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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

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52 Chs

EN COMPAÑÍA

Los invitados atestaban el hogar de los Cullen. La gran casa habría resultado incómoda para todos de no ser porque ninguno de los convidados dormía, aunque la hora de las comidas sí que era un problema. Sus nuevos compañeros colaboraron lo mejor que pudieron. Cazaron fuera del estado para evitar la localidad de Forks y la reserva de La Push. Edward se comportó como un anfitrión lleno de cortesía, prestando sus coches conforme fueran necesarios sin un pestañeo.

El compromiso hacía sentir bastante incómodo a Beau, aunque intentaba convencerse a sí mismo de que daba igual después de todo, si no hubieran venido, estarían cazando en algún otro lugar del mundo.

Julie estaba aún más molesta. Los licántropos existían para prevenir la pérdida de vidas humanas, y ahora debía cerrar los ojos ante lo que consideraba asesinato puro y duro aunque se cometiera fuera del territorio defendido por la manada. Bajo estas circunstancias, y mientras Julie considerara a Silas y a Beau en tan grave peligro, mantenía la boca cerrada y miraba con mala cara al suelo en vez de a los convidados.

A Beau le sorprendió la facilidad con que los vampiros aceptaron a Julie. No llegó a producirse ninguno de los problemas temidos por Edward. Los visitantes fingían no verle ni como persona ni como posible comida. Su trato con ella se asemejaba al trato que la gente a la que no le gustan los animales dispensa a la mascota de sus amigos.

Las hebras de la familia, amigos y nuevos compañeros de Beau se entretejían hasta formar un tapiz mucho más hermoso que el primero. Mejor que deslumbrante, compuesto por sus propios y relucientes colores de complemento.

Le sorprendían al chico algunas de las hilazas que había terminado por incluir en su vida estos últimos días. Por ejemplo, los licántropos, no eran algo que cupiera esperar; Julie y Seth sí, por supuesto, pero otros viejos amigos como Quil y Embry también acabaron por convertirse en parte de la tela cuando se unieron a la manada de Julie, e incluso Sam y Emily terminaron por mostrar una cierta cordialidad cuando se enteraron mejor de lo sucedido. Y debido a que Julie se imprimó en Silas (que ahora era parte de su familia) ninguno de los lobos tenía derecho a tocarlos.

Las tensiones entre sus familias se redujeron en buena parte gracias a Silas y su magnífica habilidad de mostrar sus recuerdos de forma que la gente tuviera compasión.

Del mismo modo se entrelazaron en sus vidas Sue y Leah Clearwater, otras dos que Beau no había previsto. Sue parecía haber tomado sobre sus hombros la tarea de suavizar la tristeza de Charlie hacia un mundo lleno de esperanzas. Solía acompañar a sus hijos a casa de los Cullen la mayor parte de los días, aunque en realidad nunca pareció cómoda con el comportamiento de su hijo en particular dado que éste parecía muy interesado en Valter y viceversa, y de la manada de Julie en general. No tenía por costumbre hablar, se limitaba a merodear en torno a sus hijos con ademán protector. Ella era la primera persona que miraba a sus hijos cuando Silas hacía algo inquietante, demasiado diferente a lo que había visto hacer a los lobos y vampiros, lo cual sucedía a menudo. En su mayoría, Sue dirigía una mirada significativa a Seth como si le dijera: «Okey, tendrás que contarme a qué se debe esto».

Leah estaba aún más incómoda que Sue y era la única parte de su recién extendida familia que se mostraba abiertamente hostil a la fusión. Sin embargo, ella y Julie habían desarrollado una nueva camaradería que la mantenía en conexión con todos los demás. Una vez Beau le preguntó por esto a ella, no sin cierta vacilación, pues no quería entrometerse, pero la relación que había ahora entre ellas era tan diferente a como solía ser que le hizo sentir curiosidad. Julie se encogió de hombros y le contó que era un asunto de la manada. Ella era su segunda al mando, su «Beta», como Beau la llamó una vez, tiempo atrás.

—Supongo que mientras deba andar metido en este rollo de Alfa y creérmelo y todo —explicó Julie—, será mejor que cumpla con las formalidades.

Esa nueva responsabilidad hacía que Leah sintiera la necesidad de controlar a menudo el paradero de la jefa de su manada, y teniendo en cuenta que ella estaba siempre con Silas…

Leah no se mostraba nada feliz de estar tan cerca de los vampiros, pero era la excepción. La felicidad era el componente primordial de la vida de Beau en esos momentos, y el diseño principal de su tapiz.

A Leah, Seth, Quil, Embry e incluso Valter se les asignó el cometido de patrullar con Sam por el momento.

Julie se les habría unido alegremente si no hubiera sido porque no podía soportar estar lejos de Silas, muy ocupado dejando fascinada a aquella extraña colección de amigos de Carine.

Escenificaron otra vez el número de la presentación de Silas al clan de Denali como una media docena de veces. Primero para Peter y Charlotte, a quien Alice y Jasper habían enviado a casa sin darles ninguna explicación. Como la mayoría de sus conocidos, seguían sus instrucciones a pesar de la falta de información. Alice no les había dicho nada sobre la dirección a la que se dirigían ella y Jasper. No habían hecho ninguna promesa de que volverían a verles en el futuro.

Aunque estaban al corriente de la regla sobre las estriges, ni Peter ni Charlotte habían visto jamás a uno, de modo que su reacción negativa no fue tan violenta como la de los vampiros de Denali al principio. Habían permitido la «explicación» de Silas por pura curiosidad, y eso fue todo. En esos momentos estaban tan comprometidos con la tarea de servir de testigos como la familia de Tanya.

Carine había enviado amigos desde Irlanda con ayuda de los de Egipto.

Los irlandeses fueron sorprendentemente fáciles de convencer. Siobhan era su líder: una mujer de inmensa presencia y cuerpo enorme y tan hermoso como hipnótica su forma de moverse con aquellas suaves ondulaciones. Pero tanto ella como su compañero de rostro duro, Liam, estaban más que acostumbrados a confiar en el juicio del miembro más joven del aquelarre. La pequeña Maggie, con sus elásticos rizos pelirrojos, no tenía una presencia física tan imponente como los otros dos, aunque poseía el don de saber cuándo se le mentía y sus veredictos nunca se discutían. Al igual que Kenneth, solo que ella no necesitaba tocar a alguien para saberlo. Maggie declaró que Edward decía la verdad, así que Siobhan y Liam aceptaron la historia incluso antes de tocar a Silas.

El clan egipcio volvió, Carine y Earnest no venían con ellos. A Beau le seguían pareciendo un grupito insólito, aunque todos los egipcios tenían un aspecto similar, con su pelo del color de la medianoche y aquella palidez olivácea, tanto que habrían pasado por ser una verdadera familia biológica. Amun era el miembro más antiguo y el líder indiscutido. Kebi estaba tan pegada a él que parecía su propia sombra y nunca se le oyó decir ni una sola palabra. Tia, la compañera de Benjamin, era también una mujer tranquila, aunque cuando hablaba lo hacía con una gran clarividencia y circunspección. Aun así, Benjamin parecía la persona en torno a la cual giraba todo, como si ejerciera algún tipo de magnetismo invisible del cual los demás dependían para mantener el equilibrio. Beau vio cómo Eleazar miraba al chico con ojos abiertos como platos y supuso que tenía un talento que atraía a los otros hacia él.

—No es eso —le contó Edward cuando estuvieron a solas esa noche—. Su don es tan singular que a Amun le aterroriza perderlo. Igual que yo planeaba mantenerte fuera del conocimiento de Sulpicia, él ha intentado reservarlo apartado de su atención. Ni siquiera Carine sabía de su existencia —suspiró—. Amun creó a Benjamin a sabiendas de que iba a ser especial.

—¿Y qué es lo que hace?

—Algo que Eleazar no había visto nunca antes. Algo de lo que nunca habíamos oído hablar siquiera. Algo contra lo que tampoco tu escudo podría hacer nada —le dedicó una de sus sonrisas torcidas—. Puede influir en los elementos de la naturaleza: tierra, viento, agua y fuego. Hablamos de una manipulación física real, nada de ilusiones de la mente. Benjamin aún está experimentando con ello y Amun pretende moldearlo para convertirlo en un arma, pero ya ves lo independiente que es, no permite que nadie le use.

—A ti te agrada —dedujo Beau por el tono de su voz.

—Tiene un sentido muy claro del bien y del mal y por supuesto, me agrada su actitud.

La actitud de Amun era otra cosa, él y Kebi se mantenían muy reservados, aunque Benjamin y Tia iban en buen camino de hacer grandes amigos entre los de Denali y los clanes irlandeses. Beau esperaba que el regreso de Carine relajara la evidente tensión del vampiro egipcio.

Eleanor y Roy enviaron individuos sueltos, cualquiera de sus amigos nómadas que pudieron localizar.

El primero en acudir fue Garrett, un vampiro larguirucho, de ademanes impacientes, ojos del color del rubí y una melena rubia como la arena que anudaba a la nuca con una cuerda de cuero. Rápidamente Silas y Beau llegaron a la conclusión de que era un aventurero. Éste último se imaginó que habría aceptado cualquier reto que le hubieran presentado, nada más que para probarse a sí mismo.

Le cayeron muy bien los hermanos de Denali, y se pasaba el tiempo formulando preguntas infinitas acerca de su estilo de vida poco habitual. Beau se preguntó si el vegetarianismo era otro desafío que emprendería sólo por ver si era capaz, de hacerlo.

Mary y Randall también vinieron y eran amigas ya, aunque no viajaban juntas. Escucharon la historia con Silas y se quedaron para atestiguar, igual que los demás. Como los de Denali, estaban considerando su actuación en el caso de que los Vulturis no se detuvieran a escuchar explicaciones. Los tres nómadas jugaban con la idea de permanecer con ellos.

Como era de esperar, Julie se volvía cada vez más hosca con cada nuevo recién llegado. Se mantenía a distancia cuando podía y cuando no, le gruñía enfurruñado a Silas que alguien iba a tener que elaborar un índice si esperaban que se acordase de los nombres de todos los nuevos chupasangres.

Tres nómadas más llegaron, aunque a estos Beau sí los pudo reconocer. Al menos a dos de ellos, eran Bree Tanner y Diego, además de un tercero. Cuando se presentaron Diego lo llamó «El Loco Fred» a lo que éste se limitó a sonreír. Sin duda fue agradable para Beau reencontrarse con ellos y saber que estaban más que bien, la chica ya no estaba asustada y cuando Alice y Jasper se les aparecieron, no dudaron en ayudar a aquellos que una vez hicieron lo mismo por ellos.

Carine y Earnest regresaron al cabo de una semana mientras que Eleanor y Royal lo hicieron unos cuantos días más tarde. Todos se sintieron mejor cuando llegaron a casa. Carine trajo con ella un amigo más, aunque la palabra «amigo» quizá podía inducir a error.

Alistair era un vampiro inglés misántropo que contaba con Carine como su relación más cercana, aunque apenas podía soportar más de una visita al siglo. Alistair prefería con diferencia vagabundear a solas y Carine tuvo que recordarle un montón de favores que le había hecho para conseguir que viniera. Rechazaba toda compañía y quedó claro que no tenía muchos admiradores entre los clanes reunidos.

El inquietante vampiro de pelo negro creyó en la palabra de Carine sobre el origen de Beau y Silas, pero rehusó, como Amun, tocar al hada. Edward le dijo a Carine, Earnest y a Beau que Alistair tenía miedo de estar allí, pero más aún temía no conocer el resultado de este asunto.

Recelaba profundamente de todo tipo de autoridad, y en especial era suspicaz respecto a los Vulturis. Lo que estaba sucediendo ahora parecía confirmar todos sus miedos.

—Claro que ahora sabrán que estoy aquí —le escucharon gruñir para sí mismo en el ático, su lugar preferido para despotricar—. No hay forma de que Sulpicia no lo sepa a estas alturas. Esto se va a saldar con siglos de huida continua. Cualquiera con quien Carine haya hablado en la última década estará en su lista negra. No me puedo creer cómo me he podido ver envuelto en un lío como éste. ¿Qué manera es ésta de tratar a los amigos?

Pero si él tenía razón en lo de tener que huir de los Vulturis, al menos albergaba más esperanzas de conseguirlo que los demás. Alistair era un rastreador, aunque no tan preciso y eficiente como Demetri. Simplemente, sentía una fuerza difícil de definir hacia lo que estuviera buscando, pero esa fuerza sería suficiente para decirle en qué dirección huir, que sería la opuesta a Demetri.

Y entonces llegaron otro par de amigos inesperados, inesperados porque ni Carine ni Earnest habían podido ponerse en contacto con las vampiras del Amazonas.

—Carine —saludó una de ellas.

Eran dos mujeres muy altas y de aspecto salvaje. Saludó la de mayor estatura de las dos. Ambas parecía como si hubieran sido estiradas, con sus piernas y brazos largos, largos dedos, largas trenzas negras, y caras alargadas con narices alargadas también. No llevaban nada más que pieles de animales, túnicas amplias y pantalones ceñidos que se ataban a los lados con correas de cuero. No sólo eran sus ropas excéntricas las que les daban ese aspecto salvaje, sino todo lo que les rodeaba, desde sus incansables ojos de color escarlata a sus movimientos súbitos y apresurados. Beau nunca había encontrado unos vampiros menos civilizados.

Pero las había enviado Alice, y eso eran noticias «interesantes», por decirlo con suavidad. ¿Por qué estaba Alice en Sudamérica? ¿Había visto que ninguno de ellos iba a poder ponerse en contacto con ellas?

—¡Zafrina, Senna! Pero ¿dónde está Kachiri? —Preguntó Carine—. Nunca las había visto a las tres separadas.

—Alice nos dijo que necesitábamos separarnos —contestó Zafrina con una voz ruda y grave que encajaba a la perfección con su apariencia rústica—. Es muy incómodo estar así, pero Alice nos aseguró que nos necesitaban aquí, mientras que ella necesitaba mucho a Kachiri en otro lugar. Eso fue todo lo que pudo decirnos, ¿excepto que tenía muchísima prisa…? —la afirmación de Zafrina terminó decantándose en una pregunta y con un estremecimiento nervioso que nunca se le pasaba a Beau, no importaba las veces que lo hiciera, Silas se acercó para que lo conocieran.

A pesar de su fiera apariencia, escucharon con gran tranquilidad su historia y después permitieron que Silas les ofreciera su prueba. Quedaron igual de convencidas con el hada que todos los demás vampiros, pero Julie no pudo evitar preocuparse cuando observó sus súbitos y rápidos movimientos tan cerca de él. Senna siempre estaba próxima a Zafrina, aunque nunca hablaba, pero no era lo mismo que Amun y Kebi, ya que esta última parecía hacerlo por obediencia, mientras que las dos vampiras amazónicas era como si fueran dos extremidades del mismo organismo, y Zafrina representaba la boca.

Las noticias sobre Alice resultaron un consuelo, por extraño que pareciera. Sin duda, estaba en alguna oscura misión de las suyas con el propósito de eludir los designios que Sulpicia le tenía reservados.

Edward estaba emocionado de tener a las vampiras del Amazonas con ellos, porque Zafrina poseía un talento muy desarrollado, y su don podía ser un arma ofensiva muy peligrosa. No es que Edward fuera a pedirle a Zafrina que se alineara con ellos en la batalla, pero si los Vulturis no se detenían cuando vieran a sus testigos, quizá pararan por un motivo diferente.

—Es una ilusión muy impactante —explicó Edward cuando se descubrió que Beau no podía ver nada, como era habitual. Zafrina estaba intrigada y divertida por su inmunidad, algo que jamás se había encontrado antes y se removía de continuo mientras Edward le describía lo que se estaba perdiendo. Los ojos de Edward se desconcentraron ligeramente en ese momento—. Puede hacer que la mayoría de la gente vea lo que ella quiera, y vea eso y nada más. Por ejemplo, justo ahora tengo la sensación de estar en mitad de la selva. Resulta tan nítido que es muy posible que me lo creyera si no fuera porque todavía puedo sentirte entre mis brazos.

Los labios de Zafrina se torcieron en su ruda versión de una sonrisa y un segundo más tarde, los ojos de Edward se enfocaron de nuevo, y él le devolvió la sonrisa.

—Impresionante —comentó él.

Silas estaba fascinado por la conversación y se acercó sin miedo a Zafrina. Como si ya hubiera tratado con gente similar.

—¿Puedo verlo yo también? —preguntó.

—¿Qué es lo que quieres ver? —inquirió Zafrina a su vez.

—Lo que sea, incluso puede ser Elfame.

Zafrina asintió y Julie observó con ansiedad cómo los ojos de Silas miraban al vacío. Un segundo más tarde su asombrosa sonrisa le iluminó el rostro.

—Sorprendente —coreó él.

Después de eso resultó difícil mantener a Silas lejos de Zafrina y sus «recuerdos de la magia de Elfame».

Julie se preocupó, porque estaba bastante segura de que Zafrina era capaz de crear imágenes que provocarían melancolía en el hada, con miedo a que él quisiera regresar, pero a través de los pensamientos de Silas ella pudo ver las visiones de Zafrina por sí misma, ya que eran tan claras como cualquiera de los auténticos recuerdos del hada, como si fueran reales. Además de asegurarle miles de veces que no tenía necesidad de apartarse de ella.

Al menos ellos se estaban divirtiendo, pero para Beau la cosa era diferente. Era mucho lo que debía aprender, tanto física como mentalmente, y les quedaba muy poco tiempo.

La primera vez que intentó aprender a luchar con Edward no le fue muy bien. Sabiendo el daño que le ocasionó a los reos, tenía miedo de herir a su novio. Edward tardó apenas dos segundos en inmovilizarlo, pero en vez de permitir que luchara para liberarse, lo que desde luego Beau habría podido hacer, dio un salto y se alejó de él. Beau supo de inmediato que algo iba mal, se quedó inmóvil como una piedra, mirando a través del prado donde estaban practicando.

—Lo siento, Beau —se disculpó.

—No, estoy bien —le dijo—. Empecemos otra vez.

—No puedo.

—¿Qué quieres decir con que no puedes? Acabamos de empezar —él no contestó—. Mira, sé que puedo ser algo violento al ser una «estrige», pero no podré mejorar algo si no me ayudas.

Edward no dijo nada. Beau saltó sobre él en plan juguetón. No hizo ningún gesto para defenderse, y ambos cayeron al suelo. Tampoco hizo movimiento alguno cuando Beau presionó sus labios sobre su yugular.

—He ganado —anunció.

Los ojos de Edward se entrecerraron, pero no dijo nada.

—¿Edward? ¿Qué va mal? ¿Por qué no quieres entrenar?

Pasó todo un minuto antes de que hablara de nuevo.

—Simplemente, es que… no lo soporto. Eleanor y Royal saben tanto como yo, y Tanya y Eleazar es probable que mucho más. Pídeselo a alguno de ellos.

—¡Eso no es justo! Tú eres bueno en esto. Ayudaste a Jasper en su momento, cuando luchaste con él y los otros. ¿Por qué yo no? ¿Tienes miedo de que te lastime? Porque si es eso, te prometo que no lo haré.

Edward suspiró, exasperado. Tenía los ojos oscuros, apenas ningún destello dorado iluminaba el fondo negro.

—No puedo mirarte de esa manera, analizándote como un objetivo, buscando todas las maneras en las que puedo matarte… —se estremeció—. Se me hace demasiado real. No tenemos tanto tiempo para que en realidad importe cuánto entrenemos. Cualquiera será capaz de mostrarte los principios fundamentales.

Beau le puso mala cara.

Edward tocó su sobresaliente labio inferior y sonrió.

—Además, no es necesario, porque los Vulturis se detendrán. Haremos que entiendan.

—Pero ¿¡y si no es así!? Necesitamos entrenar.

—Encuentra otro maestro. Y creeme, sabes lo suficiente como para defenderte por ti mismo, he visto las cosas que haces, Beau —sonrió Edward—. Los Vulturis son los que deberían de temer, no tú.

Y ésa fue su última conversación sobre el asunto, porque nunca consiguió moverle ni un centímetro de la decisión tomada.

Eleanor fue quien se mostró más predispuesta a ayudar, aunque su estilo docente le pareció más cercano a la venganza por todos los pulsos que le había hecho perder. Beau sentía que ambos se estaban conteniendo, por lo que él fue el primero en desatar su verdadera fuerza. Si hubieran podido salirle moretones a ambos, habrían estado de color púrpura de pies a cabeza. Roy, Kenneth y Eleazar se mostraron tan pacientes como deseosos de apoyar a Beau. Sus lecciones le recordaron a las instrucciones de lucha que Jasper impartió a los otros en el pasado, aunque aquellas imágenes le resultaban confusas y borrosas. Algunos de sus visitantes encontraron interesante su adiestramiento, y otros incluso ofrecieron su aporte. Garrett, el nómada, hizo varios turnos y Beau encontró que era un maestro sorprendentemente bueno. Se relacionaba con todo el mundo con tanta facilidad que se preguntaba por qué nunca había encontrado un aquelarre. Beau luchó una vez con Zafrina mientras Silas observaba con los brazos rodeando a Julie.

Beau aprendió varios trucos, aunque nunca volvió a pedirle ayuda. Lo cierto era que aunque ella le agradaba y sabía que en realidad no le podía hacer daño, aquella mujer salvaje era sinónimo de respeto.

Aprendió muchas cosas de sus maestros, mucho más que lo que aprendió con sus maestros mortales, pero tenía la sensación de que sus conocimientos seguían siendo básicos hasta lo increíble.

Cada minuto del día que no estaba pensando en Alice o aprendiendo a luchar, se iba al patio de atrás a trabajar con Kate e intentaba proyectar su escudo interno fuera de su mente para poder proteger a otros. Edward lo animaba en este tipo de entrenamiento. Sabía que él tenía la esperanza de que encontrara una manera de contribuir a la lucha que lo satisficiera, pero que sirviera a la vez para mantenerse fuera de la línea de fuego.

Pero resultó de lo más difícil. No había nada a lo que aferrarse, nada sólido con lo que poder trabajar. Sólo tenía su airado deseo de ser de utilidad, de mantener a salvo consigo a su prometido y a tantos de su familia como fuese posible. Una y otra vez intentaba forzar ese escudo nebuloso fuera de sí, con nada más que algún fugaz y esporádico éxito. Se sentía como si estuviera peleando para estirar una goma invisible, una goma que cambiaba de algo tangible y concreto a un vapor insustancial a cada momento.

Únicamente Edward se prestaba a ser su conejillo de Indias y recibía descarga tras descarga eléctrica de Kate, mientras Beau forcejeaba con incompetencia manifiesta con lo que había en el interior de su mente. Trabajaron durante varias horas por turno y el chico se sentía como si estuviera cubierto de sudor por el esfuerzo, aunque por supuesto su cuerpo perfecto no lo traicionaba de esa manera. Todo el cansancio era mental.

Le mataba que fuera Edward quien debiera sufrir, con sus brazos inútiles a su alrededor mientras pestañeaba una y otra vez bajo la descarga más «baja» que Kate era capaz de emitir. Beau intentaba con todas sus fuerzas empujar el escudo a su alrededor, y de vez en cuando lo conseguía, aunque poco después se desvanecía de nuevo.

Odiaba estas prácticas, y deseaba que fuera Zafrina la que ayudara en vez de Kate. Entonces, todo lo que Edward tendría que hacer sería mirar las ilusiones de la vampira del Amazonas hasta que pudiera hacer que no las viera, pero Kate insistía en que necesitaba más motivación, con lo cual se refería a cómo odiaba ver sufrir a Edward. Beau ya comenzaba a dudar de si, tal como había afirmado aquel primer día, era verdad que no solía hacer un uso sádico de su don.

A Beau le daba la sensación de que disfrutaba con todo esto.

—Eh —dijo Edward con la voz alegre, intentando ocultar cualquier evidencia de dolor en ella, ya que estaba dispuesto casi a cualquier cosa con tal de mantener a Beau lejos de las prácticas de lucha—. Ése apenas me ha llegado, buen trabajo, Beau.

El muchacho inhaló un gran trago de aire, intentando captar con claridad qué era lo que había hecho bien esta vez. Probó la goma elástica, luchando para que se mantuviera sólida mientras la estiraba hacia fuera de él.

—Otra vez, Kate —resopló a través de sus dientes apretados.

Kate apretó la palma de su mano contra el hombro de Edward.

Él suspiró aliviado.

—Nada, en esta ocasión.

Ella alzó una ceja.

—Pues ése no fue nada flojo.

—Estupendo —bufó Beau enfurruñado.

—Prepárate —le dijo ella, y alzó su mano hacia Edward de nuevo.

Esta vez Edward se estremeció y se le escapó un siseo bajo entre los dientes.

—¡Lo siento!, ¡lo siento!, ¡lo siento! —canturreó Beau, mordiéndose el labio. ¿Por qué no lo había conseguido ahora?

—Estás haciendo un trabajo impresionante, Beau —comentó Edward, abrazándolo estrechamente contra él—. Apenas llevas trabajando en esto unos días y ya has conseguido hacer alguna proyección de vez en cuando. Kate, dile lo bien que lo está haciendo.

Kate frunció los labios.

—No lo sé. Es obvio que tiene una habilidad tremenda, y sólo estamos empezando a acercarnos. Puede hacerlo mejor, estoy segura. Le hace falta un poco más de incentivo.

Beau se quedó mirándola con incredulidad, mientras los labios se le curvaban de forma automática sobre los dientes. ¿Cómo podía ella pensar que le faltaba motivación cuando estaba sacudiendo con sus descargas a Edward justo delante de él?

Escucharon murmullos entre el público que se había ido reuniendo mientras Beau practicaba. Al principio sólo habían sido Eleazar, Carmen y Tanya, pero luego se había pasado por allí Garrett y más tarde Benjamin y Tia, Siobhan, Kenneth y Fred, Maggie y ahora incluso Alistair estaba mirando fijamente a través de una ventana del tercer piso. Los espectadores estaban de acuerdo con Edward, pensaban que lo estaba haciendo bastante bien.

—Kate… —le advirtió Edward cuando algo nuevo se le pasó por la cabeza a ella, aunque ya estaba en movimiento. Se apresuró hacia la curva del río donde Zafrina, Senna, Julie y Silas caminaban con tranquilidad.

—Charlie —dijo Kate, ya que los recién llegados habían terminado con sus murmullos—, ¿crees que quiera venir a ayudar a su hijo?

—No —medio rugió.

Edward lo abrazó de modo tranquilizador, pero se lo quitó de encima con una sacudida justo cuando Silas apareció junto a Julie, atraídos por la curiosidad del círculo que se había formado alrededor de Beau.

—No, y es un no rotundo, Kate —masculló la estrige.

Julie se alejó un poco de Silas y fue donde su amigo, a modo de averiguar qué era lo que tanto lo había enfurecido. Esa misa curiosidad estaba en Silas, solo que él se quedó en su lugar.

—Julie, ¿quieres ayudar a tu amigo? —sugirió Kate.

—Ni lo pienses —dijo Beau con un grito entre los dientes.

—Pero Beau, yo quiero ayudarte —ofreció ella con voz voluntariosa.

—No —replicó Beau, retrocediendo con rapidez. Kate había dado un paso deliberado en dirección contraria, con su mano extendida delante de ella. Beau se temía que la chica supiera donde vive Charlie.

—Apártate de ellos, Kate —le advirtió.

—No —ella comenzó a caminar hacia la autovía, como si fuera una cazadora buscando a su presa.

Con su brazo, el chico apartó a Julie de modo que esta quedara junto a Silas, mientras que comenzó a correr, a un ritmo que se acompasaba al de Kate, hasta quedar frente a ella. Ahora tenía las manos libres, y si la vampira quería seguir conservando sus manos pegadas a sus muñecas, haría mejor manteniendo la distancia.

Kate no lo entendió, ya que no había conocido por sí misma la furia inexplicable que se formaba desde dentro en una estrige.

Es probable que no se diera cuenta de cuán lejos había ido esta vez. Beau se sentía tan furioso que su visión adquirió un extraño color rojizo y la lengua le supo a metal quemado.

La fuerza que él habitualmente procuraba mantener bajo control fluía ahora a través de sus músculos y supo que podría convertir a Kate en un montón de escombros de la dureza del diamante si le presionaba lo suficiente. La ira había hecho que cada aspecto de su ser se intensificara. Ahora, incluso podía sentir la elasticidad de su escudo con mayor exactitud, y se dio cuenta de que más que una banda era una capa fina, una película delgada que lo cubría de los pies a la cabeza. Con la ira rugiendo a través de su ser, tuvo una mejor percepción de él, un control más estrecho de su presencia. Lo estiró a su alrededor hasta sacarlo al exterior de su cuerpo, y envolvió a Silas y a Julie con él, por si acaso Kate conseguía traspasar su guardia.

Kate dio un paso calculado hacia delante, y un rugido despiadado le desgarró la garganta a Beau y salió a través de sus dientes apretados.

—Ten cuidado, Kate —le advirtió Edward.

La vampira dio otro paso más y entonces cometió un error que incluso alguien tan inexperto como Beau podía reconocer. A sólo un pequeño salto de distancia del chico, apartó la vista y trasladó su atención a Edward.

Charlie estaría seguro y en casa por ahora y el chico se agachó para saltar.

—¿Puedes escuchar algo de Julie o Silas? —le preguntó Kate, con la voz calmada y serena.

Edward se precipitó en el espacio que había entre los dos, bloqueando la línea de actuación de Beau hacia Kate.

—No, nada en absoluto —contestó él—. Y ahora dale a Beau un poco de espacio para que se calme, Kate. No deberías aguijonearlo de ese modo. Ya sé que no lo parece, pero no olvides que sólo tiene unos meses.

—No contamos con tiempo para hacer esto con amabilidad, Edward. Hemos de empujarlo un poco. Únicamente disponemos de unos cuantos días y él tiene el potencial de…

—Apártate durante un minuto, Kate.

Kate puso mala cara pero aceptó la advertencia de Edward con más seriedad de lo que se había tomado la de Beau.

De la nada, la mano de Silas estaba sobre la suya. Recordándole el ataque de Kate, le mostraba que no pretendían hacerle daño a Charlie o a Julie, que su papá estaba a salvo…

Esto no lo pacificó. El espectro de luz se hallaba teñido de escarlata. Pero Beau estaba más controlado y pudo ver la sabiduría de las palabras de Kate. La ira lo ayudó, porque podía aprender más rápido bajo presión.

Sin embargo, eso no quería decir que le gustara.

—Kate —gruñó, descansando la mano en la parte más estrecha de la espalda de Edward.

Todavía podía sentir el escudo como una lámina fuerte y flexible alrededor suyo y de Julie y Silas. Lo empujó algo más lejos, forzándolo alrededor de Edward. No había signo de imperfección en la tela elástica, ni amenaza de un desgarrón. Beau jadeaba por el esfuerzo, y sus palabras salieron casi sin aliento, más que furiosas.

—Otra vez —le dije a Kate—, pero sólo a Edward.

Ella puso los ojos en blanco, pero revoloteó hacia delante y presionó su palma contra el hombro de Edward.

—Nada —dijo Edward, y Beau percibió la sonrisa en el tono de su voz.

—¿Y ahora? —preguntó Kate.

—Nada todavía.

—¿Y ahora? —esta vez se notaba el sonido de la tensión en su voz.

—Nada en absoluto.

Kate gruñó y dio un paso hacia atrás.

—¿Puedes ver esto? —preguntó Zafrina con su voz profunda y ruda, mirando con intención a los tres. Su inglés tenía un acento extraño, y sus palabras se acentuaban en los lugares más inesperados.

—No veo nada que no debiera ver —repuso Edward.

—¿Y tú, Silas? —inquirió Zafrina de nuevo—. ¿Julie?

Silas sonrió y sacudió la cabeza.

—Nop. —dijo Julie.

La furia de Beau se había desvanecido casi por completo y apretó los dientes, jadeando con más fuerza mientras seguía empujando contra el escudo elástico; parecía que se iba haciendo más pesado cuanto más lo estiraba. Tiraba hacia atrás, intentando encogerse hacia dentro.

—Que a nadie le dé un ataque de pánico —advirtió Zafrina al pequeño grupo de espectadores—. Deseo ver cuánto puede extenderlo.

Todos los presentes emitieron un jadeo de sorpresa —Eleazar, Carmen, Tanya, Garrett, Benjamin, Tia, Fred, Kenneth, Siobhan y Maggie—, todos menos Senna, que parecía estar preparada para el comportamiento de Zafrina. Los ojos de los demás parecían ahora desenfocados, y sus expresiones llenas de ansiedad.

—Alcen la mano cuando recuperen la visión —les instruyó Zafrina—. Vamos, Beau. A ver a cuántos puedes cubrir con el escudo.

La respiración de Beau salió como un resoplido. Kate era la persona que tenía más cerca además de Edward, Julie y Silas, pero incluso ella estaba a unos diez pasos. Apretó las mandíbulas y empujó de nuevo, intentando extender la lámina protectora elástica que se resistía lo más lejos posible de él. Centímetro a centímetro lo condujo hasta Kate, luchando con la reacción que se producía con cada fracción de terreno que ganaba. Sólo observaba la expresión llena de ansiedad de Kate mientras trabajaba, y el chico gruñó por lo bajo con alivio cuando sus ojos pestañearon y se concentraron. Alzó la mano.

—¡Fascinante! —Murmuró Edward, casi sin aliento—. Es como un cristal de una sola cara. Puedo leer lo que todos están pensando, pero ellos no me pueden alcanzar aquí dentro. Y soy capaz de escuchar a Silas o a Julie, aunque no lo era cuando estaba en el exterior. Apuesto a que Kate podría lanzarme una buena descarga ahora, porque está dentro del paraguas. Pero, por otro lado, no logro escuchar a Beau. Mmm, a ver, a ver… ¿Cómo funciona esto? Me pregunto si…

Continuó mascullando para sus adentros, mas Beau no conseguía escuchar las palabras. Apretó los dientes de nuevo, luchando por extender el escudo hacia Garrett, que era el que estaba más cerca de Kate. También alzó la mano.

—Muy bien —le felicitó Zafrina—. Ahora…

Pero habló demasiado pronto. Con un grito ahogado Beau sintió que su escudo se encogía como una goma elástica que se ha estirado en exceso y recobra de modo brusco su forma original.

Julie tanteó en el aire en busca de la mano de Silas cuando experimentó por primera vez la ceguera que Zafrina había conjurado para los otros. Aun con lo cansado que estaba, Beau luchó de nuevo contra la lámina elástica para forzar el escudo e incluirlos otra vez.

—¿Puedes darme un minuto? —jadeó pesadamente. Desde que Beau se había convertido en vampiro no había sentido la necesidad de descansar en ninguna ocasión antes de ese momento.

Le ponía nervioso sentirse tan agotado y a la vez tan fuerte.

—Claro —replicó Zafrina y los espectadores se relajaron cuando les permitió ver de nuevo.

—Kate —la llamó Garrett mientras los otros murmuraban y se dispersaban con ligereza, molestos por el momento de ceguera, ya que los vampiros no están acostumbrados a sentirse vulnerables. Garrett, alto y de pelo color arena, era el único inmortal sin don que parecía atraído por las sesiones de práctica de Beau. Él se preguntaba qué atractivo le encontraría Garrett siendo como era un aventurero.

—Yo no lo haría, Garrett —le advirtió Edward.

Garrett continuó avanzando hacia Kate a pesar de la advertencia, con los labios fruncidos en una mueca especulativa.

—Dicen que puedes tumbar a un vampiro de espaldas.

—Sí —admitió ella. Y después, con una sonrisa ladina, removió juguetona los dedos en su dirección—. Qué, ¿sientes curiosidad?

Garrett se encogió de hombros.

—Es algo que jamás he visto, y parece un poco exagerado…

—Quizá —repuso Kate, con el rostro de repente serio—. Quizá sólo funciona en los débiles o los jóvenes. No estoy segura. Vaya, y tú pareces ser fuerte. A lo mejor sí que puedes resistir mi don —extendió la mano en su dirección, con la palma hacia arriba, en una clara invitación.

Torció los labios formando una grave expresión en un intento de enredarlo.

Garrett sonrió ante el reto, y tocó su palma con el dedo índice, muy seguro de sí mismo.

Y entonces, con un grito ahogado que aun así resonó con fuerza, se le doblaron las rodillas y salió disparado de espaldas, hasta que golpeó con la cabeza en un trozo de granito que se rompió con un agudo chasquido. Resultó sorprendente. Beau se encogió instintivamente al ver a un inmortal incapacitado de esa manera, era algo que estaba peor que mal. Igual que ver a un vampiro desmayado.

—Te lo advertí —masculló Edward.

Los párpados de Garrett temblaron durante unos segundos y después abrió los ojos demasiado sorprendido. Se quedó mirando a Kate, que tenía grabada en el rostro una sonrisita de suficiencia, mientras otra sonrisa vagabundeaba por el rostro de él, iluminándolo.

—Guau —dijo.

—¿Lo has disfrutado? —le preguntó ella con cierto escepticismo.

—No estoy loco —rió Garrett, sacudiendo la cabeza mientras se levantaba con lentitud desde su posición de rodillas—, ¡pero ha sido toda una experiencia!

—Eso es lo que he oído.

Y entonces se produjo una cierta conmoción en el patio delantero. Escucharon a Carine hablando sobre un barboteo de voces sorprendidas.

—¿Los ha enviado Alice? —le estaba preguntando a alguien, con la voz insegura, algo molesta.

¿Otro huésped inesperado?

Edward salió disparado hacia la casa y la mayoría de los otros le imitaron. Beau le siguió más despacio, con Julie, aún aferrada a la mano de Silas, detrás de él. Le daría a Carine un momento para que recibiera apropiadamente al nuevo invitado, y le preparara para la idea de lo que se le avecinaba.

Los tres caminaban con cautela rodeando la casa para entrar por la puerta de la cocina, escuchando la escena que no podían ver.

—Nadie nos ha enviado —decía una profunda voz susurrante al contestar a la pregunta de Carine. A Beau le recordó de pronto a las voces de los antiguos como Marco, y se quedó paralizado dentro de la cocina.

Sabía que la puerta principal estaba atestada de gente, ya que casi todo el mundo había ido a ver a los nuevos visitantes, pero apenas se percibía algún ruido. Sólo una respiración superficial.

La voz de Carine sonaba precavida cuando respondió.

—Entonces, ¿qué los trae por aquí?

—Las palabras vuelan por los mercados negros —contestó una voz diferente, que sonaba como un murmullo, igual que la primera—. Hemos oído por ahí que los Vulturis se estaban organizando para ir por vosotros. Hay rumores también de que no estaréis solos. Como es obvio, los rumores de los mercados negros son ciertos. Ésta es una reunión de lo más impresionante.

—No estamos desafiando a los Vulturis —repuso Carine en tono tenso—. Ha habido algún malentendido, eso es todo. Y uno muy serio, a decir verdad, pero que confiamos en ser capaces de aclarar en su momento. Lo que están viendo son testigos, nada más, porque sólo necesitamos que los Vulturis nos escuchen. Nosotros no…

—No nos preocupa lo que digan que habéis hecho —le interrumpió la primera voz—. Y nos da igual si habéis incumplido la ley.

—Ni lo atrozmente que lo hayáis hecho —intervino el segundo.

—Hemos estado esperando un milenio y medio para que alguien desafiara a esa escoria de los Vulturis —continuó el primero—. Si hay alguna oportunidad de que caigan, queremos estar aquí para verlo.

—O incluso para ayudar a derrotarlos —apostilló el segundo. Hablaban en una sucesión continua, de modo que sus voces se enlazaban la una a la otra y al ser tan similares, un receptor menos sensitivo las habría percibido como una única voz—. Creemos que tienes una posibilidad de éxito.

—¿Beau? —Llamó Edward con una voz dura—. Vengan, por favor. Quizá deberíamos poner a prueba la petición de nuestros visitantes rumanos.

Le ayudó a Beau saber que probablemente la mitad de los vampiros que había en la otra habitación saldrían en defensa de ellos dos si estos rumanos se sentían molestos por su presencia. No le gustaba el sonido de sus voces o la oscura amenaza que destilaban sus palabras. Mientras caminaban a través de la habitación, Beau pudo ver que no era sólo él el que lo percibía así. La mayoría de los vampiros inmóviles que había allí los miraban con ojos hostiles y unos cuantos —Carmen, Tanya, Zafrina y Senna— cambiaron con ligereza de postura, adoptando posiciones defensivas entre los recién llegados y ellos dos.

Los vampiros de la puerta eran esbeltos y bajos, uno con el pelo oscuro y el otro con el pelo de un tono rubio ceniza tan claro que casi parecía gris pálido. Su piel tenía el mismo aspecto polvoriento que la de los Vulturis, aunque no le pareció tan acusado. No podía estar segura de ello, ya que sólo había visto a los Vulturis con sus ojos humanos y no era capaz de hacer una comparación exacta. Sus ojos agudos, pequeños, eran de un color borgoña oscuro, sin ninguna película lechosa. Llevaban simples ropas oscuras, que podían pasar por modernas aunque con aspecto de pasadas de moda. El del pelo oscuro sonrió cuando Beau apareció a la vista.

—Vaya, vaya, Carine, pero qué chicos más malos habéis sido, ¿eh?

—Ellos no son lo que crees, Stefan.

—Y nos da igual de todos modos —respondió el rubio—. Como ya os hemos dicho antes.

—Entonces son bienvenidos como observadores, Vladimir, pero nuestro plan no es para nada desafiar a los Vulturis, como también hemos dicho antes.

—En ese caso, simplemente cruzaremos los dedos —comenzó Stefan.

—Y esperaremos tener suerte —finalizó Vladimir.

Al final, los Cullen habían conseguido reunir veinte testigos: los irlandeses, Siobhan, Liam y Maggie; los egipcios, Amun, Kebi, Benjamin y Tia; las del Amazonas, Zafrina y Senna; los rumanos, Vladimir y Stefan; y los nómadas, Peter y Charlotte, Garrett, Alistair, Mary y Randall, Bree, Diego y Fred, además de los doce miembros de su familia, ya que Tanya, Kate, Kenneth, Eleazar y Carmen insistieron en ser contados como tales.

Aparte de los Vulturis, ésta era quizás la reunión amigable de vampiros maduros más grande que se había producido en la historia de los inmortales.

Todos comenzaban a concebir pequeñas esperanzas e incluso Beau no pudo resistirse a ello.

Silas se supo ganar a todos para su causa en un periodo muy corto de tiempo. Los Vulturis sólo tenían que escuchar durante un segundo escaso…

Los dos rumanos supervivientes, concentrados en su amargo resentimiento por aquellos que habían derribado su imperio hacía quince siglos, se lo tomaban todo con calma. No tocaron a Silas o hablaron con Beau, pero tampoco les mostraron aversión. Parecían misteriosamente encantados por su alianza con los licántropos. Observaron practicar a Beau con su escudo con Zafrina y Kate, contemplaron a Edward contestar a preguntas no expresadas en voz alta, también a Benjamin alzando géiseres de agua del río o violentos brotes de viento del aire quieto sólo con el poder de su mente, y sus ojos relucían con la ardiente esperanza de que los Vulturis hubieran encontrado por fin la horma de su zapato.

Cada uno de ellos tenía sus propias esperanzas, aunque no fueran las mismas.