1 Obsesión asesina

Las carcajadas burlonas de Kenji taladraban los oídos de Miyu, desgarrando su corazón con cada risa que él dedicaba a Midori, su nueva compañera universitaria. Los celos ardían en el pecho de Miyu como brazas al rojo vivo, pero ella se esforzaba por mantener una sonrisa dulce e inocente cuidadosamente esculpida en su rostro. Debía aparentar ser la tierna chica que todos esperaban, sin dejar que nadie sospechara la oscura y creciente obsesión que se gestaba dentro de ella.

Miyu y Kenji se conocían desde la infancia. Ella lo había amado en secreto durante años, conformándose con ser su fiel amiga y admiradora en las sombras. Para el resto del mundo, Miyu era sólo eso, la eterna chica dulce y encantadora.

Cada vez que Kenji pasaba tiempo con otras chicas, especialmente con Midori, los fantasmas de los celos y la posesión enfermiza despertaban dentro de Miyu, royéndola desde adentro. Por más que fingía desinterés, por dentro hervía de una rabia incontenible contra esas roba-novios que pretendían arrebatarle lo que por derecho le pertenecía: Kenji.

Una noche cálida de verano, Miyu siguió sigilosamente a Kenji, ocultándose entre las sombras de los callejones y los árboles frondosos. Su corazón latía con fuerza, y una mezcla de celos y determinación ardía en su interior. Después de caminar varias cuadras, observó cómo Kenji se encontraba con Midori en la entrada iluminada del cine. Ambos se saludaron con una sonrisa cálida y compartieron un abrazo fugaz.

Miyu contuvo la respiración y, con cautela, ingresó al cine, manteniéndose a una distancia prudente. Desde las sombras de la sala, contempló cómo Kenji y Midori se sentaban juntos, riendo y compartiendo palomitas de maíz. La película transcurrió, pero Miyu apenas prestó atención, su mirada fija en la pareja.

Al finalizar la función, Miyu siguió a Kenji y Midori a través de las calles iluminadas por las farolas. Caminaban hombro con hombro, conversando animadamente y disfrutando de la compañía mutua. Finalmente, llegaron al apartamento de Midori, y Miyu se ocultó detrás de un árbol cercano.

Con el corazón en un puño, observó cómo Kenji se inclinaba y depositaba un tierno beso en la mejilla de Midori. Ella sonrió tímidamente y se despidió con un gesto de la mano. Kenji dio la vuelta y se alejó, dejando a Midori en la entrada de su edificio.

Miyu apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en su carne, haciéndola sangrar. Pero ese dolor físico no era nada comparado con la humillación y el ardor que sentía en su pecho. La imagen de Kenji y Midori juntos, compartiendo risas y momentos íntimos, era como una puñalada directa a su corazón. Esta afrenta era la gota que rebalsó el vaso de su cordura, y una oscuridad comenzó a extenderse en su interior, nublando su juicio y alimentando un deseo de venganza.

Al día siguiente, Miyu interceptó a Midori con una sonrisa amigable al salir de clases. Los últimos estudiantes abandonaban el edificio mientras el sol de la tarde bañaba los pasillos con una luz anaranjada.

—Hola Midori, qué gusto verte. ¿Tienes un minuto? Quería pedirte un consejo sobre algo —le dijo Miyu con dulzura simulada, acercándose a ella.

—Claro Miyu, ¿de qué se trata? —respondió la incauta Midori con tono alegre.

—Ven, hablemos en aquel salón vacío de allá —indicó Miyu, tomándola suavemente de la mano y guiándola hacia un aula solitaria. Una vez dentro y con la puerta cerrada tras ellas, el semblante de Miyu se transformó en una mueca demencial, perdiendo todo atisbo de cordialidad.

—Escúchame bien, perra —siseó con una frialdad gélida, acorralando a Midori contra la pared—. Aléjate de Kenji o lo lamentarás. Él es mío, ¿me oíste? ¡Sólo mío!

Midori retrocedió aterrada ante los ojos enloquecidos de Miyu, abriendo la boca en una muda exclamación de sorpresa. La expresión de absoluta locura que reflejaba su hasta entonces amable compañera la había dejado paralizada del miedo.

—¿Q-Qué? Pero si sólo somos amigos... —balbuceó intentando razonar.

—¡Cállate! —exclamó Miyu, dando un paso amenazante hacia ella—. Sé muy bien lo que intentas con él, así que ni lo niegues. Pero déjame decirte una cosa: Kenji es mío y únicamente mío, ¿entiendes? Soy yo quien lo conoce mejor que nadie. Así que más vale que te alejes de lo que no te pertenece si sabes lo que te conviene.

Midori retrocedió otro paso, con los ojos muy abiertos por el miedo. Aquel súbito arranque psicótico de la joven que hasta entonces había considerado una buena compañera de clases la había dejado sin habla. El aula quedó en silencio, apenas roto por sus respiraciones agitadas.

—E-Está bien, tranquila, no quiero problemas, Miyu. Me mantendré lejos de Kenji si eso es lo que quieres —cedió finalmente, temblando.

—Más te vale —la voz de Miyu había vuelto a adquirir un tono dulce, aunque sus ojos reflejaban una chispa de malicia—. Sería una pena que tu lindo rostro resultara dañado por algún... percance.

Al día siguiente en la universidad, Miyu saludaba a todos con su característica sonrisa afable, manteniendo sus apariencias de estudiante dulce y alegre. 

Miyu vio cómo Midori se acercaba sonriente a Kenji, quien charlaba con un grupo de amigos. Para su consternación, Kenji respondió al saludo de forma cálida. La sangre hirvió en las venas de Miyu al presenciar cómo ambos reían y bromeaban amenamente. Era como si Midori la desafiara deliberadamente, ignorando por completo la amenaza que le había hecho el día anterior.

Miyu apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas, haciéndola sangrar levemente. Pero mantuvo su rostro impasible, sonriendo a sus compañeros sin dejar traslucir la tormenta interior que la agitaba.

Cuando las clases terminaron, Miyu localizó a Midori cerca de los aparcamientos. Nadie reparó en la expresión felina que cruzó fugazmente su semblante. Con su mejor sonrisa inocente, se acercó a su rival.

—¡Hola Midori! ¿Puedo hablar un momento contigo?

Midori la miró desconcertada por su tono amistoso después de la amenaza del día previo.

—Cla-claro Miyu, ¿de qué se trata?

—Es un asunto privado —los ojos de Miyu se desviaron hacia un aula cercana—. ¿Vamos allí donde podamos hablar a solas?

Midori dudó un instante, pero finalmente asintió y siguió a Miyu dentro del salón vacío. En cuanto cruzaron la puerta, el semblante afable de Miyu se transformó en una mueca demoníaca.

—Escúchame bien, zorra estúpida —siseó Miyu con frialdad, acorralando a Midori contra la pared—. Ayer te advertí que te alejaras de Kenji, pero veo que no captaste el mensaje.

Midori retrocedió aterrada ante el súbito cambio en su compañera. Abrió la boca pero no salieron palabras.

—Kenji es mío, únicamente mío —prosiguió Miyu con un brillo siniestro en los ojos—. Y no pienso permitir que una insignificante basura como tú siga revoloteando a su alrededor como una molesta mosca.

—Miyu...yo no...no quiero problemas —balbuceó Midori, pero Miyu la silenció con un violento empujón que la arrojó contra el muro.

—¡Cállate! —gritó colocando un brazo contra su garganta—. Esta es tu última advertencia, Midori. Aléjate de Kenji para siempre o te juro que tendrás que atenerte a las consecuencias. ¿Me has entendido, perra?

Midori asintió frenéticamente, con los ojos desorbitados por el pánico. Miyu la fulminó con la mirada unos segundos más, antes de soltarla bruscamente y abandonar el aula con paso firme.

Los días siguientes, Miyu vio con consternación cómo la aparente amistad entre Kenji y Midori se fortalecía. Midori no solo seguía rondando descaradamente a Kenji, sino que además intensificaba sus insinuaciones y coqueteos con él. La rabia bullía en el pecho de Miyu al verlos reír y charlar tan amenamente por los pasillos, como si Midori la desafiara retándola a cumplir su amenaza.

Un día después de clases, Miyu divisó a Midori en un pasillo lateral cerca de la biblioteca. Sin dudarlo, fue tras ella decidida a enfrentarla nuevamente. La alcanzó y la aferró con fuerza del brazo para hacerla girar.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? —exclamó Midori confundida ante el semblante demudado de Miyu.

—¡Te dije que te alejaras de Kenji! —siseó Miyu apretando los dientes—. ¿Es que no entiendes lo que te conviene, estúpida?

El rostro de Midori se ensombreció al comprender de qué se trataba todo aquello. Sacudió la cabeza recobrando la compostura.

—Escúchame Miyu —su voz sonaba serena pero firme—. No voy a hacer lo que tú quieras sólo porque estás obsesionada con Kenji. A mí también me gusta y no dejaré de luchar por conseguir su atención sólo porque te dio por marcar tu territorio como una loca.

Aquellas desafiantes palabras golpearon a Miyu como un puñetazo. La ira la invadió al ver su autoridad socavada de aquel modo. Sus dedos se crisparon sobre el brazo que mantenía aferrado, clavando las uñas en la tierna carne de Midori que la miró inquieta.

—¿Qué te parece tan gracioso, perra? —escupió Miyu sin poder contener los temblores que la sacudían.

—No te tengo miedo, Miyu —replicó Midori con frialdad—. Mejor hazte a un lado y no me causes más problemas.

Al decir esto, Midori intentó zafarse pero Miyu la sujetó con más fuerza empujándola violentamente contra la pared. Su rostro adquirió una mueca demencial, con la mandíbula apretada y las aletas de la nariz dilatadas por la furia. Sus ojos reflejaban un brillo siniestro que estremeció a Midori.

—¡Suéltame! ¡Me estás lastimando! —gritó Midori retorciéndose.

Pero Miyu no tenía intención de obedecerla. Con un movimiento automático, se quitó la mochila y sacó un grueso bate que Midori contempló con los ojos desorbitados por el pavor.

—Ay Midori, te lo adverti —la voz de Miyu sonaba extrañamente calmada, como si hubiera entrado en trance—. Debiste hacerme caso cuando te lo advertí. Kenji es mío, sólo mío, y me desharé de quienes se interpongan entre nosotros.

—¡No! ¡Por favor, no me hagas daño! —suplicó Midori con voz ahogada, aterrada ante la locura de Miyu.

—Lo siento, pero ya es demasiado tarde para suplicar, idiota.

Después de su enfrentamiento con Midori, Miyu retomó sus clases con aparente normalidad. Aunque intentaba concentrarse, las imágenes del incidente seguían rondando en su mente como fantasmas del pasado.

Durante el receso, se unió a Kenji en el animado patio del campus. A pesar de su tumultuoso trasfondo emocional, mantuvo una fachada serena, ocultando cualquier rastro de turbación.

—¿Estás bien, Miyu? Pareces algo distraída —dijo Kenji con tono preocupado, observando la expresión pensativa de su amiga.

Miyu asintió con indiferencia, tratando de ocultar cualquier emoción.

—Sí, solo estoy un poco cansada. Anoche no dormí mucho.

Mientras tanto, en otro rincón del campus, el grupo de amigas de Midori se congregaba con gestos de preocupación. Intercambiaban miradas cargadas de incertidumbre y susurros nerviosos.

—¿Alguien ha visto a Midori? No la he visto en todo el día —preguntó una de las chicas, con el ceño fruncido por la inquietud.

Las demás negaron con la cabeza, y el silencio tenso llenó el espacio entre ellas, mientras la preocupación por su amiga perdida crecía con cada minuto que pasaba.

Miyu, ajena a la inquietud que se extendía en el campus, continuaba su conversación ligera con Kenji como si nada hubiera ocurrido. En su interior, el incidente con Midori apenas dejaba un rastro de interés. Para ella, las emociones de los demás eran irrelevantes, y su atención seguía centrada en sus propios objetivos.

Al llegar la noche, el campus universitario totalmente oscuro y solo interrumpida por la tenue luz de las farolas que parpadeaban en la distancia. En el silencio que envolvía los pasillos vacíos, Miyu avanzaba hacia un aula apartada.

Al abrir la puerta del aula, el ambiente se volvió aún más lúgubre. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, proyectando sombras grotescas que danzaban en las paredes. En el rincón más oscuro, Midori yacía inmovilizada, sus ojos llenos de pavor reflejaban el horror de su situación.

—Me tenías preocupada todo el día, Midori. Pensar que te iban a encontrar antes de que... pudiera hacerte daño —Miyu pronunció las palabras con una calma gélida, su voz apenas un susurro en la quietud de la noche.

Midori, con los ojos desorbitados por el miedo, intentó hablar a través de la mordaza, pero solo emitió un gemido ahogado que se perdió en la penumbra del aula.

Y entonces, cuando las palabras perdieron su significado, Miyu actuó con la ferocidad de un depredador. Un golpe brutal, un estallido de violencia que rompió el silencio de la noche, y Midori cayó en la oscuridad del inconsciente una vez más.

Miyu arrastró el cuerpo de Midori hasta su auto y lo colocó en la maletera. Condujo en silencio hacia las afueras de la ciudad, donde había un edificio viejo y abandonado. Al llegar, sacó las llaves, abrió la puerta y llevó a Midori al interior. La amarró firmemente a una silla en medio de la oscuridad del lugar. Sin decir una palabra, Miyu se dio la vuelta y abandonó el edificio, dejando a Midori sola en la penumbra, a merced de sus propios miedos.

Al amanecer, Miyu regresó al edificio abandonado, donde el eco de los gritos de Midori resonaba en los pasillos. Al entrar, se encontró con Midori aun atada, luchando desesperadamente por liberarse, sus ojos reflejando un miedo palpable.

—¿Qué está pasando? ¡Déjame ir!.

—No lo creo. Te lo advertí, perra. Te dije que te alejaras de Kenji 

—¡Estás loca! Cuando me libere, llamaré a la policía.

Miyu soltó una risa macabra, sus ojos brillando con una crueldad. —No saldrás de aquí. Kenji es mío y haré lo que sea necesario para proteger nuestro amor.

Con un gesto calmado, Miyu sacó un cuchillo, el brillo metálico reflejando su deseo de control y posesión. Se acercó lentamente a la desamparada Midori, cuya respiración agitada era el eco de su tormento.

—Despídete, Midori.

Midori comenzó a gritar desesperadamente, pero su voz era solo eco perdido en el vacío de la habitación. La mirada desquiciada de Miyu reflejaba la crueldad que latía en su interior mientras se abalanzaba sobre su indefensa presa.

— ¡Kenji es solo mío, maldita perra! —gritó Miyu, mientras clavaba el arma en el pecho de Midori.

El arma se encendía con un destello siniestro en los ojos de Miyu. El acero reluciente se abría paso con precisión mortal, trazando un ballet macabro de brutalidad desenfrenada. Cada herida hacía un sonido metálico al chocar con los huesos, resonando en el silencio, marcando el compás de la tragedia que se desplegaba ante ellas.

— ¡Por favor, no! ¡Déjame en paz! ¡No te he hecho nada! —suplicó Midori, mientras intentaba apartar el arma de su cuerpo.

Midori, presa del terror más profundo, se retorcía y gemía en un intento desesperado por escapar de la furia desatada de Miyu. Cada arremetida del arma era como un golpe de martillo sobre el yunque de su alma, destrozando su ser con una inhumanidad inimaginable.

— ¡No te creo! ¡Sé que estás enamorada de él! ¡Sé que quieres quitármelo! ¡Pero no lo conseguirás! ¡Te lo juro! —espetó Miyu, mientras le cortaba el rostro a Midori.

La sangre se abría paso como un río rojo, tiñendo el suelo y las paredes del sombrío recinto con un espectáculo macabro. El rostro de Midori, retorcido por el dolor y la agonía, se convirtió en un símbolo grotesco de la crueldad humana, una máscara de horror que reflejaba la oscuridad del alma de su verdugo.

—¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah!** —gritó Midori, mientras sentía el frío del acero en su piel.

Los minutos se deslizaban como horas en aquel abismo de violencia y sufrimiento. Cada instante era una eternidad de tormento, una danza infernal de muerte y desesperación que parecía no tener fin.

— ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!** —imploró Midori, mientras lágrimas de sangre le caían por los ojos.

— ¡No hay nada que hablar! ¡No hay nada que arreglar! ¡Solo hay una solución! ¡Y es que mueras! ¡Que mueras por intentar acercarte al amor de mi vida! -gruñó Miyu, mientras le asestaba el golpe final a Midori.

El silencio devoró todo. Los últimos susurros. La agonía. El cuerpo de Midori yacía inerte, marcado por las huellas indelebles del horror que la consumió. Sus ojos, ahora vacíos de vida, miraban al vacío con una expresión de terror eterno, congelada en el tiempo como un recordatorio macabro de la fragilidad de la existencia.

— Te lo advertí, Midori. Te lo advertí una y mil veces. ¿Cómo te atreviste? Que no te acercaras a él; que no le hablaras; que no le miraras; que no le sonrieras; que no le quisieras; que no le tocaras; que no le besaras; que no le hicieras el amor; que no le hicieras feliz; que no le hicieras olvidarme; que no le hicieras elegirte a ti; que no le hicieras dejarme a mí; que no le hicieras odiarme a mí; que no le hicieras amarte a ti; que no le hicieras... Nunca te lo perdonaré. Me las pagarás. —susurró Miyu, mientras acariciaba el cuerpo sin vida de Midori.

Miyu contempló su obra con una mezcla de satisfacción y locura en sus ojos. Había alcanzado su objetivo, había eliminado a su rival con una ferocidad que rozaba lo inhumano. En su mente retorcida, aquel acto de violencia era la manifestación suprema de su amor, un tributo oscuro a la obsesión que la consumía.

Luego Miyu arrastró el cuerpo hasta la bañera, donde lo esperaba una sierra eléctrica. Con una sonrisa, comenzó su macabra tarea. Debía deshacerse de las pruebas. Cuando terminó, guardó los restos en bolsas de basura negras y limpió cuidadosamente la escena del crimen. Luego, cargó las bolsas en su coche y condujo hasta un vertedero, donde las arrojó a una hoguera. Después, volvió al edificio, recogió sus cosas y se marchó, sin dejar rastro.

Miyu regresó a su casa y se cambió de ropa. Se puso un vestido rojo y se peinó el cabello con cuidado. Se miró al espejo y sonrió. Se sentía feliz y aliviada. Había eliminado el único obstáculo que se interponía entre ella y Kenji. Nada ni nadie volvería a separarlos.

Tomó su bolso y salió de su casa. Subió a su auto y condujo hasta la universidad. Se encontró con Kenji en el estacionamiento. Él la saludó con una sonrisa y le dio un abrazo. Miyu se sintió eufórica. Él era tan guapo, tan dulce, tan perfecto. Era suyo, solo suyo. Y ella haría lo que fuera para mantenerlo así.

— Hola, Miyu. ¿Qué tal estás? -le preguntó Kenji, mientras la soltaba.

— Estoy muy bien, Kenji. ¿Y tú? -respondió Miyu, mientras se aferraba a él.

— Bien, gracias. ¿Estás lista para el examen de hoy? -le dijo Kenji, mientras la miraba con curiosidad.

— Sí, claro. Lo tengo todo controlado. -mintió Miyu, mientras le sonreía con falsedad.

La verdad era que no había estudiado nada. Pero no le importaba. Lo único que le importaba era estar con Kenji, y hacerle feliz.

Luego se dirigieron a su clase. En el camino, se cruzaron con el grupo de amigas de Midori. Miyu las miró con desprecio. Eran unas tontas, unas inútiles, unas perdedoras. No merecían la atención de Kenji. No como ella.

— Hola, Kenji. Hola, Miyu. -las saludó una de ellas, con una sonrisa forzada.

— Hola. -respondió Kenji, con educación.

— Hola. -dijo Miyu.

— Oye, Kenji. ¿Sabes algo de Midori? -le preguntó otra.

— No, ¿por qué? -contestó Kenji.

— Es que ayer se fue sin decir nada, y hoy no ha venido a clase. No contesta al teléfono ni a los mensajes. Estamos muy preocupadas por ella. -explicó la chica

— Vaya, qué raro. Espero que no le haya pasado nada malo. -dijo Kenji, con sinceridad.

Miyu sintió una punzada de celos y de ira. ¿Cómo se atrevía Kenji a preocuparse por Midori? ¿Acaso no se daba cuenta de que ella era la única que lo amaba? ¿Acaso no veía que Midori solo quería quitárselo? Miyu se mordió el labio y apretó el puño. Tenía que controlarse. No podía dejar que Kenji sospechara nada. Tenía que actuar con normalidad.

— Sí, seguro que está bien. Tal vez solo se fue de viaje o algo así. —dijo Miyu, con falsa tranquilidad.

— Sí, puede ser. Bueno, si sabes algo de ella, avísanos, por favor. —dijo la chica, con esperanza.

— Claro, claro. -dijo Kenji, con amabilidad.

— Bueno, nosotras nos vamos. Nos vemos luego. -dijo la otra chica, con despedida.

— Adiós. -dijeron Kenji y Miyu, al unísono.

El grupo de amigas se alejó, y Kenji y Miyu siguieron su camino. Miyu se pegó más a Kenji, y le dio un beso en el cuello. Kenji le sonrió, y le pasó el brazo por los hombros. Miyu se sintió aliviada. Kenji seguía siendo suyo. Nadie podía cambiar eso.

Miyu y Kenji pasaron el día juntos. Fueron de clase en clase, comieron en la cafetería, estudiaron en la biblioteca. Miyu se portó muy bien con Kenji. Le sonreía, le cogía de la mano, le hacía cumplidos.

Cuando se quedaron solos, Miyu se acercó a Kenji y le dijo con voz dulce:

— Kenji, ¿puedo hablar contigo un momento?

— Claro, Miyu. ¿Qué pasa? — mirándola con curiosidad.

— Es sobre... Midori. —bajando la cabeza.

— ¿Qué pasa con ella? — frunciendo el ceño.

— Bueno, es que... me preocupa que te afecte tanto. — fingiendo preocupación.

— ¿Qué quieres decir? — sorprendido.

— Quiero decir que... no me gusta que sufras por otras chicas. — poniendo cara de pena.

— ¿Por qué sufro? — confundido.

— Por nada, olvídalo. Mejor me voy. Adiós, nos vemos mañana. —dándose la vuelta.

— Espera, Miyu... — intentando detenerla.

Pero Miyu ya se había ido. Dejó a Kenji con la duda.

Miyu visitó a Kenji al día siguiente, con el rostro desencajado por el terror.

—Kenji, tenemos que hablar. Es urgente —dijo con voz temblorosa.

—¿Qué pasa, Miyu? Te veo fatal —respondió preocupado.

—Es sobre Midori. Anoche me amenazó para que me alejara de ti. Me dijo que éramos solo amigos y que me haría daño si no te dejaba. Me engañó para ir a su casa y me atacó con un cuchillo. Sus ojos eran de loca, me aterrorizó —mintió entre lágrimas.

Kenji la miró incrédulo.

—¿Qué? No puede ser... Midori siempre fue tan amable. No creo que hiciera algo así. ¿Estás segura de que no la provocaste de algún modo? —respondió con duda.

—¿Acaso no confías en mí? ¿Crees que yo iniciaría algo así? —estalló Miyu ofendida.

—Tranquila, Miyu. Hablaré con ella y le diré que te deje en paz, pero tú también puedes ser bastante insistente cuando te lo propones —replicó Kenji intentando apaciguarla.

Las palabras de Kenji fueron como un jarro de agua fría para Miyu. La desconfianza y la duda hirieron su corazón.

—¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Que soy una loca acosadora? —gritó Miyu con los ojos llenos de lágrimas.

Kenji la miró fijamente y negó con la cabeza. —No quise decir eso exactamente, pero vamos, Miyu. A veces puedes ser bastante intensa. Tengo que ser honesto, me cuesta creer que Midori actuara así sin que tú la provocaras de algún modo.

Las palabras de Kenji fueron como cuchillas afiladas clavándose en el corazón de Miyu. La desconfianza y el rechazo que demostraba la destrozaban por dentro.

—¿Cómo puedes decirme eso? ¿Acaso no significo nada para ti? —estalló entre sollozos—. ¡Yo nunca haría algo asi! Midori es la que esta loca.

—Cálmate —la cortó Kenji con frialdad—. Estás exagerando las cosas como siempre. 

—¡Entonces crees que miento! ¡Que yo la provoqué! —vociferó Miyu fuera de sí, con una angustia profunda apoderándose de su ser.

Kenji la observó con expresión hastiada.

—La verdad es que ya no sé qué creer, Miyu. A veces actúas de un modo tan irracional que me haces dudar de todo lo que dices. Quizá necesitas ayuda profesional para controlar tus celos enfermizos.

Esas palabras fueron la puñalada final al ya maltrecho corazón de Miyu. La desconfianza y el menosprecio de Kenji la invadieron de una sed de venganza. Una voz retorcida resonó en su mente: "Si no es tuyo, no será de nadie".

A la noche siguiente, Miyu llegó llorando al apartamento de Kenji.

—Kenji, tengo algo horrible que contarte... —sollozó—. Midori vino a buscarme ayer y me dijo que la acompañara a un viejo edificio abandonado de mi familia, bajo amenaza de que si no iba te haría daño. Cuando llegamos allí... estaba completamente fuera de sí. Me atacó con un cuchillo, pero logré defenderme y la até en una de las habitaciones.

—¿Qué? ¿Estás segura? No puedo creerlo... —respondió Kenji pasmado.

—¡Por favor, tienes que ayudarme! —imploró con ojos suplicantes—. No sé qué hacer, tengo miedo de que escape y nos haga daño.

Kenji asintió nervioso y ambos subieron al auto rumbo al viejo edificio abandonado. Al llegar, Miyu lo guió dentro y cerró la puerta con llave, dejándolos encerrados.

—¿Qué haces, Miyu? ¡Abre esa puerta! —gritó Kenji sobresaltado.

Ella negó lentamente y lo encaró impasible.

—Te mentí, Kenji. Yo maté a Midori.

Él retrocedió aterrado. —¿Qué? ¿Cómo pudiste...? ¡Tenemos que llamar a la policía ahora mismo!

—¡No! —bramó Miyu apuntándole con una pistola—. Ellos no me creerán, pensarán que soy una asesina. Ayúdame a deshacerme del cuerpo y podremos estar juntos eternamente.

Un escalofrío recorrió la espalda de Kenji al comprender la locura de Miyu. —Estás completamente loca, tú la mataste por celos ¿verdad?

—¡Cállate! —vociferó ella—. ¡Todo lo hice por nuestro amor! Midori se interponía entre nosotros, tenía que eliminarla para que pudiéramos estar juntos.

Lentamente, una sonrisa malvada se fue formando en el rostro de Kenji. —Ay Miyu... de verdad creíste que Midori significaba algo para mí, ¿no es así? Eres tan ingenua...

Confundida, Miyu bajó un poco el arma al tiempo que Kenji se acercaba acariciándole la mejilla.

—Tontita. Tú eres la única mujer para mí. Midori era sólo un juguete pasajero. Quería ver hasta dónde serías capaz de llegar por nuestro amor, por mí. Y veo que no me has decepcionado...

Lágrimas de alegría brotaron de los ojos de Miyu al comprender los retorcidos sentimientos de Kenji. Se aferró a él con fervor.

—Mi amor... al fin lo entiendes. Te juro que solo viviré para obedecerte y amarte hasta la locura.

Kenji selló sus palabras con un beso voraz, casi bestial. Sus lenguas se enredaron con frenesí, celebrando la unión de sus mentes perturbadas y sedientas de sangre. Cuando se separaron, los ojos de Kenji brillaban con un fulgor perverso.

—Por supuesto que lo entiendo, mi amada Miyu. En el fondo, los dos sabíamos que estábamos destinados a esto —ronroneó acariciando su rostro—. Esa estúpida de Midori solo fue una pieza más en nuestro oscuro juego.

Los ojos de Miyu se abrieron con horror cuando las palabras de Kenji calaron hondo. —¿Qué quieres decir? ¿Acaso tú...? —balbuceó retrocediendo.

Kenji soltó una risa gutural que estremeció cada fibra del cuerpo de Miyu. —Vamos, mi cielo. ¿De verdad creíste que tus pequeños jueguitos pasaban desapercibidos para mí? Yo lo sabía todo. Cada vez que me seguías, cada vez que espiabas mis encuentros con Midori... Lo sabía y me excitaba verte consumida por los celos y el deseo.

El aliento de Miyu se atascó en su garganta ante tan escalofriante revelación. Kenji disfrutaba de su shock, acechando a su presa con fruición.

—Decidí llevar el juego aún más lejos. Empecé a plantar semillas de duda en tu mente, fingiendo interés por Midori sólo para acrecentar tus inseguridades. Y funcionó a la perfección. Terminaste convirtiéndote lo que yo queria.

Un sollozo ahogado brotó de lo más hondo de Miyu. Las imágenes de ella acechando a la pareja, los celos devorándola día y noche... Todo había sido orquestado y saboteado por el ser que idolatraba.

—¿Por qué? ¿Por qué jugar así conmigo? —logró articular desplomándose de rodillas.

Kenji se agachó frente a ella, sujetándola por la barbilla para que lo mirara fijamente. Sus ojos eran dos pozos sin fondo de maldad infinita.

—Porque esa es la clase de monstruos que somos, mi reina. Dos almas oscuras, unidas por una pasión tan enfermiza como destructiva. Juntos conformamos la tormenta perfecta de locura y crueldad.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Miyu al comprender que Kenji tenía razón. Eran dos seres podridos hasta la médula, nacidos para desatar el más terrible de los infiernos.

Sin previo aviso, Kenji la estrechó entre sus brazos con fuerza. Sus ojos ardían con un brillo maniaco que heló la sangre de Miyu.

—Y esto no ha hecho más que comenzar, mi amor. Juntos vamos a arrasar con todo aquello que se interponga en nuestro camino.

Un grito desgarrador rasgó la garganta de Miyu a la vez que asentía febrilmente. Nada la separaría de su amado, ni siquiera la locura y destrucción que los aguardaba.

Tomados de las manos como una pareja común, abandonaron el viejo edificio. Pero sería apenas el primero de muchos más.

En la calle desierta, Kenji abrió la puerta del auto para Miyu con una reverencia burlona. Ella subió con una sonrisa perversa, ansiando iniciar su camino hacia la locura absoluta junto a su amado.

Una vez que Kenji arrancó el vehículo, tomó la mano de Miyu y la llevó a sus labios, depositando un beso húmedo y enfermizo.

—Eres mi reina, mi diosa oscura —ronroneó—. Juntos lograremos cosas inimaginables.

Miyu se estremeció de placer ante esas palabras, acariciando la mejilla de Kenji con una ternura malsana.

—Y tú mi rey, mi dios de las tinieblas. No descansaré hasta bañar este mundo en los ríos de sangre que se merece, todo por complacerte.

Sus respiraciones se volvieron agitadas, el deseo y la locura refulgiendo en sus miradas. Kenji pisó el acelerador y el auto se perdió en la noche, rumbo hacia un futuro tan incierto como aterrador.

Dos mentes retorcidas unidas por un amor tan perturbador como atroz. Nadie ni nada podría detener la ola de destrucción que sembraron a su paso. La ciudad no sería más que el primero de muchos reinos que sufrirían bajo su reinado de sangrienta demencia.

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