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Cap. IX

ʚ El innombrable ɞ

 

 

 

 

 

 

James observaba atentamente a su padre. Luego de su cirugía se le estimó aproximadamente un mes de reposo para sus rodillas, lo cual significaba que no asistiría a la universidad y eso, mantenía a su padre caminando de un lado a otro por la habitación con frustración.

—Podría usar una silla de...

—¡Mi hijo no es ningún invalido! —Gritó furioso ante la mención—. Tienes que caminar, James, tienes qué —demandó, antes de llevarse el pulgar hacia la boca, mordiendo con fuerza la punta.

Al verlo tan preocupado sintió suma curiosidad por saber qué lo motivaba. Su padre siempre pasaba la mayor parte de tiempo en el trabajo, pocas veces se veían a lo largo del día –o jamás lo hacían durante semanas– y su voz se tornó afónica luego de tanto hablarle.

Le agradaba la razón de que estuviesen reunidos como padre e hijo; sin embargo, James no podía confiar en las intenciones de su padre. Se veía sumamente preocupado y, de cierta forma, con temor.

—¡Aún no me explico por qué no te quitaste! —Su cuerpo se estremeció ante la ira que lo invadía—. Cualquier ser humano, completamente cuerdo, se quita si le duele; pero tú, ¡me costaste una fortuna en tu estúpida cirugía por no haberte movido!

—Me ordenaste que me quedara hincado, yo solo...

—¡No, James! ¡A mí no me vengas culpando por tus errores! —Interrumpió, antes de suspirar y continuar recorriendo la habitación con impaciencia—. Te di a elegir entre una maldita radio o tus rodillas y tú decidiste. No tengo la culpa de nada, más que de no haberte disciplinado correctamente. —Observó fuera de la ventana, sintiéndose agobiado por la situación—. ¿Por qué tuve que tener un hijo tan estúpido como tú? —Suspiró con pesadez.

James bajó la cabeza cuando su padre regresó apresuradamente para ver, una vez más, las rodillas vendadas de su hijo.

—Padre...

—Ahora no, James —vociferó, tocando por encima de las vendas y escuchando los pequeños quejidos que emitía en respuesta—. ¡No te atrevas a llorar, eso es de maricas! —Fijó su mirada con desaprobación ante los molestos ruidos que soltaba—. Ni que fuera para tanto, ¡ya deberías estar mejor con esa cirugía! ¡No tienes que descansar todo un mes! ¡¿Quién se supone que arreglará los tramites en tu universidad si faltas mucho?!

—Quisiera que me escucharas un momento...

—Te dije que ahora no —repitió con molestia, apartándose con temor al ver un poco de la sangre impregnando la tela—. Díganme que no se abrió la herida —pidió al pequeño equipo médico que esperaban cercanos a la puerta—. ¡No puedo costear otra cirugía, es una maldita pérdida de dinero!

Rápidamente asistieron, retirando con delicadeza la venda. Entre tanto, James seguía pidiendo tener la palabra a lo cual su padre se negaba a escucharlo ante sus propias preocupaciones.

—¡Padre, hoy es el cumpleaños de mi madre y exijo verla para felicitarla! —Gritó, finalmente.

Con su afirmación, aquel nervioso hombre se detuvo de golpe dándole la espalda a su hijo. James lo llamó sin tener respuesta alguna por él; sin embargo, siguió insistiendo en que era el cumpleaños de su progenitora y deseaba verla.

—No digas estupideces —habló a media voz—. Tu madre, ni siquiera puede escucharte. Gastas tu tiempo en tratar con un vegetal y mucho más, en uno que jamás despertará.

—El señor Black dijo...

—¡Ese maldito nombre no se pronuncia en esta casa, ¿me oíste?! —Se giró con rapidez, fijando su mirada hostil en James.

—¡Pues él lo dijo! ¡Mi madre despertará un día!... —El personal se tuvo que apartar en el momento que se acercó furioso para abofetearlo.

—Yo, soy toda la familia que te queda —afirmó con seriedad, apuntándolo con el dedo índice, golpeando con fuerza su pecho—. Yo te planeé. Yo te quise en este mundo. Yo te crié desde que saliste de su vientre. ¡Te eduqué! ¡Cuidé de tu débil y enfermo cuerpo! ¡Eres todo lo que eres gracias a mí, maldito malagradecido! —Frunció el ceño al verlo esbozar una mueca—. No entiendo por qué te preocupas por alguien que jamás has conocido.

—Porque ella es mi madre y él, me contó muchas cosas acerca de ella.

—¡No debes confiar en nadie, James, solo en mí!

—Padre... ¿Qué sucedió entre ustedes? —Interrogó con temor, mucho más con solo verlo temblar enfurecido—. Ya no soy un niño. Si tan solo confiases más en mí y hablases conmigo, podría comprender todo lo que haces.

—Sigues siendo un niño —no dudo en decirlo, aunque sonase indiferente—. Un, muy malagradecido y bruto, niño. —Llevó su mano con rapidez contra la boca de su hijo, presionando con fuerza—. No te atrevas a responder, ya terminé aquí por ahora. Quédate en la cama, haz lo que te indiquen tus enfermeros y no me causes más problemas.

James quiso quitarse aquella pequeña mano, que a pesar de su tamaño podía cubrir muy bien su boca y dañarlo con la gran fuerza que poseía. Su padre era de una estatura muy baja, todo lo contrario a él y aun así, era él quien tenía todo el control en su vida causándole incompetencia día a día.

Podía ser más alto, robusto, fuerte y astuto que su padre; pero había una sola cosa que James no tenía y era el don que poseía el contrario para manipular, pisotear y destruir a las personas con pocas palabras o acciones.

Su padre se retiró, luego de soltarlo del brusco agarre a su mentón. James, profundamente, esperaba que un día aquel frío hombre pudiese hablar con más honestidad y calma, sin llegar a esos tratos tan violentos. Jamás le había demostrado un simple o minúsculo afecto paternal; solo manifestaba sus ambiciones personales y las órdenes que James debía cumplir.

La única verdad en esta disfuncional familia era que aquel hombre esperaba el momento perfecto para que su primogénito desconectase a su esposa.

 

[. . .]

 

Los sirvientes se inclinaban en reverencia cuando veían pasar al amo de la mansión. La mayoría de ellos lo sabían, que al amo le desagradan las personas más altas que él y era bastante notorio, solo con el hecho de que James siempre deba hincarse en su presencia al ser el más alto de todos allí.

Caminó a paso firme por el pasillo sin levantar ni una sola sospecha de sus verdaderos pensamientos.

En ese momento se encontraba nervioso y asustado, terriblemente paranoico con solo escuchar a su hijo decir que su esposa podría despertar. Por supuesto, después de todos esos años, desde que James nació hasta ese punto, nunca esperó una señal de vida por su parte y a lo largo de su estado comatoso jamás había presentado señales de mejoría. Sin embargo, con solo saber que aquel innombrable hombre daba su buen visto a una futura recuperación hacía que su cuerpo se llenase de temor.

De todas las personas que pudiesen encontrarse en el mismo y deplorable caso, su esposa era la menos indicada para despertar. Ella debía morir sin levantar la más mínima sospecha y James tendría que ser el ejecutor; pero al no saber cuándo o en qué circunstancias despertaría causaba un terrible malestar en su interior, revolviendo sus entrañas.

Cruzó el pasillo lo más rápido que podía, sintiendo que cada paso lo alejaba más de la puerta. Debía revisar que ella siguiese dormida, indefensa y enferma; ver su rostro, para comprobar que ni siquiera sus párpados se moverían si los incitara a hacerlo. Con gran temor solo esperaba entrar y encontrar todo en orden.

If you change your mind

I'm the first in line

Honey, I'm still free

Take a chance on me

 

Su cuerpo se tensó al abrir la puerta. Cada pequeña parte de su cuerpo, por muy minúscula que fuese ahora, se estremeció con la canción que reproducía la radio. Sus manos se helaron, debilitándose en el agarre del picaporte. Sus verdes ojos observaban con espanto la escena que se presentaba delante de ellos; deseando muy internamente que fuese una pesadilla.

Él oró, realmente, a su amado dios para que todo fuese una vil jugarreta de su mente. Una simple pesadilla.

—Salomón, querido, ¿por qué no me llamaste para felicitarme?

James, había sido engañado por muchos años. Ese día no era el cumpleaños de su madre, es más, este ya había pasado hace meses; pero su padre tuvo que colocar una fecha cuando comenzó a preguntar por el cumpleaños de la mujer. La única forma de no olvidar una fecha, sería poner una que tuviese relevancia en su vida.

Ese día, frente a sus ojos, se encontraba el auténtico cumpleañero de ese treinta y uno de octubre.

El hombre se encontraba de espaldas, sentado frente a la cama donde yacía la esposa del mencionado Salomón. Estaba meciéndose infantilmente de un lado a otro al son de la música que tarareaba. Jugueteaba con un mechón largo de su cabello azabache, enrollándolo en su dedo para formar un muy ondulado rizo.

—Sigo esperando a que me respondas y sabes bien, que es muy descortés dejarme así.

Su voz tan dulce, juguetona y ronroneante causó un nauseabundo dolor en la boca de su estómago. No podía responderle, menos al ver el hombre que se encontraba en la esquina de la habitación y era ese, quien provocaba naúseas en él con solo verlo.

—Oh, bueno, ya sabía que no responderías —exclamó con ternura, apagando la pequeña radio que tenía en sus manos—. Ya, hace mucho, que no me llamas en mi cumpleaños, pero hubo una pequeña posibilidad de que lo hicieras si llegabas treinta segundos antes de que comenzara nuestra canción.

El hombre se giró de lado mostrando solo la mitad de su rostro y con un leve giro del cuello, logró ver completamente al padre de James. Una amplia sonrisa se formó en su rostro hasta acentuar sus hoyuelos; incluso los ojos ámbar, tan similares al oro, se achinaron con el gesto.

—No tuve la culpa —habló finalmente, luego de guardar silencio por tanto tiempo—. Pagué su cirugía, lo están cuidando, pero no tengo la culpa de nada. Él decidió. ¡La culpa fue de él!

—Oh, Salomón, no vine hasta aquí por James —exclamó con un tono infantil, burlándose de su expresión espantada—. Fui muy claro la última vez y te lo dije muy bien:

«Te devolveré a tu miserable vida sin órganos».

—Solo si llegabas a lastimarlo. Tú y yo, sabemos muy bien que no has sido un buen padre con James, pero no estoy aquí por eso.

—Entonces ¿qué haces aquí? —Frunció el ceño al ver de reojo al más lejano—. ¡¿Qué hacen aquí?! ¡Sabes que odio a los maricas, ¿por qué trajiste a este asqueroso hombre a mi casa?!

—Porque hoy es mi cumpleaños. —Se llevó a la boca un matasuegras para sonarlo, seguido de ello, lanzó brillantina sacada de su bolsillo.

Salomón tuvo que frotarse, cuidadosamente, los párpados. No paraban de temblarle con el acto presenciado y era de casi toda la vida ese comportamiento, siempre actuando como un niño risueño e infantil. Al centrar la mirada en el hombre de la esquina vio que este esbozó una pequeña sonrisa por la emoción que había en el cumpleañero.

—¡¿Y tú, por qué sonríes?! —Reclamó, logrando llamar su atención—. ¡Vete de mi casa,  maricón asqueroso! ¡Espera afuera como el maldito perro que eres!

—No, Salomón, eso es muy descortés —llamó con autoridad, teniendo tacto en no ser tan rudo—. No puedes decirle a mi novio que se vaya. Él llegó conmigo y se ira igual, solo si me voy.

Su seguridad regresó nuevamente, cegado por el desagrado que tenía contra la pareja del cumpleañero. No obstante, el solo escuchar de su boca la afirmación de que ambos estaban unidos en una relación, le provocó nuevamente un malestar.

—Quiero que se larguen —pidió asqueado por sus pensamientos, desviando la mirada—. Harán que vomite con solo verlos. ¡No tienen vergüenza, venir hasta aquí por un maldito cumpleaños! —Fijó su mirada en el único que no le causaba repulsión—. ¡¿Cómo te atreves a traerlo?! ¡Ni siquiera tienen respeto hacia mi esposa, viniendo a esconderse hasta aquí! —Inhaló profundamente tratando de conseguir, de una u otra forma, tranquilidad para no alterarse demasiado—. No puedo creer que nadie me haya avisado de que llegaron —murmuró enfadado.

—Porque no es la obligación de tus sirvientes decirte si llegué —aclaró con obviedad, hasta burlándose de su queja—. Vengo cuando quiero.

—¡Qué osado! ¿Acaso tengo que recordarte que trabajas para mí? —Gruñó al verlo encogerse de hombros—. No me provoques o vas a lamentarlo.

—Es extraño —murmulló pensativo alzando la mirada—. Bastante extraño, porque estoy seguro que tú estabas asustado al verme aquí y comenzaste suplicando por tu inocencia.

—¡Quiero que se marchen! —Estalló enfurecido, acercándose hacia él para halarlo del brazo con fuerza—. ¡Vete y no vuelvas! ¡Si no te llamo, tienes absolutamente prohibido entrar a mi casa!

—¡Ah! Salomón, espera, pero ¡si aún no me felicitas por mi cumpleaños!

—¡Lárgate! —Gritó cerca de su oído, sobresaltando al contrario.

Tal y como lo dijo, una vez que logró echarlo fuera de la habitación el hombre restante se movió de la esquina para seguir a su pareja. A ambos se les cerró la puerta para que no volviesen a entrar y poco después, el clic confirmó que estaba cerrada con seguro.

—Supongo que olvidó comprarme un regalo —comentó, dirigiéndole la mirada a su pareja—. Las personas siempre ponen excusas o argumentos ridículos cuando olvidan las cosas... Bueno, la mayoría de ellas.

—¡¿Siguen aquí?! —Se escuchó su voz con suma claridad, como si los gritos atravesasen la puerta con potencia—. ¡Quiero que se vayan de mi casa!

El par de varones cruzaron miradas, antes de retirarse por el pasillo y llegar cerca de la entrada principal; sin embargo, continuaron su camino por la mansión para llegar a la habitación de James.

— Espérame aquí, por favor —pidió con amabilidad a su pareja, regalándole una cálida sonrisa—. James, no debe verte de esta forma.

El contrario solo asintió con la cabeza, ya que una terrible tos no le permitía hablar sin desatar un ataque en su garganta. Se acomodó cerca de la pared, tomando asiento en una pequeña silla que se encontraba cercana a una mesa.

—Toc, toc —canturreó alegre, antes de abrir la puerta.

James amplió la mirada con sorpresa al verlo. Habían pasado años desde la última vez que lo veía, antes de que su padre comenzara a prohibirle mencionar su nombre. Ciertamente, solo con verlo se sintió feliz al contagiarse con las buenas vibras que transmitía con sus gestos y su carismática voz.

—¡Señor Black, cuánto tiempo sin verlo!... —Cubrió su boca con solo escucharse. Si su padre se enteraba que había gritado, estaría en serios problemas.

—Ya, tesoro, no te preocupes que Salomón está con tu madre —lo animó a seguir hablando despreocupado—. Vamos, James ¡que hoy es mi cumpleaños y quiero invitarte a mi fiesta!

—¿Él... está con mi madre? —Interrogó con melancolía, antes de suspirar—. Quiero verla, pero dudo que me deje hacerlo. Hoy, también es su cumpleaños y quería verla un momento... Tan solo uno.

El señor Black ladeó la cabeza al verlo tan desanimado, a pesar de que James no sabía que el único quien cumplía años ese día era él.

Inspeccionó a detalle su cuerpo, en búsqueda de alguna herida visible, siendo las vendas en sus rodillas lo que más llamó su atención. No dudó en avanzar de la entrada para tomar asiento a su lado. Pudieron haber sido años desde la última vez que se vieron; pero con el comportamiento de James se dio cuenta que seguía estimándolo. James aún lo recordaba.

—Te daré un pequeño consejo y espero que lo tomes en cuenta —exclamó con suavidad, llevando su mano contra el hombro del contrario—. No hables con Salomón. No comentes tu punto de vista, ni nada que te haga feliz. No confíes en él. No seas rebelde. No hagas nada que él no te haya pedido y si te lastima, soporta muy bien los golpes sin quejarte. No seas libre, al menos, hasta que termine este año y te aseguro que tendrás una próspera vida después de ello.

—Su consejo, es demasiado complicado de cumplir —admitió incómodo, solo con pensar en tener que soportar el mal carácter de su padre.

—Entonces, no te preocupes si no puedes con nada de lo que te dije; después de todo, ha pasado mucho desde que hablamos y ya eres un muchachito consciente de la situación.

—No... No entiendo —murmuró, fijando su mirada en él—. ¿A qué situación se refiere?

El señor Black se quedó congelado ante la pregunta, sin mover ni un tan solo músculo visible o parpadear en los siguientes segundos. James se asustó al verlo de esa forma, perfectamente inmóvil, como una momia.

—Oh...

Sus labios se relajaron luego de exclamar. El resto de su cuerpo pasó del punto de congelamiento a un estado sereno; incluso su espalda se encorvó y la mirada reflejó cierta vergüenza.

—Me adelanté mucho. Todavía no llegas a ese punto —habló apenado, como si hubiese revelado un gran secreto—. Oh, James, ignora lo que dije y sigue tu buen camino. —Se inclinó hacia él con rapidez, buscando su oído para susurrar—. Sigue mi consejo, te sentirá muy bien.