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Cap. XXIX

ʚ La manipulación de los deseos ɞ

 

Luis estaba en su hogar frente al comedor. Tenía varios trozos de cartulina, escarcha y colores esparcidos cerca de su alcance. En el suelo a una pequeña distancia de la silla habían bolsas de papel con objetos resaltando de ellos; una destacó por ser un peluche con forma de panda, en otros habían ganchitos, libros, golosinas y lirios. Estaba haciéndole los regalos a Nicolás hechos a mano, porque sabia que eso seria muy bien recibido por el menor.

A la comodidad de su casa entró el mismo hombre de la primera vez en que Nicolás entró. Traía consigo cervezas y cigarrillos. Se desplomó cerca de un sofá, suspirando relajado y quitándose el parche café para dejarlo a un lado. Sacó una lata para abrirla y observó todas las cosas que tenía Luis en el comedor. Bebió apartando la atención de él, porque sabía que los regalos eran para Nicolás.

—Volviste a cortarte —reclamó ronco. Le tomó del brazo presionando con fuerza hasta que el contrario se zafó—. ¿Por qué? Ya habíamos hablado de esto, no es nada sano.

—Déjame —murmuró dolorido. Retomó su trabajo molesto por la fuerza con la que lo sujetó—. Nico sigue sin amarme, no hace nada más que pensar en sí mismo. Me siento solo.

—Tienes que dejarlo en paz. En esta casa, todos sabemos la importancia de Nicolás y debemos respetar eso.

—¡Te dije que me dejes! —Cruzó la mirada con él.— ¡Tú tienes a Tiberius! ¡Yo no tengo a nadie! ¡Es injusto, Jonathan! —Las lágrimas se hicieron presentes, obligándolo a volver la mirada a la tarjeta.— Déjame solo —exclamó en llanto—. Ustedes no entienden nada de mis sentimientos hacia él.

—Iré a buscar a Tiberius —informó serio. Volvió a tomarlo del brazo—. Quiero que limpies este lugar, que nada haces desde hace unos años. Tu mamá está muerta, como para que me vengas a decir que ella será quien limpie. —Lo soltó con rudeza.— Harás que Salomón te mate también si continuas con esta actitud.

—¡Vete! ¡Te digo que me dejes, imbécil! —Se sostuvo la frente dejando caer las lágrimas sobre el comedor.— Nico va a ser mi novio y punto. No me importa lo que me haga por meterme con él, yo lo quiero para mí y no voy a desaprovechar esta oportunidad.

—Hello there —saludó Tiberius con alegría.

—¡¿En dónde estabas?! —Jonathan rodeó la mesa para colocarse frente a él. Lo tomó por los brazos y cruzaron miradas.— Estaba preocupado por ti.

—No lo sé —respondió risueño—. Aquí estoy, ya no te preocupes más... ¿Esos son regalos? —Dirigió la atención a Luis.— Que forma tan materialista y baja en querer conquistar un corazón.

—Tienes que decirle que deje esto ya —exclamó con molestia—. Nicolás no es un juguete, ni un candidato de noviazgo y mucho menos alguien a que podamos asesinar. ¿Acaso soy el único cuerdo aquí?

—Sí, así es —respondió Tiberius revisando las bolsas de Luis.

—¡Entonces, escúchenme y obedezcan! —Se alzó de hombros.

—Estás alterado —comentó Tiberius con dulzura—. Jonathan dime el porqué estamos aquí y piensa muy bien a medida respondas.

—No estoy alterado, gracias, pero no necesito el ejercicio de memoria. Lo que digo es que ambos se están tomando como broma todo esto.

—Yo estoy haciendo mi trabajo y mucho mejor que ustedes dos —exclamó Luis sin despegar la mirada de su tarjeta—. Vigilo a Nico sin que se dé cuenta.

—Ese es tu trabajo y solo eso —objetó Jonathan—. El año pasado comenzaste bien. Llamaste su atención con el suéter, te mantuviste serio y profesional sin mantener una cercanía a él; luego seguías bien mientras te unías a su circulo de amistad. ¡Ese era tu trabajo! ¡Explica estos sentimientos de ahora!

—Yo no le sirvo a Will. —Levantó la mirada.— Ustedes dos son quienes trabajan para él. ¡Mató a mi mamá! ¡Ustedes hicieron que la olvidara! ¡¿Por qué debería continuar con el plan?!

—Porque me sirves a mí —respondió Tiberius suavemente. Luis se quedó quieto al ver el revólver que lo amenazaba—. Nico es un chico especial, con un gran corazón y le pertenecieron a James hasta el final. No importa lo que hagas ahora, ese hecho jamás va a cambiar.

—Rídiculo —balbuceó—. Nico no lo recuerda, y me creyó todo lo que le dije. Piensa que fue mi novio y me está dando una oportunidad. James ya no es nada para él.

—¿Oh, en serio? —Murmulló cantarín.— ¿Por qué haces todos estos regalos? Si Nico ya está en la palma de tu mano, ¿por qué esforzarse tanto en enamorarlo?

—Aún no me acepta, pero ya lo hará.

—No, tesoro. Estás esforzándote en vano. Nico paso más de dieciséis horas sometido a la droga, aferrándose a James, aunque significaría olvidar hasta cómo hablar y caminar. Eso es un amor fuerte que Jonathan, tú y yo vimos nacer...

—¡Y morir! —Interrumpió.— ¡Jamás estarán juntos de nuevo! ¡Ese amor se acabó!

—Te equivocas. —Guardó su arma y continúo viendo los regalos.— Jonathan, ya no le vayas a reclamar nada. Luis está tan cegado que no puede darse cuenta del gran error que está cometiendo ahora. —Volvió la mirada a Jonathan.— Ya se caerá de esa burbuja.

—Ustedes están mal —afirmó Luis—. Les demostraré que Nico es mío ahora, que ese amor me pertenece. Él me va a amar, aunque le rompa el corazón, incluso moriría por mí.

—¿Apostamos? —Preguntó entusiasta.— Si Nico llega a tomar la fatal decisión de suicidarse por ti, serás libre de hacer todo lo que quieras con él, porque me encargaré de reanimarlo. No obstante, si vive y te supera, vas a obedecerle a Salomón y los hombres que tengas al mando, también.

—No pienso meterme en esto —comentó Jonathan en el sofá, bebiendo una tercera lata de cerveza—. Solo no enloquezcan al niño, por favor.

—Trato —extendió la mano estrechándola con la de Tiberius—. Ya verás que tengo la razón y de no tenerla, no voy a dejar que Nico se me escape tan fácilmente.

—Me escucharon, ¿no? —reclamó Jonathan.— Nicolás debe estar cuerdo, si Salomón lo enloquece ya es su problema y no nuestro.

—La locura no se contagia, tesoro —exclamó risueño Tiberius—. Todos la tenemos, pero si se desarrolla no es culpa de nadie. Te liberas de cada maldad humana y vives solo para tu mente. —Suspiró encantado.— Malditos los cuerdos, quienes no conocen la dicha de la libertad mental y se limitan ante las leyes de la vida.

A la mañana siguiente, Luis se levantó para prepararse e ir a clases. Realizó su rutina diaria la cual solo era bañarse, cambiarse y hacer el desayuno. Luego de preparar la comida se quedó inmóvil, observando atentamente uno de los cuchillos que poseía. No le gustaba vivir con Tiberius y Jonathan por discusiones como la noche anterior. Habían situaciones que él no controlaba, pero deseaba desaparecer.

Fue a la habitación de Jonathan con lentitud de no hacer ruido para despertarlo. Llevaba consigo el cuchillo más largo, pero con gran temor de que no estuviese lo suficientemente afilado para enterrarla. Observó al hombre dormido, quien estaba cansado por todo el labor que consistía cuidar a Tiberius y que ahora, no iba a despertar al menos hasta el mediodía.

Luis estaba decidido a asesinarlo ahora que se encontraba desarmado e indefenso. Jonathan le había traído la mala noticia de que Salomón había asesinado a su madre, Lizzie. Fue el mismo Jonathan quien lo llevó con Tiberius meses antes para drogarlo como a Nicolás, porque se había alterado al enterarse que Lizzie tendría que trabajar con Salomón, cuando él no quería que ella se involucrase en ese mundo. Jonathan estaba presente en la mayor parte de sus recuerdos con sucesos malos. Para Luis, él era un mensajero de desgracias y no deseaba, que le trajese una de Nicolás. Levantó el brazo para acabar de una vez con el hombre frente a él; pero no logró su cometido al recibir un disparo en el hombro, obligándolo al instante a soltar el cuchillo y ceder ante el dolor. Jonathan despertó inmediatamente desorientado.

—¡Maldito! —Gritó dirigiéndole la mirada y sus insultos a Tiberius.— ¡Bastardo! ¡¿Por qué lo hiciste?!

—Tesoro —llamó a Jonathan con dulzura—. Sujeta a nuestro amigo, que necesita asistencia médica de inmediato.

Tiberius le colocó el seguro a la arma que anteriormente, le había pertenecido a Salomón. Era la primera bala que utilizaba del revólver, ya que, a Tiberius no le gustaba la violencia y defenderse como un salvaje. Se prometió a sí mismo usarla con sus nuevas amistades y para defender a Jonathan; en ese momento, Luis cumplía con las dos condiciones.

—Se enojó conmigo —Nicolás exclamó desanimado—. Nunca pensé que llegaría a faltar a clases por mi culpa.

—Eso es exagerado —objetó Dylan—. Debería aceptar cuando le dicen algo y no hacer un drama por eso.

—No sabía que eras gay —comentó Wanda sorprendida. Bebió un poco más de malteada.

—Las sorpresas de la vida —Helena exclamó risueña.

—Sinceramente, ya no sé, ni qué soy —expresó Nicolás con molestia y confusión—. Todas las personas, incluyéndome, son complicadas. No hay diferencia alguna para querer salir con alguien.

—¿Qué pasa, Nico? No digas eso. —Dylan lo empujó levemente.— En la vida, todos tenemos a alguien por quien haríamos lo que fuese para verla sonreír. Si Luis no es para ti, no te vayas a complicar la vida, que hay más culos que estrellas.

—¡Dylan! —Gritaron Helena y Nicolás con pena.

—¡Qué explícito! —Titubeó Wanda con las mejillas ruborizadas.

Luego de las clases, Wanda le pidió a Nicolás que la acompañase a la papelería cercana al colegio. Hace algún tiempo que no se hablaban por el tema de la perdida de memoria, pero Wanda fue recordada entre los temas de su baile después de las malteadas y fue allí que Nicolás, retomó nuevamente la conversación con ella. Wanda era una chica muy tímida, pero se alegraba de que Nicolás la recordase y pudiesen hablar nuevamente.

En la papelería, Nicolás se sintió atraído por todo lo que veía. Pinturas, lana, plumones; hojas blancas, cuadriculadas o con puntos; libretas, colores, lapices de diferentes tipo, minas. Muy dentro de él deseaba comprar toda la papelería de ser posible. Wanda notó lo perdido que se encontraba viendo los acrílicos.

—¿Te gustan? —preguntó suave mientras se acercaba.

—¿Solía dibujar? —respondió curioso.

—Sí. Te gustaba mucho dibujar en las horas libres. Era todo lo que hacías.

—Se siente extraño —murmuró. Tomó en sus manos una caja llena de tubos—. Tenía talentos y ahora no recuerdo ninguno.

—¿Por qué no te los llevas? —Esbozó una tímida sonrisa.— Yo te los compro.

—Wanda, no podría permitirlo. Son muy costosos.

—Insisto. —Tomó la caja con cuidado y observó fijamente a Nicolás.— Eres una buena persona, personas como tú no deberían sufrir lo que sufriste. Fuiste el primero que me habló sin hacerme sentir mal por lo que pasó ese día. —Sonrió más ampliamente.— Mejórate pronto y recuerda tus talentos, Nico.

Después de dejar a Wanda en la parada de buses, Nicolás decidió que visitaría a Luis para darle los apuntes de las clases y hablar con él. Se tardó bastante en llegar a la colina, puesto a que la gente chocaba con él y los vendedores lo jalaban para mostrarle las cosas que vendían. Subir la colina fue agotador para él, ya no era por un exceso de peso, sino por la falta de este. Ana realmente logró adelgazarlo dándole muy poca comida. Tocó la puerta mientras recuperaba el aliento. El sol de la tarde lo mantuvo desorientado y nauseabundo; sin embargo, logró llegar después de unos quince minutos.

Un escalofríos recorrió la espalda de Nicolás logrando calarle los huesos. Dio un vistazo hacia atrás encontrándose con una figura borrosa y gris, no demoró mucho en obtener una peculiar forma humanoide, y Nicolás se espantó. La puerta fue abierta sobresaltándolo en su lugar. Luis lo observó confundido al ver en su mirada miedo, sumado a su palidez. Nicolás procuró mantener la calma con el pensamiento tranquilizador de que lo visto anteriormente, solo era uno de sus recuerdos desbloqueándose.

—¿Qué sucedió? —preguntó con suma preocupación al verlo vendado.

Luis no pensaba responderle. Tenía la idea de hacerle sentir mal y ver como Nicolás pedía perdón. Si este no llegaba a suplicar, se daría cuenta que no estaba funcionando y que Tiberius llegaría a tener la razón.

Nicolás sintió un leve dolor en su pecho al recibir aquel trato frío de parte del contrario, haciéndole pensar que este realmente estaba enojado y herido por su culpa. Dio un paso adelante, expresando tristeza en su mirada.

—Vine para darte los apuntes de hoy... —Le costó hablar al verlo tan serio y frío. Sin querer, estaba siendo intimidado con la mirada.— Lo siento. —Desvió la atención al sentirse impotente.— En verdad, lo siento por lo que dije, yo... ¡Espera! —Retrocedió mientras Luis cerraba la puerta obligándolo a echarse para atrás.— Luis. Lo siento. En serio, discúlpame... ¡Luis! Hablemos, por favor. —Levantó la voz desde afuera.— Ábreme, quiero hablar contigo. Por favor, no te encierres...

Apoyó la oreja contra la puerta escuchando los pasos del contrario alejándose de la entrada. Suspiró mientras golpeaba levemente la puerta con la frente. No entendía el porqué se le complicaba cada vez más el hablar con él.

Observó su celular para ver la hora. Se le estaba haciendo tarde para ir con el psicólogo. Nuevamente volvió la mirada a la metálica puerta, deseaba que Luis le abriese para que pudieran hablar y continuar como antes; el caso en sí, era la culpabilidad que sentía, pensar seriamente que era su culpa. Verlo con las vendas en el hombro lo alteraron. Podría tener una herida interna, pudieron haberlo asaltado y por fortuna no salió grave; necesitaría ayuda en su reposo, se sentiría mejor acompañado. Eso y más eran las posibilidades dentro de su mente, sobrepensar la situación le dio la consecuencia de un dolor agudo en su cabeza. Por mucho que intentase eludir el problema, sus pensamientos se enfocaban cada vez más en todos los que pudiesen representar uno.

—¿Cómo estamos hoy? —preguntó el psicólogo.

—Extraños —respondió apagado—. Mi mamá se ha comportado extraña desde que apareció un amigo de ella. Mi papá le bufa a cualquier hombre que se me acerque, sin importar si son heterosexuales. Paul está comiéndose mis churros a escondidas y se queja de que aumentó de peso.

—¿Qué hay de ti?

—Me siento terriblemente culpable de herir al único chico, que por los momentos, me hacia sentir seguro y en paz... Él ya no me dirige la palabra, y bien merecido lo tengo, soy tan indeciso.

—¿Algo más que haya pasado esta semana?

—Siento que me caigo —exclamó con dificultad—. No entiendo qué me sucede y eso me altera. Con mi medicina me sentía capaz de soportarlo todo, pero ahora, me siento cansado. —Le dirigió la mirada, después de haberla tenido en sus zapatos.— Usted me dijo que mis alucinaciones y las voces eran por mi amnesia, pero hoy siento que vi un fantasma. Era un hombre, vestido con ropa de hospital y me observó. —Se llevó la mano contra la cabeza.— Me está doliendo mucho... Siento que me estoy asfixiando, no entiendo nada de lo que está pasando ahora. —Hiperventiló ante los recuerdos de la semana.— Necesito control, quiero tener el control de las cosas que pasan a mi alrededor, solo para descansar un poco.

—Nico, lamento tener que informarte que tienes ansiedad generalizada —comentó seriamente—. Seguiremos trabajando cada miércoles con tus evaluaciones para detallar si tiendes a algo más centrado.

—¿Tiene cura? —preguntó balbuceante.— Necesito una noticia buena, al menos, una.

—No la tiene —respondió directo—. Se puede controlar, pero necesitarás terapia. No está mal tener un trastorno, Nico. No dejes que nadie te diga lo contrario.

—¿Acaso no me ha escuchado todo este tiempo? —expresó entre lágrimas, una combinación de la tristeza y la cólera del momento.— Con la vida que tengo, tener un trastorno es lo peor que me pueda pasar. ¡Me internarán a un manicomio! —Ahogó un grito y apartó la mirada.— Mi mamá me dirá tantas cosas si se entera, no digamos mi papá, cómo va a afectarle si le dice. —Los labios le temblaron.— Paul se va a reír y me lo va a echar en cara, solo para hacerme sentir peor. ¡Esmeralda se preocupará!... Luis ya no querrá ni hablarme... Daré lastima en el colegio... —Cubrió su rostro sollozando con dificultad, no deseaba llorar frente al psicólogo. La respiración se tornó cortante por el intento de cesar.

—Vas a empeorar si continuas de esta forma —advirtió con cierta sorpresa al ver su estado—. Tienes que mejorar tus hábitos, estás en medio de un ataque, Nico.

—Ya no quiero seguir escuchando eso —titubeó afligido y cubrió sus orejas—. Deme una buena noticia, es todo lo que quiero ahora, solo una que me haga sentir mejor. No puedo con esto. No recibiré ayuda. No quiero un trastorno. —Lo observó entre lágrimas.— Usted lo sabe, se lo he contado casi todo. Tengo que hacer tarea, los labores de la casa, cuidar del jardín, graduarme, mantener a la familia. No puedo tener un trastorno. No quiero sentirme así, quiero que se detenga. Estoy ocupado, realmente tengo que mejorarme. ¡Voy a morirme si no logro terminar mis obligaciones! ¡¿Qué van a decir de mí?!

El psicólogo se levantó para ir por el padre de Nicolás. El ataque estaba afectando más de lo que pudo imaginarse. Nicolás estaba pasando una situación similar al momento en que desbloqueó sus recuerdos de Ana, solo con la diferencia que era acerca del presente y el futuro lo que le hacían entrar en ese estado.

A Nicolás se le dificultó respirar hasta el punto en que ya no estaba respirando. Sus palabras dejaron de tener sentido al ser simples sonidos, su mente no podía pensar claramente en las oraciones y solo salían sin formar algo coherente. Nicolás deseaba parar, no quería continuar en ese estado y se estaba obligando a respirar nuevamente. El miedo lo invadió, al igual los pensamientos invasivos de lo que había sucedido esa semana. Todo estaba terriblemente mal, porque la gente a quien debía enorgullecer, solo consiguió que tuviesen más problemas por su culpa; el chico a quien debía de aceptar y darle una oportunidad, lo terminó alejando de su vida por las inseguridades. Nicolás gritó llorando porque su vida, ya no volvería a ser la misma.

—¿Qué haces? —preguntó su padre con suavidad.

Después del ataque, Nicolás estuvo a punto de desmayarse, pero se esforzó en mantenerse consciente. Fueron a casa con la noticia que fue dad a toda la familia, pero Nicolás estaba seguro de que podría continuar su vida normal. Recibieron un folleto informativo acerca de la ansiedad la cual Ana y Paul estaban leyendo. Nicolás en cambio, estaba lavando la loza a pesar de sentir un sofocante sentimiendo de tristeza. Se limpiaba las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas y continuaba lavando los platos.

—Nico, deja eso, por favor. Tienes que descansar.

—No —balbuceó—. Mamá me va a levantar para que continúe, porque no hago nada en esta casa más que traer problemas.

—¿Por qué no me lo dijiste? —intervino Ana con un descenso en la voz.

—No vayas a comenzar —exclamó su esposo—. Él no lo sabía.

—¡A lo mejor lo olvidó! ¡Mira esto! ¡Está arruinado! —Le colocó el folleto frente a la cara.— No va a poder tener una vida normal, no con esto. ¡¿Quién va a querer contratarlo en el futuro?!

—Ana...

Ambos guardaron silencio al escuchar el plato caer contra el suelo. Nicolás se agachó tembloroso para recoger los trozos y poder desecharlos. Sus padres se sorprendieron al verlo hacer arcadas, mientras se mantenía fiel a terminar de limpiar. Por mucho que intentase vomitar a causa de las nauseas, estaba tragándose el vómito para no causar molestias. Jadeó dolorido llevándose la mano a su vientre. Depositó la basura en su lugar y se levantó con dificultad. Estaba consciente de que no podía continuar lavando con ese malestar en su estomago, pidió permiso saliendo de la cocina para retirarse al baño. Paul soltó un quejido a causa del asco que le provocaba escuchar a su hermano vomitar.

—¿Quieres que se muera? —preguntó enfadado.— Si eso quieres, lo estás consiguiendo con esa actitud desinteresada.

—Me preocupo por su futuro —reclamó con molestia.

—¡Preocupate de que no le explote una vena ahora! ¡Se está muriendo y no haces nada más que pedirle que finja no estarlo!

—¡Él va a estar bien, porque conseguiré trabajo y tendrá su medicina! ¡A diferencia de ti, imbécil! ¡Se lo prometiste y al son de hoy, no le has vuelto a comprar nada!

—¡Al menos tengo trabajo! ¡¿Cómo piensas conseguir uno?! ¡¿Con ese titulo de maestra?! —Señaló la pared.— ¡Ana, despierta! ¡Nadie te ha contratado en más de dieciséis años!

—¡No me hables así! ¡Soy perfectamente capaz de conseguir trabajo!

—¡Entonces, consíguelo y ayúdame! —La tomó de los brazos sacudiéndola con una fuerza moderada.— ¡Nico nos necesita!

—¡No puedo hacer nada aún! ¡¿Quién va a cuidar la casa?! ¡Nico no hace nada bien, necesita que lo guíe!

—¡Ana, ya deja de pensar en la casa! ¡Piensa en tu hijo!

—Ya no peleen, por favor... —exclamó Nicolás con la voz afónica. Estaba sentado a mitad del pasillo con las manos contra el estómago.— Quiero ir con Esmeralda... Mortadela sigue allí y tengo que cuidarla...

Su padre se separó de Ana para ir con él. Lo tomó suavemente del mentón inclinándolo para verlo mejor. La boca de Nicolás formaba una extraña mueca, una parte estaba decaída y la otra se mantenía normal. Ya lo había escuchado hablar en la cita de hoy con dificultad. Tomó en brazos a Nicolás dándose la sorpresa de que estaba muy liviano para él. Se regresó por el pasillo pasando de lado por Ana y dirigiéndose a la salida.

—¿A dónde lo llevas? —preguntó confundida.

—Al hospital. Le dará un derrame si continua de esta forma.

Paul y Ana se quedaron solos en la casa. Ana se preocupó al saber que si algo más le llegaba a pasar, Tiberius se lo iba a arrebatar. Paul no entendía el porqué su madre le estaba dando tanta atención a su hermano y no a él. Ya se acercaba su graduación y no había tenido ninguna clase de muestra de su madre. Se retiró a su cuarto deseando que Nicolás muriera para tener más paz en la casa.

En el hospital, le indicaron que Nicolás sí estaba teniendo síntomas de un futuro derrame. Su padre ya no tenía dinero para llevarlo a un mejor lugar para atenderlo, y el hospital de ahora no tenía el suficiente personal para darle la completa atención a Nicolás. Llamó a Esmeralda para informarle lo que estaba sucediendo y que necesitaba su ayuda; ella respondió preocupada, al mismo tiempo, enfadada por no haberla llamado antes y haber esperado hasta ese momento, cuando Nicolás estaba grave. Tuvieron que acordar que Nicolás estaría bajo la tutoría de Esmeralda, al menos, hasta que estuviese estable.