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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

_DR3AM3R_1226 · Book&Literature
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52 Chs

FIN DEL PLAZO

Durante un largo rato después de que Dídima acabara de hablar, reinó el silencio en el bosque. El único ruido era el tenue goteo del agua por las paredes de piedra.

—Digan algo, por favor —pidió ella finalmente.

—¿Qué es lo que quieres que diga? —murmuró Beau confundido.

—¿Tal vez que lo comprendes? —sugirió ella con un suspiro.

Beau notaba la rabia e impotencia zumbando en los oídos. Sentía como si su vida hubiese estado edificada sobre una capa de hielo tan fina como el papel, y en aquellos momentos, el hielo empezara a agrietarse, amenazando con hundirlo en la helada oscuridad que había debajo. Al interior de las oscuras aguas, se dijo, donde todos los secretos de su familia y los Vulturis iban a la deriva en las corrientes, los restos olvidados de una vida arruinada.

Alzó los ojos hacia Dídima. Esta parecía fluctuar, poco definida, como si la mirara a través de un cristal empañado.

—Mi madre —inquirió—. Repetía que entre los Higginbotham estaba la llamada «fiebre de locura», creí que era un chiste en sátira de las viejas historias que la abuela de Reneé le contaba…

—Ahora sabes que todo eso era real —afirmó Dídima.

Beau negó con la cabeza.

—No puedo creerlo —murmuró—. No puedo creerlo. Los responsables de que mi hermano y yo seamos estriges son los mismos que nos quieren muertos.

—El rey Oberón podrá ser cruel e injusto en ocasiones, pero jamás haría algo tan descabellado como lo que Sulpicia y Joham han hecho —comentó Luca y Dídima asintió.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer? —continuó Beau—. Los Vulturis no se van a detener, Sulpicia me quiere para sus beneficios propios, y mi familia y amigos van a morir por tratar de defender lo indefendible.

—Tendremos que buscar la oportunidad —apuntó ella—. Apartar o matar a Chelsea para que Marco recobre la razón. Y después, me gustaría encargarme de esas perras.

—No si yo las mato antes —dijo Beau.

—Estarás muy ocupado con Mele, ¿por qué crees que la trae sino para matarte? La verdad es que no sé si esa estrige sea igual o más fuerte que tú. Pero de que está aquí por ti, es un hecho.

Beau volvió a negar la cabeza.

Dídima les pidió que no dijeran absolutamente nada de esto a nadie. Así que Luca tendría que buscar a Erictho y cualquier otro brujo que ocultara sus recuerdos de los demás. Beau se habría ofrecido a ayudarlo con eso, pero resultaba imposible hasta para él.

Pasaron varias horas hasta que la vampira se regresó con Amblys, prometiendo encontrarse con Beau y Luca el día que los Vulturis vinieran. Justo como Alice lo había prometido.

Los chicos esperaban que Amblys, Pamphile y Erictho se unieran pero seguían diciendo que debían revisar bien todas las probabilidades, ya que incluso su aparición podría detonar la pelea. Cosa que no les convenía si ellos eran los que perdían.

Cuando llegó a la casa, los vampiros de dieta más tradicional se habían marchado a fin de saciar la sed lo más lejos posible. Beau hizo un esfuerzo por no pensar en sus correrías nocturnas, acobardado ante la imagen mental de sus víctimas.

En el cuarto de estar estaban Kate y Garrett, discutiendo de modo juguetón sobre el valor nutritivo de la sangre animal. El vampiro intentaba probar el estilo de vida vegetariano por lo que Beau logró deducir y al parecer lo encontraba difícil.

Durante dos días, Edward y Carine permanecieron en el claro donde Alice había visto llegar a los Vulturis. El mismo lugar donde se produjo la matanza de los neonatos de Victoria. Beau se preguntó si Carine sentiría la situación como algo repetitivo, como un déjà-vu. Para Beau, todo sería nuevo. Esta vez Edward y él permanecerían al lado de su familia.

Imaginaban que los Vulturis estarían rastreando a Edward o a Carine. El chico se preguntaba si les sorprendería que su presa no huyera. ¿Les haría esto comportarse de un modo más cauteloso?

No se le pasaba por la cabeza que los Vulturis sintieran ni siquiera una necesidad lejana de ser prudentes ahora que conocía la verdad.

Aunque Beau era invisible para Demetri, o eso esperaba, se quedó con Edward. Claro. Sólo les restaban unas cuantas horas para permanecer juntos.

Edward y Beau no habían tenido una gran escena de despedida, ni habían planeado ninguna, ya que ponerlo en palabras habría supuesto convertirlo en algo definitivo. Habría sido como mecanografiar la palabra «Fin» en la última página de un manuscrito. Así que no se dijeron adiós y se mantuvieron uno muy cerca del otro, casi tocándose. Cualquiera que fuera el final que les aguardaba, no los encontraría separados.

Una vez más, estuvieron solos en su cabaña, con ganas de todo y nada a la vez. Con terror por lo que les deparaba muy pronto y con esperanzas realmente nulas de que los Vulturis fueran escuchar.

Pero al menos se tenían por ahora.

Podrían disfrutar de ese momento como si fuera un día cualquiera y continuarían como si nada.

—Estamos solos —murmuró Beau contra su boca—. Escuché que planean hacer una fogata cerca del claro. Ningún vampiro puede interrumpirnos.

—Las puertas están cerradas —dijo Edward—. Y tenemos las mejores cerraduras que el dinero y la magia pueden comprar. No habrá de qué preocuparse.

—Asombrosas noticias —dijo Beau.

Edward apenas lo entendió. El movimiento de los labios de Beau contra los suyos enviaron todos los pensamientos coherentes lejos de su cabeza.

Edward movió sus dedos hacia la cama detrás de él y envió toda la pelusa a volar hasta el otro lado de la habitación, aleteando como un velero rebelde.

—¿Podemos…?

Los ojos de Beau se iluminaron con deseo.

— Sí.

Se dejaron caer en el colchón, enredándose juntos entre las sábanas de seda. Edward deslizó sus manos bajo la camiseta de Beau, sintiendo una suave y cálida piel bajo el deteriorado algodón y el movimiento de sus músculos en el estómago desnudo de Beau. Su propio deseo era una flama ubicada debajo de su estómago, que se expandía hasta su pecho, contrayendo su garganta.

«Beau. Mi hermoso Beau. ¿Tienes idea de cuánto te deseo ahora mismo?»

Alzó una mano atravesando el espacio entre ellos y tiró de Beau hacia él.

Beau soltó un fuerte jadeo en el momento en que ambos cuerpos colisionaron y así de rápido, los dos dejaron de reír. La respiración de Beau venía en cortas inhalaciones mientras Edward se deshacía de su camisa.

Su toque era hambriento y exploratorio. Encontró el cuello de la camisa de Edward y lo abrió de un tirón, sacándola de los hombros de él. Presionó varios besos en el cuello de Edward, en su pecho desnudo y en su liso estómago. Edward enredó sus dedos en el salvaje cabello castaño de Beau y se preguntó si alguien alguna vez había sido así de afortunado.

—Recuéstate —susurró Edward finalmente–. Recuéstate, Beau.

Beau se dejó caer en la cama, su magnífico cuerpo estaba desnudo de la cintura para arriba. Sus ojos estaban fijos en Edward, él se inclinó hacia atrás, sosteniéndose de la cabecera de la cama, los músculos en sus brazos sobresalieron. La luz de la luna de la ventana aterrizó en Beau, bañando su cuerpo con una débil luminiscencia. Edward suspiró, deseando que la magia pudiera detener el tiempo, que lo dejara quedarse en este momento definitivo.

—Oh, mi amor —murmuró Edward—. Estoy tan feliz de tenerte.

Beau sonrió y Edward dejó caer su cuerpo sobre el de Beau. Se movieron y curvaron sus cuerpos y encajaron juntos, sus pechos unidos, sus caderas unidas. La respiración de Beau vaciló y fue atrapado cuando la lengua de Edward encontró su camino dentro de su boca, y las manos de Edward se deshicieron del resto de las ropas de Beau, y estaban piel contra piel, respiración contra respiración, alma contra alma.

Edward trazó sus yemas hacia abajo por la línea de la garganta de Beau y hacia arriba hasta sus labios; Beau lamió y chupó los dedos de Edward, y éste se estremeció de ante un sorpresivo anhelo que surgió cuando Beau mordió la palma de su mano con gentileza.

En cada lugar donde se besaban y en cada parte donde se tocaban se sentía como alquimia, era la transformación de algo trivial en oro puro. Progresaron juntos, comenzando lentamente y después moviéndose con una feroz urgencia.

Cuando el movimiento hubo cesado y los jadeos se volvieron suaves susurros, yacieron sosteniéndose el uno al otro en la emergente luz del sol, Beau se encorvó contra el lado de Edward, con su cabeza en el pecho del vampiro. Edward tocó el suave cabello de Beau y miró hacia arriba maravillado ante las sombras que se mostraban sobre la cama. Se sentía como la primera vez que algo como esto hubiera sucedido en el mundo, se sentía como la estrella de algo brillante e imposiblemente nuevo.

Edward siempre había tenido un corazón deambulante. Cuando se apartó de Carine, se había aventurado a diferentes lugares, siempre en busca de algo que pudiera llenar su incesante curiosidad. Nunca se hab��a dado cuenta que las piezas del rompecabezas podían caer juntas al unísono, ni cómo un hogar podía ser un lugar y una persona.

Él pertenecía junto con Beau. Su corazón deambulante podía descansar al fin.

***

Colocaron una tienda para Silas y Julie a unos cuantos metros dentro del bosque para protegerse, y tuvieron una sensación más de déjà-vu cuando se vieron de nuevo acampando en aquel ambiente frío con Julie. Era casi imposible creer cómo habían cambiado las cosas desde el pasado. Hacía unos meses, su triángulo amoroso parecía no tener solución, tres clases diferentes de corazones rotos que no se podían evitar. Ahora todo estaba equilibrado a la perfección. Resultaba terriblemente irónico que las piezas del rompecabezas hubieran encajado por fin justo a tiempo para ser destruidas para siempre.

Comenzó a nevar de nuevo la noche anterior a Nochevieja. Esta vez, los pequeños copos de nieve no se disolvieron en el suelo pedregoso del claro. Mientras Julie y Luca dormían, con el último roncando tan sonoramente que Beau se preguntaba cómo era que su amiga no se despertaba, la nieve creó primero una delgada película de hielo sobre la tierra y luego fue engrosándose capa tras capa. Cuando el sol se alzó, la escena de la visión de Alice se mostró al completo. Edward y Beau, tomados de la mano, miraron a través del relumbrante campo blanco y ninguno de los dos dijo una palabra.

A lo largo de la mañana, temprano, los demás fueron reuniéndose. Llevaban en los ojos una muestra muda de sus preparativos, unos de un claro color dorado, otros de un escarlata intenso.

Justo después de que se reunieran todos, escucharon a los lobos desplazándose por el bosque. Julie salió de la tienda, dejando a Luca dormir un poco más, para encontrarse con ellos.

Edward y Carine estaban disponiendo a los otros en una formación abierta, con los testigos alineados a los lados, como si estuvieran en un museo. Beau lo observaba todo a distancia, esperando al lado de la tienda a que se despertara Luca. Cuando lo hizo, el chico había salido de la tienda con la misma armadura que llevaba puesta cuando se lo encontraron en Elfame, solo que ya no veía necesario portar su máscara. Las dagas las acomodó, una por una como si tuviera el tiempo del mundo para dejar impecable su atuendo de guerrero, en sus pantorrillas, brazos y antebrazos. Las espadas que colgaban sobre su espalda eran las únicas que lucían un poco viejas, como si siempre las usara. Quizá en Elfame así era. Sobre su pecho había colocado una funda en la cual guardó una pistola de electroshock, anteriormente Beau había visto una con Charlie pero no sentía que fuera a servir en hadas, a menos que tuvieran la intensidad de las descargas de Kate.

Abrió los ojos cuando leyó la agonía que mostraba el rostro de su hermano menor. Pero Luca ya había adivinado lo suficiente para no preguntarle qué estaba haciendo.

—La verdad es que ya empiezo a encariñarme contigo —le dijo Beau—, acabo de descubrir que tengo un hermano mayor y no pienso perderlo.

—Yo también te quiero, Beau —contestó Luca, y tocó su pecho junto donde había colocado el arma, solo que tocando su corazón—. No voy a perder lo único que me ata a mi vida humana.

—Sí, dijiste justo las cosas que yo no pude —dijo Beau con una risilla en un susurro tan bajo como un suspiro—, pero cuando hoy llegue el momento, tienes que prometerme que si algo malo me pasa, no vas a dejar que Edward se mate.

Sus ojos se abrieron aún más y le puso la mano en la mejilla. Su silenciosa negativa fue más fuerte que si la hubiera proclamado a gritos.

Beau luchó para tragar saliva, pero sentía la garganta hinchada.

—¿Lo harás por mí? ¿Por favor?

Él apretó los dedos con más fuerza contra la cara de su hermano.

«¿Por qué?»

—Edward cree que una vida sin mí no tiene sentido —le susurró—, pero no quiero que acabe con su vida cuando ni él mismo me lo permitiría.

En su cabeza vio el rostro de Julie, como si él sintiera lo mismo.

Y Beau asintió, y después le aparté los dedos.

—Creo que ya nos vamos entendiendo —le susurró—. No voy a permitir que nada malo le pase a mi familia.

Esto sí que lo entendió. Y asintió, también. Beau se quedó con la mirada perdida en la lejanía del bosque. Mientras él lo hacía, Luca sacó un objeto de la tienda, una chispa inesperada de color había captado la atención de Beau. Un rayo casual de sol a través de un cristal incidió sobre la joya de aquella antiquísima y preciosa caja que había colocado Luca sobre sus manos, y que mantuvo en una esquina de la tienda protegida. Beau lo consideró durante un momento y luego se encogió de hombros. Una vez recogidas y ordenadas las pistas de Alice, no podía esperar que la confrontación que se avecinaba pudiera resolverse de forma pacífica, pero… ¿Por qué no intentar empezar las cosas lo más amigablemente posible?, se pregunté Beau. ¿Es que podía eso hacer daño? Así que debía de atesorar aún algo de esperanza, una esperanza ciega y sin sentido, porque tomó, de aquella caja que Luca sostenía, el regalo que Sulpicia había enviado. Y ahora se estaba abrochando la cadena de oro alrededor del cuello y sintió el peso del mineral en forma de flecha anidado en el hueco de su garganta.

—Está increíble —susurró Luca y entonces palmeó la espalda de su hermano para que ambos comenzaran a caminar de regreso al claro. Beau le sonrió en un último intento de agradecimiento por haber pensado en traer la joya a la disputa. Edward alzó una ceja cuando Beau se aproximó, pero no hizo comentario alguno sobre el accesorio de Beau ni de por qué Luca lo tenía. Sólo pasó los brazos alrededor de su novio y lo abrazó con fuerza durante un momento muy largo, y luego, con un profundo suspiro, lo soltó. Beau no pudo distinguir ningún tipo de adiós en sus ojos. Quizá tenía más esperanza de que hubiera algo después de esta vida de la que había sentido hasta ahora.

Se colocaron en sus puestos, y Luca se ubicó justo al lado de su hermano con las manos libres. Beau estaba a unos cuantos pasos detrás de la línea frontal compuesta por Carine, Edward, Eleanor, Royal, Tanya, Kate y Eleazar. Muy cerca de Beau estaban Benjamin y Zafrina, ya que su trabajo consistía en protegerles tanto como fuera capaz: eran sus mejores armas ofensivas. Si los Vulturis no podían verlos, aunque fuera durante unos cuantos momentos, eso podría cambiarlo todo. Zafrina mostraba un aspecto rígido y fiero, con Senna casi como una imagen especular a su lado. Benjamin estaba sentado en el suelo, con las palmas presionando el suelo y mascullando en silencio sobre líneas de falla. La última noche había acumulado pilas de losas de piedra en posiciones que parecían naturales, y que ahora estaban cubiertas por la nieve en toda la parte de atrás del prado. No eran suficientes para herir a un vampiro, pero sí para distraerlos.

Los testigos se arracimaban a la izquierda y derecha de Beau y Edward, unos más cerca que otros, ya que los que se habían declarado a su favor tenían posiciones más próximas. El clan irlandés se colocó detrás de Siobhan que se frotó las sienes, con los ojos cerrados en plena concentración, ¿le estaba siguiendo la corriente a Carine? ¿O intentaba visualizar una solución diplomática?

En los bosques a sus espaldas, los lobos invisibles estaban quietos y preparados; los vampiros sólo escuchaban su pesado jadeo y el latido de sus corazones.

Las nubes se espesaron, difundiendo una luz que tanto podía ser de la mañana como de la tarde. Los ojos de Edward se entrecerraron y mientras sometía a escrutinio lo que tenían delante, Beau estaba seguro de que él visualizaba esta escena por segunda vez, ya que la primera había sido cuando leyó en la mente de Alice. Todo debía de tener el mismo aspecto que cuando llegaron los Vulturis, así que sólo les quedaban minutos o segundos.

Su familia y aliados se prepararon.

Un enorme lobo Alfa de pelaje rojizo apareció de entre el bosque y se colocó a lado de Luca. Debía de haber sido demasiado duro para ella mantenerse a esa distancia de Luca cuando él estaba en un peligro tan inmediato.

El hada se inclinó para entrelazar los dedos en el pelo sobre su enorme paletilla y su cuerpo se relajó un poco. Se encontraba más tranquilo cuando Julie estaba cerca, y Beau también se sintió algo mejor. Todo saldría bien mientras Julie estuviera junto a Luca. Mientras Edward permaneciera a su lado.

Sin arriesgarse a echar una mirada a sus espaldas, Edward se volvió hacia donde Beau estaba. Beau alargó su brazo para tomar su mano y él le apretó los dedos.

Pasó lentamente otro minuto y Beau se descubrió aguzando el oído para escuchar el sonido de alguien aproximándose.

Y entonces Edward se envaró y siseó bajo entre sus dientes apretados. Sus ojos se concentraron en el bosque justo al norte del sitio en el que estaban. Siguieron la dirección de su mirada y clavaron allí los ojos. Esperaron de esa guisa a que transcurrieran los últimos segundos.