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Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

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32 Chs

Capitulo 2. Los Beryclooth

En la noche silenciosa de un viernes, mi hermano y yo nos encontrábamos jugando en el piso de la sala con nuestros carritos de juguete. Mamá estaba en su sillón leyendo un libro. Eran las 8:00 pm, fue entonces que la puerta principal se abrió.

Papá había llegado.

Lo vimos entrar a la sala, mamá dejó su libro sobre la mesa de noche junto a la lámpara y se cruzó de brazos clavándole una severa mirada.

— ¿Ya está la cena, amor? —trató de disimular una sonrisa.

— ¿Dónde estabas? —interrogó ella fríamente.

Papá normalmente llegaba a casa a las 6:00 pm después del trabajo y con 3 horas tarde fuera de su horario normal, era obvio que mamá estaría furiosa, hasta mi hermano y yo también lo sabíamos.

La sonrisa amable en el rostro de papá se desvaneció y suspiró con cansancio.

— ¿Vas a gritarme frente a los niños? —mamá frunció el entrecejo, resoplando por la nariz, dándole la razón.

— Nick, es hora de dormir. Llévate a tu hermano arriba y cierren la puerta —con rostro neutro y tranquilo, mi hermano me agarró de la muñeca, tomó nuestros juguetes y me guió escaleras arriba.

Nos encerramos en la habitación de Nicolás y este prendió la televisión cuando empezamos a escuchar los gritos, subiéndole el volumen. Me senté a su lado encogido de hombros sin entender lo que ocurría.

— ¿Por qué mamá y papá siempre están peleando? —no me respondió inmediatamente, con decir que ni siquiera me miró, su vista continuó fija en la pantalla, como si su mente divagara en su propio mundo.

— Papá tiene secretos —reveló sin emoción.

Después de esa noche, las discusiones de nuestros padres empeoraron; aquel día, mamá descubrió algo que la puso eufórica y la llevó a atacar constantemente a papá (de forma verbal).

Mi dulce madre se convirtió en alguien violenta, enloquecida, demandante por una verdad de la que nunca supe nada. Ella gritaba y le arrojaba cosas, exigiendo, reclamando; y, a veces, hasta rogándole.

Papá nunca dijo nada al respecto. En vez de hablar con ella y darle las explicaciones que pedía para intentar arreglar su matrimonio, se mantuvo firme a su convicción de callar hasta el final.

Cuando nuestros padres por fin decidieron divorciarse, nuestra vida cambió a peor y con ello, nuestros caminos fueron separados.

Después de debates, discusiones y abogados, dividieron nuestra custodia. Mamá luchó sólidamente con tal de mantenernos juntos, insistiendo en quedarse con nosotros dos y nosotros también queríamos eso, pero… su lucha terminó en un empate: papá se llevó a Nicolás y yo me quedé con mamá.

En nuestro último día, vi a mamá sentada en la sala, abrazando a su hijo mayor en su regazo. Su mano estaba posada sobre la cabeza de Nicolás, recargándolo en su pecho mientras lo acariciaba.

Por el rostro de mamá corrían ríos imparables de lágrimas; la expresión facial de mi hermano era aparentemente seria, pero reflejando tristeza en la profundidad de sus ojos.

Me partió el corazón saber que se estaban despidiendo, al menos hasta que nos volviéramos a ver.

— Te amo hijo, te amo tanto… Mi pequeño y valiente Nick —así es como mamá abreviaba su nombre de cariño, porque a él le gustaba que mamá así lo llamara. Él nunca lo había puesto en palabras; sin embargo, yo sabía que ese diminutivo la hacía sentirse amado.

No tardaron en descubrir que los estaba mirando; así que mi madre me extendió su mano, invitándome a unirme a ellos. Corrí a abrazarlos, sobre todo a mi hermano mayor. Me sentía triste, había escuchado que papá cambiaría a Nicolás de colegio, sólo para no cruzarse con mamá.

— No quiero que te vayas… —murmuré al borde del llanto.

Si él no estaba conmigo, ¿Quién me protegería? ¿Quién me haría compañía en los recreos, jugaría conmigo, tomaría mi mano para calmar mi temor? ¿Quién me escucharía y entendería cuando me sintiera solo?

Nicolás acarició mi cabeza alzando su vista hacia mamá.

— No quiero irme —dijo—. Quiero quedarme —Mamá estaba igual de melancólica, no tuvo tiempo de decirnos nada cuando llegó nuestro padre.

— ¿Ya estás listo, hijo? —mamá le dedicó una mirada de recelo. Se puso de pie y secó sus lágrimas poniéndose seria.

— Sus maletas están en el carro.

Caminamos hasta la entrada. Me quedé en el marco de la puerta con mamá mientras papá tomaba de la mano a Nicolás llevándolo hasta el auto. Mientras más se alejaba, más lágrimas caían de mis ojos.

— ¡Nicolás! ¡Hermano! —quise ir corriendo hacia él, pero mi madre me abrazó por detrás para impedírmelo. Él se giró para verme; como si le hubiese transmitido mi angustia y mi dolor, estiró su mano queriendo agarrar la mía a metros de la suya. Papá lo agarró y lo metió en el carro, cerrando la puerta cuando intentó salir.

Escuché el motor encenderse, pero eso no me impidió escuchar las palabras que papá le dirigió a Nicolás.

— No estés triste, Nick, te llevaré a un lugar especial —encendió el motor comenzando a avanzar.

— ¡Hermano! —lloré y grité hasta desgarrar mi garganta, lo llamé atormentado queriendo que regresara.

Mamá me tomó en brazos y me sostuvo fuerte contra su regazo.

— Ya, mi amor… Lo seguirás viendo pronto, lo prometo… —cuando se dio la vuelta para meternos a la casa, vi sobre su hombro el auto de papá en la lejanía, hasta que desapareció al doblar la esquina.

Esa tarde, ambos lloramos; ella en silencio y yo a gritos. Me acurrucó y arrulló para calmarme hasta dormirme.

No recuerdo haber tenido una noche más desolada que esa y mamá se sentía de la misma manera y me llevó a dormir con ella donde no nos separamos ni un poco.

Tras dos meses de nuestra separación, me sentí atrapado en un profundo abismo de depresión. Todos los días eran grises, me sentía triste y enojado; mi madre prometió que vería a Nicolás cada fin de semana, pero no había pasado; ya ni siquiera hablaba mucho con ella. Trabajaba todas las noches y estaba tan ocupada durante el día que no tenía tiempo para mí, me sentía solo, como un mueble más abandonado en un rincón de esa casa. En la escuela, mi única compañía durante los recreos eran los maestros que se me acercaban por lástima.

Un sábado, desperté por la voz de mi mamá en la planta baja, estaba hablando con alguien. Curioso, me levanté y quedé en las escaleras para escuchar su conversación, le gritaba a alguien por el teléfono.

— ¡¿Con qué descaro te atreves a decírmelo ahora?! ¡No puedes llevarte a mi hijo a España! —mi corazón brincó golpeándome el tórax, agitándome.

Me pregunté si estaría hablando con papá.

Tenía cinco años, por lo que no sabía lo que era ni dónde estaba España.

— Si te llevas a mi hijo a vivir con esa mujer, te voy a demandar. ¡Maldito cínico! —colgó con furia el teléfono, resoplando pesadamente.

— ¿Mamá? —me miró desconcertada, con ojos cansados, enrojecidos y decorados con ojeras.

— Bebé… ¿Desde cuándo estás ahí?

— ¿España está muy lejos, mamá? —su rostro se distorsionó a uno nervioso y trastornado al darse cuenta que había escuchado lo que menos quería que yo supiera.

Los siguientes días fueron más difíciles que nunca, porque pese a los esfuerzos de mamá, nada impidió que mi papá se llevara a mi hermano a otra ciudad, en otro continente al otro lado del mar.

A muy temprana edad tuve que aceptar y entender, lo duro que la vida te puede golpear y a veces, lo hace tan fuerte que te rompe por dentro.

Con el pasar de los días, después de un mes sin saber nada de papá, mamá recibió una llamada mientras cenábamos, contestó el teléfono junto al comedor y habló en voz baja, queriendo evitar que la escuchara hablar, pero no funcionó cuando escuchó aquello.

Se quedó callada un buen rato, dándome la espalda, inmóvil. Su comportamiento llamó mi atención.

— ¿Cómo… que murió?

Recibimos la noticia de que papá y su nueva esposa fallecieron. Su casa fue encontrada en llamas. Reportaron que, afortunadamente, Nick estaba a salvo y lo enviarían con nosotros cuando pudieran.

Nunca fui muy cercano a mi padre, casi nunca estaba y no jugaba conmigo, pero… el saber que ya no estaría más, me dejó en shock. En ese momento, mamá no me lo dijo directamente, pero me dio a entender que no volvería a verlo.

Aunque en aquel entonces no entendía el concepto de la muerte, brinqué de felicidad al saber que Nick volvería a casa.

Cuando lo vi cruzar la puerta acompañado de un par de policías, corrí a abrazarlo con lágrimas de alegría.

— ¡Hermano...! Hermano, te extrañé mucho… ¡no vuelvas a irte! —estallé en un desconsolante llanto, sentí a sus brazos corresponder mi gesto, apretándome con fuerza.

— No me iré otra vez, Arthur. No volveré a dejarte —su voz sonaba extraña, aunque en ese momento mi inocencia me impidió notarlo, algo en él era diferente de como lo recordaba.

Cuando lo miré directamente, me encontré con sus ojos, en ellos ya no pude ver el marrón oscuro que los caracterizaba, sino un color negro que los opacaba.

Pero… ¿A quién le importaba cómo se veían sus ojos? Nick seguía siendo Nick.

Volvimos a ser una familia, lo de papá había quedado en misterio para nosotros, mamá hizo lo posible para distraernos de eso y a pesar que tuvo que trabajar aún más que antes, ya no importaba, porque no me sentía triste. Siempre intentó estar al pendiente de nosotros para no dejarnos solos.

Nick estaba de vuelta en casa. Eso era lo único que me importaba, porque si él estaba a mi lado, nada en el mundo me daría miedo.