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El salón de juicios

En algún rincón de nuestro planeta Tierra, Aries, la madre de todos los signos zodiacales que trascienden culturas y naciones, paseaba por un prado de exuberante verdor. Sus pensamientos se elevaban al cielo mientras contemplaba las nubes moverse con gracia y calma. En aquel momento, un suceso inusual sofocó la serenidad del lugar: el gran Bifröst se abrió ante sus ojos.

Nota

El Bifröst, según la mitología nórdica o Bilrost, es un puente de arcoíris ardiente que une Midgard, conocido como el planeta Tierra, con Asgard, el reino de los dioses nórdicos. Este puente, que se dice que es custodiado por el dios Heimdall, es una conexión vital entre los mundos y se cree que solo los dignos pueden cruzarlo.

Desde la altura de ese puente brillante, se observó la figura de Piscis, el signo del zodiaco occidental y la hija menor de Aries. Tenía una apariencia casi infantil mientras corría hacia Aries con una agitada respiración, y se notaba el sudor en su rostro, el cual parecía emanar vapor. Aries percibió inmediatamente la angustia en los ojos de su pequeña hija. Pasaron unos minutos tensos antes de que Piscis se acercara a Aries. Con un despliegue de energía, saltó hacia ella en busca de consuelo.

Aries la recibió con los brazos abiertos y un amoroso abrazo, intentando calmarla. "¿Qué nos trae por aquí, mi querida hija Piscis?", le preguntó. "Veía que Heimdall te permitió usar el Bifröst. ¿Algo le ha sucedido a Loki? ¿Su hijo te ha causado problemas? No debes temer, estás a salvo ahora, conmigo", dijo Aries mientras abrazaba a Piscis con ternura.

Piscis, con lágrimas en los ojos y una mirada cargada de temor, respondió con voz entrecortada: Esta vez Loki no tiene nada que ver, madre mía, esta vez Loki no tiene nada que ver. La razón de mi angustia es otra. Los paraísos de todas las culturas están desiertos; ningún dios reside en ellos. He utilizado el Bifröst para venir a advertirte sobre algo que escuché en el Palacio Real de Asgard mientras Thor hablaba con su padre, Odín. Parece que ha llegado el momento crucial en el que la humanidad debe enfrentar su destino, y depende de los dioses otorgarles otra oportunidad de vida o no..."

Mientras Aries meditaba sobre el misterioso paradero de los dioses, en el gran salón de los Juicios Universales, todos los dioses se habían congregado. En el centro del majestuoso recinto se encontraba una imponente mesa, donde estaban sentados los dioses considerados padres de todas las culturas. En el medio de esta venerable asamblea estaba el poderoso dios Zeus de Grecia, acompañado por Amun-Ra, el dios de Egipto, Odin y otros padres, que ocupaba un lugar relevante que se detallará más adelante, ya que son muchos los presentes.

Mientras los dioses primordiales son rodeados por una variopinta multitud de otros dioses, tanto benevolentes como malévolos, los murmullos en la sala se intensificaban. Las divinidades se preguntaban el motivo de su llamado a reunión, pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían congregado en aquel lugar. En ese instante, un poderoso trueno resonó en la sala y Zeus, levantándose de su asiento con voz resonante, habló.

"Queridos dioses y diosas de diversas culturas, desde las africanas hasta los vikingos, nosotros, los padres de todos, los hemos convocado para esta importante reunión", anunció Zeus. Amun-Ra asintió con solemnidad, y Odin observó con atención a la audiencia.

Tomó la palabra y añadió: Estamos aquí para discernir el destino de la humanidad. ¿Continuarán viviendo o no?

Odin, con su mirada sabia y profunda, concluyó: "Queremos escuchar sus opiniones, ya que el futuro de la humanidad y su relación con nosotros está en juego".

Todos los dioses permanecían en silencio, intercambiando miradas, sumidos en sus pensamientos. Entre ellos, Osiris, el dios de Egipto, se levantó de su asiento con una elegancia innata. Con un gesto de sus manos, comenzó a hablar.

"Queridos hermanos y hermanas divinos", comenzó Osiris, "todos los que estamos aquí presentes hemos sido testigos de cómo la raza humana ha fallado a nuestras expectativas desde el pecado original de Adán y Eva". Mientras hablaba, señaló un holograma que mostraba a Adán y Eva mordiendo la manzana del conocimiento. "Aquí vemos que los humanos siempre van a quebrar las reglas que nosotros establezcamos".

Tras sus palabras, algunos dioses se levantaron para discutir temas relacionados con los humanos. La diosa Ksitigarbha, venerada en India y China, abrió lentamente sus ojos y también comenzó a hablar.

"Queridos progenitores de todo", dijo Ksitigarbha, "es cierto que los humanos han cometido muchos errores. Sin embargo, no merecen ser destruidos. Osiris tiene razón al decir que los humanos no cumplen las reglas y las rompen, pero esa es su naturaleza. Fueron creados así para que puedan crecer y aprender de sus errores".

Aunque algunos dioses estaban en duda, debatiendo si darle otra oportunidad a la humanidad o no, el Salón del Juicio comenzó a llenarse de ruido, al borde de desatar un enfrentamiento entre los dioses que abogaban por la vida de los humanos y aquellos que se oponían. De repente, los asientos ocupados por todos los dioses de la muerte emitieron un ruido tan espeluznante que calmó a los demás dioses. Tras ese ruido, la diosa eslava Morana comenzó a hablar.

"Queridos dioses", comenzó Morana, "siempre intentan resolver los problemas con violencia. Si me han convocado a este lugar solo para presenciar una pelea, prefiero regresar a mi lugar de origen". Mientras hablaba, Hades mostraba una sonrisa malévola y aterradora.

"Hermano Zeus", dijo Hades, "parece que sigues sin poder mantener el orden entre los dioses. Otra vez estamos al borde de un enfrentamiento. Por estas razones es que rara vez que vengo por aquí, estas reuniones siempre se salen de control". Mientras hablaba, Hades jugueteaba con su bastón.

Cuando las aguas se calmaron entre los dioses tras escuchar las palabras de los señores de la muerte, todos retornaron a sus tronos en el centro del salón de juicio. Los progenitores de toda la creación se alzaron con expresiones coléricas. Zeus, con su furia evidente, comenzó a lanzar relámpagos desde sus manos, mientras que Odin observaba con una mirada tan intimidante que ningún dios se atrevía a sostener su mirada. Amun-Ra, por su parte, contemplaba el techo, mientras que los demás padres supremos apenas se permitieron pequeñas muecas.

Zeus, lleno de ira, exclamó: "Solo pedí una respuesta sencilla de sí o no. No quiero ver una confrontación entre ustedes. ¿Quién se atreverá a ser el primero en enfrentarme?" Mientras hablaba, sus ojos desataban destellos de relámpagos.

En el rincón donde los dioses de la guerra se encontraban sentados, observaban con una sonrisa los enfrentamientos entre los dioses. Entre ellos, el dios conocido como Marte, similar a Ares, se levantó con algo de mal humor.

Marte comentó: "Dioses y diosas, ya han incomodado a los señores de la muerte. Solo ellos saben cómo terminará esto si no resolvemos nuestras diferencias entre nosotros." Mientras decía esto, tomó un sorbo de vino de su copa dorada.

La diosa Morrigan, con un cuervo en sus manos, añadió: "Marte, déjalos enfrentarse. Para nosotros, presenciar una batalla de tal magnitud será un espectáculo grandioso."

A pesar de que algunos dioses de la guerra estaban al borde de lanzarse a los golpes, la discusión continuaba entre todos los dioses reunidos en el majestuoso salón de juicios. En medio de este tenso debate, el ángel caído emergió de las sombras, Lucifer, recibido con estruendosos aplausos.

Lucifer comenzó su intervención con determinación: "Dioses y diosas, ¿no podrían simplemente negar a los humanos otra oportunidad de vivir y así ahorrarnos tantas palabras?" Mientras decía esto, se sentaba junto a los dioses del conocimiento.

Kukulkan respondió con seriedad: "Si tan solo fuera tan sencillo, Lucifer. Aunque a veces tengo mis dudas, hemos enviado genios como Galileo Galilei y Albert Einstein, y terminaron causando más problemas o siendo tachados de locos por la humanidad misma." Mientras hablaba, observaba hologramas de genios de diferentes épocas.

Mientras los dioses del saber compartían sus palabras sobre los mortales, a pesar de que la mayoría afirmaba que su conocimiento, entregado a los humanos tras la mordida de Eva y Adán, solo había causado problemas y había sido mal utilizado, los dioses y diosas continuaban debatiendo. Mientras tanto, en los asientos donde se hallaban los demonios, considerados como dioses por algunas organizaciones humanas, comenzaron a hablar.

Aka Manah, con risas malévolas y tenebrosas, comentó: "Ja, ja, ja, Lucifer, ¿qué haces ese lugar, si este lugar que te pertenece? Pero tienes razón, ¿por qué debatir cuando sabemos que no existe ser alguno completamente bueno o malvado? Basta con decir 'no', y nosotros mismos contribuiremos a la decadencia de la humanidad."

Abyzou, una demonia de belleza tenebrosa, añadió: "Tienes razón, Lucifer. ¿Qué haces junto a los dioses del conocimiento si este lugar te pertenece? Como Aka Manah dice, simplemente digamos 'no', y todos los que estamos aquí podemos aniquilar una gran parte de la humanidad." Mientras hablaba, mostraba una sonrisa tan hermosa y siniestra que incluso los dioses de la muerte no podía evitar mirarla.

Mientras todos los demonios se preparaban para descender a la Tierra con la intención de destruir a la humanidad, todos esperaban ansiosamente la respuesta. Sin embargo, en el lado del salón de juicios, en los asientos de los dioses de la fortuna y la buena suerte, algunas voces se alzaron.

Laksmí, la diosa del hinduismo, tomó la palabra con calma: "Tranquilos, demonios. No se apresuren. Como la diosa de la fortuna, creo que deberíamos brindarles una oportunidad para observar si podemos influir positivamente en la evolución de la humanidad. Quizás, con un poco de ayuda, puedan cambiar para bien." Mientras hablaba, dirigía una sonrisa serena a los demás dioses.

Tique, la diosa griega, apoyó la idea: "Padre Zeus, no seamos tan drásticos. Aunque los humanos hayan cometido actos malévolos, como dice la diosa Laksmí, podrían cambiar si les ofrecemos un poco de apoyo."

Mientras otros dioses se levantaban después de escuchar estas palabras de la diosa de la fortuna, algunos se enfurecieron y gritaron que los humanos no merecían una segunda oportunidad. Mientras esto ocurría en el gran salón de juicios, en la Tierra, donde Aries y Piscis se encontraban, Aries reflexionaba sobre el paradero de los dioses de todas las culturas.

Aries, acariciándose la barbilla con la palma de su mano, miraba al cielo y decía: "¿Dónde se habrán ido esos dioses? ¿Dónde estarán discutiendo el destino de la humanidad?" Hizo un chasquido de dedos al comprender.

Piscis le preguntó: "madre mía, ¿sabes dónde se encuentran los dioses de todas las culturas?"

Aries asintió: "Sí, ya sé dónde están. Han ido al gran salón de juicios, un lugar donde la entrada está prohibida para los signos zodiacales. Lo supe a través de rumores de otros signos." Mientras sostenía la mano de su hija Piscis, añadió: "Prepárate, nos dirigimos allí. El viaje será intenso."