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Silencio.

Ese día el cielo estaba nublado, tan solo algunos pequeños y muy lejanos claros de cielo por donde podía penetrar tenuemente la luz del sol rompían con aquel grueso panorama gris oscuro que se extendía por toda aquella atmósfera. Debajo de este cielo gris, en un verdoso camposanto, infinitas lapidas se extendían por toda aquella vasta explanada gramada, pero tan solo una de ellas congregaba en esos momentos a un grupo de gente.

Aquella lapida era igual a casi todas las que se encontraban en ese cementerio, una de color negruzco brillante carente de epitafios y que únicamente contenía un simple grabado en color blanco que permitía identificar al "difunto".

"Ikari Shinji

2001 - 2015"

Frente a esta lapida se encontraban algunos representantes de los operarios y trabajadores de NERV, la doctora Akagi, Misato, Kaji, todo el curso de Shinji encabezado por su delegada de clase y, por supuesto, las otras pilotos. Todos observando en respetuoso silencio aquella situación.

Era esta una escena muy extraña, no se presentaron grandes oradores ni se realizaron grandilocuentes homenajes. Tan solo se llevó a cabo una escueta y breve ceremonia que, para aquel entonces, ya había concluido. Ahora ya no existían palabras para prodigar, tal vez nunca fueron verdaderamente necesarias las palabras. En realidad, todo esto era una extraña y surrealista ritualidad, porque aquella lapida tan solo era una referencia material para rememorar a quien había sido conocido en algún momento como el "Tercer Elegido". Bajo la tierra no había ningún cuerpo para devolver porque Shinji no estaba allí. De hecho, donde él estaba ya nadie podía alcanzarlo. 

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Aunque formalmente la ceremonia ya había concluido, fueron muy pocos los que se movieron de allí. Misato todavía lloraba con gran amargura por la pérdida de aquel inocente a quien había llegado a llamar como uno de "sus niños" mientras era consolada por Kaji; Ritsuko estaba con Maya, quien representaba a los operarios; Hikari estaba con Touji, quien había sido dado de alta para poder estar presente en este responso, mientras que su amigo Kensuke andaba cabizbajo para que no se le notaran algunas lágrimas que corrían mientras en silencio lamentaba la suerte de uno de sus mejores amigos, pero a pesar de todos sus esfuerzos igual termino siendo incapaz de seguir demostrando la fortaleza que pretendía poseer y al final lloró abierta y desconsoladamente, teniendo que ser confortado por sus amigos y por el resto de sus compañeros.

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Algo alejada del resto y más cercana a aquel oscuro monolito Asuka miraba toda esta escena. Aunque ella no lloraba, no podía disimular la tristeza en su cara durante todo el sepelio. No quería que la vieran llorar, pero por alguna razón extraña no quería parecer fría e indiferente. No, no es que quisiera parecer afectada, estaba realmente afectada. Pero no solo sentía dolor por lo sucedido. Ahora algo de veras extraño; de hecho, casi patético, comenzaba a rondar en la mente de la segunda niña.

Ella todavía permanecía allí, pero su mente se fue lejos de ese funeral para ir a la memoria de otro sepelio acontecido hacía ya muchos años atrás, en un día tormentoso de invierno, en un ambiente muy parecido a este, pero en otro y lejano camposanto. 

Frente a una lápida blanca que llevaba el nombre de su madre, y mirándola con decisión y entereza, Asuka se juramentaría que ella nunca lloraría por nada ni por nadie; y siempre sería autosuficiente y por lo tanto nunca necesitaría de nadie; porque ella estaba sola, tendría que aprender a vivir y desarrollarse por sí sola y solamente podía depender de una persona para lograrlo, de sí misma.

Juro que nunca dependería de nadie, por ello siempre repelía todo intento de ayuda, aun cuando de veras ella la estuviere necesitando. Tenía que demostrarse tanto a sí misma como a todos los demás que ella era fuerte. Pero nunca pudo lograrlo. Irónicamente, al pretender ser fuerte, lo único que lograba al final era mostrarse tal como era, una niña que pretendía actuar y ser considerada como una adulta, pero que todavía no había dejado de ser lo que realmente era, una niña.

Juro que nunca necesitaría de nadie. Pero casi siempre sentía algo que le faltaba en su vida, un vacío que debía ser llenado, una necesidad que debía ser satisfecha, la necesidad de alguien quien pudiera prodigarle cariño, de que alguien pudiera valorarla y apreciarla por lo que realmente era, no por lo que se esperara de ella.

Ella todo el tiempo rememoraba de una forma u otra a una persona a quien siempre amo, porque había sido la única que la había querido y aceptado por ser ella, a pesar de que había terminado lastimándola cuando un día decidió abandonarlo todo para marchar abruptamente hacia la eternidad.

Su madre.

Al morir esta, emocionalmente Asuka había quedado en orfandad. Si bien nunca estuvo sola, ella siempre se sentía sola y vacía. Nadie parecía pretender comprenderla o aceparla, o por lo menos de hacer el intento. En su lugar, todo el mundo la veía como una niña privilegiada por ser tan linda y agraciada, por ser muy inteligente y lista; por haber logrado ingresar a la universidad a muy temprana edad y destacarse en ella, muchas veces incluso superando a sus compañeros de aula quienes la aventajaban en edad y experiencia, mientras el resto de los niños de su edad todavía tenían problemas para vérselas con las materias básicas de la escuela; por haber sido seleccionada además para un proyecto elite del cual podía depender nada menos que el futuro de toda la humanidad. Con todos estos méritos, Asuka debería sentirse más que orgullosa de sí misma. Y realmente sentía que había hecho y logrado mucho.

Pero, pese a esto, en lo más profundo de su ser sentía que todos estos logros no eran suficientes. Todo este éxito, y todo ese orgullo y satisfacción que normalmente le brindarían grandes satisfacciones a cualquier persona, todo ello en realidad no era más que una débil y pálida mascarada con la cual ella pretendía llenar y evitar un triste sentimiento que la merodeaba apenas todas las demás gentes la abandonaban, apenas todos los halagos terminaban, y que siempre se revelaba al desnudo en lo más profundo de su siempre silente intimidad.

La soledad. El amargo sabor de la soledad.

Asuka notaba la soledad cuando en su familia adoptiva su padre tendía a ser hosco con ella y en su lugar prefería prodigar su atención tanto a los hijos de su madrastra como a los que posteriormente tendría con ella. Y la notaba cuando la relación con su madrastra era una de corte mas bien formal, casi artificial.

Notaba ella la soledad cuando en la universidad sus compañeros y profesores la admiraban por ser tan inteligente y aplicada, pero para los profesores ella, a pesar de todos sus méritos, era solamente una estudiante más. Y para sus compañeros Asuka era "la bicho raro" que inefablemente suele existir en las aulas universitarias. De hecho, y por culpa de su edad, nunca pudo integrarse realmente bien a la vida universitaria. Inclusive no era raro que muchos la vieran como una niña que poco menos estaba "jugando" a estudiar en la universidad, menospreciando su capacidad.

Por mucho tiempo Asuka se sentía desorientada, no sabía bien donde podía encajar. Su vida era triste y solitaria, era ella demasiado menor como para lograr integrarse con sus compañeros de universidad, demasiado adulta en su comportamiento para involucrarse con los niños y niñas de su edad; y dentro de su familia Asuka sentía que poco menos era una extraña a la cual ellos sentían que poco menos le estaban haciendo un gran favor con brindarle un plato para comer y un techo para dormir, por lo cual no se la integraba mucho.

Por eso cuando llego al Japón, y aprovechando que no tenía a nadie quien conociera de ella o de su pasado, pensó en forjar una nueva vida, en reinventarse por completo y borrar por completo todo lo que la relacionara con su anterior vida. Por fin las cosas cambiarían para ella, por fin ella podría demostrar todo su valor como una piloto de Eva. Sería alguien importante, y ya no sería más considerada como una carga indeseable. Ella triunfaría, por fin dejaría de ser vista como una niña molestosa y malcriada para llegar a ser toda una mujer triunfadora. Por fin podría desterrar todo rastro de su amarga vida pasada para hacer algo grandioso con su vida, algo de lo cual ella siempre podría sentirse orgullosa. Asuka tenía muchas metas y mucho que desear y esperar de su nueva vida, y nunca dudaría que lograría todo lo que ella se había propuesto. O al menos, eso era lo que ella creía.

Porque muy pronto ella descubría que sus planes no resultarían tal como ella lo esperaba.

Ella por si sola logró vencer a cuatro ángeles. En principio un registro nada de malo… Pero en realidad ella nunca llego a vencerlos por si sola, ya que de una u otra manera siempre necesito de la ayuda de sus compañeros. En especial, de uno de ellos que por esas cosas raras de la vida terminaría viviendo con ella, aunque en estricto rigor la cosa era a la inversa.

Muchas cosas le sorprendían de su compañero de cuarto. Imbuida de una idílica imagen heroica, propia de aquellos de quienes se esperan que sean los valientes que defiendan y salven a la humanidad, no esperaba encontrarse en su lugar con un chico de su edad, un chico débil tanto físicamente como de carácter, demasiado tímido y temeroso del mundo y de la realidad que lo rodeaba, con una olímpica tendencia a evadir la realidad, al punto de llegar a pedir permanentemente perdón por prácticamente todo, aun por aquello de lo cual no era responsable o culpable. Esa actitud le molestaba y hacía que Asuka se saliera de sus casillas. No podía creer que ese chico pudiera ser capaz de pilotear un Eva, no podía creer que ese mismo muchacho hubiera sido capaz de vencer a los ángeles en situaciones normalmente adversas e incluso imposibles. Para lo que debía ser, Shinji debería de ser por si mismo todo un personaje, un sujeto avasallador de sola presencia y cuyo solo desplante hubiera sido capaz de opacar a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Pero no, Shinji Ikari no era de esos tipos… no solo no lo era. En realidad, más que un chico, Shinji era todavía un niño que recién estaba empezando a iniciar el difícil y largo camino de convertirse en todo un hombre; y como tal era aún un ser débil y desvalido. No podía creer que ese mismo chico pareciera transformarse a la hora de la batalla un ser casi invencible junto con su poderosa maquinaria de guerra llamada Evangelion unidad 01.

Lo odiaba por esa actitud de débil pusilánime que tenía, siendo que cambiaba por completo a la hora de luchar. Era patéticamente débil, al punto de llegar a encontrarlo todo un idiota por no ser ni comportarse como ella esperaba que se comportara alguien que pudiera preciarse de "invencible". Porque en vez de humillarla y menospreciarla por sus magros rendimientos como piloto, como seguramente lo habría hecho ella de haber estado en su lugar, él se esforzaba en comprenderla. Porque ella nunca lo apoyaba, pero él siempre lo hacía. Porque aunque ella le rechazara mil veces, siempre el volvía cuando ella lo necesitaba. Porque aunque ella le dijera mil veces que no, él nunca pensaría siquiera en esa posibilidad, y siempre le diría que sí, sin dudarlo. Era como si él hubiera tenido necesidad de que le tendieran una mano, así como él tantas veces se la había tendido a ella. Como si de alguna forma el esperara alguna clase de reciprocidad por parte de ella.

Pero ella nunca le tendió esa mano, siendo que no era difícil hacerlo, bastaba con que hubiera deseado hacerlo.

Pero nunca lo hizo.

Y ahora, cuando el destino inexorable ha dictado ya su sentencia definitiva, Asuka se dio cuenta que hubo alguien más, aparte de su madre, quien pudo prodigarle cariño, porque le entendía, y por ello la aceptaba tal cual era, por el solo hecho de ser ella.

Pero, al igual como ocurrió con su madre, Asuka solo pudo darse cuenta de lo que realmente tenía a su lado y de cuanto valía en verdad, cuando lo perdió para siempre.

Y lo que parecía imposible e inconcebible para ella estaba pasando frente a todos los presentes.

Asuka paso sus manos en su cara y se dio cuenta como calladamente y mientras estaba repasando estos sucesos en su mente, ella estaba llorando.

Ella había jurado que nunca lloraría. Pero ya había perdido la cuenta de cuantas veces había roto ella ese juramento. Y aunque era cierto de que nadie la había visto llorar antes, "o al menos eso se hacía creer a sí misma", a esas alturas aquella idea de consuelo parecía ser claramente insuficiente. Porque Asuka podía pretender engañar a todo el mundo, pero habría alguien a quien nunca podría engañar por más que ella lo intentara. 

A ella misma.

Y mucho menos podía seguir pretendiendo engañar a los demás, cuando ahora todos la estaban viendo llorar. Aun así quiso bajar la mirada y deseó escapar como fuera de aquel lugar, que la tierra se los tragara a todos, o que la tragara a ella. Pero antes de ahondar en esas locas ideas, una repentina pregunta emergió violentamente en su cabeza paralizando a la segunda elegida, una pregunta que en su oportunidad fuera formulada por una voz suave y delicada, pero que en su conciencia replicaba ahora más fuerte que el estruendo de todas las divinidades juntas.

"¿Por qué intentas engañarte?"

Asuka abrió completamente sus ojos al recordar aquella pregunta que le hiciera Rei hacía algunos días atrás.

Rápidamente ella miro hacía su alrededor y prontamente reparó en el hecho de que, incluso en ese escenario de desgracia, de una u otra manera todos estaban acompañados. Todos, excepto Asuka… y alguien más.

Frente a ella Rei Ayanami, la otra piloto de la serie Eva, se encontraba de pie vestida de riguroso negro luctuoso frente a la igualmente negra y luctuosa lapida, con la cabeza agachada mirando a esta y a la inscripción que allí aparecía, recordando al "difunto". 

"¿Quién era realmente Rei?" Se preguntó Asuka. No era primera vez que ella se preguntaba eso. De hecho, y aunque no quería reconocerlo, esa era una pregunta que frecuentemente se hacía, (Tal vez, con una frecuencia mucho mayor de la que ella quisiera). Y no era para menos, de hecho, desde que la conoció siempre le pareció una chica antisocial y muy rara. A tanto llegaba esta extrañeza que frecuentemente la llegaba a comparar con una muñeca porque, al igual que estas, Ayanami parecía no tener una voluntad propia. En su lugar parecía más bien ser una especie de entidad autómata que tan solo se limitaba a permanentemente obedecer sin chistar las ordenes que les brindaban sus superiores, porque como toda muñeca, carecía de personalidad y de emociones. Fría e indiferente, parecía que nada en este mundo le podía importar.

Pero al ver a la primera elegida con un dejo de tristeza en sus ojos mirando la lápida mientras que el surco de una lagrima descendía por su pálida cara, Asuka pudo ver en ese instante más allá de las apariencias, fue capaz de ver a otra alma que también sufría. 

Mientras la miraba, recordó que cuando Shinji desapareció para siempre, Rei se había sentado al lado de ella en aquel camerino del cuartel, acompañándola por unos momentos y diciéndole que a ella también le dolía el hecho de que Shinji hubiera desaparecido para siempre. Y se lo dijo después de que la primera elegida la hubiera visto llorar y hubiera comprendido el porqué de ello, aun cuando se obstino en negarlo. Y solo días después, en el departamento de Misato, Rei le tendió una mano. Más aun, ella había sido capaz de prodigarle cariño. Y todo ello sin que mediara orden alguna y sin que nadie se lo hubiera pedido.

Y ahora, al verla allí, con tímidas lágrimas corriendo por su pálido rostro, Asuka descubrió que así como Shinji no era como ella se lo esperaba o imaginaba, así mismo Rei quizás… quizás no era quien ella imaginaba. Tal vez… nadie es en realidad como aparenta ser.

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Completamente ajena a las preocupaciones y pensamientos de su camarada de labores, la primera elegida permanecía rigurosamente de pie contemplando aquella oscura estela funeraria. Sabía perfectamente bien que en realidad aquella lapida tan solo era un símbolo elaborado para recordar a la persona del tercer elegido, ya que el alma y el ser de Shinji no estaban allí en ese lugar. Sabía que donde estaba el ahora ya nunca nadie más le alcanzaría. Sabía que su ser había fusionado con el Evangelion y que fue él quien había decidido no regresar a la realidad pudiendo haber regresado.

Pero a pesar de ello, el hecho de nunca más volvería ella a verle le dolía por una razón que no podía entender, pero que si podía sentir.

-¿Por qué?-. Se preguntaba constantemente para sí misma en un tono susurrante, casi inaudible. Su mente replicaba esa pregunta.

-¿Por qué él se unió al Evangelion?, ¿Por qué los había abandonado a todos?, ¿Por qué el y no yo?... ¿Por qué yo no?...-.

Una y otra vez su mente se mortificaba con esta última idea. Si ella hubiera logrado vencer al último ángel cuando ella intento oficiar de bomba suicida, nunca se habría fusionado con el Eva y Shinji estaría con ellos. Tal vez ella habría muerto en el acto, pero esto último no le importaba porque si ella moría siempre habría otra para ocupar su lugar y luchar. Su perspectiva para el futuro era más bien nihilista, más allá de pilotear el Evangelion, y de un difuso y no muy claro "propósito final" ella no vislumbraba otro futuro en su vida, por ende tanto su vida como lo que aconteciera con todos los demás no le importaban en lo absoluto. Pero, ¿realmente era así?

De un tiempo a esta parte su monocorde y estrecho mundo había empezado a ampliarse. Descubriendo que fuera de su mundo y de su realidad existían también otras realidades que, a su vez, construían otros mundos donde estas vivían, pero que dichas realidades no estaban aisladas, sino que también podían interactuar y relacionarse con su mundo y su realidad, porque todas las realidades estaban interconectadas entre si y todas ellas entretejidas formaban ese inmenso cuerpo mutable denominado como "la realidad". Y por ello estas realidades que en apariencia eran tan ajenas y distantes a la suya pasaban también a formar inexorablemente parte de su realidad.

Si tan solo se pudiera volver todo el tiempo atrás, si tan solo todo hubiera dependido únicamente de ella, hubiera deseado que él nunca hubiera peleado, que nunca hubiera subido a pilotear el Eva, que él nunca la hubiera conocido.

Porque desde el momento que lo conoció, y sin darse cuenta, Shinji paso a formar parte del mundo de Rei.

Y ahora, después de haberlo conocido y ahora que había dejado de ser parte de su mundo, a ella tan solo podía quedarle una única cosa por hacer.

Olvidar.

Ella tendría que olvidarlo, y si no lo hacía por iniciativa propia de seguro le ordenarían que debiera de olvidarlo, así como había tenido que olvidar muchas cosas que habían transcurrido por su vida.

Pero esta vez, ella no quería olvidar.

Pocas cosas buenas habían transcurrido en la vida de Rei. Y de esas pocas cosas buenas de su vida, casi todas habían sido olvidadas o bien enterradas en el fondo de su ser y anestesiadas permanentemente para que nunca salieran a flote.

Y el haber conocido al tercer elegido fue una de esas cosas buenas que valía la pena recordar. No quería olvidarlo.

Pero a la vez, ella no debía permanentemente recordarlo, porque ello le dolía.

Pero quería recordarlo, porque la sola posibilidad del olvido le dolía todavía más.

El dolor y la pena hacían flaquear su humanidad. Por lo que, buscando apoyo para sostenerse, Rei apoyaría sus delicadas y temblorosas manos en aquella pétrea, oscura y fría estela, mientras el dolor hacía que su respiración se entrecortara y sintiera la necesidad de desahogar aquel dolor que la estaba carcomiendo en su ser. Y mientras sus manos se agarraban con fuerza de aquella lapida, el camposanto entero sintió el eco desgarrador del lamento de un alma atormentada.

Rei Ayanami. La chica tranquila y callada que nunca parecía mostrar rastro alguno de emocionalidad, al punto de que muchos la creían incapaz de ello; la misma que muchos creían y veían incluso como un ente autómata carente de toda humanidad. Ella estaba allí, llorando de pena y gritando de dolor por la pérdida de un compañero.

"No, no se trata solo de eso". Pensó para sus adentros la doctora Akagi al comparar esta posibilidad con el abierto desconsuelo mostrado por aquella muchacha. "Quizás… esto haga que Rei empiece a descubrir su verdadero propósito final, más allá de ser la primera elegida. Y si llegara a descubrirlo, nunca nos perdonaría".

Y el semblante de la doctora se ensombreció y se puso muy serio, mientras ella junto con el resto de los presentes vieron como Asuka daba lentos pasos hasta llegar donde estaba Rei.

Esta, en medio de su tristeza, pudo sentir una presencia que la estaba observando. Y al mirar de quien se trataba vislumbró a la segunda elegida. Ello no le sorprendió en principio, pero si le sorprendió al ver una actitud distinta en su cara, ya que no estaba allí la chica arrogante y orgullosa que ella y todo el mundo conocía. En su lugar se hallaba una muchacha que tenía y reflejaba el mismo dolor que ella, que se encontraba tan necesitada como ella y que, sobre todo, necesitaba de alguien que la apoyara para poder seguir adelante… al igual que ella.

Luego de mirarse unos instantes, Asuka tendió su mano hacia la mano de Rei. Quería ayudarla a levantarse y a consolar sus penas. Nunca había dado antes la pelirroja un gesto de reciprocidad para con nadie, "al menos no públicamente", pero quiso dar este gesto para mostrar un poco de generosidad, además era un gesto sencillo, que no costaba mucho y que le nacía hacerlo en ese momento. Por último, la pelirroja pensaba que de esta manera podrían quedar "a mano" y no tener el cargo de pensar que le debía un favor a Ayanami.

Pero cuando la delicada y pálida mano de Rei se encontró con la mano de Asuka algo sucedió. Al tomarse las manos ambas se vieron a la cara y por fracciones de segundos ambas no solo vieron los ojos de la otra, sino que vieron algo más. Como si de cierta forma pudieran ellas verse reflejadas en la mirada de la otra.

Todo era demasiado extraño, como si a pesar de todo el tiempo que estuvieron juntas, recién ahora se estuvieran conociendo y hubieran dejado de ser mutuas extrañas. Y aunque ninguna de las dos llego a pronunciar palabra alguna, ambas tuvieron la sensación de que algo había cambiado en el ambiente, y no era solamente el hecho de que el cielo se estuviere despejando para dejar entrar tímidamente la visión del cielo azul y, junto a esa visión, el brillo de la tímida y tibia luz del sol.

No, esto era algo más, algo que ninguna de las dos pudo entender o explicar en aquel momento, pero que claramente podían sentir. 

Y, por ahora, tan solamente eso les importaba. Nada más que eso podía en esos momentos importarles.

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Continuará…

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