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Capítulo 1. La Cruel Verdad

—Perdón, ¿cómo ha dicho?

Erika Torres no podía creer lo que acababa de escuchar. Debía tratarse de una broma.

—Vas a convertirte en la noble consorte de nuestro emperador. —respondió el señor Remdal, el hombre que tras encontrarla perdida en los terrenos de su propiedad se hizo cargo de ella, y que ahora no dudaba en entregarla como si fuera una yegua—. Han pagado una buena suma por ti, así que por tu propio bien espero que cumplas con tu deber en obedecerle en todo, y por supuesto, en darle hijos varones.

—¡No puede estar hablando en serio! —exclamó ella a voz en grito—. ¡No puede venderme así! ¡Soy un ser humano y no‐

El fuerte agarre a su cuero cabelludo hizo que se quejara y dejara la protesta a medias. El señor Remdal la sujetaba con una sola mano, mirándola a los ojos con su nariz pegado al de ella. La miró fríamente, paralizándola de miedo.

—Escuchame bien, zorra desagradecida; harás lo que te diga sin rechistar más. Y como me obliguen a devolver el oro que he ganado por ti, te juro que no seré tan amable como he sido hasta ahora.

Erika no podía creer lo que estaba pasando. ¿Qué fue del hombre amable y gentil que no dudó en acojerla en su casa, alimentarla y protegerla como si fuera su hija?

—Pero, ¿por qué...?

—¿Crees que te he alimentado, vestido y educado en nuestra cultura solo por compasión? ¡Ja! Claro que no. —se burló él, después la soltó con rabia—. Al encontrar a una mujer sola y bella, enseguida pensé que podría ganar un buen dinero por ti. Por ello invertí en su aspecto y educación. Pero nunca imaginé que llamarías la atención del Palacio Real. He tenido mucha suerte.

—No... no puede ser...

Erika se quedó en el suelo, derrumbada, mirando al suelo pero sin mirarlo, viendo como sus lágrimas caían. Todo había sido una estratagema para venderla al mejor postor. Y que mejor que el emperador de ese país... de ese mundo totalmente desconocido para ella.

—¡Arela! —llamó el señor. Enseguida llego la ama de llaves de la mansión—. Que la preparen tal y como te he indicado. Debe estar perfecta para su presentación ante el Emperador y la Emperatriz.

—Como usted ordene, mi señor.

El señor Remdal se retiró sin mirar atrás, sin ver que Erika lo miraba con dolor y odio mezclados. Cuando la puerta se cerró, Arela se paró ante ella con arrogancia.

—Ya le has oído. Se lista y no lo hagas más difícil. Será mucho peor si no cooperas.

Erika entendió que ahora tendría que apañárselas sola si quiera salir viva de esa situación. Con suerte podría salir de estar e intentar volver a casa, aunque no sabía cómo.

Ahora estaba sola. Mejor dicho, desde que llegó a ese mundo siempre estuvo sola, rodeada de mentiroso y embaucadores que pensaba sacar provecho de ella. Pero pensaba vengarse. Lo tenía muy claro.

Por ahora, sería sumisa y obedecería con la cabeza baja, sin mostrar la mirada llena de rencor y venganza.