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El espíritu del desierto

Al amanecer, el sol paseó su luz por la arena que era arrastrada por el viento, sus rayos acariciaban la árida tierra y los espíritus merodeaban, jugando entre ellos y correteándose. La tierra empezó a temblar y los pasos de un coloso se empezaron a escuchar desde la lejanía, sus gigantescos engranajes movilizaban a la imponente bestia de acero. En su punto más alto, había un reloj de arena y la ciudad de los Daeris le tenían como deidad, el dios que les cuidaba y les daba el agua para vivir.

Aquella bestia tenía una figura de un elefante, de más de cuarenta metros de largo, su trompa proporcionaba las gotas de lluvia que corrían para besar los áridos labios de su amante, el desierto, que esperaba a su joven amada, la princesa del agua, para unirse por los días ya que las noches se tornaban traicioneras. En aquel reloj de arena se llegaba a divisar todo el desierto, la gran ciudad y el gran templo que los Daeritis habían montado en honor a Ganshtra, el dios que les cuidaba de los demonios que rondaban por las noches frías de aquel lugar.

Ella se despertó, observó curiosa su entorno y dio conque estaba encerrada ese reloj que contaban el tiempo y los recuerdos, pero llegó a darse cuenta de que no estaba sola, un ser encapuchado estaba a su lado y tenía una mirada bastante apacible y serena. Aun así, la niña no llegó a hablarle más por lo confuso que aquello se estaba tornando, el ser llevaba en su espalda dos alas blancas y sus vestiduras eran negras, estaban atadas por un blanco cinturón.

––Hola pequeña, me llamo Caldeos. Es un placer conocerte ¿cómo te llamas?

El sujeto destilaba bondad y confianza, más ella recordaba que toda rosa tenía espinas y tenía algo más, un pensamiento y una frase que le había dejado con la miel en los labios.

––¿Cómo me llamo?

––¿No sabes acaso tu nombre? ––Caldeos se llevó la mano al mentón y su dulce voz le retumbó en la cabeza, la bestia siguió movilizándose y los pasos hacían caer poco a poco algunos granos del reloj.

––¿Dónde estoy? ––La suave voz de la niña le hizo sonreír y este le hizo saber su situación.

"Los espíritus de los cielos la observaban con suma curiosidad y Caldeos parecía estar igual de intrigado, la bestia seguía en movimiento y ella trataba de recordar, lo intentaba, pero parecía algo un poco inútil, su memoria estaba borrosa y solo recordaba algo muy vagamente. En aquella noche traicionera y lasciva, la luna danzaba y se pavoneaba por los cielos nocturnos que tenían por vestiduras las nubes y por faja las estrellas.

Los demonios merodeaban a la niña que caminaba por la arena, su cuerpo se tambaleaba y su cara estaba sucia, llevaba harapos que le cubrían de los peligros del clima, pero su espíritu era lo que no llevaba protegido, en sus manos, llevaba lo que ella pensaba que era un lindo collar, los demonios solo observaban una sucia cadena que estaba manchada y esperaban a que ella se tumbara y que el brazo de la muerte extendiera sobre ella su mano. Perdió la conciencia"

––¿Entonces no recuerdas nada? ¿no sabes cómo llegaste? Y, lo más importante… ¿no sabes quién eres? Valla dilema.

Ella le observó con aquellos ojos púrpura, se arremolinaba sus cabellos negros, jugaba con ellos mientras trataba de pensar en lo que no recordaba. Entonces ella trató de responder su pregunta con otra.

––¿Quién eres? ¿qué eres? Y ¿qué haces aquí? ––Caldeos dio una leve mueca mientras escuchaba los pasos de Ganshtra retumbar por los suelos.

––Primero, esas son tres preguntas, pero déjame decirte algo, yo tampoco sé quién soy, Ganshtra me dio mi nombre, tampoco sé que soy, pero mi papel es cuidar de Ganshtra.

––¿Entonces por qué estas encerrado conmigo?

––¿Por qué estás encerrada?

Ella volvió a mirar a los suelos, el escuchar los engranajes de alguna manera, le tranquilizaba y el cantico de las sirenas le era reconfortante, observó hacia los suelos y el oasis se veía espléndido, tan tranquilo y tan divertido, ella tenía ganas de salir a jugar con las sirenas y los espíritus de agua, pero estaba encerrada y no recordaba el motivo.

––¿Cómo llegué aquí?

––Yo fui rescatado y ahora soy protegido por Ganshtra.

––¿Ganshtra me cuida? ––Le observe con aquella inocencia que tiene todos los niños, aquella de pureza, su corazón encadenó la ira y ahogo el dolor en lo más profundo de su ser.

––Si, Ganshtra cuida de todos.

La noche empezó a tornarse traicionera y los pasos de Ganshtra resonaba fuertemente, su rugido penetró el cristal y Caldeos se animó a hacer la pregunta que tanto estaba barajando.

––¿Te gustaría jugar un juego?

––¿Juego?

––Si, pero esta vez ¿qué te parece si apostamos algo para hacerlo más interesante?

––No tengo nada para apostar.

––Yo sé que tienes algo, el trato es el siguiente… si ganas, saldrás de este lugar, tomarás mi puesto y podrás vivir en Ganshtra, con la condición de cuidar de él.

––Y si pierdo.

––Entonces perderás tus recuerdos permanentemente y serás absorbida por este reloj, pasarás a ser parte del tiempo y nadie recordará tu existencia.

––Había escuchado hace mucho una leyenda similar, los espíritus del desierto fueron seres olvidados que vagan para buscar lo que perdieron, pero no pueden ya que distorsionan todo a su paso y por eso son muy juguetones.

––Pues en eso tienes razón, entonces… ¿juegas?

––Si gano salgo de este lugar y si pierdo me convierto en un espíritu, no veo que pierda en ninguna de esas opciones.

––Entonces en ese caso no tienes nada que perder. ¿Me equivoco?

La niña aceptó y tomó la mano de Caldeos. La arena se dejó caer sobre ella mientras los espíritus danzaban en la lasciva noche del carnaval espiritual, los suelos se desplomaron y se vio tragada por la arena que llevaba los recuerdos de las almas y el tiempo.

Volvió a despertar, pero era todo bastante distinto, ella era una muñequita de cartón y felpa, estaba pintada de una manera muy peculiar, los trazos negros que daban forma a su cuerpo eran muy gruesos y todo parecía estar pintado con acuarelas. La habitación en la que se encontraba era de madera, la luna la observaba con aquella mirada penetrante y se dispuso a avanzar, se estaba adentrando a la madriguera del conejo, por así decirlo. Con cada paso que daba salía una nota musical de un color distinto y esta se elevaba por lo alto mientras desteñía un poco los colores de la casa de madera.

Observaba por la ventana a los espíritus cantar y danzar en el carnaval y observaba perfectamente a Ganshtra, pero había algo peculiar, estaba separada por un manto negro. Entró a una de las habitaciones y observó a dos sombras, estaban discutiendo mientras un pequeño peluche de un gato las observaba, estaba escondida entre el rincón. La niña se sorprendió, pues las sombras no podían verlas.

––Ya intentamos todo, pero está igual.

––No es mi culpa, eso es algo que no se puede evitar.

––No podemos hacer nada más por ella.

––¿Qué es lo mejor que podemos hacer?

––Es mejor que el desierto se haga cargo de ella.

––¿No es muy cruel hacer algo así?

La niña se sorprendió, la pequeña gatita estaba llorando y temblaba, se veía mal y solo la muerte parecía apiadarse de ella, las sombras la miraban con indiferencia, pero había alguien a la par, era Caldeos, quien la observaba con amabilidad, ella no podía verlo, solo podía observar a las sombras.

––¿Qué dirá el pueblo si se entera?

––No creo que se enteren, podemos decir que escapó.

––¿Cuánto afecto le tienes?

––No mucho, para ser honesto, esa cosa solo llegó a molestar mi vida… ¿Y a ti, Vhid?

––Solo me ha acarreado más trabajo, ella es igual que una rosa, siempre tendrá espinas que molesten.

Ella caminó hasta donde estaba la gatita, ella temblaba de frio y lloraba en silencio, sus lágrimas se corrían por el suelo y desteñían los mismos dando imágenes que eran quizá momentos felices. Las imágenes la mostraban a ella con dos sombras que llevaban máscaras de alegría, jugaban con ella y en cada imagen parecía haber felicidad. Ella le tocó la cabeza y el pequeño y frágil animal la observó, su cara le decía algo que la paralizó.

––Yo no hice nada––Decía su rostro, un rostro que no terminaba de entender las razones de su destino–– Yo no hice nada para no ser amada.

La niña se levantó rápidamente y observó a Caldeos, quien seguía escuchando la conversación, pero él no podía hacer nada, solo la observaba mientras ella recordaba la apuesta. Luego de eso, el color se diluyó y formó otra escena. La niña estaba ahora en el desierto, pero había una casa, la misma, a lo que ella podía apreciar, la gatita estaba observándolos con alegría, pues quizá, tenía la esperanza de que aquellas sombras la vieran como realmente es, ese pequeño animal no era feo, era bastante lindo, de pelaje mullido y de orejas elegantes, pero… …estaba enferma y eso, a las sombras parecía no agradarles mucho. Le indicaron que siguiera un camino, al parecer, había algún regalo en aquella dirección. El animal, en su inocencia hizo caso.

––Cuando vuelvas con el regalo jugaremos.

La gatita se puso feliz y pese a que se sentía enferma, se apresuró a buscarlo, Caldeos la estaba mirando y la niña la acompañó por toda la travesía.

Aquella noche la luna danzaba lascivamente por los cielos y los demonios observaban a la pequeña gatita, que, para ese punto se había perdido y no encontraba el camino de vuelta, se sentía con frio y la enfermedad le cobraba la factura, sus piernas flaqueaban, la cabeza le dolía y el frio la azotaba fuertemente. Antes de que callera, Caldeos tomó al animal y la observó con afecto, las estrellas le observaban mientras eran arrulladas por el canto de las sirenas en los oasis. Fue entonces que la gatita observó a la niña.

––¿Quién eres? ––Preguntó el animal

––Yo soy yo.

Cuando ella repitió la frase, no pudo evitar llorar, se desplomó hacia la arena y poco a poco dejó que sus memorias fluyeran cual río de montaña. Entendió en ese momento muchas cosas. El dolor de su alma le hizo llorar amargamente, no comprendía aun el ¿por qué? Sus gotas se fragmentaban cual esquirlas en la nieve y mojaban la arena.

––Yo no hice nada, yo no hice nada.

Los espíritus danzaban a su alrededor y los pasos de Ganshtra se acercaron. Él observaba a la niña, llorando en los suelos mientras observaba a Caldeos sostener a la gatita, ella no sabía que decir, lloraba de una manera compulsiva y sus sentimientos chocaban como las orgullosas olas del mar.

––¿Cómo te llamas? ––Caldeos se acercó a la niña sin nombre y le secó sus lágrimas.

––Yo… yo.

––Descuida… no llores más.

––Pero… pero…

––Yo lo sé, no hiciste nada malo, hiciste todo bien Melodía… no llores más––Le extendió sus brazos…

Ella le abrazó y lloró, su llanto quebraba el sonido sepulcral de la noche, lo quebraba, mientras las alas de Caldeos la cubrían. Los espíritus la observaban compasivamente mientras las sirenas trataban de arrullarla con la balada del desierto, aquella tonada que hacía llorar las cuerdas vocales como si de un violín se tratara. Aquella pieza era capaz de calmar el alma pues sus notas tenían el poder de domar las tormentas y Ganshtra les había ordenado que la entonaran. La sombra de Ganshtra los bañaba y mientras ella lloraba, la melodía la fue consolando hasta que la dejó profundamente dormida, la noche la arropó y el último copo de arena de aquel reloj cayó.

Cuentan que los Daeritis tienen una deidad; Ganshtra, quien es cuidado por una joven de bello aspecto, vive dentro de la imponente bestia de metal que es semejante a un elefante que brinda las gotas de agua para la supervivencia de aquel poblado. La joven llevaba dos alas blancas y una túnica de color negro. Cuentan las leyendas que los que se han perdido en aquél desierto, se llegan a topar con aquella chica de aspecto angelical, ella les enseña el camino y son guiados por los ojos púrpura de aquella joven, mientras el viento que arrastra la arena mece sobre sus hombros sus negros cabellos, aunque solo aparece en las noches en que la luna danza lascivamente, por las traicioneras noches de aquél desierto…