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cap 10: La calmidad primordial

En una de las tierras aledañas a Grifia en la región del Tridente, se ubica una cadena de montañas de campos mineros, alrededor de pequeñas aldeas cercanas a una fábrica en la que se trabaja con los cristales; anteriormente una tierra prospera de humanos que iban a laborar para ganarse el día a día, hoy se ha transformado en una necrópolis por los estragos de la guerra.

Una camioneta recorre los caminos de terracería, en medio de los eslabones de cerros y bosques verdosos, que poco a poco se vuelven escasos al estar adentrándose a los áridos territorios de los campos mineros, en el que se divisa los rieles de un tren.

En la batea del vehículo, reside un hombre cuya cabeza es cubierta por una bolsa blanca hecha de tela, sus manos yacen apresadas por unos grilletes de acero, y en sus pies encadenados por esposas. La vestimenta del prisionero, se compone por una gabardina de color morado de cuello alto con detalles dorados. Lleva una camisa azul con blasones a juego, ajustada por un cinturón, junto a unos pantalones negros, con botas cómodas del mismo color.

Lo que alguna vez fueron prendas finas de porte de la realeza, se han reducido a los de un rey mendigo, al ser desgarrada por los rastros de combate y cubierta de lodo; no tiene una manga, hay agujeros en los pantalones, y expone las rodillas, partes del abrigo están ennegrecidas por quemaduras, sin embargo, aquel individuo no muestra ninguna herida o muestras de dolencias.

El preso cabizbajo levanta la cabeza, ladeándola de tal manera que busca identificar donde se encuentra de forma inútil al ser su rostro tapado por la bolsa.

—¡Ya era hora que despertaras, brujo! Has estado dormido por dos horas... bueno ¿Qué puedo decir? Si alguien me pegara una paliza de muerte, creo que no quisiera volver a despertarme —exclama una voz masculina, y frívola de tono despectivo, cargada de una burla enfermiza.

El prisionero atreves de la bolsa, puede ver a su captor como una sombra, la cual se acerca entonándose el sonido aparatoso de una armadura moviéndose. Al estar cara a cara, dicho ser oscuro desata el nudo, para por fin retirar aquella mascara sucia.

Aquel al que llamaron como brujo, aparenta ser un hombre de mediana edad de piel grisácea. Posee un rostro atractivo de rasgos masculinos bien definidos, con una barba de candado. Es de ojos color negro al igual que su largo cabello, el cual llega hasta la nuca. Tiene una estatura de un metro noventa. Es de complexión delgada, con facciones no semejantes a alguien de los Templarios; delatándolo como un extranjero. El cuello es apresado por un grillete de contextura similar al de un diamante lapislázuli, de tal manera que no lo asfixia, pero no puede quitárselo.

—Aunque en tu caso, brujo... —Un resplandor azul arde desde el interior del visor, como una flama embravecida—. Me es muy divertido, de esa forma puedo matarte tantas veces quiera.

Expresa el carcelero en un aire sombrío, desprendiéndose un fuerte instinto asesino. El hombre de cabellos negros lo mira con imperioso desdén, en completo silencio de tal manera que expresa sin palabras que vea cuanto le importa sus amenazas.

Al no despertar nada aquella provocación, el captor sonríe galantemente bajo el casco de la gastada armadura y pega una leve palmada en la mejilla del prisionero, más para molestarlo que para lastimarlo, a la vez que descubre una de las orejas del brujo, siendo esta completamente normal.

—Sin punta... los inhumanos no pueden vivir sin un amo... la pregunta es ¿Eres un enviado del imperio o un bastardo con delirios de grandeza?

Aquel hombre acorazado alarga la distancia, y se sienta en el otro extremo de la batea con las piernas cruzadas, y los brazos apoyados en los bordes de la camioneta, y jala la cabeza hacia atrás al tomar aire.

La armadura placas es de protección completa, pero no es como los avanzados blindajes de tiempos contemporáneos, todo lo contrario, su diseño es arcaico de una edad muy antigua de envergadura recubierta por telarañas de grietas, y desgatada por mil batallas, pareciendo que fue vestida por guerreros muy antiguos. Lo que fue una protección platinada, a corroída por densos manchones de óxido. En el peto tiene grabada la roja cruz Templaría. En lugar de generar defensa, expone a un mayor peligro a su usuario, cuyo nombre es Clint, el caballero de la tormenta.

—Pensé que me quitarías la bolsa, ante la presencia de los que tiran tu correa. —El hombre de pelo negro retoma la palabra, en una voz profunda y áspera, sin perder la compostura.

—Quería que antes vieras algo... un precedente de lo que te espera a ti y al resto de tu gente —exclama Clint al apuntar hacia el frente.

A lo lejos se contempla una aldea, de la que surgen humaredas negras de fuego crepitante. Cuando la camioneta llega a las ruinas de ese recinto, el brujo es testigo de la carnicería. Las calles son decoradas por cruces de madera, en la que se hallan clavados cuerpos mutilados de personas, con las entrañas expuestas.

Los cadáveres están envueltos en redes de espinas, apretadas de tal manera que desgarran la carne amoratada; todos con las cabezas gachas y quijadas colgantes en expresiones de horror absoluto, con lágrimas secas en los ojos desorbitados, lo que delata un profundo sufrimiento antes de ser envueltos por la piadosa muerte.

Algunos cadáveres carecen de extremidades como las piernas, brazos o solo son torsos con la cabeza pegada a la madera por un grueso y largo clavo de hierro enterrado en la frente. Lo que alguna vez era una prospera aldea, fue convertida en una necrópolis de la inquisición, en la que se respira la muerte y podredumbre impregnada en el aire.

La muerte no hizo distinción de a quienes se llevaría, humanos y no humanos tiñen el suelo de rojo. Unos festines se están dando las parvadas de cuervos y los carroñeros que se comen la carne muerta de los difuntos.

De las casas aun en pie entran, y salen hombres envestidos en armaduras con gordos sacos llenos de todo lo de valor que encontraron. Grupos de mujeres de la raza de los elfos y bestias, son obligadas por hombres bien armados a subirse a la parte trasera de las camionetas, para ser tomadas a la fuerza por esos monstruos, cuyas vestimentas no se muestran como parte del ejército regular de Lazarus, identificándolos como mercenarios.

—¿Qué te parece, brujo? Tu pequeña rebelión se encamina al exterminio, nada puede contra el castigo de Dios —exclama Clint con soberbia, al sentirse complacido por como el rostro perfectamente estoico del brujo, es retorcido a una mueca de absoluta desesperación—. Esto es una ofrenda a mi señor todo poderoso y a los antiguos celestiales, pronto reconocerá mi valía y me devolverá el título de caballero que tanto me merezco; imponer su voluntad nos traerá la gloria absoluta ¡Santificado sea su nombre y sagrado sea su reino! ¡El reino de los hombres!

Vocifera Clint con los brazos al proclamar a los cielos, consumido por el fanatismo. Aquel acto repugna al brujo, y en brutal rabia encara al caballero.

—Perdonamos sus vidas... —protesta entre dientes, en palabras cargadas de veneno, y acaba desatando su rabia—. ¡Cuando tomamos sus ciudades, perdonamos las vidas de los que se rindieron! ¡Ejecutamos a todo aquel soldado que abusó de su posición, al violar y saquear a los que se rindieron! ¡¿Así nos pagan?! ¡Nos llaman demonios, y ustedes producen dolor en nombre de su propia fe como excusa!

—¿Cuándo la vida de un hereje, vale lo mismo que una vida Templaría? Los que dan la espalda a la luz de Dios, son solo animales que necesitan ser domesticados —pregunta Clint casi indignado por la demanda del brujo—, enviamos a la buena gente que tenían presa devuelta a los refugios junto a los inhumanos que se rindieron, mientras limpiamos este cagadero. Los que nos enseñaron los dientes, acabaron en esas cruces. Eso no evita que nos divertimos un poco con algunas inhumanas, y tomamos un pequeño bono de las viviendas antes de devolverlas a sus dueños... de todos modos, estarán mucho tiempo en los escondites hasta que todo se calme, creerán que fue por culpa de los de tu calaña y se apegaran aún más a la iglesia.

El brujo iracundo trata de protestar, pero el grillete azulado en el cuello, se torna de color rojo y el alarido se ahoga en la garganta al marcar las venas en un gesto de dolor. Al retener un grito doliente, el hombre de la gabardina cae de rodillas jadeante.

Clint lo observa satisfecho, y lo toma de los cabellos, obligando al brujo a levantar la cabeza de tal forma que cruzan las miradas.

—¡Ah, ah! —Clint niega con el dedo en la cara del brujo—, mientras tengas puesto el collar de Maleficarium, absorberá tu energía si intentas realizar cualquier tipo de magia o habilidad sobrenatural. Y si llegas a sobrecargarla... —Clint abre la mano, pretendiendo hacer el sonido de una explosión con la boca.

—Te juro que van a pagar caro por esta atrocidad... —brama el brujo, al arrastrar las palabras y el collar vuelve a su color normal.

—Podrías lloriquearle a nuestro jefe todo lo que quieras, tiene mucho que decirte —contesta Clint, y entonces suelta el brujo al arrojarlo contra la batea de forma brusca, como cualquier basura.

Los bandidos se mueven en grupos, bien organizados, muchos de ellos eran desertores de algunos ejércitos de diferentes territorios del continente, y fueron anexados a formar parte de la banda del príncipe al servicio de la inquisidora Flora. Una armada conformada por criminales condenados a muerte, reformados con la promesa de una reducción de su sentencia.

Juntan el botín en sacos, que van apilando en el centro de la aldea, donde un joven encapuchado, no mayor de veinte años, dicta órdenes a los hombres, exhortándolos a continuar buscando en las casas.

Es de piel tostada por el sol, posee una enorme cicatriz en forma de línea, que pasa de forma paralela por su rostro. Es de cabello castaño enmarañado, sus ojos son marrones, tiene un rostro juvenil de rasgos delicados sin rayar en lo andrógino, siendo una fachada para el monstruo que es en realidad.

Viste un peto gastado y viejo; unos pantalones de lana cafés, cuyo cinturón enfundando un revolver. Usa unas botas de trabajo y unas manoplas negras, para proteger sus antebrazos sujetados por unas correas. Es de complexión delgada y una estatura alta, de un metro setenta y cinco. En la vaina atada al cinturón, carga una espada claymore con la guardia platinada con un diamante rojo incrustado en el centro. Muchos de los inhumanos que lo pudieron ver antes de ser masacrados, se burlaron de los mercenarios, al recalcar que un niño era capaz de doblegarlos; fue un craso error subestimarlo.

Al lado del joven capitán apodado como "el príncipe", lo acompañan sus mejores guerreros y guarda espaldas. Varios miembros de la banda, los apodaban cínicamente como "la guardia real" la favorita personal del chico es una joven no humana albina, de ojos amarillentos como los de un gato, quien se mantiene acompañándole en todo momento.

Es de rasgos afilados de mirada férrea y sobria; su piel es morena clara y es de cabello largo color plata que llega hasta la nuca. Posee unas orejas canina que sobre salen de la cabeza, al ser una mujer de la raza de las bestias. Es de cuerpo voluptuoso y grandes caderas que contonea al caminar, junto a la larga cola de lobo de pelaje blanco.

En comparación al príncipe, es mucho más alta, midiendo un metro ochenta. viste una camisa de cuero azul bordado con correas que tiene frascos y cuchillos en fundas, un pantalón de rayas azules y blancas. La mujer vigila de brazos cruzados los alrededores, en un semblante serio. Permanece en alerta, asegurando a toda costa la seguridad de su amo. Ella responde por el nombre de Sasha.

En el otro extremo del príncipe, se encuentra un hombre delgado muy alto de poco menos de dos metros, y de cabello rizado rojo oscuro, de tal forma que parece fuego y en el fleco que cubre parte de su rostro. Su piel es oscura. Lleva unos antejos de lentes redondos. Viste una sotana de cuello alto ajustada por un cinturón, junto con una gran toga blanca envolviendo sobre el pecho, protegido por una placa pectoral. Este hombre es conocido como Regis.

La mujer bestia gruñe molesta al avizorar, como la camioneta se estaciona delante del gran botín, y Clint jala bruscamente al brujo del brazo, obligándolo a bajar de la batea.

—¡Mire lo que traigo para ti, Adlet! —exclama Clint ansioso, refiriéndose al joven capitán.

—El proclamado rey brujo, líder de los acólitos y mano derecha de la reina de corazones... se arrodilla delante de un guerrero de dios —pronuncia el príncipe al realizar un ademan de mano, mostrándose prepotente al alzar la cabeza y mirar por debajo al preso.

—¿Qué? —El brujo confundido es tomado de los hombros por Clint, y el moreno, y ambos lo obligan a doblar la rodilla delante del líder de los mercenarios.

—Perfecto... mostremos un poco de educación, incluso si es frente al enemigo. —El príncipe asiente complacido, se levanta y camina alrededor del captor, con las manos atrás de la cintura, como si fuese una persona acaudalada.

«No es mayor que mi hija... es solo un niño», piensa el brujo al mirar a Adlet.

La mujer bestia observa al prisionero de reojo, en su mirada se marca el desprecio, como si dijera en silencio "un solo movimiento en falso y no vivirás para ver el mañana" el mismo brujo no se sorprende el ver a una inhumana en el ejército Templario, al conocer que algunos los entrenan para convertirlos en armas vivientes.

—¿Dónde está, Flora? —demanda el brujo.

—Nuestra patrona está ocupada liderando la defensa en Grifia, representando la justicia de dios —Adlet explica orgulloso, con los cortinajes de su capa ondeantes por el viento—. Fui enviado a recuperar estas tierras en su representación, por lo que hoy me ocupo de hacer el trabajo del altísimo.

—Esperaba por fin conocer en persona a la inquisidora que me ha estado jodiendo estos últimos meses; ¿y me mandan a un mocoso?

Al lanzar esa pregunta, se muestra un atisbo de una carcajada en el brujo. Adlet Sonríe ampliamente mostrando la dentadura, en una mirada pétrea e inanimada, una mala señal para los presentes, en especial para Regis, quien suda nervioso al conocer el posible detonante.

—Te lo advierto, brujo... el capitán se pone como loco, cada vez que se enoja con alguien —dice Regis al retroceder por puro instinto.

—Clint....

Para Adlet solo basta el pronunciar el nombre de su mejor caballero, para que este tome al brujo de los hombros y desate una corriente de electricidad destellante, de la que rugen serpientes eléctricas. Los ojos del prisionero se tornan blancos, al desatar un alarido ensordecedor y el collar se torna rojo. Aquella acción apenas dura un instante, por lo que Zagreo baja la cabeza con un hilo de sangre que escurre de su boca entre jadeos sin aire, con el cuerpo tembloroso, pero no parece haber recibido un daño mortal, denotándolo como un ser sobrehumano.

—¡¡Oigan todos!! —vocifera Adlet, de tal modo que la banda entera detiene sus actividades, para responder el llamado de su líder—. ¡Aquí tenemos al todo poderoso Zagreo! El gran brujo, quien fue pieza clave para conquistar las dos puntas, y es la puta principal de la zorra de corazones.

Todos los presentes se unen en una escandalizada carcajada, por los comentarios de Adlet. Los únicos que permaneces en silencio, es la inhumana y el rey brujo. A diferencia de la mujer bestia, quien es estoica, el rostro de Zagreo se ensombrece en una mueca de rabia al apretar la mandíbula y cierra los puños, al albergar bilis en su garganta, y su corazón bambolea a un ritmo acelerado. No puede contener un gruñido de molestia, lo cual llama la atención de Clint.

—¡Oh, miren! ¡El animal está enojado! Creo que necesita aprender un par de modales.

Exclama Clint, y entonces propina una fuerte patada en la cara del brujo. Un relámpago de sangre es disparado de la boca, acompañado de algunos dientes que salen volando como balas de perdigones, al instante que Zagreo cae estrepitosamente al suelo, privado por un breve instante.

De repente vapor blanco humea de las heridas de la quijada, los dientes vuelven a crecer a una velocidad de parpadeo, y de nuevo el brujo se vuelve a hincar como si nada, en un rostro enfurecido, volviendo a encarar a Adlet, quien no se haya sorprendido, aun cuando las carcajadas mueren, al transformarse en quejidos sin aliento al ser testigos de esa regeneración.

—Con que es cierto... —murmura Adlet, y ve como el grillete en el cuello de Zagreo, cambia de color, cual metal al rojo vivo—. Eres aquel que no puede morir.

—Fue un infierno capturarlo, Adlet. Y lo que vio no fue nada... —dice Clint.

—¿Podría hacer los honores? —El príncipe solicita la confirmación.

—El honor es totalmente suyo... —Clint realiza una reverencia, por lo que él y el moreno se apartan del brujo apresado, quien confundido no sabe que esperar de sus captores.

Adlet coloca la mano izquierda sobre la vaina, mientras que con la derecha toma la empuñadura y de un desenfunde veloz, rebana la tapa de los sesos a Zagreo en un corte diagonal. Todo pasó en un instante, casi en un parpadeo. El príncipe pega un tajo al aire, salpicando un denso chorro de sangre, al tiempo que el cuerpo del brujo cae de espaldas, completamente inerte.

Muchos de los presentes ponen los ojos en blanco, algunos murmuran entre si al pensar que fue un acto completamente irracional por parte del príncipe, ya que el brujo pudo otorgar información útil.

Aquella mala impresión de los mercenarios, se transforma en una orquesta de quejidos sin aliento al contemplar como el espeso vapor blanco, vuelve a emerger de la cabeza del brujo, hasta cubrirlo por completo, disipándose en un instante y sin dar un segundo para asimilar lo sucedido.

Zagreo regresa a la vida como si nada. La tapa de los sesos anterior, se vuelve cenizas en el suelo y es llevada por el viento. El príncipe fue lo suficientemente cuidadoso como para no dañar el collar.

Adlet esta vez desenfunda el revólver, ejecutando tres disparos a quema rompa. Dos impacta en el pecho y uno entre las cejas del brujo, quien vuelve a caer al suelo, solo para que al instante vuelva a ocurrir lo mismo. Zagreo se pone de pie, esta vez se le nota irritado, puede que se cure, pero puede sentir dolor de cada ejecución.

Muchos de los mercenarios pegan un grito de entre asombro y horror, algunos hasta se persignan al dedicar oraciones en voz baja al dios de los templarios. El brujo no puede creer que tengan el descaro de rezar, después de lo que han hecho.

—Y para que queda claro, observen mi espada no es normal. —Levanta la hoja negra de la claymore—, es acero imperial, Magnamis... por lo tanto es una herramienta mágica, cuya habilidad es cortar la magia... menos las pasivas —explica Adlet al mirar a Zagreo, con curiosidad.

—¡Brujería! ¡Esto tiene que ser magia negra! —grita uno de los mercenarios.

—Chicos... quítenle la camisa... —ordena Adlet.

Clint y Regis acatan la orden, a pesar de los forcejeos de Zagreo, logran retirar las prendas del torso de musculatura hercúlea de piel liza, completamente inmaculada y lampiña de la que no hay ninguna muestra de flacidez o cicatriz alguna, es de un físico perfecto de porte griego.

—No tiene la marca de la bruja o la licencia de hechicero, mi señor —explica Regis—, no perteneció a la escuela de Idonia, por lo que no podemos averiguar mucha información sobre él en el archivo.

—¿Hay alguna magia registrada, que te dé una regeneración como la que mostró este sujeto? —pregunta el príncipe.

—No, capitán —explica Regis, haciendo gala de sus conocimientos con las manos atrás de la cintura—. Ni en los alterados o malditos se ha visto algo así registrado, por lo general si les destrozas la cabeza mueren definitivamente... este brujo es especial.

—Tenemos a todo un espécimen aquí... —pronuncia Clint—, si se resiste a hablar... puedo encargarme a pesar de su inmortalidad... tengo mis métodos. —De las manos surgen amenazantes telarañas eléctricas parpadeantes casi rosando la piel del brujo, quien mantiene la calma a pesar de las humillaciones.

—Podemos jugar con esa regeneración, y comprobar hasta donde llega su resistencia al dolor o el límite de esa magia... —Adlet pega el frio acero de la espada en la mejilla de Zagreo, cortándola lentamente en una línea diagonal. El rostro del brujo reprime un alarido de dolor—. Vas a decirme la ubicación de la reina de corazones y sobre lo que asecha en estas tierras.

—Caminas por brazas ardientes, muchacho y será mejor que quites tu espada, niño... estoy perdiendo la paciencia... —advierte Zagreo.

Cuando el príncipe esta por burlarse de esa amenaza, por una milésima de segundo, ve como los ojos de ese hombre se tornaban completamente negros, en un vacío capaz de tragarse el alma. Adlet reacciona rápido, y retira la espada a la vez que retrocede de un salto, y la regeneración de Zagreo cierre la herida.

—Hemos recibido reportes de cosas extrañas, atestiguadas en diferentes partes del Tridente. —Sasha habla con el lenguaje de señas, al ser sordo muda, pero puede leer los labios—. Aldeas incomunicadas, avistamientos de criaturas extrañas que no son de estas tierras, y otras completamente desconocidas, es como si fuese el bosque de Verderol.

—Entre nuestros informes, nos han indicado que incluso estos seres han atacado a los rebeldes —continua Regis—, entre los supervivientes han hablado de un horror que vuelve a los hombres en monstruosidades... pero no podemos dar mucha fe de sus palabras, ya que cuando los encontramos se habían vuelto completamente locos, algunos hasta se suicidaron pegándose un tiro, al no querer ser enviados a las ruinas del templo de nuevo.

—Muchos de sus testimonios eran diferentes entre sí, describían cosas completamente irreales y desvariadas sobre un ser amorfo, —Adlet respira profundamente, no entiende porqué de repente siente miedo. Se esfuerza por no lucir asustado, aferrándose a mantener esa actitud implacable—. Lo que todos parecen coincidir es sobre sonido de la criatura, como una especie de canto de ballena siendo torturada... es algo enfermo ¿acaso a ustedes se les salió de control alguno de sus experimentos? ¿Qué es eso que puede sembrar el miedo en los hombres de esa manera?

—No temo a los hombres, niño... le temo algo que se escapa tu entendimiento... —Zagreo habla en una completa seriedad, describiendo en pocas palabras la magnitud de un ser visceral y atroz—. Algo fuera de este mundo... una aberración a la propia existencia... que nadie puede controlar. Nosotros no la invocamos y tampoco la creamos... esta cosa ya ha tomado su territorio, y si no la detenemos va a crear una hecatombe.

—Pareces saber mucho... —Adlet habla con incredulidad e interesado por la naturaleza de esa criatura—. ¿Tiene algún nombre o sabes de su procedencia?

—¡Oh, ustedes la conocen! Y no es una monstruosidad cualquiera —Zagreo habla como si relatara una historia de terror, para él sus captores no son otra cosa que ovejas ignorantes a punto de ser llevadas al matadero—. Es una diosa...

—¡Solo existe un dios! Si es uno de los Celestiales caídos del imperio, va a ser pulverizado por mi relámpago —brama Clint al dar un paso hacia adelante, con dos luceros relampagueantes, desmabrando desde el interior del visor.

—Clint... guarda silencio, yo me encargo. —Adlet pone la mano en el hombro del caballero, quien acata la orden al retroceder—. Dijiste que la conocíamos... si fuese una diosa pagana que puede volver a la gente loca, sin duda la recodaría... cuéntame... ¿Quién o qué cosa es? no es un celestial caído... ¿verdad?

—En las santas y antiguas escrituras... se relata que existió una civilización muy antigua, dotada de tecnología y magia que iba más allá de lo que comprendemos. —Zagreo cuenta la historia como un visionario de altos conocimientos, poniéndose de pie aun con los grilletes en manos y pies, se muestra impasible a pesar estar rodeado de enemigos—. Mucha de nuestra sociedad moderna, surgió de las ruinas de ese antiguo mundo... que fue destruido por la llegada de las calamidades... los llamados reyes escarlata.

—Ve al grano, brujo... esa historia ya todos la conocemos. Estas empezando aburrirnos, si sigues así voy a tener que aflojarte la lengua con mi magia —demanda Regis, con soberbia.

—Esas escrituras no eran mitos... realmente pasó... —La voz de Zagreo parece quebrarse por un breve instante. Un miedo creciente se refleja en sus palabras, al estar a punto de pronunciar un nombre que ha estado maldito desde hace siglos—. Una calamidad ha regresado a nuestro mundo, la llaman Chofuco... la diosa de la fertilidad y la peste... esa cosa es tan real como la muerte misma.

Al finalizar el relato, todo queda en un efímero silencio, que es perpetrado por las carajadas que entonan nuevamente entre los mercenarios reunidos, y llaman lunático descerebrado al brujo. Los miembros de la guardia real, permanecen serios aun siendo escépticos de la naturaleza apocalíptica de la identidad del ente que asecha en los bosques.

—Digamos que te creo... —Adlet se masajea la barbilla, al asimilar todo lo dicho por el brujo—. Si fuese la poderosa entidad que destruyó el mundo hace mucho tiempo... ¿Por qué no lo ha hecho ahora?

—Está en un estado de debilidad... el renacer en esta edad la ha diezmado —explica Zagreo con sumo cuidado, yendo directo al grano—. Si hay un momento para destruirla y regresarla al abismo, es mientras permanezca en ese estado endeble... si llega a recuperar su poder, si vuelve a armar su colmena.... será imparable.

—¿Enserio le van a creer a este lunático? Este tipo está diciendo que nuestros compañeros, fueron masacrados por un horror que luchó contra los antiguos celestiales, es absurdo —Regis habla de forma despectiva, harto de las palabrerías de Zagreo, las cuales considera irreales—. Las sagradas escrituras son parábolas, no tienen que ser completamente literales, tiene que ser una maldita broma.

—No... —De repente una sonrisa espeluznante, se plasma en el rostro de Zagreo—, el hacerlos creer que me tienen preso era una broma.

Tras aquella sentencia, en un ladito de corazón el grillete de Maleficarium se enciende en un deslumbrante rojo, lo que ciega a los presentes, como si el sol hubiese bajado a esa aldea olvidada por dios.

—¡A cubierto! —vocifera Adlet a todo pulmón, y los cercanos al brujo se retiran a buscar protección atrás de los árboles, o lo que quedaron de los muros de las casas.

Corrientes eléctricas corren atreves de las esposas de manos y pies del brujo, al desatarse el poderoso conjuro de magia desbordante que termina de sobrecargar el collar, y este finalmente explota en miles de pedazos al tiempo que las ataduras se abren, llevándose consigo la cabeza, dejándose únicamente el cuerpo decapitado, el cual cae desplomado al suelo.

Mientras los mercenarios permanecen a cubierto, Adlet por medio de un lenguaje de señas, ordena a cinco hombres entre ellos Regis, que vayan a confirmar el estado del brujo.

Aquel grupo se acerca cuidadosamente, con los rifles de asalto alzados y listos para cualquier suceso. El hechicero de los Templarios va en la retaguardia, y saca del interior de sus prendas una gema rojiza, y en un resplandor carmesí se transforma en un báculo con la punta de en forma de un rubí, similar a una lanza.

Lo que alguna vez fue el ruidoso mercadillo de ese pueblo, yace en un silencio casi perfecto de no ser por el crepitar de las humaredas de algunas de las casas incendiadas. Los soldados de la vanguardia sudan a mares, con los ojos abiertos al máximo, y con los dedos temblorosos sobre el gatillo del rifle a medida que sus corazones laten desenfrenadamente.

Cada paso que dan es como si acercaran al abismo sin fondo, personificado en ese cadáver completamente inmóvil, del cual emerge el vapor blanco de la abertura cauterizada del cuello, y aquella señal incita a los hombres a abrir fuego por puro impulso de supervivencia, pero son repelidos al materializarse una cúpula mágica completamente blanca polarizada, alrededor de Zagreo.

Los soldados detienen la refriega para recargar sus armas, y en ese intervalo de tiempo, con la velocidad de una bala emerge desde interior de la cúpula un ente metálico parecido a una serpiente, y arranca uno de los abrazos de uno de los hombres, al tiempo que desgarra el costado con una fuerza, y para rematar el ser serpentino continua el trayecto hasta atravesar el torso de un segundo soldado, como si fuese una brocheta, llevándoselo consigo a las alturas, lo que deja caer una lluvia de sangre junto a pedazos de armadura.

Aquel ser se mueve en onda, y arroja el cuerpo lejos y retorna a su punto de origen. En un grito de Regis, vuelven abrir fuego en contra de ese ser metálico que se mueve a una velocidad vertiginosa alrededor de la cúpula, como una serpiente enredándose en un huevo. Todas las balas que impactan en la envergadura de la entidad, son repelidas sin causar ningún daño, deteniéndose en aire mostrándose tal cual es.

Es un ser similar a un ciempiés de una longitud y tamaño absurdo, cual anaconda, las patas son largas cuchillas curvadas como guadañas y en la cabeza unas tenazas que se abren y cierran. El exosqueleto es metálico sin material biológico, mostrándose aquel ser como una mera herramienta.

La cúpula se desvanece, y Zagreo emerge moviendo la mano de tal manera que el ciempiés vuelve a girar alrededor de su cuerpo, evitando las balas de los cuatro soldados restantes, en fría pericia.

Todo se mueve en cámara lenta, de la mano libre del brujo se deslumbra un círculo mágico, y del mismo sale disparada una esfera de luz que se alza al cielo, y al estar por encima de la cabeza de los presentes, se desbarata en múltiples rayos de luz dirigidos a los soldados a cubierto, obligándolos a retroceder y no formar parte de la trifulca.

El ciempiés se abalanza sobre uno de los soldados, y atrapa entre sus mandíbulas la cabeza, la cual es reventada como si fuese un melón maduro.

Uno de los soldados ataca con una estocada de la bayoneta, Zagreo la elude al girar en su propio eje, y toma al soldado del brazo poniéndolo delante suyo, y lo usa como escudo contra una bola de fuego creada por Regis, haciéndolo explotar en pedazos en una lluvia sangre y tripas que baña ambos hechiceros.

Zagreo vuelve a cubrirse con una barrera mágica, al detener una llamarada de Regis. En ese intervalo de tiempo, el rey brujo mueve el dedo que despierta de nuevo al ciempiés y ataca a al contrincante.

Regis apenas detiene el ataque para disparar un fogonazo sobre el ente metálico, obligándolo a retroceder y en esa distracción, Zagreo lo ataca golpeando la nariz con un codazo, reventándola en un chorro de sangre, y parte las gafas a la mitad, y quiebra los lentes en miles de pedazos.

Al instante que Regis desciende de espaldas, se afloja su agarre en el báculo, y con una habilidad impresionante Zagreo lo recupera con la mano libre. Sin dar tiempo de nada, usando la punta de lanza el brujo empala al mercenario contra el suelo, con su propia arma, matándolo en el acto.

Antes de poder siquiera terminar de asimilar lo sucedido, una lluvia de balas acribilla a Zagreo, arrancándolo de la tierra y lo manda a caer de espaldas contra el duro adoquín. De nuevo el brujo vuelve activar la cúpula mágica, esta vez traslucida mientras las heridas de su cuerpo sanan por los vapores blancos, esta vez a una velocidad menor, aun así, vuelve a erguirse imparable.

De la espalda del brujo se materializa una nubosidad negra, de la que surgen cuatro brazos musculosos hechos de pura oscuridad solida parecido al metal, miden un metro, de complexión delgada, pero de musculatura tonificada con manos de un tamaño capaz de tomar la cabeza de un ser humano por el puño. Son sólidas construcciones energéticas de resplandor maligno, tan oscuros que parecen tragarse la luz.

Las cuatro extremidades oscuras se estiran al máximo, las dos inferiores apuntan a los lados y las superiores se alzan hacia arriba como si sostuviesen un techo. De cada una de estas manos oscuras, crean círculos mágicos que potencian el campo de fuerza.

—¡¿Esos son golems elementales?!—reclama Clint, refiriéndose a esas invocaciones, al reconocerlos como una magia avanzada.

Los inhumanos capturados aun presentes, se hincan en el suelo pronunciando rezos hacia su salvador, rogando que sea capaz de ganar y pueda salvarlos.

Desde el interior de la cúpula, Zagreo concentra sus energías en sus manos al crear un poder lumínico, el cual desata como un potente rayo que atraviesa la cúpula como si fuese agua, y se dirige hacia el lugar donde Adlet yace a cubierto. Pero inmediatamente, Clint salta la barda y de puñetazo imbuido en electricidad, bloquea el resplandor asesino del brujo, en un potente haz que desprende látigos eléctricos en un sonido chirriante.

—¿Estás bien, Adlet? —pregunta Clint por encima del hombro.

—Sin rasguños... pero hemos subestimado a ese desgraciado y nos ha costado a Regis. —Adlet se levanta con la ayuda de Sasha—, esa arma es del acolito Némesis, llamada cien muertes —pronuncia el príncipe, al reconocer el ciempiés metálico que gira alrededor de Zagreo por un movimiento de su mano.

—Pero no la usa con la destreza de su dueño —complementa Clint, a emanar electricidad de su cuerpo—, ¿pero de donde carajos sacó el cristal para invocarla? No tenía nada en su ropa... lo esculqué bien.

—Le pedí a uno de los acólitos que me prestara su arma para infiltrarme, iba a necesitar toda la ayuda posible y en cuanto a donde tenía el cristal...

Zagreo se da una palmada en sus posaderas, en una sonrisa ladina, y con esa mera expresión la pregunta de Clint es contestada, asqueándolo. El brujo dispara un segundo conjuro al cielo, pero en vez de atacar, aquel rayo se abre paso en las nubes y enciende su fulgor como un faro, o mejor dicho una baliza.

—Mis hombres nos seguían en paso... no tardaran más de diez minutos en venir aquí. Todo salió de acuerdo a mi plan.

El ultimátum de Zagreo, desata un fuerte temblor en la tierra, y saca de balance a los mercenarios, confundidos por lo acontecido.

—Perdona que no estemos temblando en nuestras botas, brujo. —Adlet emerge de la cobertura, y apunta con su revolver al brujo con una confianza que pretende transmitir a sus tropas—. No importa que armas o magias tengas... eres solo un hombre contra un ciento de nosotros... ¿Qué te hace pensar, que tienes alguna oportunidad contra tan imposible desafío?

—Porque no estoy solo, mocoso... siempre tengo quien me respalda.

Bajo los pies del brujo se materializa un enorme círculo mágico color blanco lechoso, cuyo borde emana neblina tan negra como el alquitrán.

—¡Apunten!

Los mercenarios preparan sus armas, a la espera de la confirmación del príncipe, pero a pesar de la superioridad numérica, el miedo se ha sembrado en ellos al presenciar en ese brujo a la misma parca rencarnada.

—Caballeros... tienen cinco segundos para rendirse... —advierte Zagreo en una sonrisa ladina de desbordante soberbia, y remata con la siguiente frase arrolladora—: lamentablemente decir eso me tomó tres segundos.

Manos putrefactas emergen del círculo mágico, como si fuesen espectros que escapan de sus tumbas, varios no muertos aparecen ante las ordenes de su señor y atacan en horda sobre las tropas del príncipe.

—¡Fuego!

La legión de muerte es recibida por el tiroteo, combinados a los rayos eléctricos del caballero de la tormenta.