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Sangre en la escuela de danza

Los crímenes contra las estudiantes de una academia de danza rompen con la tranquilidad de la ciudad de Montecristo. César y sus amigos llegan para resolver el misterio, pero durante su investigación comenzarán a destapar la corrupción que esconden sus habitantes.

SamCisneros_19 · Urban
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Suplantando identidades

—Sabía que era el mejor —dijo Andrés con una expresión de esperanza—. Conozco a mi hijo, y sé que él no sería capaz de dañar a nadie...

—El amor paternal puede cegar a cualquiera —señaló César, mientras cruzaba los brazos y caminaba hacia el grupo—. No he dicho que su hijo sea inocente, pero él está metido en otro negocio que podría perjudicarle.

—Lo sé, he tratado por todos los medios de que él me diga qué hace, pero siempre se niega. No sé qué hacer, es un chico muy rebelde...

—No lo es, solo hace cosas buenas que parecen malas y yo averiguaré qué esconde. Solo quisiera pedirle un favor.

—Claro —respondió de inmediato Andrés—. Con gusto, hasta les ofrezco mi casa para que puedan hospedarse e investigar. ¿Qué necesitas?

—¿Podría prestarme los trabajos de su hijo?

—¿Las fotografías? ¿Por qué ? —preguntó extrañado.

—También el acceso a la habitación de Mario y todos los contactos que él tiene. Además me gustaría que me presentara como un primo lejano que llegó del extranjero para establecerse en esta ciudad.

—¡Espera César! —reclamó Clarissa—. No consultaste eso con nosotros...

—Para no levantar sospechas —continuó ignorando a Clarissa—, Marcos será mi guardaespaldas, ya que interpretaré al heredero de una gran compañía. Y Clarissa hará de mi prometida que vino a ser maestra en la Casa de Cultura.

Clarissa sintió un vuelco en el corazón cuando César propuso que sean pareja. Ni en sus sueños más salvajes imaginó tener una relación romántica con su amigo. Detestaba cada vez que César la menospreciaba por su familia política y no podía aguantar su egocentrismo. A pesar de ello, en el fondo se sentía feliz.

Por su parte, Marcos se rió en sus adentros. Sabía que esos dos se gustaban, sólo que no lo admitían. Así que pensó que esta sería una oportunidad para que ambos demostraran sus verdaderos sentimientos.

Luego de que César revelara el plan a seguir, todos en el pasillo quedaron mudos, hasta que don Andrés rompió el silencio.

—Excelente idea. Parece que indagaste que tengo un sobrino que heredó recientemente una empresa de tecnología y vive en Londres.

—Así es. Antes de venir, investigué todo sobre usted. Incluso rastreé que su sobrino está de vacaciones en África y no tiene redes sociales, para proteger su identidad. Lo cual lo hace el perfecto candidato a suplantar.

—¡Ja, ja, ja! Eres sorprendente. Definitivamente hice bien en contactarles.

—Ahora que les revelé la primera parte del plan, sería mucha descortesía de mi parte atrasarles la hora de la comida.

—¡Al fin! —exclamó Marcos, sin embargo tosió recordando su papel— Cof, cof, lo siento señor, pero ha tenido un largo viaje y es preciso que se alimente.

—Creo que mi guardaespaldas tiene razón —contestó César, siguiéndole el juego a su amigo—, no hagamos esperar a nuestro anfitrión entonces.

Todos en el salón se rieron y caminaron hacia el comedor. Mientras almorzaban, platicaban alegremente de otros temas. Entonces llegó un mayordomo para anunciar la llegada de Mario Castillo. Marcos y Clarissa miraron a César en espera de que les diera una orden, pero éste solo asintió para que entendieran que debían entrar en su papel.

Antes de que el hijo de Andrés entrara, Marcos se levantó de inmediato y retiró el plato en el que estaba comiendo, para escabullirse por una puerta que daba hacia la cocina. De inmediato Clarissa arregló su cabello y se puso en modo misión. Mientras que César continuó comiendo sin inmutarse.

Luego de que todos adoptaron sus papeles, a la habitación entró un joven alto y de complexión atlética. Su rostro era idéntico al alcalde, solo que se diferenciaba por su tez bronceada y ojos color castaño claro. Cuando notó que su padre almorzaba con una pareja, se sorprendió tanto que sólo pudo pronunciar.

—¿Lisa?