SIN PLACER (R18)

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Intenté apartarlo, pero con cada segundo que se retiraba, volvía a entrar con ímpetu y su peso dentro de mí era insoportable.

Sentí mi cuerpo estremecerse en respuesta a sus acciones.

¿Era esto lo que significaba consumar hijos?

¿Era esto lo que Abel y otros hombres de la manada que me habían deseado querían hacer?

Algo tan doloroso.

Siguió sin más y no pude evitar llorar en voz alta, sollozando.

Mis muslos internos ardían y luego giré la cabeza hacia un lado mientras él se adentraba más, sin darme ni un solo segundo para acostumbrarme a su brusquedad.

Era agresivo y completamente salvaje.

Cerré los ojos, para alejar mi mente de lo que me estaba pasando y entonces él agarró mi mandíbula y me obligó a mirarme.

—Creías que sería Dean el que te haría esto, ¿verdad? —exigió.

Gotas de sudor estaban en su frente clara y sus ojos de ónice brillaban.

Pensaba que me estaba castigando, pensaba que castigaba a Jessica, cuando en realidad yo era inocente de todas sus acusaciones.

—He oído hablar de ti —dijo y se retiró y volvió a embestir.

Grité en voz alta.

—He oído que eres la hija del Alfa y que eres una puta follando con todo —acusó.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Por qué fingir que nunca has hecho esto antes? —exigió.

No podía ni decir una palabra.

Había oído hablar de las reuniones privadas de Jessica con diferentes hombres, y la había visto en rincones oscuros de la casa.

Pero nunca había creído que ella hubiera hecho tal cosa.

Era tan doloroso y dañino, ¿por qué Jessica seguía haciendo eso? ¿Qué tenía de atractivo?

—Yo... yo nunca había hecho esto antes —conseguí decir.

—¡SILENCIO! —chasqueó y luego continuó taladrándome, aún más rápido.

Mis sollozos y lágrimas quedaron sin respuesta.

Apresó mis senos y me mordió mientras seguía siendo más brusco y rápido.

Me sentí mareada y luego de repente, sentí una explosión dentro de mí.

Entonces se retiró de mí.

Tenía miedo de que fuera a forzarse sobre mí otra vez y por eso temblaba de miedo.

Se alejó de la cama y frunció el ceño al mirarme.

Bajé la vista a las sábanas y vi que había sangre.

Él me miró con disgusto y se dirigió hacia donde estaba su armadura.

—Así que eres virgen —dijo.

No podía decir una palabra, debilitada por lo que acababa de hacerme.

—Eso no cambia el hecho de que eres una prostituta asquerosa —dijo mientras se vestía.

Resoplé.

Y cuando finalmente estuvo vestido, se acercó a mí.

Me encogí de ansiedad ante su acercamiento y él agarró mi mandíbula y me hizo enfrentarlo.

—Desde este momento lamentarás haber nacido —me prometió y empujó mi cabeza.

Se me secó la garganta ante su promesa.

—Vístete —me ordenó secamente—. Nos vamos.

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