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¿Gastón?

Mientras vuelvo a mi tienda pensando en el inesperado encuentro de antes, veo a lo lejos, al final de la calle, al viejo Gastón caminando. Se veía... Peculiar, tenía pequeños espasmos y caminaba como si hubiera estado demasiado tiempo metido en la playa. Era el más anciano del pueblo, con ni más ni menos que 103 años, así que sus movimientos involuntarios no eran raros pero esta vez parecía un poco mecánico. ¿Mecánico? ¿Cómo puede un anciano verse mecánico?

Gastón estaba caminando por la calle mientras miraba para todos lados y parecía estar murmurando algo imposible de por para mi. Iba con su bastón y, aún a pesar de su edad, tenía todavía un buen pelo, completamente blanco eso sí. Es sus manos rugosas y temblorosas y en la verruga de su mejilla habían muchas historias dignas de ser contadas.

Recuerdo cuando era pequeño y me contó como fue la guerra. Sin duda era un hombre que había pasado por muchas penurias. Cuando murió mi abuelo, sin contar a la familia, el era el que peor lo pasó. Fueron amigos desde que era pequeño, incluso batallaron juntos al final de la guerra.

Mientras iba recordando aquellos años, nos topamos en medio de la calle.

— Hombre, Gastón, ¿como vas? Te veo muy activo últimamente.

— Activo... Si. Me gusta... Moverme.

Hablaba de manera pausada pero había algo en su voz, en su tono, que destacaba.

— Eso está bien, cuando uno llega a cierta edad tiene que empezar a ejercitarse.

— Ejercito... Claro... Hay que traer al ejército.

A veces desvariaba con su época de soldado. Que se podía hacer, ya era muy mayor.

— Bueno, no estés mucho tiempo fuera que tienes que descansar también. A ver cuando vienes a visitarme a la tienda.

— Claro... Tu tienda...

Nada más decir eso, prosiguió con su camino. Hablar con el era algo frustrante. Ver a alguien a quien conociste de pequeño, cuando aún tenía energía en el cuerpo, de esa forma, como si fuera un cascarón del que no queda más que el parecido físico... La vejez nos llega a todos, supongo.

Cuando llegué a la tienda me encontré con Antonio. Era un hombre de mediana edad, había vivido toda su vida en el pueblo, casi no había ido a la ciudad, supongo que esa es la explicación de que esté soltero aún.

— Lucas, me tienes esperando un buen rato ya. ¿Qué estás haciendo en vez de trabajar?

— No exageres Antonio, solo han sido un par de minutos. Además, estaba trabajando, he ido a dejarle un encargo a Rosita.

— Entiendo, he oído que su nieta está de visita. ¿La has visto? ¿Es guapa? ¿Crees que tengo alguna oportunidad?

Las palabras de Antonio salían sin parar de su boca. Parece que está un poquitin desesperado. Te entiendo Antonio, San Patricio no te da este tipo de oportunidades casi nunca.

— No es por desilusionarte amigo pero es demasiado joven para tí.

— ¿Tanto?

— Tu rozas los 50, ella parece rozar los 30.

— Maldita sea. A este paso voy a morir solo.

— Escucha, un día de estos, nos vamos tu y yo a la ciudad a pasar la noche. Pillamos una habitación de hotel y vamos a alguna discoteca. Seguro que a alguna le gustas.

— Una noche de hombres solteros, me gusta.

Reimos juntos de nuestro nuevo plan.

— Por cierto —dijo Antonio—, ¿has visto a Gastón? Últimamente está un poco...

— ¿Ido?

— Eso mismo. Va de calle en calle murmurando cosas y mirando hacia todos lados. ¿Crees que se le haya ido la cabeza?

— Es probable. Pero no podemos hacer nada, su mujer murió hace un tiempo y sus hijos no dan señales de vida, solo le mandan dinero cada mes pero nada más.

— Menudos ingratos, su padre matándose toda su juventud trabajando los campos para mandarlos a estudiar a la ciudad y ellos lo dejan tirado.

— Bueno, ¿vas a comprar algo o vas a tirarte hablando todo el rato?

— Ah si, se me había olvidado. Dame un paquete de esos de chuches para perro. Ya sabes, de esos que le gustan a mi Perico.

Perico era su perro. Un joven galgo español que le acompañaba en sus jornadas de caza.

— Más te vale cuidar bien al perro.

— No me lo tienes que decír dos veces, lo cuido mejor que a mi mismo.

Después de reír y hablar un poco más nos despedimos y mi día continuó sin más. Venía algún que otro vecino más hasta que cayó la noche y estaba apunto de cerrar la tienda pero Antonio apareció algo agitado.

— ¡Lucas! ¡Espera!

— ¿Qué pasa Antonio? ¿Hay alguna emergencia?

— Si... Más o menos. Tienes que venir ya mismo, hay reunión vecinal.

— ¿Tan importante es?

— Importantísimo.

Solté un suspiro y accedí a ir. Después de cerrar la tienda seguí a Antonio hasta la casa de Rosita, que es donde se estaba llevando a cabo la reunión vecinal.