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A TRAVÉS DEL BOSQUE.

Allí me mantuve escondido entre los arbustos, dejando que la lluvia me calara hasta congelarme los pies, con la respiración entrecortada, tiritando, con la mano apoyada

en mi pecho notando como mi corazón latía cada vez más y más rápido, y como la sangre discurría por la gran vena de mi cuello. Siempre que estaba tenso se me hinchaba y sentía como si fuese a estallar en cualquier momento, tiñendo el suelo de un rojo escarlata…

Y allí entre la espesura de los árboles, bajo el manto de la noche pude observar, gracias a la luz de los incesantes rayos unas piernecitas estremeciéndose como intentando escapar de algo aterrador…

Desparecieron de golpe, mis agudizados oídos me permitían escuchar como alguien arrastraba entre la maleza, lo que parecía ser un cuerpo. Intente seguir el rastro escuchando el crujir de las ramas que iba quebrando a su paso aquella carga, y las piedras con las que iba topándose aquel cuerpo seguramente inerte, caminando de la forma más sigilosa posible aprovechando el ruido de los truenos para realizar cada uno de mis pasos.

El sonido cesó, el silencio de la escena consiguió que me alarmará, solo escuchaba los truenos, la lluvia cayendo intensamente contra las hojas de los árboles, embarrando todo el terreno. ¡Temblé con mayor intensidad!, apenas contenía la respiración, ¿Ese corpulento y desgarbado ser, de nariz puntiaguda, me habría escuchado, habría descubierto que ya no tiene un secreto que guardar?

En ese instante los lobos aullaban a la gran luna llena y amarilla que brillaba aquella fría noche, y el extraño sujeto sin razón alguna comenzó a correr, haciendo sonar sus botas contra los charcos.

Cuando creí que era seguro decidí salir para corroborar mis sospechas, pero para mi sorpresa no había ningún cuerpo, en medio de la tormenta vislumbré una pequeña botita roja, repleta de agua, con la hebilla rota y una nota borrosa flotando en su interior como si se tratara de un barquito luchando por sobrevivir en medio de una gran marea. Deshice aquella bola de papel y al extenderla pude ver escrito en una caligrafía infantil de un color verdoso lo que ponía: ¿Por qué no me has salvado?

Entre una respiración ahogada y lo que podía entenderse como un suspiro me desperté de un sobresalto, irguiendo mi cuerpo por completo entre sudores fríos que caían por mi cara y espalda.