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Cap. VII

ʚ Nuestro primer encuentro ɞ

 

16 de agosto

 

 

 

 

 

Una vez más, ocultó a la perfección las arcadas. Su estómago se había estado revolviendo desde hace un tiempo atrás sin saber el porqué. A veces era un inofensivo dolor o una sensación de vacío, pero estaban estos casos donde se estremecían sus entrañas. 

Nicolás podía sentir cada órgano. Llegaba a diferenciarlos uno del otro a causa de estos dolores y todo provenía de su estómago. Si él supiese anatomía, podría dar todos los nombres de las zonas más afectadas.

—Engordaste —comentó Dylan, antes de llevarse una galleta a la boca—. A comienzos de año parecías un palo, pero ahora...

—¿Y? —Luis lo observó con molestia—. Nico se ve mejor así. No tiene que parecer una de esas basuras de Hollywood, solo tiene que ser él.

—Marica, ya —exclamó abrumado—. Siempre andás protegiéndolo y te ponés odioso. Estoy diciéndolo de buena forma, es por salud.

—Gracias, Dylan —su voz fue casi imperceptible—. No te preocupes, ya llegarán las vacaciones y regresaré esbelto el próximo año.

—¿Ves? —Le llamó la atención a Luis—. Nico se preocupa por su salud.

—¿Estás bien? —Consultó intranquilo, llevando su mano al cuello del contrario—. Estás helado.

—Siempre lo estoy —afirmó entre suaves risas—. Mi mamá solía contarme que perdí mi calor cuando era un bebé. Me resfrié, sucedió algo y lo perdí.

—Ya, hablando en serio —habló Dylan, obteniendo las miradas de ambos—. Nico, siempre te ves mal y no es por ser basura, es que de verdad te ves fatal. Mi gato tiene más salud que vos y se murió hace una semana.

—Qué terrible —alzó la voz, recargando su frente contra su mano—. Lo siento... Perdí a mi gata hace poco y no lo supero —se excusó cuando las lágrimas comenzaron a brotar.

—¿Eso te tiene tan hecho...?

—Ya, marica —le regañó Luis—. Vos ya sabés que a Nico no le gusta que andés de malhablado.

—Chicos, ¿pueden bajar un poco la voz, por favor? —Preguntó, levantándose con dificultad. Llevó su mano hacia su abdomen, sintiendo el dolor intensificarse con agudeza—. Está bien, lo admito creo que...

—¡Oh, dulce Señor! —Gritó Dylan.

Luis alcanzó atrapar a Nicolás cuando este se desmayó. Fue de forma repentina, pareció haber caído muerto por una bala en su cabeza. De los dos, Dylan no sabía qué hacer al verlo de esa forma tan inmóvil y pálida.

—Vos, ayudame —llamó con molestia—. Carga las piernas de Nico, para llevarlo con la enfermera.

—¿Esta pocilga tiene enfermera? —Preguntó tartamudo, rodeando el mesón.

—Algo tienen que hacer en estos casos.

Naturalmente, no pasaron desapercibidos una vez que abandonaron su lugar. Los muchachos de último año, fueron los primeros en intervenir para ayudar, ya que ellos tenían una elección estudiantil que ganar y dar una buena imagen, serviría de mucho.

El colegio, no tenía una enfermería como tal, pero sí una habitación con una cama –en donde acomodaron a Nicolás–. El encargado de ese lugar era el portero, que parecía ser a su vez el enfermero de la institución.

El párpado de Dylan tembló con solo verlo tomar a Nicolás como un muñeco de trapos. No parecía saber lo que estaba haciendo, pero de cierta forma tenía la respuesta a los problemas y eso fue, dejarlo descansar.

—Que alguien llame a sus padres —pidió Dylan.

 

[. . .]

 

A continuación, Nicolás dejó de ser quien era cuando su entorno se oscureció con su desmayo. Ciertamente, pasaron segundos luego de ello o tal vez, fueron minutos; incluso pudieron ser horas.

Nicolás, estaba experimentando una sensación única, al ser la primera vez a lo largo de su joven vida. Él ya no parecía pertenecer al mundo normal, al no sentir nada y no tener el control de sus acciones. No existía, ni tenía un nombre.

En otras palabras, estaba vivo y muerto al mismo tiempo, y a la vez, en ningún espacio conocido. Nicolás estaba vulnerable, sea en donde sea que se encontrase.

Sin embargo, cuando su situación de inconsciencia pasó a su subconsciente, podríamos asegurar de que Nicolás existía en el mundo y estaba seguro, muy lejos de ese aspecto indescriptible. Ahora, solo estaba soñando luego de un período de transición, y de cierto modo de lucidez, en aquel desconocido terreno que pisó.

—Me llamo Dorothy.

En su sueño se encontró a una hermosa mujer española. Su radiante cuerpo llamó sin duda alguna su atención, más que ello, Nicolás podía sentirse genuinamente atraído sin saber quién era ella exactamente. Lo único que reconocía era que su melodiosa voz lo había encendido. La mujer era bellísima.

Este hecho solo le recordó a James con Daysi; pero había algo extraño en todo el caso. Nicolás, era homosexual y sentirse atraído por una mujer –incluso si fuese un sueño– causaba un conflicto interno en sí mismo. Una extraña confusión.

—Venga, vamos a bailar —exclamó alto debido a la música que se había mantenido a lo largo del comienzo de ese sueño—. A ver si es cierto lo que me habéis dicho antes. Quiero confirmar si vosotros los soldados podéis menear bien el culo.

—¡Os dejaré sin habla, Dorothy! —Aseguró, saltando de su asiento—. ¡No por nada me llaméis en el batallón de infantería Michael "Toro Rojo" Amor!

—Ven, dejad de alardear y mostradme de lo que estáis hecho —rio con picardía, adelantándose a la pista de baile.

Él la siguió, hipnotizado por su hermosa voz. Muy pronto, más de lo que podría haberse imaginado, se encontró a una despampanante Dorothy bailando Charlestón. Sus asombrosos pasos de baile; la provocativa sonrisa que le regalaba y el espacio abierto que se hizo en la pista lo estaban enloqueciendo.

Como todos sabrían, el Charlestón se convirtió en uno de los primeros bailes donde la mujer no requería pareja alguna; era un baile inmoral y escandaloso. Sin embargo, ver bailar a Dorothy era llenarse con una nueva energía e intentar seguirle el ritmo. Una reina de la independencia. Dorothy era el significado inmoral, escandaloso y auténtico del Charlestón.

—¡Eso es, Michael, moveos conmigo!

—¡Sois asombrosa, mujer! —Se permitió decírselo al estar frente a ella—. ¡Me tenéis hechizado con vuestro cuerpo!

—No es divertido.

Dorothy torció su sonrisa, cesando la energía en su baile hasta terminar deteniéndose. Bajó la mirada sin decir más, sintiéndose decepcionada por el hombre frente a ella como si sus palabras, fuesen una vil mentira.

—¿Qué os ocurre? —Tartamudeó, acercándose más—. ¿Acaso dije algo malo?

—Tú... ¿me habéis dicho que soy asombrosa?

—¡Decidme quién os ha dicho lo contrario! —Pidió furioso, observando su alrededor—. ¡Me cenaré al bastardo!

La dulce risa de Dorothy lo llamó inmediatamente. Ocultaba sus carnosos labios con las delicadas manos, riéndose suavemente y a la vez, lo más burlona que podría estar en términos de ánimo.

Sus ojos se encontraron, las palabras no salieron por un largo intervalo. Nicolás, ahora en su sueño como Michael "Toro Rojo" Amor, sintió su corazón brincar dentro de su pecho. La dulce risa de Dorothy, hizo que sus mejillas se tiñesen de un suave rosa.

—¡Soldado, tirad a un pozo a esta negra!

El mágico momento se vio interrumpido bruscamente, sin permitirle a Nicolás reaccionar correctamente. Dorothy quedó empapada de licor, en cuanto un hombre se le acercó furioso. No demoró mucho en tomarla de la muñeca con fuerza, dispuesto a tirarla fuera del establecimiento.

Lo que el desconocido no esperaba, fue que Nicolás se le tirase encima para defenderla. Como en toda pelea de cantina, sacaron al cliente problemático y a ojos del dueño, esos eran Dorothy y Michael.

—Mi casa queda a poco menos de una cuadra —comentó ronco, escupiendo por la calle su saliva con sangre—. No lo sé. ¿Os parece la idea? Así, podéis limpiar vuestro vestido...

—¿Por qué? —Interrumpió, deteniéndose a mitad del sendero—. ¿Por qué me habéis defendido? No juguéis con mis sentimientos, Michael. Decidme la verdad.

—Un gracias, no me caería nada mal.

—Entonces, me estáis diciendo que un soldado, realmente, creéis que una negra como yo es asombrosa.

—Que poca autoestima tenéis, querida —exclamó indignado, observándola ampliamente con sorpresa—. No me necesitáis para deciros, ni a mí, ni a nadie. ¡Sois como una reina!

—Dejadlo así —bufó avergonzada, continuando su camino—. Vosotros los soldados sois todos iguales de mentirosos.

—¡Bah! Creéis en tonterías, mujer, pero qué se le va hacer.

—Buenas noches, Michael —anunció alejada de él.

—¡Os veré mañana en el parque! —Señaló la dirección—. Os invito a un sorbete.

Dorothy se giró, observándolo con hostilidad. Ella no quería que jugase con sus sentimientos y su petición, parecía una burla e incluso, una invitación peligrosa al ser un desconocido.

—Vale, si queréis —aclaró suave, apartándose un poco—. Mañana, a las nueve, querida. ¡Estaré esperando!

Su encantadora bailarina solo levantó la mano, abanicándola un poco antes de continuar por su camino, llevando consigo sus tacones en la otra mano y contoneando las caderas con elegancia. El soldado, suspiró encantado y deseoso por el mañana.

«Despierta... Tienes que despertar de tu dulce sueño, bello durmiente».

 

[. . .]

 

Nicolás abrió los ojos lentamente, encontrándose con una irritante luz de un foco. La pequeña lámpara fue apagada en cuanto vieron que había despertado.

—Nico, ¿cómo estás? —Dylan preguntó despacio, esperando que el contrario no volviese a caer—. ¿Estás bien?

A su lado se encontraba un rostro familiar, aunque desconociese totalmente su nombre o historia. El hombre sonrió, acentuando sus hoyuelos y guardó su pequeño foco en el bolsillo de su camisa. Nicolás lo observó detenidamente desde el cabello azabache, los ojos ámbar, hasta su ropa cómoda, de colores pasteles.

Giró con lentitud el cuello, encontrándose a Luis con una mirada de preocupación; al portero, acomodándose su sombrero y por último a Dylan, esperando con paciencia por una respuesta.

Soltó un quejido, recostándose nuevamente. Llevó su mano contra la frente y suspiró con gran pesadez.

—¿Qué es un sorbete y por qué los españoles piensan que es una buena forma para invitar a una chica a una cita? —Murmuró bajo.

—Es la forma en que llaman al helado —respondió el único hombre que desconocía su nombre—. Era una forma de invitar a la persona que te gustaba, mucho antes de que las personas comenzaran a poner la intolerancia a la lactosa como excusa.