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Vendida al destino

Roberto nunca imaginó que una noche de diversión con sus amigos lo llevaría a una realidad inimaginable. Traicionado y transformado en una mujer llamada Amelia, se encuentra prisionero bajo el control de Inmaculada Montalbán, una poderosa empresaria con una agenda secreta. Condenado a ser una prostituta de lujo, Amelia debe adaptarse rápidamente a su nueva vida mientras enfrenta el miedo y la desesperación de su situación. Pero el destino tiene otros planes. Alquilada por un influyente empresario oriental que llega a España para expandir su imperio, Amelia se encuentra en una situación que desafía todas sus expectativas. Inicialmente tratada con frialdad, la relación entre ellos comienza a evolucionar, y Amelia recibe una oportunidad inesperada: demostrar su valía administrando una importante suma de dinero. Aunque no logra triplicar el monto como se le había exigido, su sensatez y habilidades impresionan al empresario, acercándolos cada vez más. A medida que su relación se profundiza, Amelia descubre que su transformación y el encuentro con el empresario fueron parte de un plan orquestado por Inmaculada. Sin embargo, lo que comenzó como una condena se convierte en una nueva oportunidad de vida. Amelia, ahora enamorada del empresario y habiendo encontrado un propósito, decide abrazar su nueva identidad. La traición inicial se desvanece en la gratitud hacia Inmaculada, quien la ayudó a descubrir una fuerza interior que nunca supo que tenía. "Vendida al Destino" es una historia de transformación, amor y redención, donde una aparente tragedia se convierte en un camino hacia un futuro inesperado y lleno de posibilidades.

Shandor_Moon · Urban
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13 Chs

003. En la habitación

Amelia se encontró sola en la habitación. Se acercó al espejo y se quedó mirándose, atónita. La imagen reflejada era de una mujer de una belleza sobrecogedora; nunca en su vida se habría atrevido a hablar con una mujer como la que veía frente a ella. Observó con admiración cada una de sus curvas perfectamente esculpidas, la suavidad de su piel y la armonía de sus rasgos. Sin embargo, la confusión y la frustración la inundaban. ¿Cómo podía ese cuerpo ser suyo? ¿Cómo podía haberse transformado en esta mujer tan perfecta y seductora?

"¿Cómo es posible?", pensaba, sus ojos recorriendo su reflejo. "¿Cómo puedo ser yo?"

Con ese elegante vestido, podría pasar fácilmente por una dama de la alta sociedad, no una prostituta cualquiera. El maquillaje era una obra de arte en su simplicidad; el pintalabios y la sombra de ojos realzaban sus labios y ojos de una manera exquisita, sin caer en la vulgaridad. Los pendientes y la gargantilla acentuaban su largo y delicado cuello, sin restar protagonismo al conjunto. Las uñas, aunque largas para su gusto, estaban pintadas de un suave rosado que añadía un toque de sofisticación sin dominar la imagen general. Se preguntó cómo las mujeres lograban usar cómodamente el ordenador con uñas así. Lo más llamativo era el vestido rojo, que abrazaba su figura de manera sublime, realzando cada detalle sin mostrar nada indebido.

Se maravilló ante la elegancia que desprendía, pero al mismo tiempo, la realidad de que ese cuerpo fuera suyo le parecía imposible de aceptar. La frustración se mezclaba con el asombro; saber que esa belleza sería utilizada para satisfacer los deseos de otros le parecía una injusticia brutal. Sentía que había sido traicionado, vendido como un vulgar pedazo de carne. No era justo que, por los errores y omisiones de su vida pasada, ahora estuviera destinado a este destino indigno. La idea de ser una prostituta, de ser valorada solo por su apariencia física, le resultaba insoportable. Cada vez que pensaba en el futuro que le aguardaba, una mezcla de rabia y desesperación se apoderaba de ella.

"¿Por qué yo?", se preguntó, luchando contra las lágrimas. "¿Qué hice para merecer esto?", pero recordó muy bien lo ocurrido. "Fui un cerdo."

La belleza de su reflejo no podía consolarla; en cambio, solo le recordaba la cruel realidad de su situación. Atrapada en un cuerpo que no reconocía como suyo, destinada a una vida que nunca habría imaginado, Amelia sintió que su identidad se desmoronaba. En medio de su confusión, se preguntó si alguna vez podría reconciliarse con esta nueva realidad o si el peso de su destino la aplastaría por completo.

Se preguntó qué otras prendas elegantes podría encontrar en el armario, prendas destinadas a ser arrancadas de su cuerpo, pues realmente solo servían para tapar el objeto de deseo por el cual iban a pagar sus clientes. Amelia se atormentaba con esa idea. Ahora comprendía las palabras de su amiga Nuria: la prostitución no empodera a las mujeres, las denigra y las cosifica, pero ahora era demasiado tarde.

"Maldita sea, Nuria, tenías razón", pensó amargamente. "¿Por qué no te escuché?"

Él, bueno, ella, había sido convertida en eso, una prostituta. Un castigo quizás merecido por su pecado, pero horrible. Su familia era rica; seguramente hubieran podido pagar una buena suma de dinero por el daño causado, incluso pasar un par de años en la cárcel le parecía mejor. ¿Cuántos años debería pagar por su crimen antes de ser liberada por Inmaculada?

Justo cuando estaba a punto de abrir el armario, sus ojos se desviaron hacia un folleto que reposaba sobre la mesita de noche. No era mucho más que un simple folleto. En la portada se leía: "Breve guía sobre el área de las novatas". Lo cogió y se sentó con él en el sillón, con una mezcla de curiosidad y resignación.

"Breve guía sobre el área de las novatas"

"Bienvenida a nuestra familia. Si tienes este folleto, nuestro objetivo es, aunque te parezca increíble, darte una buena vida mientras pagas por tus delitos." Amelia leyó la primera frase y sintió una oleada de indignación. "Por supuesto, una buena vida siendo convertida en una mujer y obligada a prostituirme," pensó con amargura.

"¿Te preocupa tu cambio de sexo y no ser una mujer heterosexual? Tranquila, en unas semanas tu cambio habrá sido completado y tus hormonas se alterarán cuando estés ante un hombre atractivo." La idea de sentirse atraída por alguien que no podía elegir la enfurecía. "¿Y si no era atractivo? Como prostituta, no iba a tener derecho a elegir." Con cada párrafo, su enfado crecía más.

"¿Qué hacer en esta área de las novatas? En el área de novatas hay tres zonas comunes y una privada."

"'El dormitorio'. Esta es la única zona privada. Deberías usarla solo para descansar y guardar los regalos. Permanecer aquí mucho tiempo perjudica gravemente tu promoción." Amelia frunció el ceño. "¿Mi promoción? ¿De verdad Inmaculada nos da una oportunidad de dejar de ser prostitutas?"

"Por supuesto, si no eres vendida a una red de trata de blancas, la intención de la organización es convertirte en la esposa, amante o secretaria de una persona influyente. Pero si no te aplicas, no podrás conseguir un puesto de ese estilo y si te demoras mucho, también terminarás vendida a una red de trata de blancas. Por lo cual las áreas comunes son las importantes para ti." Amelia se preguntó si las palabras de Inmaculada acerca de querer ser amigas y convertirla en una mujer influyente para ampliar su red de contactos podrían ser ciertas.

"'El gimnasio'. Esta área es donde pondrás tu cuerpo en forma. Has sido hombre y por lo tanto, reconocerás la importancia de un buen fondo físico y una buena flexibilidad para contentar a tu pareja." Leer esto le resultaba asqueroso. Como hombre, tal vez hubiera usado esas palabras, pero ahora, siendo mujer, la enfurecían. "No obstante, no seas muy exigente contigo misma. Estar llena de agujetas puede ser contraproducente. Además, es aquí donde están los servicios y las duchas."

"'La sala de estética'. Es posible que ya la hayas usado. Aquí tienes peluqueras, esteticistas y estilistas destinadas a dejarte maravillosa. No obstante, también están para educarte sobre cómo debes hacer todo esto tú sola, por si fueras alquilada por una temporada." La idea de ser alquilada por una temporada la hizo estremecer. "En parte tiene lógica," pensó, "esa es la única forma de enamorar a un cliente, estando más de una noche con él. ¿De verdad se estaba planteando enamorar a un cliente? Usar su cuerpo para atraer y enamorar a una persona importante parecía vergonzoso."

"'Sala de estudio'. Aquí aprenderás todo lo que nuestro equipo haya considerado necesario para tu triunfo, desde temas de conversación y educación financiera hasta posiciones sexuales. Aunque eras un hombre, seguramente de esto último no necesites mucho. Solo piensa en cómo te sentías tú mejor. Por desgracia, es todo teórico y las clases prácticas, como por ejemplo de equitación, deben ser solicitadas y aprobadas." Amelia pensó en la ironía de ser entrenada para ser una prostituta sumisa perfecta. Sin embargo, la idea de aprender modales y habilidades como la equitación le hizo reflexionar sobre la importancia de interactuar con ciertas élites.

"En la sala de estudio también se sirve la comida de forma puntual a las siguientes horas: 7:00 AM el desayuno, 13:00 el almuerzo y 20:00 la cena. Solo tendrás media hora para alimentarte, por lo cual procura ser puntual. Si no lo eres, no podrás alimentarte. No hay posibilidad de repetir o elegir. Se te ha realizado un estudio y a cada una se le proporciona los alimentos adecuados para su cuerpo." Todo parecía perfectamente calculado para transformar hombres indeseables en mujeres complacientes para otros hombres.

Pensar en esto le revolvía las tripas, pero aun así era mejor que ser descartada y vendida a una red de trata de blancas. ¿Sería real que terminaría sintiendo atracción por los hombres? ¿Qué más drogas, insectos raros o magia tendría esta organización? Si tenían estos gusanos, ¿por qué no los utilizaban con transexuales? Si se aplicaban a ellos, muchas de las intransigencias hacia ese colectivo por algunos se solucionarían. ¿Existirían también gusanos para convertir a mujeres en hombres? ¿Cómo le devolverían a él su masculinidad si cumplía con todo?

Miró el folleto y se dio cuenta de que eso era todo; no contenía nada más. Con resignación, observó más detenidamente la habitación. La cama estaba hecha, habían retirado la sonda y, en la mesita de noche contraria a donde había encontrado el folleto, había un despertador. Ni el despertador ni el folleto estaban allí cuando despertó; de eso estaba segura. Alguien los había colocado después de que ella dejara la habitación para ver a la señorita Inmaculada.

Miró el despertador. Marcaban las 12:27, por lo cual tenía 33 minutos antes de la comida. Demasiado poco tiempo para ir al gimnasio, a la sala de estética o estudiar algo. Volvió a mirar el armario con curiosidad. ¿Qué tipo de ropa deportiva habría? ¿Tendrían pijamas? Sin pensarlo mucho, se levantó del sillón, dejó de nuevo el folleto en la mesita y se plantó delante del armario.

Había tomado rápidamente la decisión, pero ahora, frente al armario, sentía un pavor total. "Solo es un armario", se dijo, tratando de reunir las fuerzas necesarias para abrirlo. "Solo contiene ropa, aunque sea de mujer, no te va a matar." No, no la iba a matar, pero era un clavo más en el ataúd de Roberto. Si dentro había ropa de mujer y la asumía como suya, sería un paso más hacia la desaparición de Roberto. "Lo siento, Roberto, ahora soy Amelia. Te echaré de menos." Tras estas palabras mentales, finalmente abrió el armario.

No había demasiada ropa. Varios vestidos de noche, un par de camisones, un par de pantalones deportivos, un par de tops deportivos, un par de faldas más informales, cuatro camisas, unos tenis, unos tacones aún más altos y bastante ropa interior, toda sexy.

Con las puertas abiertas del armario, se desplomó en la cama situada a su espalda, llevándose las manos a la cabeza. Ni siquiera unos vaqueros o un pijama. Todo era ropa inequívocamente femenina y basada en estándares machistas de cómo debía vestir una mujer. Cada prenda parecía gritarle su nueva identidad, obligándola a aceptar lo que había sucedido.

Amelia sintió una mezcla de frustración y desesperación. Todo su ser se rebelaba contra la idea de tener que vestirse con esas prendas, de tener que asumir ese rol que le habían impuesto. Recordó la vida que había llevado como Roberto, una vida llena de libertad y opciones, una vida que ahora parecía lejana e inalcanzable. La impotencia la invadía mientras miraba las prendas colgadas en el armario.

"¿Cuánto tiempo tendré que vivir así?", pensó, sintiendo el peso de la desesperación caer sobre ella. "¿Cuándo podré ser libre otra vez?"

Se preguntó cuánto tiempo debería soportar esta nueva realidad antes de poder liberarse. La idea de ser vendida como un objeto sexual le resultaba repugnante, pero sabía que no tenía otra opción por el momento. Necesitaba encontrar una forma de sobrevivir, de adaptarse a su situación mientras buscaba una salida.

Con un suspiro, se levantó de la cama y comenzó a examinar la ropa más de cerca. Cada prenda era un recordatorio de lo que había perdido, pero también de lo que debía hacer para sobrevivir. Al observar las opciones, decidió que la ropa deportiva no combinaba con los tacones, y si quería impresionar a un hombre, no podía parecer un pato mareado al usarlos. No iba a ir al gimnasio, así que se decantó por una falda y una camisa, algo más cómodo que el traje de noche que llevaba puesto, pero que a la vez combinaba con los tacones a los que estaba decidida a acostumbrarse.

Se vistió lentamente, cada movimiento una puñalada a su antigua identidad. Sentía que estaba traicionando a Roberto con cada prenda femenina que se ponía, pero sabía que era necesario para sobrevivir en su nueva realidad. Mientras se ajustaba la falda y abotonaba la camisa, una sensación de pérdida y resignación la invadía. Se colocó los tacones, sintiendo cómo su postura cambiaba y cómo su cuerpo adoptaba una elegancia forzada. Cada paso era un recordatorio de la persona que ya no era, pero también un paso hacia la aceptación de su nueva vida.

"Esto es lo que soy ahora", pensó, luchando contra la tristeza. "Debo adaptarme, no tengo otra opción."

Con el folleto en la mano, se acercó al espejo una vez más. La mujer reflejada era hermosa, elegante y decidida, pero la tristeza en sus ojos delataba la lucha interna que estaba viviendo. Observó cómo la falda realzaba sus curvas y cómo la camisa acentuaba su figura. Los tacones añadían una gracia que nunca había tenido como hombre. Sentía que se estaba traicionando, pero también comprendía que debía adaptarse para sobrevivir. "Lo siento, Roberto", pensó de nuevo. "Pero ahora soy Amelia. Debo seguir adelante."

Finalmente, tomó una profunda respiración, tiró el folleto al sofá y salió de la habitación, dispuesta a ser la mejor estudiante posible. Iba a dejar de ser una prostituta, al menos quería ser una mujer querida y respetada por un hombre. Con determinación, se dirigió a la sala de estudio, decidida a enfrentar lo que fuera necesario para cambiar su destino.