1 Un comienzo.

Narra Liam

Por fin logré ponerme cómodo en los asientos traseros del auto después de estar moviéndome por un buen rato como una lombriz, cerré mis ojos con el fin de descansar mi vista y dormir. Sin embargo, el castañeo de los dientes de mis tíos interrumpieron el sueño que aún no lograba conciliar.

¿Por qué demonios nos mudamos a Oregón? —pensé.

En esta época del año hace demasiado frío en ese lugar, podríamos ir a cualquier otro sitio que no sea allí; a un lugar más cálido, quizá.

—¿Por qué nos mudamos a Hood River? —pregunté desde atrás e impulsando mi cuerpo hacia al frente, asomando mi cabeza por en medio de los dos asientos delanteros del auto.

—Ya habíamos hablado de eso, Liam —hizo una pausa mientras observaba el paisaje desde la ventanilla del auto—. Tu tío consiguió un buen trabajo allí y una gran oportunidad que no pudo desaprovechar —giró su rostro hacia mí con una sonrisa en éste y después mantuvo su mirada en el camino.

—Lo sé, pero hace demasiado frío para ustedes. La temperatura está descendiendo y no puedo evitar escuchar el castañeo de sus dientes.

—No te preocupes por nosotros, Liam —dijo mi tío sin apartar la vista y sus manos del volante—. Estaremos bien, no olvides que los humanos se acostumbran a los diferentes cambios de temperatura —me miró de reojo por el retrovisor.

Como única respuesta solo di un profundo respiro y volví a recargar mi espalda en el asiento.

—Sigue durmiendo, aún falta por llegar.

Miré por la ventanilla derecha del auto. El sol ya está saliendo del otro lado de las montañas cubiertas de nieve, iluminando todo a su paso.

—Creo que ya dormí lo suficiente —respondí.

Llevábamos doce, o quizá más horas dentro del auto. Hemos hecho algunas paradas, pero llevamos la mayor parte del tiempo en este y lo que quería en estos momentos era estar en el exterior disfrutando del aire y la naturaleza.

Ahora solo teníamos montañas con unos cuantos pinos frente a nosotros a lo largo de la ancha y extensa autopista.

Después de tres largas horas de camino, ya habíamos llegado alrededor de las 11:15 a.m. de un domingo a esta nueva ciudad.

Mi tío David estacionó el auto frente a nuestra nueva casa y después de algunos segundos llegó el camión de mudanzas y se estacionó detrás de nosotros, luego escuché que mi tío bajó del auto para hablar con las personas de las mudanzas.

—Liam —aparté mi vista de la ventanilla hasta encontrar sus ojos—, un suéter color café que está en la parte de atrás es tuyo —tras escuchar esto arrugué mi frente un poco confundido—, póntelo antes de bajar del auto.

—No es necesario —dije—, sabes que tengo alta temperatura corporal como Hombre Lobo, por lo que no hay problema si estoy corriendo en calzoncillos o desnudo por toda la casa —solté una pequeña risa para mi mismo, pero no le causó gracia mi comentario, apartó su mirada de mí y se dispuso a buscar unos papeles en la guantera del auto.

—Lo sé, pero —continuó hablando mientras buscaba algo entre unos papeles— ¿qué pensarán los vecinos si alguien te mira semidesnudo fuera de casa en esta época del año? —puse atención a lo que buscaba y también en sus palabras—. Sería algo extraño y te estarías exponiendo a los humanos, no olvides que en cualquier parte del mundo hay Cazadores de Hombres Lobo —finalmente tomó un sobre con dinero dentro.

Había descartado ese hecho.

La razón por la cual decidí venir hasta acá es para empezar desde cero y tratar de ser un adolescente común y corriente. Sin usar mucho mis poderes y habilidades como Hombre Lobo.

—Está bien —dije, mi tía bajó del auto dejándome solo en este.

Me giré hacia atrás, poniéndome de rodillas en el asiento para buscar el dichoso suéter color café oscuro y lo usé para bajar del auto.

Cuando mis pies tocaron la acera, el aire golpeó mi rostro alborotando mi cabello. Cerré la puerta del auto y miré mi nuevo hogar, era color crema con el tejado marrón y el marco de las ventanas y la puerta del mismo color. Giré mi cabeza hacia los lados para curiosear un poco el vecindario, el resto de viviendas eran idénticas, solo con pocos cambios en la estructura.

Una persona de la casa de al lado se encontraba observando mi nuevo hogar desde el otro lado de la cerca de madera que separaba nuestras casas entre sí.

Quizá quiere conocer a sus nuevos vecinos —pensé.

Gracias a mi visión, pude ver que era un chico aproximadamente de mi edad demasiado atractivo para mis gustos: tiene alrededor de un metro setenta y algo de altura, su cabello es castaño oscuro y sus ojos son de un hermoso color miel.

Noté que su piel es un poco pálida debido al frío que hace, pero se ve muy abrigado para protegerse del clima.

Al percatarse de que lo descubrí espiandome se ocultó del otro lado de la cerca, por mi parte simplemente lo saludé con mi mano a pesar de que él no me haya regresado el saludo.

—No llevamos ni un día aquí —se posó al lado mío, haciendo que yo volteara hacia ella— y ya lograste hacer un nuevo amigo —me guiñó el ojo mi tía.

—No creo que seamos amigos...

Miré una vez más a ese chico que seguía ocultándose en la cerca antes de escabullirse y entrar en su vivienda. Es imposible que haya llamado toda mi atención en tan solo algunos segundo de contacto visual

—Liam —el tono de su voz me pareció preocupante.

—¿Qué sucede? —la miré.

—Tus ojos —susurró y miró hacia los lados un poco asustada—. Están brillando en este momento —cerré los ojos por un determinado tiempo para que volvieran a la normalidad.

—¿Dejaron de brillar?

—Si… ¿qué pasó? —no dejó de apartar sus ojos de los míos.

—No lo sé, solo miré a ese chico —señalé— y sucedió esto…

—Anda, entra a casa antes de que no puedas controlarlo.

Se dirigió al camión de mudanzas con mi tío, mientras que yo seguía de pie en el mismo lugar sin moverme buscando la razón por la cual mis ojos brillaron de la nada, sabiendo que es algo que yo puedo controlar si así lo decido o no.

Nunca me había pasado algo así hasta hoy.

—Se fijó en mí —escuché un leve susurro antes de entrar a casa.

Después de que el personal bajara todas nuestras pertenencias del camión de mudanzas, lo cual les demoró un par de horas, entré a mi nueva habitación. Ya estaba todo ordenado a mi gusto: mi cama, mis muebles, mi mesita de noche, mi escritorio… absolutamente todo.

Me acerqué por último a la ventana para bajar las persianas, pero casualmente encontré del otro lado de la ventana del vecino a ese chico que había visto anteriormente cuando llegué a este lugar.

Genial —pensé.

Nuestras habitaciones están cercas la una de la otra y podré verlo seguidamente por ambas ventanas.

—¡Liam! La cena ya está lista —gritó mi tía desde el primer piso.

—Ya voy —alcé la voz sin dejar de ver a ese chico.

Luego de varios segundos de espionaje, bajé las escaleras en cuestión de segundos y fui a la mesa no sin antes lavar mis manos.

—Ese es tu plato —señaló con su dedo índice.

Mis tíos tomaron asiento, después de que yo lo hice comenzamos a cenar.

—Liam, tu tío y yo —se vieron entre sí—, hemos decidido poner algunas reglas —seguí comiendo y llevando más comida a mi boca con la ayuda de mi cuchara—, entre ellas prohibir que utilices tus habilidades y poderes de Hombre Lobo tanto en el colegio como en casa —dejé de comer cuando escuché esto último.

—¿Qué...? —los miré como un niño a punto de llorar porque le arrebataron su juguete favorito—. ¿Eso incluye mis transformaciones en luna llena?

Dentro de cinco días será noche de luna llena, exactamente un viernes y aunque puedo controlar mis transformaciones en luna llena, debo de transformarme en mi forma lobo para estar relajado y seguro de mí mismo.

—No te preocupes por eso —respondió—, en cada luna llena te llevaremos al bosque a un lugar seguro donde podrás transformarte solo por esa noche.

—¿En serio? —sonreí y ellos asintieron lentamente—. Genial.

—Pero mientras tanto —rodeé los ojos y a mi tío le causó gracia este gesto—, deberás comportarte como una persona normal, como lo has estado haciendo estos últimos catorce meses —dijo mi tía—. Deberás usar ropa muy abrigada cuando estés fuera o dentro de casa y no desafiaras a los humanos con tus habilidades.

—Pero —arrugué la frente—, ¿qué tal si alguien quiere patearme el trasero en el instituto?

No iba a hacer el ridículo frente a todos.

En cuanto a mi físico, puedo decir que soy una persona alta: mido alrededor de un metro setenta y nueve. Tengo un cuerpo atlético con algunos músculos definidos, mi cabello tiene un tono castaño claro y mis ojos son de color café.

—No pelearas con nadie —agregó—, tienes una fuerza superior y ellos no sanan rápidamente como tú lo haces —tomó un suspiro—. Promete que no buscaras problemas, Liam —me lanzó una mirada preocupada.

—Pero…

—Liam —esta vez interfirió mi tío.

—Lo prometo —acepté—. Pero ¿por lo menos puedo estar desnudo en mi habitación? —los miré a ambos.

—Está bien... —suspiró—. Pero con las persianas abajo y con poca luz. Ahora ve a dormir, mañana debes ir al colegio.

—Un segundo —me llevé un último cucharón de comida a mi boca antes de colocar mi plato y vaso en el fregadero—. Buenas noches, los quiero.

—Descansa,

Subí las escaleras y entré a mi habitación e inmediatamente me acerqué a la ventana para poder observar a mi vecino, pero su habitación se encontraba en total oscuridad. Agucé el oído para tratar de escuchar algo y solo logré percibir una respiración un poco acelerada a un ritmo anormal.

Era él, estaba durmiendo y tenía demasiado frío; podía escuchar el castañeo de sus dientes.

El crujido de la madera me hizo saber que uno de mis tíos estaba subiendo las escaleras.

Bajé las persianas y comencé a quitarme la playera y el pantalón para quedar solamente en bóxers, después arrojé la ropa a un canasto de ropa sucia y corrí hacia mi cama saltando en ella; siendo una mala idea porque la madera crujió bruscamente haciendo que por poco cayera al piso, luego me cubrí con una manta delgada y cerré los ojos.

—¿Liam? —dió tres golpes suaves a la puerta.

—¿Si...? —entreabrí mis ojos y pude ver a mi tia en el marco de la puerta, la cual ya hacía entreabierta.

—¿Puedo pasar?

—Adelante —dije, mientras me sentaba en mi cama y ocultaba de la parte de mi cintura a los pies con la manta—, ¿qué pasó? —terminé por recargar mi espalda en el respaldo.

—Escucha… —se acercó hasta sentarse sobre mi cama y colocó sus manos bajo su abdomen, una encima de la otra—. Solo quiero recordarte el trato que hicimos y sobre todo, cuida el brillo de tus ojos.

—Descuida tía, tendré más cuidado, lo prometo.

—Bien —me regaló una sonrisa—. Ahora descansa, hasta mañana.

Apagó el foco y salió de mi habitación.

Cerré mis ojos para adentrarme al mundo de los sueños.

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