1 Capitulo 1 Entre Tumbas y princesas

El cielo se iluminaba con un tono carmesí, mientras un enorme hongo se alzaba majestuoso entre las nubes, visible para cientos de miles de personas. Desafortunadamente, fue la última imagen que pudieron ver.

Lo único positivo de la situación fue que tanto el dolor como el miedo duraron poco. La onda expansiva segó la vida de varios millones de habitantes en apenas unos segundos. La terrible bomba que sacudió el país fue tan poderosa que pulverizó varias de sus ciudades.

El palacio se encontraba a unos 500 km del epicentro de la explosión, y aún así sus murallas cayeron. Gran parte del imponente y lujoso palacio fue destruido junto a la ciudad real, como un castillo de arena azotado por la brisa marina.

Dentro del palacio, junto al rey, se hallaba de pie aquel que no solo era considerado el hombre más fiel del reino, sino también su mentor, maestro, consejero y amigo. Permanecía inmóvil frente a la tormenta que lo azotaba. Fue en ese instante, cuando el viento movía violentamente su capucha, que el rey pudo ver bajo la capa negra que nunca se quitaba una sonrisa de satisfacción, la sonrisa de quien ha hecho bien su trabajo. Quizás fue una revelación divina o tal vez el rey ya lo sabía en su interior: su consejero, la persona que lo había convertido en rey del país más poderoso del mundo, lo había traicionado.

Aquel emblema distintivo, una simple capa negra con un medallón en forma de luna menguante forjado con materiales desconocidos, brillaba con un tenue color rojizo como la sangre de cientos de millones de personas en sus manos.

En algún momento, ese medallón fue símbolo de gloria y prosperidad. Ahora, danzaba burlonamente ante los ojos del rey, al ritmo de las fuertes y abrasadoras brisas que en pocos segundos convirtieron al gran monarca y su reino en polvo.

Para el hombre de la capa negra, este no había sido simplemente uno de los muchos reinos que había levantado para luego destruir. Este había sido especial, porque con este acto de genocidio concluía uno de los últimos pasos hacia su ambición máxima. Por fin, tras una larga espera, su más importante deseo se haría realidad.

Observó por un instante cómo su títere, aquel idiota al que hizo creer que era un rey, se desmoronaba junto a su legado.

El sujeto de la capa negra, aparentemente sin emoción, salió del salón del trono como si fuera un día normal. Caminó por lo que hace solo unos minutos habían sido calles repletas de comerciantes, peatones, animales y prosperidad, calles que ahora no eran más que un enorme desierto de arenas ácidas. A pesar de que la brisa corroía todo a su paso, él se mantenía ileso e inamovible ante los fuertes vientos. Incluso la terrible tormenta de polvo no suponía ninguna molestia para su visibilidad. Después de lo que había vivido, caminar en medio de semejante tragedia no le suponía ninguna molestia.

25 años después de la destrucción de Atlan

Un delgado cuerpo voló entre las lápidas de un ya no tan silencioso cementerio. El cuerpo trazó un arco sobre las tumbas mientras, al fondo, un terrible rugido se escuchaba acompañado de un coro de lamentos y quejidos de ultratumba.

Como si fuera un muñeco de trapo arrojado por un niño enfadado, el joven, vistiendo un elegante uniforme de colegio, pudo contemplar mejor que nadie el lugar, que parecía sacado de una mala película de terror. Huesudas manos se abrían paso hacia la superficie, mientras la luna llena añadía un toque aún más horripilante al lugar, iluminando de manera fantasmagórica las ramas de los secos árboles y creando espeluznantes sombras sobre los ya aterradores cientos de cadáveres reanimados que surgían de sus tumbas.

El olor a cuerpos descompuestos impregnaba nauseabundamente el ambiente, pero esa era su menor preocupación. Uno de esos cadáveres lo había arrojado con tanta fuerza que le rompió varias costillas, haciéndolo elevarse más de 10 metros para luego caer, nunca mejor dicho, en su tumba.

A pesar de que todo sucedía en solo unos segundos, para el chico el tiempo parecía ir en cámara lenta. Sintió una suave brisa que hizo crujir las ramas secas de los árboles, como si los espíritus se columpiaran juguetonamente en medio de la más bizarra fiesta de medianoche que se pudiese imaginar.

El graznar de los cuervos, mezclado con los extraños sonidos creados por la horda de muertos vivientes que se levantaba ante sus ojos, musicalizaba la tétrica escena, mientras el impotente cuerpo del chico sobrevolaba el lugar.

Sus ojos se cruzaron con los de una hermosa joven de cabello rojo como la sangre, piel blanca como el mármol y rosados labios tan perfectos que, para él, eran un par de imanes de inmenso poder que atrapaban su mirada cada vez que los veía, hipnotizándolo perdidamente.

La fascinación que el desdichado joven sentía por esa chica era tal que, a diario, se veía obligado a no postrarse ante ella, jurándole su amor eterno.

-"Al menos es una hermosa última visión"- pensó justo en el momento en que sintió su cuello romperse al caer sobre el filo de una lápida.

A pesar de que pudo sentir el dolor de ser partido en dos, no era médico, ni siquiera sabía la diferencia entre una arteria y una vena, así que solo podía suponerlo. Sus heridas eran graves. Trató de mover su cuerpo mientras rodaba inerte hasta ser detenido por otra lápida que lo paró en seco.

-"Quizás no sea tan malo como parece, tal vez despierte en la cama de un hospital y todo salga bien"- se dijo a sí mismo cuando sintió que no podía respirar, sintió que no podía respirar, la sangre en su cuello lo ahogaba y sentía cómo poco a poco todo a su alrededor se teñía de rojo. Sin embargo, era curioso, no sentía dolor, ni miedo, solo un inmenso frío.

-"¿Esto es morir?"- era difícil negar la realidad. Aunque en el fondo deseaba despertar en un hospital, sabía que eso no era algo realista.

Realmente no esperaba que su muerte fuera tan extraña, justo el día en que había reunido el valor para confesar sus sentimientos a la mujer que lo volvía loco.

-"Qué mal chiste"- pensó- "¿No se supone que aquí es cuando veo pasar mi vida frente a mis ojos?"

Fue decepcionante, no había nada que él pudiera recordar, era como si su vida simplemente no hubiese existido ni para él mismo.

-"Solo tengo 17 años, después de todo no he vivido tanto"– intentó consolarse a sí mismo, pero él lo sabía, su vida había sido un desperdicio.

Miró a uno de los cadáveres que caminaba hacia él.

-"¿Por qué no le dije lo que sentía antes?"– se regañaba a sí mismo lamentándose, mientras las lágrimas bajaban débilmente por sus mejillas. Sus ojos mostraban esa tristeza que solo aquel que lo ha perdido todo puede experimentar.

El único nombre que tenía en su cabeza era el de esa chica de misteriosos ojos cafés, que casi eran rojos a juego con su cabello, con su pálida piel y sus hermosos labios. De haber podido, habría vendido su alma en ese instante, tan solo por tener 5 minutos más, 5 minutos donde poder decirle que la amaba.

Como si de la mismísima muerte se tratara, el no muerto que lo había arrojado como a un vulgar muñeco, se paró frente a él, para dar el golpe de gracia.

Por reflejo, cerró sus ojos esperando el golpe final. Era curioso, el chico de la clase enamorado de la chica más atractiva y codiciada del colegio, un cliché que solo termina bien en las películas.

No es que tuviera prisa, pero el golpe ya había tardado más de lo normal. Aún no decidía si abrir sus ojos, cuando sintió una suave y cálida sensación en sus labios, lo que lo obligó a abrir sus ojos sorprendido.

-"¡Diane!"– no sabía si fue el cielo o el infierno quien respondió a su plegaria, eso le daba igual. Lo que le importaba era que la chica que siempre amó en secreto ahora le daba su primer y último beso.

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