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Cap. XIX

ʚ Nuestro (primer) año ɞ

 

Nicolás salió del auto de su padre luego de tener una conversación acerca del futuro. El señor observó a su hijo con tristeza al saber que ya no era el mismo de siempre. Nicolás había regresado a ser el de antes: Reservado.

Frente a él había una puerta grande de color negro, que lo conduciría al interior de su nuevo instituto escolar. El portero usaba un sombrero vaquero y asentía con cada estudiante que entraba; se notaba que llevaba muchos años trabajando allí por sus arrugas y la piel tostada por el sol. Entró saludando tímidamente al hombre, quien lo saludó por su nombre antes de concluir con:

—Algún día volverás, colocho —llevó su mano sobre la cabeza de este para despeinarlo—. Cuídate.

Era su primer día de clases ese seis de febrero, porque ya no recordaba el año anterior. El instituto era privado, católico y aislado de cualquier tipo de naturaleza. Nicolás se sentía enfermo por el aire que respiraba, tan contaminado; sin embargo, el ambiente era familiar. Observó su entorno sin encontrar algún árbol o flores, todo estaba hecho de concreto como una cárcel. Las aulas tenían puertas en forma de celdas, apoyaba mucho su teoría de que estaba en prisión. Se sintió asfixiado ante la sensación que oprimía su pecho, porque todo le resultaba conocido.

—¡Nico! —Gritó Dylan con una expresión dolorosa.— Dime que no es cierto. ¿Me recuerdas?

Nicolás retrocedió asustado de que una persona se le acercara demasiado. Él no era sociable, al contrario, era terrible expresando sus emociones y la gente lo atemorizaban. Dylan se apartó al ver que el contrario estaba temblando. Luis apareció empujándolo para que se apartara de Nicolás.

—¡Te dije que no recuerda nada, idiota! Nada. —Exclamó desanimado.

Luis estaba utilizando su sudadera blanca con la intención de intentar que el contrario lo recordase. Nicolás se sintió interesado ante él. ¿Por qué un chico usaría una sudadera en pleno sol? Se le ocurría una increíble historia policiaca digna de aparecer en Investigation Discovery.

—No te preocupes —Helena habló con Nicolás de manera calmada—. Sé que es difícil para ti, pero ellos eran tus amigos el año pasado.

—¿En serio? —Habló en voz baja observándolos.

—Sí —respondió Dylan—. Eras el chico más raro del salón, porque solo te la pasabas dibujando.

—Cállate —gruñó Luis—. Harás que le duela la cabeza si lo fuerzas a recordar. —Volvió la mirada a Nicolás.— Lo siento por todo esto. Simplemente debes estar asustado.

—Lamento no poder recordarlos —bajó la mirada—. Gracias por preocuparse por mí.

Nicolás avanzó por el pasillo para explorar el instituto. Encontró la entrada de las escaleras, donde un hombre con gran nariz aguardaba detrás de la puerta metálica. Observó al menor con cierta arrogancia.

—Tienes el mismo patrón que antes. Te lo diré de nuevo: Nadie entra antes de tiempo.

El menor se sobresaltó apartándose del lugar. Continuó caminando hasta encontrar el baño en el fondo con terribles condiciones, el suelo inundado y un peculiar olor. Se regresó para sentarse en una banca que había visualizado, sin embargo, ahogó un grito al ver una figura borrosa sentada frente a una mesa. Nicolás podía sentir fantasmas, pero esa imagen se veía bastante real.

Se sentó sacando un libro pues se disponía a leer mientras esperaba. Luis, Dylan y Helena observaban de lejos a Nicolás pensando en qué podrían hacer por él. Tom se sintió afectado con la noticia de que no lo recordaba, cayó también el impacto de que James no podía hablar y había perdido el ojo izquierdo. Helena tuvo que separarlo, porque estaba asustándolo con las preguntas y exigencias que tenía su primo ante la negación, para él era imposible que Nicolás no lo reconociera.

La campana sonó alterándolo. Se agachó para recoger el libro que dejó caer. Observó que los estudiantes estaba formándose en filas y allí se hicieron presente los nervios de no saber a dónde debería ir. Luis llegó manteniendo una distancia de él.

—Si no sabes a dónde formarte, ven conmigo. —Exclamó sin verlo fijamente.

—Gracias —murmuró sintiéndose diminuto. Observó a Luis por unos minutos—. Quisiera poder recordar quién eras para mí. —Confesó con interés.— Me gustaría volver a recordar.

—Es peligroso decírtelo —volvió la mirada a él—. No sé cómo vas a reaccionar sabiendo la verdad.

—Supongo que sí. Es solo que noto en tu mirada lo triste que estás, se ve opaca.

—Lo recuerdas —esbozó una pequeña sonrisa—. Solías decirle a las personas lo que veías de ellas por su mirada. —Se acercó lo suficiente para tomarlo de los brazos.— No vayas a decirle a nadie, ¿sí? Solo tú y yo lo sabíamos, porque... Bueno, quiero creer que aún entiendes el motivo de mantenerlo oculto.

—¿De qué hablas?

—Nico, tú eras mi novio. —El contrario amplió la mirada con sorpresa.— Sabes que estamos en un colegio católico y que no iba a ser bien visto. Salíamos a escondidas, incluso te encantaba que te besara.

Con esa breve información Nicolás sintió un dolor punzante en su cabeza obligándolo a llevarse la mano sobre el área. Luis se sorprendió ante la reacción, su mentira estaba funcionando. Nicolás pudo recordar el sentimiento ante la idea de ser descubierto por su familia y una vaga escena de un beso. Se separó observando a Luis con sorpresa. Un rubor se apoderó de sus mejillas y apartó la mirada.

—Creo que lo recuerdo —admitió apenado—. Ahora me siento peor por no recordarte.

—Está bien. Ahora salgo con Helena, porque me sentía muy mal luego de saber la noticia.

—Tiene sentido. No estaría bien atarte a alguien que no sabe quién eres.

—Aún así... Nicolás, te amo. —Confesó.

Luis se marchó cuando pidieron a los estudiantes organizarse en las filas. Nicolás estaba paralizado ante la confesión. No porque haya sido directa y apresurada, sino por el eco que se presentó en su mente. Nuevamente surgieron más dolores en su cabeza, cada vez más fuertes. Pudo escuchar la misma frase repetidas veces y una imagen se presentó en su mente. Un hombre lloraba por él, pero no podía verlo con claridad.

—Nicolás —llamó la profesora de español—. ¿Estás bien?

Cayó de rodillas con la respiración agitada. Su corazón se aceleró mientras la frente se empapaba de sudor. Luis lo había hecho recordar con su declaración, aunque él no era esa persona que estuvo a su lado. Nicolás no quería seguir recordando, porque era doloroso trayendo consecuencias a su salud. Los especialistas le recomendaron hacerlo con cuidado, primero con situaciones sencillas y después ir aumentando. Esto había sido un gran golpe, como si él mismo se estuviese forzando a avanzar.

Lo llevaron a la enfermería para que se recostara. Tenía fiebre y se quejaba por el dolor en su cabeza. Nicolás no pudo continuar en el instituto por ese día. Llamaron a sus padres para que lo recogieran.

Luis se sintió mal por haberlo dejado en tal situación, aun así se sorprendió de que logró introducir una idea en Nicolás. Ahora debería verlo como un novio al cual no recuerda, en vez de ver a Marvin. Helena no sabia nada y continuaría así para seguir el juego de su dolor al no ser recordado. Solo debía mantenerlo aislado del resto para que confiase únicamente en él y manejar mejor los recuerdos hacia su persona. Nunca creyó que la pérdida de memoria de Nicolás sería su clave para tenerlo como novio.

Nicolás quedó solo en su casa luego de que su padre se fuese a trabajar y su madre junto con Paul salieran de compras. La fiebre cesó luego de descansar un poco en su cama, arropado con una gran colcha para sudar todo. Comenzó a pensar en lo que le dijo Luis. Salió de su habitación para dirigirse al baño, donde se encontraba un espejo para verse completamente.

Con su pijama se veía esbelto, atractivo y saludable; pero se fue desvistiendo observando sus costillas resaltadas, las piernas esqueléticas y un vientre con estrías. Apartó la mirada rápidamente al verse desnudo. Su respiración se aceleró con los latidos de su corazón. ¿Alguien realmente lo amaba luciendo de esa forma? No podía creer que Luis salió con él. A lo mejor aún no lo conocía desnudo y eso le alegraba, porque ya era demasiado pensar que tuvo novio como para añadir sexo al asunto.

Helena era una mujer hermosa, como una modelo. Una bella figura, de rostro saludable, gran sonrisa; sus ojos con un brillo radiante, los labios semi gruesos y rojos, de piel blanca; un largo, sedoso y cuidado cabello. Nicolás se sintió inferior al saber que era la nueva novia. Fue reemplazado, aunque no lograba recordarlo se dio cuenta que Luis no lo amaría de esa forma. Asimismo, no podía quererse viéndose tan enfermo.

Cubrió su boca acallando su llanto al verse nuevamente. No podía recordar nada, pero su cuerpo gritaba ayuda y él no entendía qué había ocurrido consigo. Le habían dicho que fue secuestrado, drogado y forzado a olvidar muchas cosas; sin embargo, no habían aclarado cuánto tiempo había sido. Viéndose en el espejo entendió que fue un largo periodo de tiempo en el cual sufrió problemas alimenticios. Secó sus lágrimas esbozando una pequeña sonrisa, solo debía pedirle ayuda a su familia y mejoraría eventualmente.

—¡¿Qué te pasó?! —Gritó alterada su madre cuando su hijo se quitó la camisa.— ¡Te ves horrible!

Nicolás le habló en cuanto llegó para platicar de su problema reciente con ella. Al escucharla se sintió mal. Sabía que estaba enfermo, pero no era necesario verlo con asco, como lo estaba haciendo actualmente su progenitora. Se cubrió con los brazos causando que su madre inmediatamente lo forzara a descubrirse. Estaba enfada. Lo jaló del brazo para llevarlo con su hermano, este reaccionó de la misma forma.

—Ponte la camisa, me revuelves el estómago.

—No comes nada. —Lo regañó.— Mírate como estás. Es tu culpa estar aguantando el hambre, como bruto. Te vas a morir por estar haciendo estupideces. No debí dejarte que te quedaras con esa mujer, que nada bueno conseguiste. Jamás te dejaré que vuelvas a su casa. ¡Ya vístete! Me da asco verte así.

Volvió a ponerse la camisa mientras bajaba la mirada. Era su culpa estar así. Él no lo sabía. Creyó que había sido producto del secuestro por lo que ahora, se sentía mal por haber preocupado a su madre por un error del pasado. Se preguntaba por qué estaba dispuesto a matarse del hambre, quedando en esa desfavorable apariencia. El no recordar nada comenzaba a ser un problema cada vez más grande.

Su madre le sirvió un gran plato de comida. Nicolás tenía hambre por lo que aceptó muy bien el almuerzo. Los días anteriores había estado comiendo poco, ya que le servían una ración pequeña. Paul frunció el ceño al ver que le estaban dando más a su hermano que a él. Nicolás se llenó luego de unos minutos y faltaba bastante aún. Se forzó a seguir comiendo pensando que era su cuerpo impidiéndole continuar. Cubrió su boca al sentir un malestar en el estómago, las arcadas se hicieron presentes; sin embargo, se tragó el vómito cuando estuvo a punto de hacerlo frente a la mesa.

—¿Por qué no comes? —Le preguntó su mamá con cierto enfado.— Tienes que terminarlo. Ya viste como estás por tus tonterías.

Nicolás asintió ya que seguía tragando todo lo que trataba de salir. Con la mano temblorosa cogió el tenedor para terminar el almuerzo. Tuvo que permanecer sentado luego de acabar, porque su cuerpo se estremecía ante las ganas de vomitar el exceso de comida. Se le pidió que ayudara a lavar la loza, pero él se sentía peor al permanecer parado. Restregó lentamente con una esponja cada plato, cubierto y vaso; los enjuagó y colocó en su lugar para secarse. Salió de la cocina pálido, con las piernas temblorosas logró llegar al baño y abrió la tapa sin poder resistir más.

—¡Nicólas! —Su madre lo reprendió al verlo vomitar.— ¡No quiero anoréxicos en esta casa!

—Lo siento... —Jadeó entre lágrimas por el dolor en su estómago.— Ya estaba lleno.

—¡Debiste dejarlo! Pura gula. Quedarás gordo si comes excesivamente o anoréxico si dejas de comer. Lo que quieres es matarte. —Soltó en llanto.— ¿Qué voy a hacer contigo?

—Ahí déjelo, mami —exclamó Paul decepcionado—. Ya va a recapacitar. Ahora que no recuerda nada es el momento perfecto para que se corrija bien.

—Tu hermano tiene razón. Te voy a poner quieto para que seas alguien en esta vida... ¡Deja de vomitar! ¡Todavía te falta terminar con la loza!

Luego de terminar volvió a su cuarto para revisar su escritorio. Había evitado ver sus cosas por si llegaba a tener fuertes episodios con algún recuerdo, pero el día anterior le dijeron que estaría bien si interactuaba con objetos personales. Paul estaba recostado en su cama, cuando vio que su hermano estaba sacando algunas cosas que siempre quiso para él. Se preguntó si ahora que no recordaba nada podía quitárselas sin problema.

—¡Nicolás, mi celular! —Exclamó con enfado acercándose.— Así que aquí lo tenías escondido.

—¿Es tuyo? —Preguntó suavemente, un poco alterado por su grito.

—Sí. Hace tiempo que lo ando buscando. ¡Ah! —Se volvió hacia el interior del escritorio.— Aquí están todas mis cosas.

—Creí que eran míos. —Confesó avergonzado.— Lo siento.

—No te preocupes. Antes robabas muchas cosas que no te pertenecían, hasta tomabas dinero de la gaveta de papá.

—No puede ser.

—Tranquilo, ahora no recuerdas nada de eso. Que bueno, ¿no? Una oportunidad para redimirte. —Lo apartó a un lado y empezó a coger los mejores objetos que tenía.— De verdad que eras un ladrón. Niño más estúpido que eras.

—¿Puedo hacer algo para recompensarlo? Me siento muy mal de saber que te robé.

—Sí puedes. No soy rencoroso. Dame todas tus mesadas por el resto del año y así quedaremos a mano.

—¿Todas?

—No, si no quieres. De todas formas ladrón naciste y ladrón te vas a morir.

—¡No, no! Está bien. Te las daré todas.

—Haces lo correcto. —Esbozó una amplia sonrisa.— Ya vas a ver que serás una persona diferente a la de antes; más buena y responsable.

A la mañana siguiente Nicolás estaba subiendo por las escaleras pensando en sentarse adelante, ya que necesitaba ayuda ahora para entender mejor los temas y asignaturas. Al entrar los primeros asientos estaban ocupados, de hecho todos lo estaban. Se paralizó en la entrada tratando de ver algún espacio vacío entre el mar de cabezas.

—¡Nico! —Levantó la mano Luis en una esquina al fondo.— ¡Por aquí!

Pasó por enfrente para llegar al asiento que Luis había guardado para él. Estaría sentado en la esquina a su lado, le seguía Dylan y Helena estaba en los primeros asientos completamente confundida. El plan había sido guardarle ese espacio a Nicolás y ella se sentaría al lado de Luis. No pudo levantarse cuando llegó el maestro de física elemental.

Comenzó a escribir en la pizarra algunos conceptos de la física y empezó con la introducción al Movimiento Rectilíneo Uniforme. Nicolás no podía ver muy bien desde allí al ser tan bajo de estatura. Luis al notar eso no tardó mucho en decirle que copiase de su cuaderno. Fue más fácil de esa forma.

—Nicolás, ¿tienes la respuesta? —Inquirió el maestro.

—¿Le entiendes? —Preguntó Luis en voz baja.

—No... —Respondió con la mirada a sus apuntes. Alzó la vista al maestro y negó con la cabeza.

—Está bien —se volvió a la pizarra—. No te esfuerces mucho. Hablaremos al final de la clase.

Su confusión se convirtió en preocupación. Él no sabía que casi en su totalidad dentro del aula dependían de él para los exámenes. Ahora no recordaba que alguna vez fue el centro de una red de copias en las evaluaciones, primero ayudando a sus dos amigos y luego estos pasando el resto de respuestas a los demás. A partir de ese momento el resto de estudiantes le dieron su atención al maestro.

—Trabajo en la universidad Católica —le informó al final—. Te puedo dar tutorías, de esa forma puede que recuerdes cómo usar la calculadora científica.

—¿Era un buen estudiante? —Preguntó con suavidad.

—El favorito de todos a excepción de la maestra de artística. —Respondió la profesora de español pasando a un lado para entrar al aula.

—Debe ser extremadamente difícil para ti volver a donde no recuerdas nada —apoyó la mano contra el hombro del contrario—, pero confío en que volverás a ser el de siempre.

Al llegar el primer recreo Nicolás no comió nada. Paul también le exigió el dinero de su merienda, convenciéndolo de que estaría bien sin comer nada en el colegio. Pudo resistir, pero al llegar el segundo mostraba una expresión dolorida y se acariciaba el estómago. Luis le compró una orden de papas con jugo de Jamaica, su corazón se aceleró al ver la sorpresa en Nicolás y su agradecimiento. Helena estaba platicando de lo que podrían hacer para el retiro que tenían planeado, Nicolás prestaba atención porque fue algo que se perdió del día anterior, en cambio Luis, lo observaba a él perdiéndose en las expresiones de su rostro. Dylan se percató de la actitud de este y recordaba lo obsesivo que era con los homosexuales; estaba haciendo la misma reacción obscena, que presentaba al ver su pornografía gay.

El ocho de febrero era el cumpleaños de Luis. Helena le entregó un regalo al cual no le tomó mucha importancia, tampoco al de Dylan. Esperaba que Nicolás lo recordara, pero este llegó a clases con normalidad sin tener una idea del día en que estaban. Por supuesto, Luis se resintió con él negándole que copiara de su cuaderno, ignorándolo y comiendo delante de Nicolás un montón de platillos deliciosos que olían exquisitos.

Dylan comenzó a enfadarse por el comportamiento de este presentaba enfrente de todos, incluso de Helena quien era su novia. Al final de las clases lo enfrentó afuera del colegio, después de que Nicolás se marchara en bus.

—Eres un idiota —exclamó enfadado—. Tienes una hermosa novia y te comportas como imbécil delante de ella.

—Bueno —se encogió de hombros—. Es mía, así que, lo que haga con ella o como la trate no es tu problema. —Siguió caminando dispuesto a terminar con la conversación.

—¿A Nico también lo vas a tratar como basura?

—¿De qué estás hablando? —Se volteó con el ceño fruncido.

—Ya lo noté, como lo miras igual a cuando ves tus cochinadas. ¡Eres un cerdo! Le voy a decir para que se aleje de ti. Ya tiene suficiente con haber olvidado a su mejor amigo, como para tener que lidiar con un depravado como tú.

—No le vas a decir nada. —Se apresuró a detenerlo.

—¡Suéltame!

—¡Dylan! —Lo tomó por los hombros. Expresaba temor en su mirada.— No, por favor. La verdad es que... Me gusta Nicolás y no lo quiero perder.

—¿Y Helena?

—¡Ella no! Es solo una berrinchuda niña rica. Solo andaba con ella para darle celos.

—Que forma tan estúpida de demostrar que te interesa alguien.

—No le digas a Nico, por favor. Quiero cuidarlo. De verdad me importa.

—Termina con Helena —demandó con firmeza—. Ella no merece estar en una relación donde no la aman.

—Lo haré, pero no ahora...

—¡Vas a terminar con ella mañana! —Gritó furioso.— No vas a quitarle más tiempo. Si mañana no le dices la verdad, entonces le diré a Nico.

—Está bien —se apartó sintiendo desprecio, aunque observándolo con tristeza—. Creí que eras mi amigo. Te conté todas las cosas por las que pasé y me haces esto.

—Luis...

—No. Déjalo así. Mejor me quedo solo.

—Amigo, me hiciste enojar, pero no te aisles. Habla con Nico, solo te pido que seas consciente de los sentimientos de Helena.

—¡Lo soy! Será rica, aun así sé que es una persona. Me juzgas mal sin saber lo que yo siento.

Dylan se percató las intenciones de Luis. Él quería utilizar en contra todo lo que tuviese al alcance para hacerlo sentir mal consigo mismo, obligándolo a disculparse cuando no debía. Nunca se imagino que estaría en presencia de un manipulador.