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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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252 Chs

Una verdad y una mentira

Aunque la luz del sol atravesaba las colinas y llanuras en las cercanías, la oscuridad predominaba, las sombras que los objetos provocaban eran densas, largas y parecían seguir a los forasteros.

—Este era un pueblo —afirmó Primius sin certeza al observar las estructuras caídas, las chozas de piedra sin techos y con muchas grietas, y la maleza ganando terreno en la totalidad del terreno.

El sendero estaba guiado por un cercado de piedra, que le llegaba a Gustavo a las rodillas, el verde cafecito del musgo tenía su propio mundo de insectos y flora.

—Era un cuartel —dijo Amaris al señalar con la mirada un largo edificio derrumbado con arbustos, pequeños árboles y pinos saliendo de entre los ventanales y el inexistente techo. En la puerta partida a la mitad recostada en una gran roca cincelada apenas se apreciaba el blasón de la casa real de Atguila: El hombre con la mano derecha levantado en pose de victoria, solo que a esta le faltaba medio cuerpo.

—Ambos tienen razón —dijo Ollin al aclarar su garganta. Los ojos de los presentes se volvieron a él—, pero también están equivocados. Lo que ahora vemos son los vestigios de un campo de entrenamiento y un pueblo de vanguardia.

Las aves prendieron el vuelo al ver su paz dañada. Gustavo percibió a una criatura cuadrúpeda que saltaba de rama en rama, cubierto de un pelaje tan negro que se asemejaba más a una sombra que a un ser vivo. La criatura se detuvo y llevó sus ojos muertos al humano de rasgos únicos, los orbes que miraban el mundo resplandecían de un color violeta intenso, como relámpagos centelleantes.

—Un bebedor de sombras —dijo Ollin al llegar ante él, sin quitar la mirada de la criatura, que decidió seguir con su camino—, tan peligroso como único...

Gustavo continuó posando su mirada sobre el ramaje, desde su entrada al estrecho sendero había tenido la sensación de molestia, como si algo externo a su control quisiera afectarlo negativamente, y para dar por sentada sus especulaciones, los caballos enfermaron al poco de los días, así que, para evitar sacrificarlos el grupo decidió liberarlos, una vida muy corta les esperaba si se encontraban con cualquier bestia que residía por estos parajes, pero resultaba mucho mejor que acompañarlos.

—... Por ello comprendo del miedo de ustedes a estos lares, están contaminados.

Gustavo despertó, teniendo la impresión de que el individuo a su lado había escupido información importante.

—Disculpa, ¿qué es lo que has dicho?

—Mantente alerta y enfocado —Ignoró su pregunta—, tal vez la luz de la tarde nos ayude a observar, pero también en la luz habita la mentira. Hay que continuar con cuidado, pues cada paso podría ser el último. —Avanzó con el pequeño lobo entre sus brazos, sin tener en cuenta la conflictiva mirada de su compañero.

Gustavo cruzó miradas con Amaris, ella sonrió con dulzura, acercándose a pasos decididos.

—Nunca había estado en un lugar como este —dijo, y con determinación acarició el hombro derecho de su amado, sintiendo un ligero escalofrío recorrer su piel al imaginar el tormento que sufría en silencio—, y me alegra que sea contigo mi primera vez.

—Tengo una pregunta —dijo al retomar el camino, sin apartar la mirada de los alrededores. Amaris asintió, dispuesta a responder—. ¿Cómo fue que salvé su vida?

La maga inspiró profundo, esquivó los profundos ojos que ahora le dirigía Gustavo, no sabiendo como relatar aquella historia. Se tocó el estómago, reviviendo la extraña sensación que hace poco más de dos años había experimentado. Sus ojos soñaron con el pasado, perdiéndose en el horizonte.

—Habíamos quedado varados en un extraño páramo rojo —comenzó a explicar, arrastrando las palabras por la dificultad que el recuerdo le producía—, todo era rojo —dijo extraña al evocar el detalle que había pasado por alto por mucho tiempo—. Recuerdo haber pensado que nada ni nadie se encontraba ahí, pero tú declaraste lo contrario, había algo oculto que nos había observado desde nuestra llegada, y no tardó en presentarse en forma de una salamandra gigante, acompañada de un reptil humanoide con una lanza como arma —Primius, Xinia y Meriel, que caminaban detrás de la pareja y prestaban especial atención a sus bajas palabras se sorprendieron al escuchar el relato sobre las bestias—. El enfrentamiento fue casi inmediato, tú decidiste combatir con el reptil humanoide, mientras nosotros nos enfrentamos a la salamandra.

—¿Nosotros? —interrumpió, curioso por el incremento de personas en una historia que creía que solo él y Amaris protagonizaban.

—Sí —afirmó, y el recuerdo del mago y su amigo Serzo golpearon como rayos en su mente, tornando su expresión todavía más melancólica—, éramos siete, bueno, ocho si contábamos a tu esqueleto.

Hizo memoria, recordaba vagamente aquella batalla con la criatura reptiliana, pero el enfrentamiento en su mente la había hecho en solitario. Le había parecido extraño el relato de la dama, creía que lo contado se trataba de una batalla similar que tuvo antes o después de la vista en su cabeza, pero al añadirle más personas, su sien comenzó a experimentar una ligera molestia. Tragó saliva, atrapado por una sensación de pánico, como si algo le faltase, y lo peor era que no era la primera vez que lo sentía. Llevó su mano a su pecho, buscando el relicario, pero por la coraza color ébano le fue imposible tocarlo.

Amaris interrumpió su historia al verle sufrir, tenía la teoría de que algo realmente malo le había sucedido para no recordarla, pero en aquella taberna, al ver qué tampoco lo hacía con su padre, la intriga creció, ahora estaba totalmente segura que el hombre al que amaba había tenido un percance mental, y se decidió internamente a averiguar la causa, para así descubrir la forma de remediarlo.

Volvió del letargo al sentir la cálida sensación en su hombro.

—Me alegra haber hecho lo que hice —dijo con una sonrisa falsa.

Amaris le devolvió la mueca, sin atreverse a cuestionar sus pensamientos y extraño modo de comportarse.

—Los raptos fueron exterminados en la Era de los Años Perdidos —dijo Primius pensativo—, eran unas de las razas vasallas de Ellos. Se dice...

—Se llaman Seres —interrumpió Gustavo, recordando la aclaración de su compañero Ollin.

Se hizo el silencio, y el viento se volvió intenso y frío. La oscuridad ganó terreno, con la luz huyendo aterrada. Primius no supo cómo reaccionar, por alguna extraña razón sintió miedo, un miedo incomprendido y profundo.

—Señor, ¿dónde escuchó ese nombre? —preguntó Xinia con deferencia, buscando su muñeca para tocar un objeto que hace años había destrozado.

—De unas ruinas y de Ollin —respondió, sin sentirse influenciado por las extrañas miradas de sus compañeros—. ¿Qué pasa?

—Lo que usted acaba de mencionar fue lo mismo que dijo la cosa que mató a mis padres —dijo Xinia, con un terror y odio profundo borboteando de sus ojos—. Esa silueta, esa maldita silueta. —Apretó los labios y el puño, pero su mano izquierda seguía sin querer separarse de su muñeca. En sueños seguía escuchando esa voz, gritándole a lo bajo, con un tono escalofriante.

«Los Seres vendrán...»

Meriel se acercó, abrazándola y sintiendo el temblor de su cuerpo al aceptar el calor de su pecho, donde posó su rostro, debilitada por la silueta que su mente no dejaba de ver.

—Lo siento —dijo Gustavo, reconociendo el error por su ignorancia.

—No se disculpe —dijo Xinia con tono quedo—, ya debería de controlar mejor mis sentimientos. —Se apartó del abrazo de forma abrupta, disculpándose con los ojos de su compañera, y agradeció el acto.

Nadie volvió a tocar el tema, en realidad ninguno. Guardaron silencio, prefiriendo no profundizar en un asunto de tal magnitud como lo era todo lo relacionado con Ellos (Seres).