es posible que no les preguntaran a los reclutas sobre eso —mintió Drizzle.

Él había sido uno de los primeros en quejarse con el jefe. Ya estaba traumado. Todos los días le aplanaban las nalgas con una tabla y tenía que sufrir aquel horrible castigo al lado de un chico que no sabía si era niña o niño, pero que se comportaba como una niña y que gritaba como una niña.

Drizzle tenía pesadillas todas las noches y estaba a punto de sufrir un ataque sicótico. Era demasiado y tuvo que quejarse. Por fortuna, no era el único al que acechaban las pesadillas y hasta al torturador demonio destructor de culos, le temblaba la mano a la hora de aplanarle las nalgas a Alexander. Así que decidieron cortar por lo sano e ignorar sus fallos.

Drizzle tosió cuando Alexander le estampó el codo en el estómago y lo dejó sin aire.

—¡Bastardo!, ¡sabía que tú también firmaste! —dijo Alexander molesto.

Drizzle no pudo hacer más que quejarse en silencio, este tipo era demasiado fuerte y demasiado volátil. Cuando Drizzle recuperó el aliento, se apresuró a devolver la atención de Alexander a su narración.

—¿Cómo llegaste a ser tan fuerte? —preguntó Drizzle.

—Ya traté de decírtelo antes… Bien, lo haré de nuevo. Pero si me interrumpes, te aplasto toda la cara —amenazó Alexander y Drizzle asintió. Alexander respiró hondo—. Mientras entrenaba contigo, sentía algo diferente a cuando entrenaba con los demás.

»Era como si pudiera sentir el viento, el Sol, todo dentro de mí y a la vez nada. Era algo que me atraía cuando estábamos juntos, una sensación de cercanía como si me llamaras, pero yo no sabía cómo alcanzarte. La sensación estaba muy lejos de mí, como en otro mundo.

»Durante todo un año luché contigo y entonces, de repente, una noche mientras peleábamos, una sensación de paz y calma se apoderó de mí, haciendo que me sintiera cómodo y relajado, como si no tuviera nada a lo que temer, y hubiese alguien que me protegería sin importar nada. Yo pude moverme tan rápido que cuando te golpeé, saliste rebotando como diez metros y te rompiste un brazo.

»Por fortuna te desmayaste y todos en el campamento creyeron cuando les dije que te caíste de un barranco. Yo estaba muy asustado. No podía dormirme, porque sabía que mi magia había despertado y tenía terror de perderla al dormirme. Pero estaba demasiado cansado y al final me dormí.

»Al día siguiente me levanté eufórico. La magia no se había ido y aquella gratificante presencia seguía a mi lado, aunque pronto descubrí que se hacía más fuerte si permanecía a tu lado. De igual modo, si me alejaba de ti, la presencia se desvanecía. Por eso no me negué a seguir practicando contigo. Yo no necesitaba ningún entrenamiento, pero podía sentir cómo mi magia crecía sin parar solo por permanecer a tu lado o cerca de ti. Tú sabes de lo que hablo, ¿cierto? —preguntó Alexander. Drizzle abrió los ojos y asintió.

—Ahora entiendo y siento mucha envidia —dijo Drizzle y sus lágrimas brotaron mientras se carcajeaba con amargura.

—¡No llores! —consoló Alexander. Drizzle se limpió la cara con furia.

—No estoy llorando, marica estúpido. Me estoy carcajeando. ¿No te lo han dicho antes? Los hombres no lloran —dijo Drizzle molesto y un puño suave y pequeño se detuvo justo en la punta de su nariz.

—No hay nada malo en llorar —dijo Alexander.

Drizzle hizo una mueca y se terminó de limpiar el rostro. No le importaba si estaba mal o no, él no iba a llorar. Solo se sintió abatido debido a sus idiotas fantasías de niño, eso era todo.

—Esa presencia, ¿viene de Darkness? —preguntó Alexander. Drizzle asintió y revisó su nariz que ya había vuelto a curarse.

—La sentí cuando ella nació. Como nadie más podía sentirlo, yo creí que era especial. Que algún día esa promesa de poder que sentía se haría realidad y que mi patética debilidad se iría. Después de mucho tiempo, había creído aceptar que eso no pasaría. Que yo no era más que un humano y que ni siquiera alcanzaba a ser promedio.

»Ahora que me has contado cómo despertaste tu magia, puedo entender lo que ha pasado y también entiendo que había malinterpretado todo, dándome de cuenta que esas esperanzas que guardaba dentro de mí, seguían allí y que no eran más que los sueños e ilusiones de un niño inútil y débil, que no podía hacer más que buscar la felicidad en sus mediocres ilusiones.

»Lo que yo creí era un poder especial que me aguardaba, no es más que otro regalo para los magos. Algo con lo que pueden aumentar su poder. Y yo no soy un mago —dijo Drizzle apretando los dientes.

Drizzle se abrazó las piernas y miró la tierra alumbrada por la lámpara que ardía en frente de ellos.

—¿Qué haces? —preguntó Drizzle apartando a Alexander.

—Pareces necesitar un abrazo —respondió Alexander.

—¡Los hombres no se abrazan! —reprendió Drizzle molesto.

—Sí se abrazan, yo he visto al jefe y al jefe adjunto abrazados mientras beben y cantan. También se abrazan para saludar a otros jefes y cuando lloran por sus compañeros caídos en batalla. Ellos no sollozan, pero de todas formas lloran —replicó Alexander igual de molesto.

—Está bien —dijo Drizzle y Alexander lo abrazó colocando su cabeza contra la suya como si estuvieran borrachos—. Pero no te pases —agregó Drizzle.

—¿Quieres que te rompa el cuello? —preguntó Alexander apartándose y mirándolo amenazador.

—Eso es algo que diría una mujer. Golpear apenas te hablan también es algo que haría una mujer. Golpear el suelo y hacer pucheros, sentarte sobre tus rodillas, arreglar tu pelo para exhibir tu rostro, desperezarte con elegancia, caminar con pasos suaves, hacer movimientos delicados…

—¡Soy un afeminado! ¡Ya lo sé! ¡Déjame en paz! No pienso volver a cambiar mi forma de ser o mi apariencia solo porque a alguien le parezcan mal. Al próximo que lo intente, ¡lo mato! —gruñó Alexander.

—Bien, si es lo que quieres, está bien. Pero al menos deja de andar en guayucos por el campamento. Nadie quiso humillarte esa vez. No lo hicimos a propósito. Yo tenía pesadillas horribles todas las noches y hasta a ese instructor sin corazón le temblaban las piernas al ver que te tocaba castigo de nuevo.

»Sé que eres un hombre, pero lo que yo escuchaba y veía, era a una mujer siendo torturada y gritando de forma desgraciada mientras derramaba lágrimas y mocos. A algunos de nosotros eso les da igual y también hay los que disfrutan viendo esas cosas, pero yo no soy uno de ellos…

—Deja de hablarme como si fuera una mujer —interrumpió Alexander—. Yo también me siento igual. No tienes que explicarme nada. Está bien, no habrá más venganza por esa vez y cuando me desnudaron para ver si era hombre —dijo Alexander.

—¿De qué hablas? El día que te desnudaron fue el día del reclutamiento. Yo estaba allí. Recuerdo que cuando el jefe se disponía a quitarte la camisa y el pantalón todos huyeron. Yo me escondí detrás de una tienda —dijo Drizzle y Alexander lo abrazó con intenciones de partirlo en dos.

—Dime Drizzle, ¿qué harías si desnudaran al jefe delante de ti para confirmar su hombría? —preguntó Alexander y Drizzle comprendió que si no se daba prisa en responder le partirían algunos huesos.

—Yo miraría…

—Al frente —completó Alexander—. No saldrías corriendo. Y si desnudaran a una mujer sin duda te quedarías a mirar, y no lo niegues, estás tan enfermo como todos los otros hombres. Pero cuando me desnudaron a mí, todos corrieron —dijo Alexander con decepción en su voz—. No me miran como una mujer, ni como un hombre. Me miran como una cosa rara que les da pesadillas —finalizó Alexander.

—¡No! Ese día, te miramos como una mujer, y nos negamos a aceptar ninguna prueba de que eras un hombre. Luego te miramos como un hombre, pero tú seguías actuando de forma afeminada y eso hacía… Esto es muy difícil —se quejó Drizzle. Alexander aflojó su abrazo mortal.

—Bien, los perdono a todos —dijo Alexander.

Él volvía a hablar como una mujer. Su pobre cerebro no podía resistir tanto ajetreo, era demasiado confuso tratar con este tipo. Si algún día conocía a sus padres le pagarían todas las veces que este infeliz le rompió la nariz, pensó Drizzle y como Alexander volvió a la calma, él no dijo nada más.

—Ya se acercan —dijo Alexander.

Drizzle se levantó, arregló sus ropas y limpió su armadura. Él frunció el ceño al comprobar el viejo reloj que había comprado.

—Este trasto debe estar mal —dijo Drizzle.

—No está mal, estas niñas son más fuertes que nosotros en esa época —dijo Alexander sombrío.

«Qué vergüenza», pensó Drizzle mirando a las niñas detenerse en frente de él. Apenas estaban sudadas. Drizzle vio a la más pequeña de ellas, una niña con cara de pueblerina de siete años de edad. Ella ni siquiera respiraba un poco agitado. No era una cuestión de edad, era una cuestión de que ellos eran basura.

—Bien, ahora seleccionaré a tres de ustedes, las demás vayan a darse un baño. Iré a buscar comida para que la preparen. Alexander…

—¡No! —dijo Alexander alarmado.

—Bueno, enviaré a alguien para que les traiga la comida y las enseñe a cocinar. Luego ustedes tendrán que pasar por el almacén retirando su propia comida. También es importante mencionar, que robar comida a sus compañeros no será tolerado. No lo intenten. El castigo es de veinte azotes.

»Esto no es una competencia, no queremos que nadie se quede atrás. Su peso y sus características físicas serán medidas cada semana y si hay irregularidades, sin duda voy a enterarme. Así que no traten de hacerse las listas —dijo Drizzle y seleccionó a tres de ellas para que lo siguieran, incluyendo a la niña pueblerina.

—¿Eso significa que podemos robar comida del almacén? —preguntó una voz aguda.

Drizzle se detuvo en seco, pero no por su pregunta, sino por su voz. Drizzle miró con frialdad al pequeño Engendro Demoniaco que fingía inocencia. Esa era su voz. La voz que vino del callejón oscuro, el día anterior, cuando le estafaron este montón de niñas. Él no olvidaría esa voz. Había sido algo enronquecida para parecer la voz de un niño, pero ahora se daba cuenta que era la voz de este Pequeño Engendro que caminaba a su lado. El Pequeño Engendro Demoniaco le sonrió con inocencia y Drizzle le sonrió de vuelta.

«Ya veras, pequeño monstruo. Nadie me estafa y sale impune», pensó Drizzle con malignidad.

—El castigo por robar comida del almacén son cinco azotes —respondió Drizzle y siguió caminando mientras el Sol empezaba a clarear.

El campamento estaba vacío y solo contaba con unos pocos guardias que se escondían por las esquinas. Drizzle tendría que decirle al jefe para que pasara un aviso secreto, anunciando que Alexander ya no les torturaría más.

Drizzle fue hasta la tienda de Alfons y tocó la entrada para despertarlo. Alfons salió de su tienda con los ojos adormilados.

—Alfons, ya he hablado con el jefe sobre tu entrenamiento. Como eres un mago, no te exigiremos demasiado. Corre diez kilómetros todos los días y aumenta cinco kilómetros cada semana. Como uno de tus talentos innatos es fuerza, eso no debería de ser mucho para ti, aunque tu talento sea pobre —dijo Drizzle y Alfons asintió agradecido—. Muy bien, tampoco olvides practicar tu magia con empeño. Ahora toma a estas niñas y ve al almacén de comida. Luego vuelve con ellas y enséñalas a preparar su desayuno. Puedes comer con ellas hasta que aprendan a cocinar —ordenó Drizzle.

—Sí, mi señor —dijo Alfons y hasta hizo una reverencia.

—No soy un señor —dijo Drizzle.

—¿Maestro? —preguntó Alfons.

Drizzle no quería ser maestro de nadie, pero él en verdad era el maestro de este mago y quería enseñarle otras cosas que había leído sobre la magia de fuego. Drizzle asintió.

—Sí, maestro —dijo Alfons.

—Bien, nos vemos en unas dos horas —dijo Drizzle.

Drizzle se apresuró a ir hasta la carpa del jefe que mandó a asomar la cabeza a una prostituta para ver si era seguro antes de dejarle pasar. Drizzle se paró en la entrada.

—Alexander ya no volverá a caminar en guayucos por el campamento —notificó Drizzle y se marchó dejando al jefe incrédulo.

Drizzle se dirigió a su propia tienda para hacerle el desayuno a Darkness que se estaba levantando. Drizzle fue a buscar agua para ella y mientras hacía el desayuno la observó asearse y colocarse sus botas negras.

«¿Por qué?», se preguntó Drizzle. «¿Por qué un ser que se supone está destinado a destruir a todos los magos de las líneas de sangre principal, fortalecería su poder?»

Alexander no mentía. Y ahora que conocía su historia, empezaba a sospechar que Alfons no solo lo seguía para conocer el campamento, él también se sentía atraído por ese extraño poder de Darkness. Parecía que debía tener más cuidado al acercarse a los magos. Si todos ellos sentían el poder de Darkness al acercarse a él, eso podría llevarles hasta ella.

Drizzle tampoco entendía por qué Alexander sentía el poder de Darkness a través de él, ya que Drizzle podía sentir con claridad que ese poder venía de ella. ¿Sería él una especie de chivo expiatorio para ella? Darkness se acercó a él y lo abrazó.

—Estoy bien —dijo Drizzle, pero no la apartó.

—Dime quien fue. Voy a golpearle hasta la muerte —dijo Darkness con seriedad.

—No es nadie, solo yo. Algunas ilusiones que me hice cuando era pequeño y que había creído olvidar —respondió Drizzle.

Darkness lo mantuvo en su abrazo por una hora.

Drizzle preparó los ingredientes para su comida y cocinó su desayuno. Darkness comió con tanta elegancia e indiferencia como siempre.

—No me gusta cuando te sientes triste —comentó Darkness.

—No es del todo tristeza. También me siento feliz, por alguien más —dijo Drizzle pensando en Alexander.

—¡Eso está muy bien! —alabó Darkness—. ¿Quién es? —preguntó Darkness con interés.

—Alexander… —Drizzle le contó su descubrimiento y Darkness frunció el ceño y luego miró a su alrededor con emoción.

—¿Dónde? ¿Dónde está? —preguntó tratando de sentirse a sí misma.

Drizzle no sabía cómo ayudarla. Él no lo entendía, por eso no se lo dijo antes.

—No importa —declaró Darkness—. Con este poder, reuniré a un ejército de siervos e iremos a buscar al ladrón para enseñarle a robar mis posesiones. Va a ver… —Darkness amenazaba con el puño y su expresión era seria y vengativa. Drizzle podía sentir su furia.

—¿Qué hay de la iglesia divina y las líneas de sangre? —preguntó Drizzle.

—¿Quiénes son esos? —preguntó Darkness. Ella solía olvidarse de las cosas que no le importaban—. Ah, ellos. No importan. El ladrón es el que importa. Tenemos que encontrarlo —ordenó Darkness.

—¿Y la profecía? —preguntó Drizzle.

—¿Por qué te interesa tanto esa profecía? Sospecho que esa estupidez fue la que hizo que me robaran en mi nacimiento. Cómo ponga las manos sobre su autor… —el rostro de Darkness se ensombreció y algunas sombras revolotearon a su alrededor.

Drizzle no se sorprendió. Ya había visto pasar esto muchas veces, cuando ella se dejaba llevar por la furia. Él sabía lo que era porque había visto las profecías. Esta era el aura de un santo oscuro, pero Darkness era incapaz de controlarla y tampoco tenía ninguna magia activa en su cuerpo.

Drizzle no dudaba que ella poseyera magia, pero estaba sellada como la de Alexander o también era algo que le habían robado. Drizzle no sabría decirlo. Lo que si podía decir era que Darkness no era una enemiga de las líneas de sangre real, ni de ningún mago. Hasta se podría decir que era su mayor aliada.

«¿Era falsa la profecía?», se preguntó Drizzle terminando de comer. Darkness se calmó después de amenazar con hacer trozos al ladrón, pero su furia no daba miedo, porque detrás de ella no había odio. Era como una rabieta momentánea que hacía cuando se sentía perjudicada por algo. Drizzle le dio un beso en la frente y ella correspondió con otro para despedirse.

Drizzle salió de su tienda y se dirigió al almacén donde contrató gente para sacar cincuenta y una ballestas, aunque se lo pensó mejor y devolvió una. Ya era hora de resolver ese asunto con la infiltrada, él no podía seguir ignorándolo.

Drizzle tomó la carreta y el caballo que cargaba con las cajas de las ballestas y volvió al campamento de las niñas que ya habían desayunado y le esperaban fuera. Drizzle estacionó la carreta en frente de ellas y cogió la lista para llamarlas una por una y entregarles sus armas. Lo único que él había cambiado eran los virotes de acero. Eran demasiado valiosos para entrenar. Él había comprado virotes comunes.

Drizzle llamó a la última en la fila y le entregó la caja con muchas dudas. La caja que llevaba toda la munición adentro pesaba unos quince kilos, y hacía que la niña de siete años se doblara un poco, pero eso no le molestaba, era algo normal.

Lo que le molestaba a Drizzle era la propia niña. No se sentía bien a su lado, era como si le envolviera una sensación de mala suerte por estar a su lado…

Drizzle se reprendió a si mismo por tener pensamientos tan idiotas e inútiles. Él miró a la última chica para la cual no había ballesta.

Drizzle miró hacia Alexander que estaba de pie a una distancia segura de quince metros de las niñas. Él se acercó a paso lento. Drizzle caminó y le ordenó a la chica disfrazada que lo siguiera hasta unos treinta metros. Alexander se paró a su lado y le dio un codazo a Drizzle.

—Quédate ahí —ordenó Drizzle cuando la chica estuvo a cinco metros de él.

Como la chica se enterara de que el poderoso mago a su lado le tenía miedo, ellos perderían todas las ventajas en la conversación. La chica cumplió su orden en estado de tensión.

—Creo que es hora de que te quites ese disfraz y nos digas qué estás haciendo aquí —dijo Drizzle señalando su capa con capucha y el maquillaje de carbón en su cara.

—No es un disfraz, siempre visto así —replicó la chica con terquedad.

—En este campamento no. Puedes quitarte todo eso de encima o puedes marcharte —dijo Drizzle—. Nadie va a abusar de ti en este lugar, y no creo que nadie tenga el poder para hacerlo —agregó. La chica dio un respingo. Drizzle frunció el ceño.

La chica hizo una mueca y retiró su capa dejando ver un cabello castaño largo y reluciente. Ella limpió su rostro y se quitó algunos agregados de piel falsa que hacían ver su nariz torcida, algunos lunares falsos y manchas negras en el cuello.

Era un disfraz demasiado exagerado y llamaba la atención, además ella no disfrazó sus ojos que eran lo principal. Sus ojos eran azules como el cielo cuando se dispersa una nube. Ella se irguió altanera y orgullosa. Las niñas no mostraron ninguna sorpresa al verla, pero esto sorprendió a la maga.

—Tu disfraz no es efectivo contra personas comunes, yo pude ver a través de él la primera vez —explicó Drizzle.

—¿No eres un mago? —preguntó la chica aturdida.

Alexander y él intercambiaron miradas. Ella también había sentido esa presencia a su alrededor. Eso era un problema, pero debían hablar primero.

—No soy un mago. Soy un humano común —dijo Drizzle.

—Mentiroso, ¡eres un asqueroso mago! —dijo y el odio en su voz fue evidente. Por ese odio en su voz, Drizzle pensó que era mejor aclarar que él no era un mago.

—¿Cómo puedo probar que no soy un mago? —le preguntó Drizzle y la chica lo miró con sospechas.

Ella extendió la mano con malicia. Era evidente que como fuera un mago le iba a ir mal. Drizzle negó con la cabeza y se acercó para tenderle su mano. La chica tocó su antebrazo con la punta de sus dedos y levantó las cejas. Ella presionó con más fuerza, pero no pareció encontrar nada. Drizzle tampoco sentía nada.

—¡No eres un mago! —dijo asombrada—. Entonces, ¿qué es eso que siento a tu lado?

—Un amuleto —dijo Drizzle dando la excusa que había preparado con anterioridad. La chica asintió sin dudas en su rostro.

—Lo siento mucho, yo pensé que eras un mago —su voz era suave y amable, sin rastro de enemistad.

—¿Por qué odias a los magos? —preguntó Drizzle.

—No voy a decirte eso, es personal —Drizzle asintió.

—¿Por qué te escondes? ¿Dónde están tus padres? —preguntó.

—Soy huérfana, y no tengo familia. Te lo dije, no estaba disfrazada, así visto siempre. Crecí en el callejón —explicó la chica.

Drizzle volvió a asentir. Él no preguntó por qué no iba con los magos ni por qué no salía del callejón, porque ambas preguntas tenían la misma respuesta. No iba con los magos porque odiaba a los magos. No salía del callejón porque los magos podían encontrarla.

—¿Por qué decidiste unirte a este campamento? —preguntó Drizzle.

—Por ellas —dijo señalando a las niñas.

—¿Te quedarás? —preguntó Drizzle.

—¿Qué harían si un mago viene por mí? —preguntó la chica.

—Los magos no se dedican a secuestrar gente. Ninguno de ellos te llevará si tú no aceptas ir con ellos, pero quizás debas hacerlo. Eres fuerte, podrías aprender muchos hechizos de ellos —explicó Drizzle.

—Sus hechizos son un engaño. La magia hace lo que yo quiero, no necesito hechizos —dijo la chica con seguridad.

Drizzle no quería reírse, pero se le escapó una sonrisa ante su ignorancia.

—Los hechizos no son inútiles. Son el legado de miles de años de idiotas como tú, que investigaron por su cuenta sobre el dominio de la voluntad y dejaron los hechizos que son la manifestación de esa voluntad.

»Con ellos, ni siquiera tienes que preocuparte de que la magia siga tu voluntad, solo seguir los pasos del libro garantizaría el efecto. Con uno de esos hechizos inútiles que llamas, podrías llegar a hacer magia con un pensamiento. ¿Estás segura que no quieres ir con los magos? No tienes ni idea de la clase de maravillas que puede hacer un mago…

—¡Cállate! —Drizzle dio un respingo—. ¡No voy a ir con los magos! ¡Jamás! ¡No importa lo que me ofrezcan! —gritó enfurecida.

Su rabieta era tan emocional, que por un momento, Drizzle se preguntó si ella era una niña de cinco años, disfrazada de adolecente.

—Está bien —dijo Drizzle llevándose las manos a los oídos y dándose de cuenta que estaba sangrando y que estaba sordo.

Él llevaba amuletos consigo, no era la magia lo que lo había afectado, sino el sonido amplificado por esta. La chica al verlo se alarmó y se apresuró a tocar sus oídos, lo que lo hizo recuperar su audición.

—Si un mago viene a llevarte en contra de tu voluntad o bajo chantaje, podemos protegerte. Pero solo lo haremos si firmas un contrato con la compañía. También puedo ofrecerte libros de hechizos para que los aprendas. Pareces tener talento para todas tus magias innatas, sería un desperdicio que no los aprendieras —aconsejó Drizzle ignorando lo sucedido, no era una buena idea alterar a un mago sin entrenamiento.

La chica agachó la cabeza unos segundos.

—Mi nombre es An —se presentó.

Era el nombre de una rata de callejón simple y sin mucho significado. En esos tiempos, incluso el nombre de Drizzle que significaba llovizna, había sido reducido a Dew, que significaba gota o lágrima.

—An, por favor, ve con el jefe y pídele firmar tu contrato. De seguro te aceptará como maga novata por tu juventud e inexperiencia, pero si aprendes a curar infecciones…

—Puedo curar cualquier cosa, heridas, infecciones y también enfermedades como malformaciones o parálisis —aseguró An.

«El jefe de seguro se desmaya al escuchar eso», pensó Drizzle y dio un suspiro para mirar a Alexander que hizo un gesto de cortarse la cabeza con su mano derecha. En resumen, échala, es un suicidio dejar que se quede. An también vio el gesto y se alarmó. Ella lo había malinterpretado.

—Él dice que es un suicidio mantenerte con nosotros —explicó Drizzle—. An, los magos comunes apenas y curan una que otra infección. Los magos de los grandes templos curan la mayoría de las infecciones, pero no las enfermedades.

»Los grupos de magos de la iglesia divina que curaban enfermedades eran los de la rama principal y los demonios los exterminaron a todos. Los únicos que pueden curar enfermedades en la actualidad, son los dos obispos mayores. Uno de ellos tiene un hijo, Robert Lowell. Él es lo suficientemente joven para ser tu…

—¡No es mi padre, mi padre está muerto. Lo mataron los magos! ¡Odio a los magos! —dijo volviendo a perder la calma y pareciendo una niña pequeña.. Por fortuna esta vez no gritó. Drizzle se quedó quieto. Acercarse no fue para nada una buena idea.

Pedir explicaciones en su actual estado alterado, tampoco lo era. Era mejor pasar directo a los hechos.

—An, no puedes salir de la ciudad y usar tu magia de forma descuidada. Los magos de las líneas de sangre principal son perseguidos por los demonios. A ellos no les interesa tu origen, solo sienten tu magia y quieren matarte.

»Es lo que hacen, cazan a los magos más fuertes que encuentran y los matan. Por eso en la ciudad estarás más segura que aquí fuera. La ciudad está protegida por amuletos y hechizos, no podrán alcanzarte allí si te escondes como antes, pero si te das a conocer como mago y no cuentas con la protección de otros magos, es probable que acabes muerta por envenenamiento, alguna puñalada, devorada por un brujo o muchas otras cosas —concluyó Drizzle.

An no pareció creerle demasiado y miró a Alexander y a Alfons.

—Ellos tienen un montón de amuletos. Tú no tienes ninguno ¿cierto? Hay amuletos para esconder tu magia, identificar venenos, detener puñaladas, flechas, y demás. La razón de que sigas viva hasta ahora, son las protecciones de la ciudad. Acá afuera estás expuesta —dijo Drizzle.

—Si vuelvo a la ciudad ahora y salgo del callejón, ¿moriré? —preguntó An. Drizzle asintió.

Ella era inexperta y no tenía ninguna protección, hasta un ratero común podría matarla si la atacaba por la espalda.

—Debes ir al templo. Ellos te protegerán, y si la persona que te engendró es un poco lista, te asignará una buena pensión y te dará todo lo que necesites siempre que no menciones su nombre a nadie y tampoco reveles que puedes curar enfermedades, porque tu identidad se revelará igual de rápido que ahora —explicó Drizzle.

—Volveré a la ciudad —dijo An con voz fría y dio media vuelta.

—Espera —dijo Drizzle—. ¿Estás sorda? Si vuelves ahí morirás. Ve al templo —dijo Drizzle.

—Volveré a la ciudad —dijo An con terquedad.

Drizzle también tenía ganas de hacer una pataleta para ver si alguien le prestaba atención aunque fuera una vez.

—Quédate en este lugar, yo cuidaré de ti —dijo Drizzle y Alexander puso los ojos en blanco.

—No eres un mago, ¿cómo cuidarás de mí? —preguntó An girándose hacia él.

«Usando el cerebro, que es algo que tú no pareces tener», pensó Drizzle.

—Con amuletos, dándote información útil y prestándote algunos libros de hechizos. Ahora sígueme —ordenó Drizzle con algo de enfado.

La arrogancia y el desprecio de An no eran nada en comparación con la de sus iguales en la iglesia divina. Drizzle supuso que se debía a haber crecido en un callejón como mendiga, de esa forma su ego e inocencia estaban solo un poco por encima de los de Alfons. Drizzle caminó hacia Alexander y Alfons.

—Alexander, Alfons, lleven a las niñas a practicar con las ballestas, enséñenles su funcionamiento básico y las posturas de disparo… —Drizzle miró a la pequeña de siete años que ya había abierto la caja y sostenía la ballesta como si ya hubiese decidido la muerte de su víctima—. Llévenlas a practicar a tres kilómetros de aquí y no dejen que carguen las ballestas hasta no llegar al lugar —ordenó Drizzle alzando la voz para hacerse escuchar.

Drizzle se dirigió a su carpa seguido de An. En la carpa estaba Darkness leyendo un libro como si estuviera en un trono. Ella les dedicó una ojeada y volvió a su lectura. Drizzle no se molestó en presentarla, si a ella le interesaba alguien ella misma se presentaba, o eso le había dicho porque nunca se había presentado con nadie.

—¿Eres una maga? —preguntó An con dudas.

Darkness no respondió, era como si hubiese escuchado soplar el viento. An rechinó los dientes y estiró el cuello para ignorar a Darkness.

Drizzle fue a un rincón y levantó una alfombra para sacar un cajón de madera donde había muchos amuletos. Él sacó veinte, que eran el límite apropiado y guardó el cajón de nuevo. Luego se acercó a An y se los entregó uno por uno diciéndole sus funciones.

—Amuleto para protegerse de flechas, amuleto para protegerse del agua y de ahogarse por cinco minutos, amuleto para proteger tu mente, amuleto para protegerse de las puñaladas… —Drizzle se los entregó todos.

Los amuletos tenían forma de dijes, anillos, brazaletes, y hasta pequeños muñecos. Lo único que tenían en común, era que gran parte de ellos era plata, el ingrediente principal en los amuletos de grado oro.

Drizzle no se molestó en decirle a An sobre el grado de estos amuletos y que cada uno de ellos costaba cientos de miles de monedas de oro.

Estos amuletos eran sus posesiones más valiosas, obtenidas en los saqueos a los castillos de los nobles. Los mercenarios comunes ya podían considerarse afortunados de llevar un amuleto grado cobre, que si acaso funcionaria una vez, pero estos amuletos servían hasta por cincuenta veces.

Los amuletos no eran ilimitados ni se podían recargar, porque los magos no habían dado con una fuente de magia para alimentarlos, pero eran una ventaja enorme en una batalla y la razón principal de que su compañía llevara tres años sin perder a ningún miembro.

Drizzle se sentía orgulloso de decir que ni siquiera estos amuletos, guardados en las bóvedas más secretas de las familias nobles, podían escapar de su pericia para el saqueo. Drizzle fue a su biblioteca y tomó un gran libro.

—Este libro contiene hechizos sobre la magia de fuego más avanzada. Si ves algún demonio, no uses magia sagrada o trucos mentales, usa fuego. Cuando hayas aprendido todos esos hechizos te prestaré otro libro —mintió Drizzle. Él tenía otras razones para enseñarle la magia avanzada a An.

Drizzle se quedó en la carpa hasta después de almorzar, cuando se despidió de Darkness con un beso en la frente.

—¿Ella es tu esposa? —preguntó An cuando se dirigían al lugar donde entrenaban las niñas.

—Para ella yo soy el único sirviente que le queda. Para mí, ella es la persona que elegí proteger sobre todas las demás, pero no me considero su sirviente —explicó Drizzle.

Al llegar a donde estaba el grupo de niñas, Drizzle supervisó su entrenamiento con la ballesta. Lo más que practicaron, fue la postura, la forma de recargar y la graduación de la distancia a alcanzar.

Como la manija podía controlar con facilidad qué tanto se estiraba la cuerda, y el mecanismo de disparo era ajustable, al moverlo, el alcance también se ajustaba, lo cual era útil para el entrenamiento y así no perder demasiados virotes.

Cuando las niñas practicaron todas estas cosas, Drizzle les ordenó comenzar a disparar. La niña de siete años hizo su primer disparo al cielo y una desafortunada ave cayó con un virote atravesándole las entrañas.

Drizzle asó al desafortunado pájaro y se lo comió junto a Alfons y Alexander mientras la pequeña le miraba con ojos sombríos.

—Esa niña es muy rencorosa —comentó Alexander dándose de cuenta de las miradas que les dedicaba de vez en cuando.

—Ella cazó al ave —dijo An que se negó a comer.

—La ballesta que usa es mía, también el virote. Si quiere cazar con ellos, debe pedir permiso primero, esas son las reglas —dijo Drizzle comiendo una sabrosa pierna. An frunció el ceño y volvió a su libro—. Habla. Esto es una compañía de mercenarios, no el ejército. Nadie va a decirte nada si maldices a alguien, incluso puedes ir a insultar al jefe. Pero si alguien te da una paliza por ello, tampoco nadie va a castigarlo —explicó Drizzle.

—Eres egoísta y mezquino, no es más que una niña —dijo An.

—Es la estafadora que me engañó para que me encargara de cincuenta niñas flacuchas —replicó Drizzle. An abrió mucho los ojos y bajó la cabeza.

—¿Lo sabías? —preguntó.

—Por supuesto, reconocí su voz. Por cierto además de egoísta y mezquino, también soy despiadado, sinvergüenza, y rastrero. Si puedo dispararle por la espalda a alguien no voy a enfrentarlo de frente —dijo Drizzle.

Esta chica creció en un callejón, pero era blanda como una almohada. Su magia le ahorraba demasiadas penurias, era probable que nunca hubiera pasado frio o hambre. An estiró el cuello y volvió a su libro.

Drizzle recordó algo y le señaló a An a Alfons. Alfons se apresuró a negar con la cabeza. Drizzle se la señaló a Alexander, pero este también negó con la cabeza.

—¿Por qué? Es una mujer hermosa. Es tan hermosa como… —Drizzle hizo una mueca y Alexander levantó una ceja—. Es tan hermosa como tú. Ya, lo dije. ¿Qué vas a hacer, romperme la nariz?— preguntó Drizzle.

—Marica —dijo Alexander con satisfacción.

«Desgraciado», pensó Drizzle, pero se serenó de inmediato. Él no era como Alexander y ese insulto no le haría perder la calma.

—¿Por qué la rechazan? Ella es hermosa, apasionada, enérgica… —Alexander y Alfons dejaron de prestarle atención.

«Los magos son idiotas», pensó Drizzle escuchando el rechinar de dientes de An que hizo estremecer a Alfons.

—Alfons, debes ser serio en tu empeño. Ve a demostrarle a esta chica que eres un buen partido. An, deja de rechinar los dientes y ve a ver que puede hacer tu arrogancia contra un mago de bajo rango como Alfons —ordenó Drizzle.

Alfons y An se levantaron como un resorte, pero uno parecía a punto de echarse a correr y la otra parecía querer matar a alguien.

—Me gustan las mujeres amables —dijo Alfons algo comprometido.

—Tonterías, eres un mago, a ti te da igual como sean las mujeres —dijo Drizzle y les señaló un lugar a trecientos metros de ellos—. Nada de ataques mortales. Solo practiquen un poco —dijo Drizzle.

La noche anterior y mientras estaba en la carpa en la mañana, Drizzle había estado escuchando los estallidos de la magia de Alfons y quería saber qué tan bien podía controlar su nueva magia. En cuanto a An, ya debía haber aprendido unos tres hechizos. Eso, junto a su voluntad sería suficiente para resistir unos minutos los ataques de Alfons. Luego le darían una paliza y sus humos caerían un poco. Ese era el plan de Drizzle para suprimir el orgullo desmedido de su línea de sangre.

Alfons y An se alejaron unos doscientos metros de ellos y se distanciaron a cincuenta metros uno del otro. Alfons parecía intimidado, Drizzle suponía que muchos magos de grado alto como An le habían intimidado antes.

An no esperó a que Alfons ganara algo de confianza y de una vez hizo un suave movimiento de sus manos y una gran bola de fuego apareció en frente de ella. En unas pocas horas, ella aprendió magia avanzada, lo que hacía ver que su arrogancia no era ningún alarde.

Si ese hechizo alcanzaba a Alfons perdería el combate, porque a pesar de ser de la sangre divina al igual que An, la magia curativa no estaba a su alcance.

Alfons sintió el peligro y entendió que An planeaba rostizarlo. Él sacó un clavo del bolso en su cintura y se produjo un estallido que envió un clavo de metal al rojo hacia la mano derecha de An, que se movía para indicar la dirección del hechizo.

El clavo apenas rosó la mano de An, pero fue suficiente para darle un susto y hacer que perdiera la concentración, por lo que su hechizo desapareció, al tiempo que su expresión despreocupada se llenó de precaución y alerta. Drizzle también se quedó algo sorprendido junto a Alexander.

—Él es un guerrero nato —dijo Alexander sin mucha emoción.

Para un mago, los guerreros no eran mucho, pero Drizzle sintió que había encontrado oro. La magia que él le había enseñado a Alfons, no eran hechizos, sino reacciones mágicas. Serían como herramientas, y justo eso era lo que blandía un guerrero. Con esto, la derrota de An sería absoluta y su plan saldría mejor de lo esperado.

Una hora después, y como sospechaba Drizzle, Alfons le ganó con facilidad a la chica arrogante. La larga duración de la batalla, se debía a que el mago era demasiado amable y había estado disparándole sin querer herirla.

La batalla había terminado por que An usó su voluntad y una gran cantidad de magia para tratar de aplastar a Alfons con una enorme barrera que este destruyó con un mini clavo explosivo. An lucia incrédula al ver que una magia del tamaño de una hormiga, pudo derrotar a su escudo del tamaño de un elefante.

—¿Qué es esa magia? —preguntó Alexander mientras los dos magos se acercaban.

—Es un accidente de laboratorio que leí en un libro. El mago trataba de crear una aleación nueva, pero hubo una explosión del aire y la magia que había infundido en el fragmento de metal que era la aleación, reaccionó de manera extraña y después de ser empujado por la explosión, se aceleró cien veces más y al final explotó vaporizándose en un cráter —explicó Drizzle.

—Tú de verdad eres aterrador —dijo Alexander.

—¿Y yo qué hice? Ni siquiera era mi experimento —se quejó Drizzle.

An llegó al lugar y se sentó en frente suyo con gesto de ofendida dignidad. Alfons se sentó al otro lado mirándola con temor.

—Me diste un libro de hechizos basura, no sirven para nada —se quejó An y puso el libro a un lado para hacer un puchero.

—Ese es un libro de hechizos avanzados. La magia que usó Alfons no es un hechizo, sino una reacción mágica. Si quieres saber cómo usarlo, puedes preguntarle a él, no me gusta repetir las cosas una vez que las he enseñado, y tú llegaste algo tarde —dijo Drizzle.

An rechinó los dientes mirando a Alfons y estiró el cuello. Drizzle no pensaba enseñarle nada. En algún momento su curiosidad y deseo de ser fuerte superarían su odio y ella podría acercarse a los magos. An había convertido un rencor personal en algo general contra todos los magos y eso no era algo bueno. Los rencores mezquinos no harían más que atrasar su avance.

Drizzle se levantó y fue hasta las niñas, porque no quedaba más de dos horas de Luz.

—Todas guarden sus ballestas. Esta noche les harán mantenimiento como se les ha enseñado, y mañana las inspeccionaré. Si descubro la más mínima raya en ellas, les patearé el trasero. Ahora quiero que entren al bosque y recojan al menos diez virotes cada una antes de una hora de tiempo.

»Por cada virote que les falte recibirán una patada en el trasero. Las niñas se preparaban a salir corriendo cuando Drizzle levantó la mano—. Hay muchas serpientes en ese bosque y la mayoría de ellas son mortales para unas crías flacuchas como ustedes. A la que muerdan, quizás la palme, así que tengan cuidado. Ahora sí, pueden ir —dijo Drizzle, pero todas sus reclutas estaban paralizadas.

En el callejón había innumerables peligros, pero las serpientes no eran uno de ellos, pensó Drizzle con satisfacción al verlas paralizadas…

La niña pequeña terminó de guardar su ballesta con el máximo cuidado y caminó hacia el bosque como si no hubiese escuchado nada. Drizzle suspiró abatido y la pescó de la camisa para levantarla y traerla de vuelta. Él pateó a tres de las niñas más grandes.

—¿No les da vergüenza que este renacuajo sea el primero en salir adelante? —preguntó Drizzle enojado—. Muévanse o recibirán veinte patadas en vez de diez por negarse a cumplir órdenes —amenazó mientras daba patadas a las más grandes que avanzaron a regañadientes y con los ojos muy abiertos, mientras miraban a todos lados.

Drizzle soltó al renacuajo después de enviar a todas las demás por delante y volvió a su puesto.

—No hay serpientes en el bosque, ¿verdad? —preguntó Alfons.

Alexander y él se miraron con amargura. Su suerte nunca había sido buena, y cada desgracia que podía ocurrirles, les ocurría.

—¿Por qué crees que dejó al recluta más talentoso para el final? —preguntó Alexander con una media sonrisa.

An se levantó con prisas para ir al rescate de sus compañeras.

—¡Tranquilízate! El veneno de esas serpientes no es letal. Provocan horribles quemaduras, dolores para hacerse las necesidades encima o días de diarreas incontrolables, pero no morirán. No somos esa clase de gente —dijo Drizzle. An se detuvo, pero no se volvió a sentar.

—¿Qué objetivo tiene este entrenamiento? —preguntó An.

—Enfrentar el miedo, enfrentar el dolor, la desgracia, el miedo a la muerte, la despreocupación de tus superiores y muchos más —explicó Drizzle—. Además, contigo aquí, ellas ni siquiera tendrán que esperar a llegar al campamento para ser curadas —concluyó Drizzle y se levantó para mirar a las niñas moviéndose por el bosque con pasos de plomo.

Una de ellas se topó con una serpiente, pero corrió tan deprisa que el reptil ni siquiera la vio. Tampoco corrió de forma alocada, ella corrió hacia otra compañera antes de desmayarse del susto.

—Demonios, primero corres y después te desmayas, ¿cómo demonios no se me ocurrió eso antes? —maldijo Alexander.

Drizzle sacudió la cabeza, a él lo había perseguido una serpiente gris y lo había mordido dos veces en la espalda, antes de que pudiera salir del bosque. Su espalda se había convertido en una llaga supurante para cuando llegaron al campamento y él se había hecho encima del dolor.

Esa vez, Drizzle de verdad pensó que moriría y se disculpaba con Darkness a cada minuto que pasaba, pero en realidad no era más que una herida de la piel que bastaba agarrar un cuchillo y cortarla para que sanara. Era una herida leve y él actuó como si se estuviera muriendo. Ese vergonzoso recuerdo le perseguía hasta el día de hoy.

Drizzle esperó una hora y fue a llamar a las niñas para que volvieran. La primera en salir, fue la pequeña renacuajo que arrastraba a unas veinte serpientes sin cabeza que aún se retorcían un poco. Ella lo miró amenazadora y dispuesta a luchar por sus presas.

—Esa niña no es humana —dijo Alexander.

«Talento innato para matar», pensó Drizzle. No era la primera vez que lo veía.

Las demás niñas salieron con ramas en las manos y caminando paso a paso con el máximo cuidado. Ellas montaron guardia a todos lados formando grupos de diez. Ninguna de ellas fue mordida, aunque el número de virotes que trajeron no superó los siete por persona. Por supuesto, el renacuajo tenía sus diez virotes completos y Drizzle sospechaba que andaba cazando serpientes y no buscando virotes.

Drizzle cumplió su parte del trato y se pasó media hora pateando traseros de gimoteantes niñas.

«Necesito una tabla de madera», pensó Drizzle al patear a la última niña. Él odiaba la tabla de madera, pero era más eficaz para evitar daños.

—An, apártate de ellas, no puedes sanarles el trasero —reprendió Drizzle a la chica que se apresuraba a curar a las niñas.

Si ella hiciera eso, su media hora de esfuerzo pateándolas se iría a la basura. An lo miró mal humorada, pero no intentó curarlas por muchos jipidos que dieron.

—Hora de irse. Recojan sus ballestas, trotaremos hasta el campamento. Las que recibieron más patadas van al frente —ordenó Drizzle.

Por el camino se encontraron varias serpientes más, pero las niñas llevaban sus palos y las aporrearon a penas las vieron, con lo que se convirtieron en raciones para la cena.

—Empiezo a sospechar que tenemos que reclutar niñas —dijo Alexander en tono de broma.

Drizzle pensaba que tenía más que ver con su vida en el callejón. Ellas de verdad creían que esto era mejor que vivir allí y se esforzaban por cumplir. Drizzle estaba de acuerdo con ellas, el campamento era mejor, tanto a largo como a corto plazo. A que tus padres cuidaran de ti y te dieran al menos lo necesario para sobrevivir. En ese caso, la casa era la mejor de todas. Pero Drizzle era huérfano al igual que estas niñas que tenían que prostituirse y comer basura.

Drizzle dejó a las niñas en su carpa y estas se preparaban para asar a las serpientes. Él no encontraba donde dejar a An. Estaba seguro de que si la dejaba sin vigilancia ella iría y curaría el trasero de las niñas. Ella era obstinada y hacía rabietas, su carácter no era confiable.

Drizzle miró a Alexander que le ignoró y se metió en su carpa. Alfons ya se había ido en algún momento. Él era un cobarde, pero también inteligente.

—Dormiré en tu carpa —dijo An con indiferencia.

—No, no dormirás en mi carpa —replicó Drizzle con seguridad.

—Buscare mi colchón —dijo An y entró a la carpa de las niñas. Ella se despidió y les dijo que cualquier cosa, fueran a la carpa de Drizzle.

Drizzle apuntó a la carpa de Alexander con sus dedos y enfatizó que allí era a donde deberían ir. La tierra tembló en ese momento y Drizzle se marchó a su propia carpa antes de que le rompieran la nariz.

En su carpa, le esperaba Darkness con la bañera preparada y agua caliente en el caldero. Ella no miró a An y tampoco preguntó por qué estaba allí.

An arregló su colchón cerca del fuego del caldero y se acostó. Drizzle respiró hondo y se quitó la ropa lo más rápido que pudo para meterse a la bañera. Ahora había dos personas que lo miraban mientras se bañaba, pensó Drizzle mirando a An y a Darkness.

Darkness le echaba agua con sus manos y An miraba con interés desde su colchón.

Al menos ambas eran mujeres. Pero el que le miraran ojos tan indiferentes le hacía sentir que el raro era él y no estas dos que no podían apreciar nada extraño en mirar gente desnuda.

Drizzle terminó su baño y le ofreció la bañera a An que entrecerró los ojos con sospechas. Drizzle se encogió de hombros al ver que su plan malvado fallaba y se acostó para que Darkness le sujetara y le asegurara contra robos nocturnos.

Drizzle se disponía a apagar la lámpara cuando An se levantó. Ella caminó hasta la bañera y miró el agua. Ella se agachó y la tocó para que esta quedara cristalina, aún más limpia que cuando Drizzle la usó.

«Ella no se atrevería», pensó Drizzle tratando de calmar su alocado corazón.

«Ella no siente deseos sexuales, no es lo mismo que no sentir vergüenza», se tranquilizó Drizzle a si mismo mirando a An con indiferencia. Él logró relajarse de esta forma, cuando An empezó a quitarse la camisa, el pantalón, y toda su ropa interior dejando todo su cuerpo para su vista y sin esconder nada en lo absoluto. Ella ni siquiera se apresuró en quitarse la ropa y hasta inspeccionó su cuerpo en busca de alguna cosa extraña antes de entrar al agua.

Tampoco era que no fuera consiente de él ya que Drizzle la observaba con la boca abierta de puro asombro. Como lo supuso, su cuerpo era perfecto. Más que perfecto…

Drizzle ya no sabía que había más allá de perfecto, pero eso era. Su cerebro estaba en pausa mientras sus ojos fijaban esa imagen en su alma. No pensaba olvidar ni un solo detalle.

An lo miró y se metió con suavidad en la bañera para respirar hondo y relajarse sin ninguna preocupación. An cerró los ojos y no parecía que fuera a salir pronto de allí.

Drizzle tragó saliva porque ella había estirado su cuello hacia atrás para relajarse y sus pechos se erguían orgullosos como montañas. Drizzle sintió que esta era la mejor noche de su horrible existencia. An no era más que una desconocida, pero en este momento él era muy feliz.

—Tu corazón late muy aprisa. Algo sigue estando mal, pero sientes felicidad. ¿Quieres que yo también me bañe delante de ti? —preguntó Darkness con voz suave, pero no débil.

An pudo oírla y abrió un ojo para mirar si ella se levantaba.

—¡No! —se apresuró a decir Drizzle—. No quiero que te bañes delante de mí…

—¡Tranquilo! —dijo Darkness—. Solo sentí tu corazón latir fuerte al verla bañarse y pareces sentir algo de felicidad. Solo quería darte un poco más —dijo Darkness.

—Si eres tú, me basta con que estés a mi lado para ser feliz.… —«¿Qué había dicho?», se preguntó Drizzle.

Darkness se acurrucó en su espalda y se movió de un lado a otro.

—Ahora eres más feliz, gracias a mí —dijo Darkness satisfecha. Drizzle suspiró.

—Darkness, ¿sabes lo que es una familia? —preguntó Drizzle.

—Si eso te hace feliz, no importa lo que sea —dijo Darkness.

—Darkness, ¿qué te hace feliz? —preguntó Drizzle.

—No necesito cosas que me hagan feliz, yo siempre soy feliz, en todo momento —dijo Darkness.

—Me alegro por ti —dijo Drizzle con impotencia.

—¡Gracias! —dijo Darkness—. Deberías seguir mirando a la chica en la bañera —dijo Darkness.

—Gracias Darkness, eres una bendición —dijo Drizzle con gratitud y fijó sus ojos en esas montañas nevadas.

—De nada —dijo Darkness.

An no había cerrado el ojo durante toda la conversación, pero al ver que había acabado volvió a cerrar su ojo y allí estuvo relajándose por unos hermosos diez minutos.

«¿Si ella duerme en la carpa todas las noches?» Drizzle no se atrevía a imaginar más de allí. Él se maldijo mil veces por tratar de que ella durmiera en otro sitio antes. La próxima vez que una maga se ofreciera a dormir en su carpa, él mismo se golpearía la boca si se atreviera a pensar en decir algo en contra…

Si se consiguiera un castillo y lo llenara de magas, ¿tomarían el baño con él? O debía contratar más magas para el campamento… Eran demasiado hermosas, pensó viendo a An levantarse de la bañera con indiferencia. Drizzle inspiró lleno de felicidad. Esa elegancia indiferente era lo más hermoso que había visto en su vida.

—¿Has disfrutado? —preguntó An con suavidad al terminar de vestirse.

—Cada pequeño segundo ha sido el paraíso —respondió Drizzle con un suspiro extasiado.

An se preparó para dirigirse hacia su colchón. Esta An era diferente a la An…

«Ella pierde el temperamento cuando está junto a los magos», pensó Drizzle.

—Espera —pidió Drizzle. Han volteó a mirarlo—. Mañana te enseñaré la magia que quieres aprender. Y si no quieres estar al lado de Alexander y Alfons, solo dilo —dijo Drizzle.

—Lo dije muchas veces. Odio a los magos —dijo An con tristeza.

—Lo siento mucho, pero creo que eso hace que…

—¿Qué pierda el control y me comporte como una loca? —preguntó An con un ligero tono de burla.

—Yo no dije eso, más bien como una niña mimada… —Drizzle se sintió horrible por lo que acababa de decir—. ¡Lo siento mucho! No tuve padres, y no me suelo acordar que los demás sí los tuvieron y que pudieron haberlos perdido —se disculpó Drizzle.

—¡Gracias! —dijo An—. Pero no necesitas alejar a los otros… Dos… de mí. Sé que es algo que tengo que enfrentar —dijo An y caminó hasta su colchón para acostarse.

Drizzle se levantó a las cuatro de la mañana para la carrera matutina de las niñas. Él se despidió de Darkness con un beso en la frente y An también se levantó para acompañarlos.

Esta vez, Drizzle dirigió la carrera él mismo, porque necesitaba ver cuál era el límite de sus reclutas. Ellos trotaron por tres horas, volviendo al campamento después de la siete de la mañana y encontrándolo en plena recogida.

—¡Qué demonios! —exclamó Drizzle mirando a todos recoger las tiendas y empezar a llenar las carretas.

Un movimiento así, solo podía significar que había un gran trabajo involucrado. Guerra, alguien había declarado la guerra en algún sitio y el jefe se apresuraba para llegar primero y obtener los mejores beneficios. Drizzle rechinó los dientes.

—¿Quién demonios se atreve a declarar una guerra en este momento? —preguntó Drizzle furioso—. Díganme, ¿quién es? Cortaré al desgraciado en trozos. A penas ayer una belleza se mudó a mi carpa y mi vida se convirtió en algo muy hermoso… —Drizzle chilló e insultó, amenazó y maldijo, pero nadie le prestó atención y seguían corriendo de aquí para allá.

—¡Demonios, préstenme atención, hijos de puta! ¡Exijo saber quién fue el desgraciado que declaró la guerra! ¿Acaso puede un hombre entrar en furia y ser ignorado por todos? —Drizzle pateó el suelo como hacía Alexander, para tratar de sacudir la tierra, pero no se movió ni la hierba. Eso lo hizo poner más enfadado…

La tierra se estremeció y todos voltearon a verle. Drizzle se serenó de inmediato al ser el centro de atención. A él no le gustaba ser el centro de atención, recordó de repente y empezó a sentirse avergonzado de que todos lo miraran.

—Demonios, ¿no puede un hombre hacer una rabieta sin que todos volteen a mirarlo? ¡Vayan a ocuparse de sus asuntos! —reprendió Drizzle cruzándose de brazos y mirando mal a todo el que seguía viéndolo.

Alexander, que era el que había hecho temblar la tierra, se detuvo a su lado.

—Marica —dijo Alexander. Drizzle hizo una mueca.

—No soy un marica. Soy un hombre muy enfadado. Me siento estafado, alguien se está burlando de mí. Anoche… —Drizzle le iba a contar sobre su desgracia cuando se dio dé cuenta de que An estaba justo detrás de él. Quizás hasta hubiera escuchado sus insultos—. Una desgracia me ha sucedido, eso es todo —dijo Drizzle—. ¿Quién demonios declaró la guerra? —preguntó Drizzle.

—El Engendro —fue la respuesta de Alexander.

Drizzle pensó en Darkness, pero descartó la idea. A ella no le interesaba la guerra, sino encontrar al ladrón que la dejó sin nada al nacer. Además, ella había dormido junto a él y no tuvo tiempo de declarar ninguna guerra.

—¿Qué Engendro? —preguntó Drizzle.

—Cual más, Gael Radiant —dijo Alexander.

El brujo que se comió a su familia, pensó Drizzle. Era un bicho asqueroso, pero no era el Engendro por que la profecía fallaba en muchas cosas con respecto a él. Por si fuera poco era un brujo.

«¿Cómo iba un brujo liderar a los demonios, humanos, criaturas mágicas y todo lo demás si la única cosa que odiaban todos ellos por igual eran los brujos?», se preguntó Drizzle. Gael Radiant no podía ser el Engendro, era un imposible lógico. No era más que otro brujo al que todos odiaban y querían matar, por eso le achacaban el título de Engendro.

Lo que le molestaba a Drizzle desde que oyó su historia, era su nacimiento. Mismo día y muchas circunstancias comunes. ¿Era simple coincidencia? Si él fuera Darkness, empezaría a investigar por allí para localizar al ladrón. Pero él no quería decirle nada a Darkness. Ellos aún eran demasiado débiles para enfrentarse a un rey de las islas.

Los reyes de las islas tenían a decenas de miles de magos a su disposición y eran tan ricos que daban asco. Gael Radiant era el más rico de ellos y se rumoreaba que tenía a uno o varios brujos supremos trabajando para él.

Drizzle sabía de al menos uno, el brujo de la sangre conocido como Sangre Inmortal, Maquian. Él era lo que la gente común llamaba vampiro.

—La gente del continente es idiota. No tienen ni idea a lo que se enfrentan —comentó Drizzle. Alexander se encogió de hombros.

—Eso a nosotros nos da igual. No vamos a trabajar para estos duques mezquinos y pobres como mendigos. El jefe ya ha ido a contratar un barco para que nos lleve lo más rápido posible de vuelta a las islas. Trabajaremos para uno de sus reyes —explicó Alexander.

Drizzle estaba de acuerdo y dejó de perder el tiempo para correr a la carpa de sus reclutas y enseñarles a recoger su tienda. Luego tendría que recoger su propia tienda y sus pertenencias, pasarse por la ciudad, y visitar a Sara y al herrero, por lo que estaría muy ocupado.