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El Fénix y el Lirio

«Vuelve con una reina, o no te atrevas a hacerlo», fueron las primeras, únicas y últimas palabras que escuchó de su padre tras cuatro años de exilio extraoficial. Había pensado que, luego de que le dejaran muy en claro que había tenido suerte de nacer, ya nada más le haría daño. Zuko todavía era demasiado ingenuo, al parecer.

VelvetOwl · Anime & Comics
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19 Chs

VII

Henrietta luchó para mantener la sonrisa educada en su rostro, y no masajear sus sienes. Por supuesto que el cardenal Mazarin no estaba al tanto de su estado de ánimo, o no le importaba... Ahora que lo pensaba, bien podría ser esto último.

—Su indiferencia puede verse como un insulto hacia Germania, princesa. No ha cruzado palabras con el príncipe König desde que le dio la "bienvenida" a Tristain —el cardenal negó con la cabeza—. Tal muestra de desprecio nos sorprendió a todos.

La princesa no pudo negar sus palabras. Evitó interactuar con su prometido en la medida de lo posible sin que pareciera que lo estaba evitando. Y König no hizo ningún esfuerzo por encontrarse con ella, de seguro pensando que, como ella ya le pertenecía, ¿por qué esforzarse en conocerse?

Cuando se hospedaron en el palacio, se le podía ver en las mañanas y tardes en los campos de entrenamiento; al parecer, los sables que cargaban eran catalizadores. O la vida lejos del campo de batalla le estaba afectando más de lo que debería, o tenía la costumbre de entrenar por horas seguidas. 

Durante la noche, nadie podía encontrarlo por ningún lugar del castillo. Agnès sospechaba que se escapaba, pero todavía no había pruebas de ello. Solo se le volvía a ver durante el amanecer, y porque los sirvientes se sorprendían al ver a un noble despierto tan temprano. 

—Simplemente no ha sido posible concertar una reunión —mintió sin remordimiento. 

El cardenal, nada impresionado con sus palabras, levantó una ceja. Tal vez debió inventar una excusa mejor, pero ya no había tiempo para cambiarla. El hombre suspiró, notándose su mezcla de irritación y resignación.

—El príncipe participó ayer en una clase del profesor Colbert. Se mostró amigable con la estudiante germana, así que tuvimos que detener los rumores esparciendo los nuestros sobre su sangre compartida. 

Sabía lo que quería decir, y le molestaba que el cardenal tuviese razón. Cualquier asunto de infidelidad, a pesar de que todavía no estaban casados, afectaría a Henrietta. Sería su reputación la que se vería comprometida al no ser capaz de «satisfacer» a su hombre. ¿König, por otro lado? Solo un germano siendo germano, nadie lo vería raro si buscaba amantes. 

Al menos tuvo suerte de que la interacción fuese con su prima, pero ya había comenzado el estrés y ni siquiera estaban casados. Las perspectivas del matrimonio no eran nada buenas, y ni siquiera sabía cómo sacarle provecho más allá de conseguir su ejército. 

—Es bueno que se esté adaptando a nuestra cultura y se interese en nuestra Academia. Por una razón es la mejor de Halkeginia. 

¿No se le permitiría regodearse un poco de su nación? Su Academia era el orgullo, por supuesto, en asuntos teóricos y generales. Germania se enfocaba demasiado en la guerra, lo que se traducía en que sus escuelas preparaban soldados más que magos. 

—Es una perspectiva admirable —concedió el cardenal—. Pero la guía de la princesa podría acelerar el proceso. Ver un lado de los germanos que sea diferente.... Aunque ya lo ha hecho, si debo creer en los rumores.

Por mucho que se odiase por eso, Henrietta comenzó a sentir curiosidad. No había indagado demasiado con respecto a su prometido, así que estaba tan a oscuras como el resto de las personas. 

—¿Qué ha estado haciendo?

—Trata a los sirvientes no como mobiliario, sino como personas 

Henrietta evitó hacer una mueca ante eso. Sabía cómo se comportaban muchos nobles, en especial gente como el conde Mott, quien vendría a ver la Exposición. Solo podía sentirse avergonzada y enojada de pertenecer a la misma clase social que esas personas tan despreciables.

—Y las palabras "por favor" y "gracias" se encuentran constantemente en su lenguaje. Lo hizo con un sirviente en el gran comedor durante el desayuno.

—¿Estuvo en el gran comedor?

La princesa había hecho la pregunta antes de pensarlo, y pronto se dio cuenta de que era un error. Mazarin le dio una mirada dura, porque obviamente desconocía dónde estaba el hombre que iba a ser su marido. Una cosa era no entablar una conversación, y otra muy diferente intentar ignorar su existencia. 

También se sentía mal por ello, pero por una razón distinta. Había conseguido la resolución de tratar de sacar lo mejor de este arreglo, pero terminaba posponiéndolo. Este era el tercer día en la Academia, y no había hecho nada. 

—Esta rebelión infantil debe terminar —declaró Mazarin con firmeza, incluso tuteándola—. Te has divertido lo suficiente con esto, y ahora debes hacer las paces.

Henrietta apretó los dientes, inhalando y exhalando con lentitud. Repitió la acción varias veces, buscando no explotar contra el cardenal. El hombre solo estaba hablando por el bien de Tristain, y eso era lo único que le impedía dar por terminada esta reunión; esa muestra de realmente preocuparse por la nación hacía que Henrietta lo respetara. 

—¿Por qué debo ser yo quien lo haga?

—Es su deber como esposa —regresó a su forma respetuosa de hablar—. Tal vez no sea el mejor, ni lo que usted esperaba, pero es la obligación de una mujer calmar la naturaleza bruta de un hombre. 

La princesa quería gritar y revolcarse, a pesar de lo indigno que resultaría eso. Aquel príncipe no hacía nada por una relación que iban a llevar ambos, y ahora era la obligación de Henrietta tener que construir el puente, ¿por qué? Solo porque era mujer. Tenía que arrastrarse ante ese hombre por haber nacido mujer.

Le habría preguntado si se atrevería a hablarle así a Karin el Vendaval, pero, conociendo al cardenal, lo haría. Estaba segura de que no había nada que el hombre no sería capaz de hacer por el bien de Tristain. 

—Con todo respeto, no es a usted a quien están obligando a casarse. 

Y aunque lo fuese, los hombres no estaban sometidos a las mismas obligaciones que las mujeres. ¡Ay que alguna de ellas siquiera tuviera pensamientos impuros con un tercero! 

—Es su obligación. A cambio de una vida que todos envidian, debe aceptar responsabilidades.

Henrietta cambiaría lugares con uno de esos envidiosos cualquier día de la semana. Pero no lo dijo, porque sería injusto. Esto no era algo que ella había pedido, y tampoco se desvivía por el lujo con el que la agasajaban. Pero era egoísta pensar de esa forma cuando había personas que sufrían en carencia. 

—Lo haré —cedió, poniéndose de pie—. Pero no puedo prometer resultados. 

No esperó ninguna respuesta de Mazarin antes de irse, con Agnès pisándole los talones. Casi había olvidado que ella estaba allí, con lo fácil que se mimetizaba con el ambiente, al igual que la mayoría de las personas de baja cuna. Y, caía, a veces, en la misma costumbre de ignorarlos; era un hábito, porque no podía hacer lo contrario al reunirse con otros nobles. 

—No debería casarse si no quiere —dijo su guardia—. Usted será la reina.

—Solo luego de estar casada —respondió con ironía.

Los oh tan sabios hombres nobles de Tristain, al parecer, se sentirían más seguros si ascendía al trono junto a un hombre. Aunque preferirían que fuese tristaniano, no les importaba mucho un germano de intenciones dudosas, y si venía con un ejército que pudiera hacerles la vida más cómoda, mejor. Y luego decían que ella no era la adecuada para gobernar. 

Suspirando, salió al patio mientras el número de las Mosqueteras que la seguían iba en aumento con cada segundo. Cualquiera de los estudiantes le daba un gran rodeo cuando pasaba, no sin antes hacer alguna reverencia. La mayoría estaban un poco nerviosos; si bien era bueno estar en presencia de la realeza, corrían el riesgo de equivocarse y afectar a su familia. 

Sabía que la verdadera amistad entre la nobleza era un asunto casi imposible, y la posición de Henrietta lo hacía mucho peor. Al menos tenía a Louise, a quien estaba buscando en ese preciso momento. Fue un poco difícil encontrarla, pero, antes de poder siquiera sonreír, su buen humor fue aplastado ante la vista.

Era un grupo extraño, les concedía eso. La cuasi princesa de Germania, Anhalt-Zerbst; la princesa Charlotte Hélène d'Orléans de Gallia; una Vallière con su familiar humano y el tercer príncipe del Reich. 

El grupo, o al menos las damas, estaban sentadas bajo un árbol. La galliana estaba leyendo como si nada importara, aunque fue la primera en notarlos. La germana tenía al fénix del príncipe en su regazo, acariciando una salamandra de fuego con la otra mano. Al menos le consoló que Louise estuviera mirando a König como si quisiera apuñalarlo personalmente y, cosa curiosa, la noble llevaba una espada en manos. 

El príncipe estaba observando al familiar de Louise, Saito, si no recordaba mal. Cuando se acercaron, que su marcha no podía ocultarse más, lo vio negar con la cabeza. El más joven estaba con las piernas abiertas, sosteniendo una espada de madera; al parecer lo estaba haciendo tan mal que Agnès hizo una mueca.

—No debes alinear tus piernas de esa manera —dijo el príncipe.

—¿Seguro? —respondió Saito, sin ningún tipo de deferencia—. Pensé que era necesario mantener las piernas abiertas.

—¡Pero no así, compañero! Te caerás con una brisa si te mantienes de esa forma.

Henrietta se sorprendió al ver una espada que podía hablar, aunque volvió a la conversación entre el plebeyo y el príncipe.

—Debes mantener un pie delante del otro. Te confiere mayor estabilidad. La espada siempre entre tu enemigo y tú, con la punta siempre en su dirección. 

Louise ahora la notó, y de inmediato saltó de su posición. La capa negra que indicaba su año voló un poco, golpeando el rostro de Zerbst. Esta iba a quejarse, pero también notó el público que había llegado, levantándose a regañadientes. 

—¡Princesa! —exclamó Louise.

La joven Vallière hizo una reverencia, aunque fue incómodo sostener su falda con la espada en mano. Zerbst hizo lo mismo, solo que con mucha más desgana, mientras los hombres se daban la vuelta. El familiar no supo cómo actuar, pero pronto imitó la reverencia hecha por König.

—Princesa —fue su corto saludo, casi indiferente.

—Herr Von Schwarz-König —la molestia en su rostro fue sutil, y esto la alegró—. Al parecer los rumores sobre usted no eran exagerados —la boca de Henrietta se estaba moviendo antes que su cerebro—. No puede evitar buscar la batalla, ¿no es así? —esta vez, le fue imposible ocultar lo que le afectaron las palabras—. Lamento decepcionarlo, pero no encontrará lo que busca aquí en Tristain. 

»No obstante, podría luchar en un duelo con Agnès, tal vez así puede calmar sus... impulsos.

Louise la miraba con sorpresa, casi tanta como el familiar humano; nunca se había mostrado de esa forma a su amiga de la infancia. La germana, por el contrario, frunció el ceño por unos segundos antes de volver a una mirada plana. König se mantuvo con el mismo rostro enojado, pero no pasó por alto la sutil y apenas perceptible tensión en su mandíbula. 

Tomó un par de segundos antes de que el príncipe hiciera ademán de hablar. Estaba segura de que no se «rebajaría» a luchar contra alguien de baja cuna. No obstante, fue Zerbst quien se adelantó.

—Creo que sería una buena idea, Zuko —su voz era demasiado dulce para ser sincera—. Podrías enseñarle un par de cosas a los tristanianos sobre el manejo de la espada —miró a Agnès de arriba abajo, antes de suspirar y decir—: No es por insultarte querida, pero no te ves como la gran cosa. 

Henrietta no pensó que le saldría el tiro por la culata, pero Agnés acababa de ser ofendida por una maga de fuego, nada menos. Dio un paso al frente, mostrando así lo comprometida que estaba con el duelo. El príncipe, por el contrario, dudaba, hasta que la germana le presentó un par de sables. 

—No habrá magia en el duelo —Henrietta se apresuró a establecer las reglas—, y tampoco armas de fuego. La victoria se decidirá mediante desarme o primera sangre.

A regañadientes, Agnès renunció a sus armas de fuego, dándosela a una subordinada. El príncipe solo asintió. Ambos mantuvieron la distancia mientras el resto se alejaba. El chirrido del fénix fue lo que dio inicio al combate de práctica.

La primera en lanzarse no fue otra que Agnès. Usaba una espada de casi dos pies, pero fue un movimiento rápido, uno que Henrietta no podría hacer por su falta de entrenamiento. König, por su parte, lo bloqueó con un arma mientras atacaba con la otra; la caballera retrocedió en consecuencia.

König luego pasó a la ofensiva. Un arma en cada mano le facilitaba el ataque, intercalando entre una u otra; no hubo golpes simultáneos, simplemente un ritmo lento mientras parecía ir acomodándose a la forma en la cual luchaba Agnès. Debía ser una calle de doble sentido, porque, con cada segundo, la mosquetera parecía ir desempeñándose mejor. Tanto, que logró cambiar las tornas.

Agnès luchaba con furia reprimida, movimientos amplios y poderosos. Por el contrario, su oponente, si bien aprovechaba su fuerza, estaba más centrado en atacar debilidades y aprovechar aperturas.

En uno de los ataques de König, Agnès propició un codazo que dejó a su contrincante abierto mientras lo hacía retroceder. En ese momento apuntó a la pierna derecha, que estaba un poco por delante. Pero, para sorpresa colectiva, giró sobre el pie trasero y realizó una patada directo a la cabeza de la mosquetera.

Tomada por sorpresa con ese movimiento, Agnès apenas evitó que la hoja golpeara su abdomen, a costa de su espada. Sin nada con qué defenderse, se quedó rígida cuando la hoja del sable fue llevada hasta su cuello. Ambos respiraban solo un poco más fuerte; no debía ser un ejercicio extenuante para ninguno de los dos. 

König envainó las armas y, para sorpresa de Henrietta, realizó una reverencia a su oponente, aunque fue extraña. Su puño derecho estaba en la mano izquierda, cuya palma se mantuvo abierta.

—Fue una buena práctica. Es un oponente formidable, sir.

En lugar de responder la cortesía, Agnès se retiró, rechinando los dientes. Henrietta retuvo un suspiro, ya sabiendo que este podría ser el resultado; su guardia se dejó llevar por la ira. También debía pensar que el príncipe se estaba burlando de ella, y el hecho de ser derrotada en su especialidad por un noble hería su orgullo. Dejarla enfrentar a un mago de fuego no fue lo mejor que pudo hacer, pero al menos confirmó los rumores sobre la habilidad marcial de König.

—Las palabras que halaban su habilidad marcial no exageraron los hechos, Herr. 

—Simplemente se trata de que los tristanianos son demasiado suaves —comentó la germana, ganándose una mirada de advertencia de König.

—¡No hables así a la princesa, Zerbst! —gritó Louise, olvidándose que Henrietta estaba presente. 

—Agradezco el cumplido de Su Alteza —dijo el príncipe, inclinándose otra vez. 

Sin ganas de permanecer allí o querer perder de vista a Agnès, se despidió del grupo, aunque Louise y Zerbst estaban demasiado ocupadas intercambiando insultos. La princesa de Gallia, por el contrario, volvió a su lectura luego de que el duelo hubiera terminado.