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capitulo 12: El Fénix arde en fuego negro.

Durante el desarrollo de la emboscada a la caballería, en la parte de la retaguardia ocurre la segunda estratagema de los rebeldes. Desde las mesetas de ambos extremos, surgen en vuelo rapaz proyectiles de tanque, acompañados de bolas de fuego, gruesas estacas de hielo y rayos eléctricos, impactándose en contra de las torres de asedio.

La fortaleza cercana a la tierra alta derecha, recibe la mayoría de cañonazos y se acumulan las explosiones como si una serpiente de fuego se enredadera en el edificio, consumiéndolo en flamas ardientes y finalmente cae desplomado en estelas de humo sobre las descontroladas tropas al romper la formación, con tal de salvaguardar sus vidas. Muchos son aplastados por el peso del coloso, y otros son mandados a volar por la onda expansiva del impacto.

La torre de asedio cercana a la meseta izquierda, recibe el mismo destino. Las ocho fortalezas restantes han aguantado el daño de la primera refriega; muchas son envueltas en humo tan negro como el alquitrán. Pero el blindaje logró soportarlo, sin embargo, parte de las maquinarias no tuvieron la misma suerte, y se han abierto agujeros humeantes de los que deslumbran lenguas de flamas anaranjadas; debían ser tratadas rápidamente por el personal interno, si es que sobrevivieron a la primera refriega.

De las mesetas bajan oleadas de hombres bestias, envueltos con armaduras ligeras envestidos con pieles de porte barbárico, y armados hasta los dientes, con garrotes, hachas, y armas de fuego. Las hordas rebeldes se zambullen al océano de las aterrorizadas tropas Templarías, desatándose la carnicería del primer asalto en la nueva guerra.

En la fortaleza del inquisidor no recibió ningún impacto, al ser rodeada por varias torres en ambos flancos, siendo el lateral el izquierdo el menos protegido al únicamente tener tres torres como barrera. Una de las edificaciones fue derribada y las restantes han recibido mucho daño; por lo que, en un segundo asalto serán eliminadas.

-Abran la formación del flanco izquierdo... -ordena el inquisidor desde la radio.

El cuerpo del inquisidor está protegido por una corpulenta coraza dorada de alta tecnología, conocida como armadura vulcanica, que convierte a un hombre en un tanque con la movilidad de una motocicleta, realizada con las técnicas de los enanos de la antigüedad al ser forjadas en estanques de magma. Agregándose una altura que llega a los dos metros. En el interior del pecho yace un pequeño cristal, usado como reactor y abastece de energía el traje.

El inquisidor lleva un casco en el que se plasma un rostro humano como mascara, en la que reside una corona a modo de aureola. La envergadura de la coraza es adornada por símbolos de pureza como alas angelicales, cruces de color rojo, y el fénix de alas ardientes en las hombreras. En la espalda carga un rifle de asalto con bayoneta.

-¿Esta seguro, mi señor? -pregunta el soldado desde el comunicador.

-¿Señor inquisidor que pretender hacer? -cuestiona Alicia, con sus alarmas aceleradas, al no encontrar sentido en ese acto.

-Afirmativo -confirma Bast en la radio, y hace caso omiso a la pregunta de Alicia.

Lance permanece silencio, al darse cuenta de que muchos de los soldados que los acompañaban siguen tranquilos, con sus miradas llenas de esperanzas puestas en el viejo inquisidor. Tras un breve instante, las torres se mueven hacia adelante de tal manera que dejan vía libre entre la meseta, y la fortaleza principal. Algunas torres de la derecha se han movido, sin disminuir considerablemente los escudos para la torre del inquisidor, lo que da la imagen de que se está tratando de escapar del rango de los blindados de las altiplanicies.

En un rostro de dura seriedad, el inquisidor camina en porte recto hasta detenerse en los barandales, con una mirada de acero puesta en la meseta a la lejanía donde se deslumbran resplandores de muertes; proyectiles mágicos y munición de tanque se acercan al unísono con el único objetivo de derribar a la torre desprotegida.

Carente de dudas, el inquisidor levanta la mano a la altura de su hombro, y apunta a la inminente lluvia de ataques. Ante las miradas atónitas de los pálidos soldados, la refriega de disparos son frenados en el aire por una fuerza invisible, muy cerca de rosar la torre de asedio, justo enfrente del inquisidor, quien no ha roto su posición.

El cuerpo del hechicero tiembla ante el brutal esfuerzo, sus piernas trastabillan al retroceder lentamente y un hilo de sangre se derrama de una de las fosas nasales. La energía mágica desbordante se concentrada en la mano alzada, y tras un grito capaz de desgarrar gargantas, el bombardeo de muerte de los rebeldes retorna hacia la meseta, y ocurre un ensordecedor estallido en forma de hongo que se eleva por los por los cielos. La onda expansiva remolinea a por el campo de batalla, y hace ondear los cabellos de los presentes, al igual que sus narices son impregnadas por el aroma a azufre.

En la torre de asedio, los miembros de la guardia gritan jubilosos al alabar semejante proeza, y recalcan que el título de archimago de Lazarus, aquel honor portado únicamente por el hechicero concejero del rey, lo tiene bien merecido el inquisidor.

Los guardianes no caben en el asombro. Lance, quien es conocedor de la magia al ser un esper, jamás ha escuchado de una magia que pueda regresar los ataques de tal manera, por lo que llega a teorizar que es un hechizo creado por el inquisidor.

Bast se descubre la máscara del yelmo, y saca del cinturón una cantimplora llena de vino, almacenado específicamente para ganar valor y calmar sus nervios en momentos como estos. Al dar un profundo trago de la bebida alcohólica, alza cabeza, y entonces escupe al suelo, tras carraspear un poco, procede a hablar:

-¿Se puede saber que están haciendo? -pregunta Bast al dirigirse hacia su gente en porte imperial-. Aún nos queda tomar la otra meseta. Esos herejes no caerán en el mismo truco nuevamente, tendremos que tomarlo cuanto antes... ahora respondan... ¡¿De quién es Lazarus?!

"¡¡Nuestro!!" Gritan los Lazarianos, al golpear sus pechos con el puño, en rebosante moral.

-¡En el nombre del viajero! ¡Por la voluntad del omnipotente! ¡Por la gloriosa luz del fénix! ¡Vayan a demostrarlo!

Vocifera el inquisidor al alzar el rifle por encima de su cabeza. Tal declaración, causa el rugir entusiasta de sus soldados, y dada la orden, bajan de la torre por medio de una trampilla en el suelo, hasta dejar solo al inquisidor y a los dos guardianes.

-Excelente hazaña, señor -dice Alicia en claro respeto-, lo felicito.

-La guerra apenas inicia, niña. Este perro viejo va cumplir lo mejor que sabe hacer. -El inquisidor recarga su rifle, fijándose en la trampilla-, los absuelvo a ustedes dos de protegerme, me llevare a la niña de los dos cuernos; a ver si su lengua partida y sus ojos amarillentos no son lo único de dragón que tiene.

-¡Enterado! ha llegado nuestro tiempo, Lance -agrega la joven a su compañero sombrío.

-Ya saben lo que se dicen ¡A ganarse el oro! ¡El que llegue al último a la reunión, paga los tragos! -Lance se fija en el inquisidor, y con el puño en el corazón se despide-: ¡Ha sido un honor, señor!

-¡El honor es todo mío! -contesta el inquisidor-, ¡¡Ahora vayan a salvar Lazarus!!

Lance y Alice retroceden con las miradas puestas allá entre las torres humeantes, la tierra alta a lo lejos. Los dos guardianes se miran mutuamente por un breve instante; asienten con la cabeza de tal manera, que se brindan confianza, y entonces sin mirar atrás ambos se lanzan a la batalla al saltar del barandal, en un grito de emoción proveniente del guerrero oscuro.

La caída es vertiginosa, cualquier mortal inclusive los súper humanos comunes recibirían mucho daño en el impacto sobre ese prado convertido en una creciente necrópolis. Al estar por tocar el suelo, el asesino oscuro arroja dos cuchillos hacia la tierra, y su cuerpo se disuelve en un nubarrón humeante adentrándose en la sombra del primer estilete.

El segundo cuchillo se incrusta en la nuca de un descuidado hombre bestia, y al desplomarse para unirse a las pilas necróticas, de la sombra del arma arrojadiza surge Lance, uniéndose a la pelea para degollar de un tajo con su espada a un elfo cercano.

La guardiana de la armadura verde junta sus extremidades haciéndose bola, entonces se desvanece en un parpadeo al ser envuelta en una luz azulada, y reaparece a cinco metros del suelo. La chica cae rodando, para volver a reincorporarse, al disparar con su rifle de asalto a las hordas de inhumanos que se crucen en su camino.

...

En el frente de batalla la cúpula desaparece en una lluvia de fragmentos vidriosos, brillantes como estrellas, y al tocar solido suelo desaparecen. La fuerza Templaría retrocede en fila india, al aprovechar el caos antes de volver a ser capturados por la tenaza del enemigo, el cual aún desorientado por las explosiones pasadas, mandan a sus fuerzas sobrantes a perseguirlos.

Grupos de rebeldes recogen a los heridos por el contraataque de los granaderos, llevándolos a la retaguardia en donde las sacerdotisas concentran sus poderes en proporcionar magia curativa, tanto para salvar vidas como para conceder una muerte piadosa.

De la espesura del bosque aparece una horda de elfos montando enormes caballos, siendo acompañados por hombres bestias, algunos de estos últimos en su estampida corren a pie y a cada paso que dan, de sus ropas brillan runas y los envuelven en vaporosas nubes de humo, de las que surgen monstruosidades antropomórficas como licántropos y jaguares humanoides, entre muchas otras bestialidades caninas y felinas.

En la cima de uno de los cerros, Alpiel alza su martillo de guerra en un gutural rugido belicoso, mientras que con la otra mano sujeta la cabeza decapitada de Turner, recién cortada, de la que cuelga su quijada y guindajos de nervios sangrientos en el orificio, donde alguna vez estuvo conectado el cuello.

La tierra tiembla a tal grado que podría confundirse con un sismo. Los gritos de guerra y dolor resuenan, a la par del rugir de los fusiles y el choque de las espadas.

El ejército Lazariano al escapar del descampado de cerros, y volver a la terracería en medio de las arboledas, rompen la formación en dos grupos, internándose en los bosques de tal forma que puedan cubrirse en los pinos, aun cuando su avance sería a menor velocidad, evitarían un mayor número de bajas y en cuestión de tiempo se reunirían con el resto del ejército.

Soldados Templarios disparan a cubierto con sus rifles, y frenan el paso a la caballería inhumana, esta acción permite que soldados con armas blancas rodeen el campo de fuego y flanqueen por uno de los laterales.

Campos de fuerza semitransparente protegen de las balas a grupos de cruzados. Estas construcciones fueron realizadas desde la retaguardia por los hechiceros, envestidos con sus túnicas blancas y yelmos dorados que, en la parte superior, lleva un penacho rojizo.

Los elfos se defienden al ponerse a cubierto, o alzar los gruesos escudos delante de ellos. Los hombres bestias se ocupan de repeler los ataques por los flancos ciegos, siendo estos la vanguardia principal, uno solo de estos guerreros incluso en la forma humana puede medir de dos o a tres metros.

Entre la unidad mágica, destaca la hechicera llamada María, quien con su capucha puesta y con sus trenzas gemelas ondeantes por los vientos del conflicto, ejecuta barreras mágicas en medio del camino de la caballería enemiga, haciéndolos chocar de forma contundente, por ende, derribándolos. Incapaces de reincorporarse, los elfos son ejecutados en el suelo por las estocadas de las bayonetas, lanzas y espadas de los cruzados, sin ninguna piedad.

Los supervivientes de los francotiradores en los cerros, incursionan en una improvisada formación entre los árboles y abren fuego a discreción. El rugir de la metralla y los alaridos de violencia y dolencia, resuenan en los bosques; todo es un caos incesante en el que ningún bando parece tener la ventaja.

El guerrero carmesí corre de forma evasiva entre los árboles, lleva un escudo redondo en manos, con el que bloquea los disparos, hasta colocarse a cubierto. Al estar en una posición segura, el guardián construye una alabarda, y entonces se abre camino en medio de todo el caos, moviéndose en zigzag para evitar ser arrollado por los jinetes, llevándolo a enfrentar a un sin número de enemigos armados con rifles y armas blancas.

Un elfo abre fuego contra Drake, quien bloquea las balas con el escudo, y al estar lo suficientemente cerca, y con la pesada alabarda da un golpe descendente, que parte la cabeza del soldado con todo y yelmo. El guardián prosigue contra un elfo armado con una masa con pinchos, encharcada de sangre y con tiras de piel pegadas.

La alabarda, y el escudo del guardián se vuelven cenizas, y al instante forja dos pesados guanteletes en sus brazos. Drake logra bloquear el golpe de la masa al cubrirse con las nuevas construcciones titánicas. La energía del golpe pone a temblar hasta los huesos al guardián, quien alza los puños, por ende, el elfo levanta su arma y el peso de la misma juega en su contra, lo que abre una abertura.

Drake propina un puñetazo en el abdomen de su enemigo, y se entona el sonido de huesos y armadura quebrándose. El elfo cae de rodillas al suelo, en un gemido agonizante y de su boca desborda una cascada de sangre amortiguada por el yelmo. El guardián ejecuta al rebelde con un gancho derecho en la cara, estampándolo contra el suelo.

Cuatro elfos armados con lanzas vienen hacia el guerrero carmesí, quien de su espalda emergen cuatro patas de araña con puntas afiladas, cual cuchillas. Con mucha violencia, el guardián procede a atacar a los elfos. Brazos, cabezas, y viseras vuela por todas las partes y la sangre es desparramada en los movimientos frenéticos de las extremidades arácnidas.

En la cercanía de aquella frenética degollina, en la cobertura de uno de los pinos emerge un elfo armado con un rifle y apunta a la cabeza cornada del asesino carmesí. Al estar por presionar el gatillo, el soldado es abatido por una flecha que se incrusta en el antebrazo, donde la armadura no alcanza a protegerlo. Lo que es un daño superficial se transforma en el infierno, aquel virote se ilumina en un resplandor dorado y explota llevándose consigo a la extremidad, y parte del cuerpo del soldado en pedazos, en una humareda carmesí.

Drake se percata de algunos elfos desplazándose como antorchas humanas, hasta caer retorciéndose en el piso desesperados por apagar las llamas, mientras sus armaduras se derriten con ellos dentro. Tonatiuh corre con su arco en manos, y tensa una flecha negra, y al disparar justo frente a una oleada elfos que se acercaban de manera implacable, el virote se ilumina y explota delante de los soldados enemigos, mandándolos a volar como hojas secas que se despedazan al ser llevadas por el viento.

Tonatiuh se pone a cubierto atrás de un árbol, en lugar de seguir la refriega de sus flechas explosivas desde esa posición, los brazos del arco se doblan y vuelve a ser guardado en su funda. El moreno desenvaina el hacha llamada Titán, y confronta a un elfo armado con un garrote.

Tonatiuh arroja un corte descendente, lo que manda el acero de su enemigo al suelo, y antes de que el elfo se recupere, es ejecutado por uhachazo lateral en el torso; atraviesa la armadura, la cota protectora, corta la carne y rompe los huesos. El hacha de Tonatiuh llega a la mitad del torso, y al sacar el arma una marejada de sangre se derrama junto a pedazos de intestinos al desplomarse de espaldas.

Un grupo de cuatro hombros lobo atacan al unísono, rodeando a Tonatiuh por varios flancos. El guardián levanta su arma y la gira sobre su cabeza, imbuyéndose de fuego negro lo que frena el ataque de las bestias, asustadas por el calor, y el guerrero lanza ese ciclón de flamas contra uno de los licántropos, partiéndolo por la cintura.

Dos de los lobos contraatacan al unísono, pero una cadena envuelve la garra de uno de ellos, frenando su avance; se trata de Drake, quien con ambos brazos levanta a la bestia del suelo y lo estampa de espaldas contra un árbol.

Tonatiuh retrocede de un salto al eludir dos zarpadas de la bestia, y el guardián contra ataca con un puñetazo del que resplandecen ascuas doradas tornándose el puño dorado, y al colisionar el golpe en el estómago de su enemigo, este explota disparando a la bestia lobuna como un cohete que parte dos árboles en el camino.

En medio de la humareda, el guerrero caminante levanta el brazo a la altura de su hombro y con la mano abierta recibe a su fiel hacha, la cual vuelve como si fuese alguna especie de telequinesis.

El cuarto hombre lobo se abalanza sobre el guerrero carmesí, derribándolo y ambos forcejean en el suelo; la bestia trata de morder el cuello del guardián, pero es inútil debido a la gargantilla y al ser su cuello contenido por las manos rojas de Drake, quien ejecuta una patada en la entrepierna de su captor.

En un chillido agónico, el lobo retrocede nuevamente de pie y al darse la vuelta su cabeza es partida en dos por un golpe del hacha del moreno. Al estar los hombres lobos aniquilados, Tonatiuh ofrece su mano a Drake, ayudándolo a erguirse nuevamente.

El lobo carmesí y el águila flamante se cubren las espaldas al ultimar a todo enemigo que se les cruce; elfo u hombre bestia, a todos los aniquilan en una maestría desbordante de sus armas y sus habilidades sobre humanas. Parecen que, por cada elfo derrotado o cada bestia vencida, vienen otros cinco para remplazarlos.

Al haber dejado incrustada su lanza en un elfo de la caballería, Dante se ha bajado de su caballo mandándolo de una nalgada en las ancas a galopar de regreso a líneas aliadas, debido al entrenamiento previo del animal. El comandante jamás ha sido amante de las armas de fuego, es un guerrero de la antigua caballería y lo demuestra al desenvainar un grueso espadón con un grabado rúnico en el lomo de la hoja, con un filo del cual resplandece una luz de color azul aguamarina que emite un brillo reluciente, delatándose como una herramienta mágica.

Dante lidera a sus tropas por los bosques, durante la difícil retirada. Las hordas enemigas parecen ser inagotables y muchos se quedan atrás, ahogados en esa tierra verdosa forrada de tantas tripas. De repente una horda rebelde logra emboscar a los soldados Templarios, teniéndolos ahora atrapados nuevamente.

Tal como el fénix, los Lazarianos luchan en reavivadas fuerzas al ser testigos de la valentía del comandante al ir a la cabeza de sus hombres, acompañado por los hechiceros, en contra de tales fieros enemigos. Centellas eléctricas, construcciones de hielo y llamaradas creadas por magia iluminan las entrañas de aquel bosque.

Por fin en el fragor del conflicto, caballero fénix, y demoniaco centauro por fin se han encontrado y desataron su lucha. Chocan sus armas, con la fuerza de un titán, alrededor de sus respectivas tropas. Dante reparte un frenesí de golpes, sin dar oportunidad de contra atacar. Alpiel responde empujando al gigante, en esa oportunidad se para de manos cual caballo desbocado y con los cascos golpean al caballero de tal manera que lo llevan a caer aparatosamente sobre el suelo, y el espadón es arrojado lejos de las manos de su dueño.

Alpiel arremete con su martillo, no obstante Dante rueda en el piso, y evade el golpe mortal. Toma su espadón, y se pone de rodillas; con el antebrazo sostiene el otro extremo de la espada, para dar equilibrio en una posición de defensa. Alpiel da un martillazo tan fuerte que Dante cae al suelo y el lomo del espadón topa con la gargantilla de la armadura, pero cuando el demonio trata de dar un nuevo golpe, es atrapado por una prisión de luz materializada por María.

Alpiel rompe la cúpula de un martillazo como si fuese vidrio, remolineándose esquirlas brillantes como pequeñas luciérnagas. El demonio pega un alarido gutural, lo que reúne a la horda de hombres bestia transformados, acercándose al corazón de la degollina y por un segundo abruman a las fuerzas Templarías, lo que pone el atisbo de una inminente derrota, pero el fénix sale abante ante la llegada de Tonatiuh y Drake con una legión de cruzados a sus espaldas en sonoros gritos potentes con las armas blancas al aire; tan bravos como un torrente, que ruge siempre latente por recuperar el Tridente y eliminar a la herejía.

La trifulca da un giro inesperado en la aparición de refuerzos del ejercito Templario, conformados por filas de golems posicionados allá entre las líneas, y proceden a crear cobertura para lo que ha quedado de la caballería, ayudándolos a culminar la retirada.

...

Bast va a la cabeza de un regimiento de cruzados, y guerreros vulcanicos, como una línea de fuego abrazadora traspasan el campo infernal, en el que ven como dos torres de asedio caen desplomadas envueltas en fuego, levantándose cortinas de humo y la tierra tiembla.

Las tropas llegan a los restos de una torre caída, partida a la mitad y usada como refugio por los rebeldes para tomar ventaja. Ambas facciones colisionan por la supremacía del territorio, los fusiles rugen y siendo los golems la fuerza frontal completamente inamovible; ninguno de los ataques de los inhumanos podía detenerlos, eran meros sacrificios al paso de esos imponentes gigantes, y no tardan en traspasar las defensas del coloso caído, obligando a la insurgencia a retroceder.

Sheila acaba con grupos de elfos mandándolos a bolar, al arrojar bolas de fuego de sus manos, y en una eficacia sangrienta aquella base improvisada es tomada por los Lazarianos. El inquisidor ordena a los soldados colocarse a cubierto en ese lugar, al divisar a una nueva holeada de rebeldes venir de la meseta, pero esta vez con un nuevo armamento.

Gigantescos golems tipo armadura marchan en organizadas filas, a diferencia de los acorazados del fénix, los gigantes de hierro del fuego oscuro son un poco más altos y poseen un orbe rojizo por cabeza, no tienen armas extras en las manos y son operados por los enanos. Hechiceros envueltos en campos de fuerza flotan sobre las tropas rebeldes, envueltos en campo de fuerza en una posición de apoyo y lanzan hechizos elementales en pronunciadas distancias.

Entre las piernas de los ciclopes corren tanto bestias antropomórficas y salvajes guerreros barbárico en amplios números que superan por mucho a los Templarios, mucho más de lo que se tenían previstos.

Los gigantes de ambos bandos chocan entre sí, con poderosos golpes y en refriegas de balas que levantan bastas nubes de polvazones en las que soldados a pie se matan los unos a los otros. De los orbes carmesí de los ciclopes, se disparan descargas de energía calórica capaces de dañar a los golems inclusive perforan el blindaje y llegan a la cabina del piloto calcinándolo vivo.

Atrás de unos muros de acero, Alicia regresa su fusil de asalto a la dimensión de bolsillo en un resplandor azulado y la cambia por un rifle francotirador de alto calibre. Al posicionarse junto a los tiradores, la guardiana contempla a los golems y guerreros vulcanicos entre ellos se ha colado Lance, y Sheila, siguen el avance en contra de los rebeldes en una lucha de desgaste, por lo que la pelinegra conoce su papel en ese combate, y procede a disparar furtivamente a los oponentes cercanos a sus dos compañeros.

De uno en uno, la infantería fuego oscuro va cayendo. Son incapaces de siquiera defenderse de los disparos del francotirador. Alice ha conseguido reducir un amplio número de esa temible división.

De entre las líneas de los ciclopes, surgen explosiones flamígeras provocadas por la joven dragona, quien corre a gran velocidad disparando de sus manos meteoros llameantes. En cambio, el guardián oscuro no puede ser visto por mucho tiempo en el mismo lugar, al moverse entre las sombras busca a atacar a los hechiceros posicionados en tierra, y plantar bombas de humo para desestabilizar la visibilidad del enemigo.

-No dejan de aparecer... -dice Alicia jadeante, apresurándose a recargar su arma, a sabiendas de que un solo error podría significar la muerte. Cambia los cartuchos a una velocidad de parpadeo, puede ver el desarrollo del conflicto en cámara lenta.

El sudor cubre su rostro, aprieta los dientes al ser invadida por una avalancha de pensamientos. Se pregunta a ella misma si todavía puede considerarse una buena persona.

Anhela terminar pronto este contrato, cobrar e irse a casa y tomarse un helado baño, con tal de limpiarse toda esta sangre que arrastran pecados que conservará por el resto de su vida. De un disparo atraviesa el pecho de un hombre jaguar, la bala sigue su camino, y perfora el cuello de un salvaje.

-Dios nos juzgara cuando todos nos hayamos ido... -murmura al cambiar de nuevo el cargador.

En los laterales de la guardiana, bajo la sombra de los restos de muros de la caída torre, atienden a soldados caídos inmersos en convulsiones por heridas infectadas, al ser alcanzados por flechas, impregnadas con excremento y orines. Algunos hombres y mujeres no tardan en dar el último suspiro.

Tanques de guerra y camiones blindados recorren los laterales de la torre, adentrándose a los campos de batalla. El ejercito de Dante ha vuelto del infierno del frente, y se reagrupan a las fuerzas del inquisidor.

María sobrevuela la torre caída, y desata poderosas serpientes eléctricas que se ciernen sobre las bestias que se acercaban a las faldas de la base de los Templarios, y permite el avance de una legión de cruzados encabezados por Dante, Drake y Tonatiuh que van de cara al océano de bastas hordas de guerreros bestiales, tan brutales como demonios.

Lance salva a Tonatiuh de un ataque por la espalda de un bárbaro, quien lo llamó traidor con un odio terrible. La espada del guardián oscuro atravesó la espalda de aquel atacante y llegó a salir del abdomen, después de una patada desenvaina el arma de esa gigantesca mole de carne.

Bañado en sangre seca y restos de tripas colgantes en sus hombros, Tonatiuh jadeante asiente positivamente por la asistencia de su sombrío compañero, quien guiña un ojo y levanta su pulgar.

Sheila se trepa a un ciclope por la espalda, y al estar bien aferrada procede a golpearlo repetidas veces con el puño imbuido en fuego hasta atravesar la coraza y al crearse un agujero lo suficientemente grande, exhala fuego en el interior lo que consume al piloto convirtiendo la pesada armadura en una caldera hirviente.

El viento se agita de repente, la temperatura se eleva y el rugir de una enorme maquinaria resuena sobre el campo de batalla, de las nubes surge una gigantesca aeronave que sobrevuela el pomo, al venir desde el interior del Tridente.

Es un Zeppelin blindado con una superficie de corveta, y una góndola en la parte baja. La máquina voladora es movida por cuatro motores de impulso, ubicados en los laterales inferiores de la coraza. En el mástil ondea una bandera roja, cuyo centro alberga la sombría cabeza de un dragón que exhala un fuego tan negro como sus escamas, parecidas a un cielo nocturno sin estrellas.

Otra torre es derribada en la sobrecarga de varios rayos de ciclopes estratégicamente posicionados. El número de fortalezas móviles fue drásticamente reducido para preparar la llegada de la nave voladora.