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PORTADORES

"Bitácora. Han pasado cinco días y sigo sin encontrar evidencia de quien pueda ser el portador. Aunque todo apunta a Yoshida, quiero estar seguro de que así sea. Pero con Kuki atenta a todo lo que sucede en la oficina, debo de tener cuidado. Un paso en falso y me delatará".

Takeuchi termina de escribir en su computadora pero al inhibirla salta por el susto por el reflejo de Kuki a sus espaldas.

—Perdón, ¿te asusté?—

Kuki le entrega una paleta de caramelo, dejándola en su escritorio.

—¿Y esto?— pregunta Takeuchi.

—Un regalo de bienvenida por tu primera casi semana en el trabajo— le contesta Kuki con una sonrisa. —Y también porque Yoshida ya no te molesta—

—¿Estaban hablando de mi?—

Yoshida aparece y mira por debajo a Takeuchi.

—No deberías mimar a este niño, Kuki. No ha logrado nada ni lo hará—

—Tú y tus comentarios que nadie pidió, que por cierto, me recuerdan a esa vez en la que…—

Yoshida comienza a sudar y se acomoda los lentes.

—Debo irme, me están llamando—

Yoshida corre del lugar con demasiada prisa, dejando perplejo a Takeuchi.

Kuki asoma la cabeza hacia la computadora de Takeuchi con interés.

—A-a, este, ¿qué sucede, Kuki?—

—Hace un momento escribías algo. ¿Qué era?—

—N-nada. Algo para la escuela—

—¿Escuela? Pensé que no estudiabas—

—Soy practicante—

Kuki toma el mouse de la computadora y la prende de nuevo.

—Tal vez pueda ayudarte. Dime, ¿de que va el ensayo?—

Takeuchi mira la pantalla de la computadora con profundo terror.

—¿Takeuchi?—

Takeuchi se levanta de golpe de su asiento e interpone su mano gentilmente sobre la de Kuki y la pantalla.

—¡Descuida, Kuki! ¡Ya casi termino, no es mucho!—

—¿Seguro?—

Kuki toma la mano de Takeuchi y la pone sobre el mouse, lo que hace que se sonroje.

—Tal vez aún podamos corregirlo. Juntos—

—Que suave es— piensa Takeuchi mientras observa la mano de Kuki.

Kuki acerca sus labios a los de Takeuchi y amaga con darle un beso.

—¿Y? ¿Me dejarás ayudarte?—

Takeuchi aprieta su mandíbula y mira de reojo el teclado. Entre el sudor de su frente y el sonido de su cuello palpitar, Takeuchi se deja llevar por la mano de Kuki que la mueve hasta dar clic en ingresar.

Armado de valor, Takeuchi toma de los hombros a Kuki con gentileza.

—Gracias, pero, creo que puedo resolverlo. Además, no quisiera incomodarte—

Sorprendida por la reacción de Takeuchi, Kuki se limita a asentar la cabeza, dándose la media vuelta lentamente.

—Avísame si necesitas algo—

Kuki se retira del cubículo de Takeuchi. Takeuchi se deja caer en su asiento exhalando un gran suspiro.

—Estuvo cerca— se dice mientras aprieta su pecho.

En ese instante, el sonido de unos tacones caminando deprisa llaman su atención. Al voltear, ve como la puerta del baño de mujeres se mueve de adelante hacia atrás.

Movido por la curiosidad, Takeuchi se acerca despacio a la puerta. La entre abre con mucho cuidado para no causar ningún ruido.

Su sorpresa es grande al ver a la recepcionista que lo había tratado tan amablemente en su primer día apretar con fuerza su nariz con un pañuelo frente al espejo.

Entre sollozos, la recepcionista ve con horror el pañuelo cubierto de su propia sangre rosa.

Takeuchi, impactado por la escena, busca entre los bolsillos del pantalón su celular para tomarle una foto, pero no lo tiene consigo.

—Demonios— maldice en voz baja. —Lo dejé en el casillero—

Takeuchi cierra el puño, impotente por no saber que hacer. La recepcionista, por su parte, se enjuaga la cara con agua y deja correr la llave para que se lleve la sangre que haya quedado impregnada en el lavabo.

—No tengo otra opción— piensa Takeuchi.

Decidido a salvar a su abuelo, está a punto de abrir la puerta y confrontar a la recepcionista cuando escucha una voz familiar hablarle en su cabeza.

—¿Qué es eso?—

Takeuchi se detiene justo antes de abrir la puerta, reconociendo la voz como la suya propia de cuando era un niño.

Rememora entre sus recuerdos una conversación que tuvo con su abuelo en el parque, mirando a las aves volando en el cielo.

—Son aves, Hideyuki— le dice su abuelo apuntando al cielo.

Takeuchi señala a un dueño que juega con su perro.

—¿Y eso?—

—Un perro— contesta el abuelo con una sonrisa.

—¿Y vuela?—

—No, no vuela, pero es muy amigable—

Takeuchi se decepciona del perro.

—No me agrada. Prefiero al ave—

El abuelo ríe y acaricia el pelo de Takeuchi.

—Hideyuki…—

El pequeño Takeuchi observa a su abuelo con brillo en sus ojos.

—Pero tú eres el mejor—

El abuelo niega con la cabeza.

—No, Hideyuki. Todos somos igual de valiosos. Aún los que no creen que lo son—

Las palabras de su abuelo redarguyen su conciencia. La presión en su pecho se intensifica y un escalofrío recorre su ser.

—¿Por qué siento esto?— se cuestiona.

La recepcionista se limpia deprisa la cara. Entre murmullos, dice algo que impacta a Takeuchi.

—La hemorragia es cada vez más frecuente. Debo avisar a los otros—

—¿Los otros?— piensa. —Entonces es cierto. ¡Hay más portadores! Pero, si solo es sacarles un poco de sangre, ¿por qué se ocultan?—

Takeuchi se retira lentamente de la puerta. El escalofrío se vuelve más fuerte en su interior.

—¿En verdad lo hacen por no ayudar, o algo les asusta?—

En la esquina de la pared, unos tacones oscuros y parte de una falda negra se dejan ver. Kuki se aleja para no ser vista por Takeuchi.

Mordiéndose la uña de su dedo gordo, su semblante cambia a uno de preocupación.

—¡Lo sabía!— se dice en voz baja —

—Hideyuki Takeuchi, ¿quién eres realmente?—