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WINCHESTER

su pasado es misterioso, sus orígenes varían demasiado; pero todos tienen por seguro que es una de las cazarrecompensas mas peligrosas de todo el viejo oeste. vistiendo de negro de pies a cabeza con la excepción de un pañuelo azul que cubre su cuello y hace juego con sus fríos ojos azules, su nombre también es desconocido; pero posee un apodo que aleja aun al mas valiente, ella es: Winchester la cazarrecompensas

crazor_productions · Fantasy
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CAPITULO 3: ANABELLA GONZALES, LA PUTA DEL PUEBLO Y MEJOR AMIGA DE SANTIAGO MARTINEZ

Había oído de que lo tenían capturado, en su interior deseó que él no se hubiese rendido por ella, sentía que no lo valía. Anabella Gonzalez o Ana para casi todos sus clientes, que era la mitad del pueblo, llegó al pequeño pueblo de San Dominguez cuando tenía 18 años de edad, sin padres o familiares cerca, sin trabajo o conocimientos para poder ser una institutriz, Ana no tuvo ninguna otra opción que convertirse en la prostituta del pueblo, un trabajo deshonroso con una buena paga. Aunque no se enorgullecía de sus actos, admitía que ella ganaba más en una semana de lo que un simple barbero podía ganar en un año, y el mismo barbero le daba veracidad a sus afirmaciones, sin embargo el dinero nunca compraría la felicidad o el honor, podría ser una mujer rica; pero también era vista como una paria por parte de los demás pobladores que tenían familia, sus esposas precisamente, en su interior Ana se preguntaba que opinarían aquella remilgadas si supieran que sus hijos, sus hermanos y sus mismos esposos eran clientes frecuentes de su burdel. Con una sonrisa Ana supuso que se volverían locas al descubrirlo. También había mujeres que no la juzgaban; pero eso se debía a que ellas compartían los mismos gustos de los hombres por las mujeres, solían visitarla también, solo que era de vez en cuando. Cada vez que acudían le rogaban que guardaran el secreto de sus gustos a los demás, ella aceptaba debido a que, por lo menos, aquellas mujeres no la trataban como basura a diferencia de las "santas" esposas de sus clientes.

Teniendo en cuenta su profesión la política no era algo a lo que ella le prestase atención, hasta… Santiago.

Santiago representó un cambio muy grande en su vida, al principio solo vio a un idealista tonto que peleaba por una causa perdida; pero, a medida que pasaba el tiempo y Santiago peleaba por los ciudadanos, algo en su interior comenzó a cambiar. Una noche fue a verla, no le molestaba recibirlo en su pieza debido a que un muchacho apuesto como él seguramente sería todo un semental en la cama; pero ese muchacho, en lugar de tomarla en sus brazos y poseerla, se sentó a hablar con ella ¡Incluso le pagó una hora para sentarse a hablar! Durante esa hora Ana pudo conocer a un muchacho que, aun siendo idealista y teniendo a varias personas que seguían sus ideales, admitía estar solo, por lo que prefería pagar una hora para poder hablar con alguien de confianza para él a antes seguir fingiendo que los que estaban a su lado realmente creían en su causa y no tenían motivaciones egoístas de por medio.

Cuando la hora terminó, se despidió cortésmente de ella:

- Bueno querido- le dijo aquella vez Ana sonriendo- la hora terminó y realmente es una pena porque me hubiese gustado verte desnudo

- Y a mí me hubiese gustado saber más de ti- le respondió Santiago levantándose del sofá y colocándose el sombrero- espero que no te moleste si vengo la próxima semana para hablar un poco mas

- Si pagas lo mismo que hoy, puedes venir los siete días de la semana para charlar- rió Ana debido a las locuras que decía Santiago

- Me temo que solo me alcanza para una vez a la semana; pero gracias de todos modos por concederme tu tiempo para hablar un poco, aun si era pago

- Era noche floja querido, no tienes que ser tan amable conmigo- le dijo Ana mirándolo de forma graciosa

- Lo sé- le respondió Santiago levantando el sombrero con su mano derecha y después de darle un guiño con su ojo izquierdo, se retiró- nos vemos

- Nos vemos- rió Ana viéndolo partir

Y en efecto Santiago retornó a la semana siguiente para pagar otra hora de charla, solo que esta vez él insistió en querer saber más de ella, como la paga era buena no tuvo inconvenientes en contarle lo que deseaba oír. Las visitas semanales se volvieron tan habituales que la misma Ana empezaba a preocuparse si él tardaba unos días más de lo acostumbrado, al punto de que un día lo regañó por ello:

- Es viernes- le dijo molesta, cerrando la puerta a sus espaldas dispuesta a iniciar la conversación- ¿Dónde habías estado?

- Sabes que últimamente las autoridades no me ven con buenos ojos. Una cosa es hablar en contra del gobernador y otra muy distinta es cuando sospechan de que tienes armamento con el cual enfrentarlo- le explicó Santiago con tranquilidad, depositando las monedas se sentó en su asiento y Ana se acercó a él preguntándole

- ¿Y eso es verdad?- en su mirada se podía ver una autentica preocupación que conmovió a Santiago

- ¿Creerías la respuesta que te diese?- le preguntó Santiago como prueba de confianza y ella le respondió

- ¡Claro que sí! No creo que hayas venido aquí solo para mentirme en la cara

- Entiendo- dijo Santiago mirando para abajo, tras esboza una sonrisa de triste alegría al saber que sus sentimientos eran sinceros le dijo- no tengo dicho armamento, solo unas escopetas y es para enfrentarse a algunos Apaches que puedan estar en las cercanías de mi campamento

- ¿Y piensas tenerlas?- le preguntó Ana casi como si le pidiese que no hiciera una tontería. Santiago la miró en silencio por un momento y le dijo con un gran pesar

- Quizás cometí un error al venir hoy aquí- se estaba levantando del asiento cuando Ana se apresuró a tomarle sus manos y tranquilizarlo diciéndole

- Quédate… por favor… ya pagaste la hora, lo menos que puedo hacer es sentarme a hablar contigo

- Quizás tengas asuntos más importantes que atender- le recordó Santiago como si le pidiese que no continuara con ello, como si tuviese miedo a qué si iniciaban una verdadera relación de confianza ella pudiese correr un gran riesgo

- No tantos como el poder escuchar tus inquietudes- insistió Ana con una sonrisa tierna- vamos, tú me has dicho que no tienes a nadie con quien hablar y me he acostumbrado a escucharte, aparte de que eres el único que viene a mi habitación con intenciones de hablar un poco antes que de verme desnuda

- Es verdad- sonrió Santiago mirándola con verdadero cariño- entonces hablemos un poco de lo que quieras; pero, por favor, no de política… estoy cansado de hablar de eso las veinticuatro horas del día

- Como quieras- sonrió Ana iniciando una nueva conversación donde la confianza de ambos se estaba convirtiendo en algo genuino antes que fingido

Conforme pasaban los días, Santiago, empezaba a ser visto como un peligro para las autoridades del pueblo. La noche antes de que él empezara su intento de revolución, fue a verla. Ana estaba esperándolo y cuando entró a su cuarto, solo se quedo parado un minuto, sonriendo con pesar. Sacó de su bolsillo varias piedras de oro, no pepitas sino piedras enormes, sorprendida, Ana, le preguntó:

- ¿De dónde las sacaste?

- Hay una mina a casi medio día de viaje, se encuentra cerca de un pequeño pueblo de fanáticos religiosos, Miracle Town o algo así se llama el lugar. Aquellos lunáticos tuvieron que abandonar la mina por una fuga de azufre, aun así decidí aventurarme un poco adentrándome en ella y encontré varias piedras doradas en un salón de baile enorme junto con un pobre diablo muerto- le explicó Santiago con una sonrisa seca, sin gracia alguna o intento de serlo

- ¿Salón de baile?- preguntó Ana sorprendida; pero Santiago le dijo

- Quiero que la tomes y te vayas del pueblo

- ¡¿De qué hablas?!- exclamó ella sorprendida por aquella orden

- De que las cosas se pondrán peligrosas si saben que eres mi amiga, de eso hablo- le respondió Santiago totalmente angustiado- de que mañana ocurrirán cosas malas y deseo que tengas una vida digna lejos de las habladurías de este pueblo y las miradas acusadoras. De que seas feliz sin tener que entregarte a los brazos de nadie, sea el comisario del pueblo, el barbero, algún forastero o…

No continúo más, solo se retiró de allí diciéndole:

- Solo vete del pueblo y se feliz

Ana se levantó sorprendida e intento alcanzarlo; pero era tarde, Santiago se había marchado. Se quedó sentada en su cama el resto de la noche, no quería que nadie la molestase. Tras una larga noche de insomnio, la luz del sol la recibió con la noticia de que habían atacado al ejército del gobernador de San Dominguez. Mirando la roca de oro y entendiendo la gravedad de las palabras de Santiago, fue que dos caminos se abrieron en frente de Ana: uno indicaba que ella podía tomar la roca y largarse de allí cuanto antes para poder vivir con decencia en las grandes urbes como Nueva York o la misma Londres; pero, por el otro lado, ella quería ayudar a Santiago, posiblemente le hubiese pagado por su tiempo; pero las emociones no eran compradas, solo el tiempo y nada más. Ella era su amiga, quizás la única dentro de todo un grupo de hombres con ambiciones propias antes que una lealtad indiscutible. Si Santiago estaba en problemas, ella no podía dejarlo solo a su propia suerte porque era cierto que ella era una puta; pero no una hija de puta como lo serian los demás si llegaban a abandonarlo en caso de que fuese capturado. Furiosa ante las dos tentaciones sintió que debía seguir la opción que su corazón le indicara, tras pensarlo con detenimiento tomó las rocas de oro y salió de la habitación.

Se encontraba en su cuartel secreto que era la iglesia en ruinas, sus hombres estaban buscando provisiones por lo que se encontraba solo. Cuando oyó el sonido de un galope acercarse, Santiago sacó su pistola de la funda y gritó

- ¡Seas quien seas debes de saber que estoy armado por lo que será mejor que te identifiques, amigo!

Con lentitud se acercó a donde estaba la puerta, no tenía los brazos arriba debido a que no le importaba si le disparaba o no, su decisión ya estaba tomada. Cuando Santiago reconoció el vestido violeta de Ana solo pudo preguntar

- Ana ¿Qué haces aquí? Es peligroso

- No acepto oro- le respondió ella con enojo sacando las rocas de su bolso, lanzándolas al suelo- ni tampoco que mis amigos me alejen de su vida cuando más me necesitan

- Ana que…- quiso protestar Santiago; pero ella lo interrumpió diciendo

- ¡Soy la puta del pueblo! ¡¿recuerdas?!- le espetó ella furiosa- ¡Eso significa que trato con todo tipo de personas peligrosas! ¡Desde soldados borrachos hasta pistoleros forajidos! Por lo que tú no vas a jugar al caballero de brillante armadura conmigo solo porque te vas a meter en la mierda ¡No vas a hacer esto solo Santiago! ¡Tú me necesitas y, carajo, yo también te necesito!

Sin decir nada mas corrió a donde estaba él para besarlo, aquel beso fue largo, apasionado y que selló aquella hermosa unión en algo más que una simple amistad.

Ahora, tras una larga hora de espera, las noticias en el pueblo decían que Santiago había sido capturado. Sin siquiera pensarlo dos veces, Ana, se subió a su caballo y fue al rescate de su amado.

Cuando llegó a la iglesia vio que esta se encontraba aun peor de como estaba, era claro que hubo un tiroteo en dicho lugar, sin pensárselo se adentro a la misma gritando el nombre de Santiago; pero no lo veía por ningún lado, encontró una escopeta cargada, la revisó y fue en búsqueda de su amado, cuando oyó los disparos se dirigió desesperadamente a aquel lugar rogando en su interior de que él estuviese bien y no lo hubiesen asesinado.

Esperaba verlo triunfante o en el suelo muerto; pero nunca como lo encontró, desnudo, con marcas de azote y su trasero inflamado en donde los muslos se unían. Se veía devastado, como si su masculinidad hubiese sido arrebatada, a su lado estaba esa mujer vestida de negro de pies a cabeza sosteniendo un rifle Winchester. Sintiéndose completamente aterrada, Ana, se bajó del caballo para enfrentar a aquella forastera y salvar la vida de su amado amigo, quizás el único que la trato como una dama desde que llegó a ese pueblo de porquería.