1 Capítulo 1: La noticia

Alexander Lockheart apuró el paso para que la tormenta no lo mojara más, mientras intentaba ver su reloj de mano con la tenue luz de la luna y un farol no muy lejos de él. Su pequeño reloj marcaba las diez y cuarto. Sus pisadas resonaban en la calle, ya que era el único sonido que no era de gotas cayendo en las calles empedradas de Ravenport. Mientras hacía su caminata observaba las casas de su alrededor, casas de ladrillo oscuro, ventanas grandes con marcos de madera y cobre, techos grandes de un color cobre oxidado, con varios domos de cristales, grandes chimeneas que desprendían humo de casi todas. Lo cual lo hizo querer aún más llegar su destino. Después de unos minutos de camino, llegó al pórtico de su casa, una casa no muy diferente a las otras. Desde afuera podía percibir el olor de comida recién hecha desprendía desde su interior, aunque ese delicioso aroma se mezclaba con el olor a vapor y contaminación del ambiente. Al abrir el último cerrojo de la puerta, lo recibió la cálida bienvenida que sin falta siempre estaba cuando la jornada de trabajo terminaba, su hijo de seis años, con una sonrisa se abalanzaba sobre su padre, que con tantas ansias esperaba que cruzara esa puerta. Alexander, con la calidez de su casa ya entibiando su frío y húmedo saco y el ver a sus dos personas favoritas, sonreía inconscientemente.

Durante un largo abrazo Alexander le dijo a su hijo:

- ¡Hola, campeón! ¿Qué tal te portaste?

A lo que el pequeño le respondió:

- Bien papá, pero mira, ¡hice un nuevo invento!

- ¿En serio? ¿Mejor que el anterior?

Respondió Alexander en un tono sarcástico y burlón.

- ¡Yo digo que sí!

Responde emocionado, mientras le da impulso a su pequeño artefacto.

Ben le enseña a su padre con todo orgullo una pequeña máquina de metal planeadora que recorre la sala entera, mientras Alexander deja su saco y sombrero negro en el perchero de madera en la entrada de la casa y carga a Ben mientras ambos admiran a la pequeña máquina haciendo su trabajo. Después de una jornada larga de trabajo, estos momentos les parecían oro a ambos.

- ¡Vaya! ¡Cariño, tenemos a un inventor entre nosotros!

Beatriz desde la cocina solo sonríe, no solo por el comentario de su marido y las risas de su hijo, si no por el hecho de que Alexander por fin estaba en casa. Alexander bajó a su hijo mientras éste no tardó en salir despavorido por su pequeño invento que yacía en el suelo. Alexander se aproximó a su esposa que cocinaba sin si quiera voltearle a ver, ella ya sabía lo que él iba a hacer. Beatriz siente los brazos de su marido recorrer su cintura y recargar su barbilla en sus hombros. Ella intentaba contener su sonrisa, ya que no había un saludo más acogedor que el de Alexander. Podía oler su colonia y el olor a carbón quemado que desprendía su camisa. Con el tiempo, estos olores los comenzaba a relacionar con su llegada, por lo que olerlos le traía una serenidad inmensa.

- Te extrañé, ¿por qué llegaste tan tarde?

- Me quedé trabajando en un proyecto, me tomó más de lo esperado. Pero es un proyecto militar, obtendremos buena paga.

- Pero has estado llegando a estas horas las últimas semanas. Es mucho tiempo.

- Lo sé, pero valdrá la pena, te lo prometo.

Alexander, sin dejar de oler el aroma natural del pelo lacio de color oro de Beatriz, besa su cabeza y le ayuda a terminar de cocinar, mientras Ben ve su invento con orgullo planear repetidas veces por la acogedora sala de la casa.

Fue una cena normal, una cena exquisita; una torta de huevo con queso y acompañada con salchichas. Alexander devoraba los deliciosos platillos de Beatriz junto a un café negro cargado. En la cena, no podía faltar la pregunta inocente de Ben:

- ¿Y qué construiste hoy papá?

Alexander sonrió, y asintió mientras se pasaba el bocado con café, y le contestó:

- ¡Hoy hice un aeroplano!

- ¿Cómo el mío?

Preguntó Ben fascinado por la coincidencia.

- Así es, justo como el tuyo, aunque creo que el tuyo quedó un poco mejor.

Alexander se pasó toda la cena explicándole la manera en la que funcionaba su proyecto. Mientras Ben escuchaba atentamente cada palabra que decía su padre. Beatriz sólo sonreía, y observaba la gran semejanza que tenía Ben con su padre. Terminando la cena, Ben comenzaba a bostezar y parpadear lentamente.

-Hora de dormir mi niño. Dijo su madre mientras lavaba los platos que su marido le iba pasando.

Ben se fue a despedir de su ella mientras su padre lo llevaba cargando en su espalda por las escaleras rumbo a su habitación.

- A descansar hombre pequeño.

- Buenas noches, papá.

Alexander tapa a su hijo, le acaricia el pelo marrón que heredó de él y apaga la lámpara que apenas alumbraba la habitación, finalmente empareja la puerta. Antes de que pudiera dar un paso más escucha la voz de su hijo llamándole con un último esfuerzo.

- ¿Qué pasa?

- ¿Puedes tocar mi canción?

Alexander conmovido por la petición de su hijo, agarra la guitarra polvosa y vieja recargada en una silla al lado de la cama de Ben, y se sienta en ésta mientras intenta afinar la guitarra. Una vez afinada empieza a tocar y a cantar la melodía que él mismo escribió. Una melodía hermosa, que daba un sentimiento de calidez, las notas de la guitarra y su voz, hacían un dueto excelente, parecía algo mágico. Beatriz desde la cocina oía la melodiosa voz de la guitarra y de Alexander que sin falta le hacían recordar cuando se conocieron por primera vez.

Ben calló apenas los treinta segundos de canción de su padre. Alexander dejó la guitarra en el lugar en donde siempre la deja después de las peticiones de su hijo y una vez más se dirigió a la puerta, antes de emparejarla admiró la recámara de su hijo. Una pequeña recámara, la cama de madera abarcaba un tercio de la recámara. En el techo colgaban pequeñas estrellas y otros cuerpos solares que brillaban tanto como la lámpara de mesa, a Ben siempre le encantaron. Juguetes e incluso algunas historietas de maquinarias estaban votadas alrededor del suelo de madera, y en el pequeño escritorio al lado derecho de su cama yacían unos lentes de piloto, lápices y dibujos de criaturas irreconocibles para Alexander. En la repisa arriba de su cama, había unos cuatro libros de cuentos. Antes de cerrar la puerta por completo se quedó mirando a la ventana del lado izquierdo de la cama de su hijo, algo le llamó la atención, algo despertó un sentimiento que ya tenía tiempo enterrado, ¿la lluvia?, ¿las otras casas y construcciones?, ¿las dos personas que caminaban bajo la lluvia? Alexander no sabía el por qué, pero algo había despertado una memoria dolorosa. Se quedó inmóvil, hundido en sus pensamientos hasta que algo interrumpe su desolación, unos brazos lo rodeaban, Beatriz lo abrazó justo como él lo hizo al llegar a la casa, él reacciona, voltea y ve los inigualables y bellos ojos de color azul fuerte y la sonrisa tan humilde y preciosa que le enamoraron desde la primera vez que vio a Beatriz.

- ¿Te volvió a pedir su canción, cierto? Preguntó Beatriz con una sonrisa en su rostro.

- No duró ni los primeros segundos de la canción. Dijo Alexander, viendo a su hijo dormir.

Beatriz después de darle un beso a su marido se fue a la recámara principal, una habitación amplia con una gran cama, y una ventana de igual tamaño por la cual se filtraba la luz de la luna a través de las nubes del cielo. A la derecha de la cama había un escritorio de madera con dos lámparas en los extremos y repisas a los lados, el cual casi siempre usaba Beatriz, arriba de éste estaba la colección de Alexander de periódicos enmarcados, cada uno con una fecha y una nota principal diferente, pero los ocho periódicos compartían una característica, eran noticias de victorias de un equipo de carreras de aviación. La recámara además de tener baño y unos muebles de madera tenía las escaleras de caracol de metal que llevaban a la habitación favorita de Ben, sin embargo, pocas veces podía estar ahí; la oficina de su papá.

Beatriz se sentó en el escritorio y con su máquina favorita empezó a teclear, escribía de todo, novelas, cuentos, documentales, análisis, era increíble cuando su creatividad se juntaba con su inteligencia. Ella trabajaba para una imprenta, por lo que su habilidad con las letras siempre fue fascinante. Pero esta vez, continuó un proyecto que ya llevaba unos días, un diario.

Alexander vio que Beatriz se dirigía a su recámara, y decidió ir por el correo que dejan en la pequeña caja de metal cerca del pórtico que dice Lockheart, era una obsesión que él tenía, no le gustaba dejar el correo más de dos días sin responder. Vio unas seis o siete cartas y las agarró, pero se quedó pensando, en lo que había sucedido en la recámara de su hijo.

- ¿Serán los cuervos? ¿La luna? De seguro me estoy volviendo loco.

Alexander dejó de darle importancia, se convenció que estaba exagerando y cansado. Se dirigió a la recámara principal, donde su esposa tecleaba con una concentración única, sin embargo, normalmente Beatriz tenía un ritmo alentador y relajante al momento de escribir, que, en vez de ser un ruido molesto, era una melodía pausada.

Subió las escaleras hacia su oficina y abrió la escotilla de metal ya vieja y levemente dañada. Era un cuarto grande, con un techo de vidrio grueso con forma ovalada, de éste colgaba un candelabro con varios focos de diferentes colores y con formas de planetas. En el gran escritorio curvado tenía inventos, papeles, algunos experimentos sencillos de reacciones químicas, dibujos, cartas abiertas, el telescopio que Ben siempre le gustaba usar, un mapamundi que él mismo diseñó, entre muchas cosas más. En frente de su escritorio tenía un pizarrón que tenía todo tipo de anotaciones, cálculos, recordatorios y hasta uno que otro dibujo su hijo. La pared era de un ladrillo rojizo con tubos de un color de cobre y algunos engranes, aunque en los espacios que no habían tubos o engranes había cuadros, fotos o mapas. En una de las paredes vacías estaba recargado un sillón de tela roja de unos dos asientos. El suelo eran losas que alternaban entre un rojo escuro y negro, aunque las losas rojas se veían sucias dándole un tono aún más oscuro. En el centro de la habitación había un gran tapete con un patrón victoriano de color café y rojo vino. En una de las paredes, subía la ventilación de la chimenea, en donde colgó una foto de su fábrica en el día de su inauguración.

Alexander se sentó en su escritorio, notó que el repiqueteo que escuchaba ya no era de la lluvia, si no de Beatriz y su máquina de escribir. Empezó a abrir las cartas, no había nada interesante, algunos gastos e impuestos y publicidad, pero la última carta, despertó su interés con el simple hecho de saber quién era el remitente y el prestigioso sello que cerraba la carta.

Señor Lockheart.

El gobierno de Storduria necesita su presencia en la armada militar oficial de Storduria. La guerra contra el país Lurov ha empezado por acciones y declaraciones de guerra hacia la integridad de nuestro país. Una vez en el cuartel, se les explicarán las indicaciones a seguir y se les clasificarán en los rangos correspondientes. Se enviará dinero a su familia cada mes como el saldo que obtenía en su trabajo pasado. El general Zachariah Bentley Wickham estará al mando de la llegada de los camiones militares en las siguientes semanas, recogiendo a los hombres mayores de diecinueve años en los distritos Vexburn, Ravenport y Lugstorm.

Esperamos su apoyo y presencia.

El recuerdo que intentó ignorar surgió inevitablemente en seguida. Alexander ya había estado en guerra antes. Cuando tenía apenas dieciocho años, hubo un enfrentamiento civil, un conflicto entre distritos. Él participó sin pensarlo dos veces, era parte principal de la resistencia. Aunque fue una guerra entre distritos, fue sangrienta y hubo muchas muertes, Cuatro distritos estaban en guerra. Sin duda una etapa que quería dejar atrás y de la cual no suele mencionar mucho, pero esta vez era diferente, esta vez tenía una, pero importante razón para no atender al llamado de guerra; su familia.

Volvió a leer la carta para confirmar que no estaba loco, deseaba que lo estuviera, pero no, la tinta era tan clara como lo solían ser las cartas gubernamentales. Había ya visto cierta publicidad de guerra en la ciudad, pero como usualmente ambos países siempre están en conflicto no le sorprendió que fuera otra técnica para elevar el odio de los ciudadanos hacia Lurov, pero esta vez, era una guerra. Notó que la lluvia se le unía a la melodía de Beatriz nuevamente, aún sin saber qué iba a hacer, o qué iba a decir.

El reloj que tenía en su escritorio dejó de sonar, Alexander le dio cuerda y se percató que llevaba dos horas en su oficina. La lluvia incrementó y no podía distinguir si Beatriz seguía escribiendo. Alexander se asomó e intentó abrir lentamente la escotilla dañada, para que ésta no hiciera su usual rechino, vio a Beatriz ya dormida en la cama. El vestido azul y blanco que tenía puesto yacía colgado en el armario entreabierto de madera oscura.

Bajó las escaleras intentando hacer el menor ruido posible. Se quitó su chaleco negro, su camisa blanca la cual usualmente abotonaba en el antepenúltimo botón, se quitó los tirantes, los pantalones negros y las botas. Y sin ponerse la pijama entró a la calidez de la cama. Beatriz aún no estaba totalmente dormida, lo que le hizo pensar ¿cuándo sería el momento correcto para decirle?, no quería decirle en ese momento, arruinarle el sueño no le parecía lo ideal, pero sabía que mientras más tiempo se lo guardara, más culpa sentiría al no decirlo.

- ¿Estás despierta?

Susurró al oído y Beatriz entre murmullos asintió con la cabeza.

- Tengo que decirte algo importante.

Al escuchar estas palabras Beatriz frunció el ceño y se enderezó, y aún con el gesto adormilado preguntó:

- ¿Qué sucede?

- Me llegó una carta del gobierno.

- ¿Algún problema del trabajo?

-No, Storduria y Lurov entrarán en guerra armada y están esperando que asista al cuartel de reclutamiento.

Pareciera que a Beatriz le acababan de dar la peor noticia que podía haber recibido en ese momento. La mente se le llenó de preguntas justo como a él. ¿Qué iba a hacer? ¿Huirían? ¿Cómo se lo tomaría Ben? Y la pregunta que ambos se hicieron, pero no querían si quiera imaginar la respuesta. ¿Regresará?

Su expresión y lágrimas lo dijeron todo, estaba preocupada y demasiado triste para tener la actitud positiva que suele tener. Él quiso darle la fuerza que necesitaba para sentirse mejor, pero por dentro, él estaba igual.

- ¿Cuándo te vas?

Preguntó Beatriz con sus ojos azules humedecidos y con lágrimas bajando por su mejilla.

- Los camiones estarán llegando en estas semanas.

- Tenemos que huir.

-No podemos tener a nuestro propio gobierno en contra nuestra, no nos conviene. Además, salir en menos de dos semanas se nos complicará demasiado, el país más cerca es Kansvia y no creo que nos reciban con los brazos abiertos.

- Y ¿si te escondes?

- Tienen muy bien registrado los residentes de todos los distritos, no creo que funcione el esconderme. Además podrían hacerles algo a ustedes si me escondo. No, con suerte y los llegarán a Ravenport al final.

Después de ese comentario, el silencio se apoderó del ambiente. Los dos, preocupados y desalentados, no sabían que podían hacer ni decir al respecto, la única voz que se escuchaba era la de la lluvia cayendo en los techos de metal y un ocasional rayo cayendo en las montañas de Ravenport.

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