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La espina maldita (español)

A veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir un futuro, se transforma en una hazaña por mantenerse existiendo junto a un grupo de chicos.

signfer_crow · Fantasy
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Cap. 65 Alma libre (Inicio última parte)

El Bosque Muerto siempre había sido uno de los lugares que despertaba una curiosidad caprichosa en Ainelen. Tal vez era el nombre, la sensación oscura que le generaba oírlo y las ideas morbosas que imaginaba en torno al mismo.

Pensó que le llamaban así porque era la cuna de bestias terribles, capaces de devorar hasta al más valiente soldado. Debía ser un lugar de pesadilla, donde la noche traía consigo el desamparo y la condena.

Sin dudas que Alcardia en general se caracterizaba por ser un territorio traicionero, pero la verdad fue que el Bosque Muerto, era nada más y nada menos que una llanura de robles que siempre carecía de follaje. Se decía que ni las plantas crecían allí. Cuando Ainelen y el resto de la Compañía de Liberación se detuvieron a pasar la última noche, confirmó aquello con bastante decepción.

¿No se suponía que debía estar feliz? Menos peligro, más tranquilidad. Tampoco habían tenido bajas durante los dos meses de viaje desde la costa.

¿Se había acostumbrado a las desgracias?, ¿por qué al grupo no le había tocado un escenario así de favorable en su huida, hace casi un año atrás?

El centenar de soldados que conformaban la Compañía de Liberación se instaló a unos kilómetros del río Lanai. Leanir se había asegurado de enviar exploradores para evitar sorpresas, aunque la estrategia era bastante efectiva por sí sola. No encontraron a ningún explorador de La Legión en todo el trayecto hasta ahora, y los ocasionales goblins que solían interponerse habían sido eliminados rápidamente. En resumen, el avance había sido impecable.

Y el día de mañana, sería cuando los sueños ambiciosos de un grupo de alcardianos se cumplirían, cambiando la vida de todo un pueblo para siempre. Esa era la premisa que el líder les inculcó a fuego: mañana era el día, mañana serían libres de verdad.

Luego de que los soldados instalaran sus tiendas, se reunieron en grupos para comer las últimas provisiones. De alguna manera se las habían arreglado para que la comida y el agua rindieran lo suficiente.

Ainelen estaba sentada junto a Holam, Amatori, Nehuén, Lincoyán y otros chicos jóvenes. Mientras comían sus raciones de pan, la línea de luz en un monte lejano ascendió hasta desaparecer por completo. Cuando hubieron concluido la cena, Ezazel pasó entre los soldados dando unas palmadas, seña de que debían reunirse en torno a Leanir y Ludier. Era hora de la última reunión estratégica.

El hombre de barba perfectamente recortada y de cabello desordenado extendió un mapa en el suelo. Iba ataviado en armadura ligera de cuero, portando un escudo-diamantina en su espalda. Leanir era un bastión, y según decían las lenguas, uno muy versátil, que se complementaba de maravilla con Nurulú.

Ludier, parada a su lado, vestía ropas ligeras y guantes, dejando expuesta la piel de sus brazos y piernas. La envolvía una capa azul y en su espalda colgaba un carcaj lleno de flechas. También se decía que era una magnífica arquera.

—Repasaremos por última vez nuestra estrategia —comenzó diciendo Leanir, bajo la atenta mirada de soldados en su mayoría jóvenes—. Saldremos antes de que el sol brille. Probablemente estemos en Alcardia durante la tarde. Esta batalla será corta, pero no menos importante.

» Bien, dejando claro que nos moveremos lo más rápido posible, una vez divisemos la muralla, de inmediato nos dividiremos en dos grupos: equipo alfa, encargados de la infiltración, y equipo beta, quienes forzarán la puerta sur. —Leanir indicó de aquí para allá en una de las dos figuras dibujadas en el plano. Una pertenecía al mapa de Alcardia y los alrededores, y la otra a la Iglesia de Uolaris.

El objetivo general de la misión era golpear a las fuerzas del pueblo desde dos frentes distintos e incapacitarlas en el menor tiempo posible. Esto se lograría gracias a un valioso dato que les brindó Ludier: existía un túnel subterráneo que se ubicaba en la ribera del río Lanai, oculto, el cual conducía hasta la iglesia. Según ella, la División de Inteligencia tenía una relación muy estrecha con los religiosos, por lo que muchas ideas rondaban sobre eso.

—Equipo alfa —señaló con énfasis Ezazel, tomando el mando. Cuando su sonrisa fue reemplazada por una cara seria, Ainelen se puso tensa—. Somos los primeros en movernos. Entraremos con rapidez a través del túnel. A diferencia del equipo beta, les recuerdo, nosotros debemos liquidar al enemigo. Incapacitar no es una opción. Ludier nos conducirá hasta el subterráneo de la Iglesia de Uolaris, luego el joven... ¿cómo era que te llamabas? Ya me olvidé —rio Ezazel, quebrando toda la seriedad del momento. Se rascó la nuca mientras cerraba sus ojos con expresión amistosa.

El joven en cuestión frunció el ceño, curvando hacia abajo sus particulares labios, cuyas comisuras se asemejaban a las de un gato.

—Amatori —respondió.

—¡Claro!, ¡el Terror de los Dragones! Perdón, es que suelo acordarme de ti por tu apodo. Bueno, Amatori se encargará de subir a la torre sin ser detectado, y usando su habilidad especial, avisará a nuestro centinela. Cuando este reciba la señal, dará la orden para que el equipo beta inicie su carga en la puerta sur. ¿Está claro? ¡Claro que sí, señores! Habría que ser muy cabeza de pollo para no comprender algo como eso.

Ainelen y Amatori cruzaron miradas. El caprichoso destino había querido que ambos formaran parte de aquel grupo, el que tenía la parte más complicada del asunto. El equipo alfa era la piedra angular de la operación. Estaba compuesto por diecisiete personas y, sin contarlos a ambos, se trataba puramente de soldados veteranos excepcionales. Sería comandado por Ezazel y Ludier.

El corazón de Ainelen se aceleró. Tenía miedo, sin embargo, no se dejaría doblegar por eso. Temer era humano, un instinto natural. Cuando pensaba en las cosas buenas que podrían obtener luego del sacrificio que estaba por realizarse, parecía que sus fuerzas renacían.

De entre el centenar de soldados que componían el batallón, solo existían tres curanderos. Dos irían con el equipo alfa, dejando a uno solo para el grueso del ejército. El equipo beta rondaba los noventa efectivos, aunque su tarea era bastante menos complicada. Lo anterior explicaba la enorme responsabilidad e importancia que tendría Ainelen.

Leanir retomó la voz cantante.

—Como dijo Ezazel, nosotros, el equipo beta, presionaremos solo cuando recibamos la señal de los centinelas. Primero derribaremos la puerta, luego incapacitaremos a la Guardia y nos abriremos paso hacia el edificio de la iglesia para brindar apoyo al equipo alfa. La clave es desarmar a los soldados, no matarlos. Ellos son nuestros compatriotas. No se olviden que esta es una batalla para salvarlos. Los verdaderos enemigos son los altos mandos.

Ainelen pensaba en cómo el factor motivacional influiría en la batalla. Mientras la Compañía de Liberación lucharía pensando en incapacitar y salvar a su pueblo, los alcardianos los verían a ellos como verdaderos enemigos. Había un bando que lucharía con reales intenciones de matar, mientras otro se contendría.

Poniendo en la balanza las cosas, el número especulado para las fuerzas de ambos bandos en los dos frentes era parejo. Alrededor de cien contra cien en la puerta sur, y diecisiete contra treinta, respecto al equipo alfa versus la División de Inteligencia. Claro que esto solo eran hipótesis basadas en datos de hace tiempo atrás. Ludier no garantizaba que fuera a ser de esa manera, así que la estrategia era ultra ofensiva, pensada para aplastar a La Legión.

Además de lo anterior, se tenía en cuenta que gran parte de los combatientes los concentraba la Fuerza de Exploración, cuyas labores se realizaban lejos de las urbes. Alcardia nunca había estado preparada para una invasión enemiga, así que, si a eso le sumabas que la compañía estaba repleta de usuarios de diamantina, las esperanzas de ganar no eran pocas.

Leanir se irguió, buscando la mirada de cada soldado.

—Recapitulemos las prioridades de la operación: nuestra meta principal es obtener los secretos que guarda la División de Inteligencia con la iglesia y el consejo. Para eso debemos neutralizarlos sin importar los métodos.

» En segundo lugar, la Guardia debe ser derrotada con el menor número de bajas posibles en ambos bandos. Si logramos este objetivo, incluso aunque el equipo alfa fracase, acorralaremos a los altos mandos tarde o temprano.

» Cuando se concreten los primeros objetivos, exhibiremos ante la gente nuestras ideas y las pruebas que obtengamos. Planeamos además utilizar a alguno de los líderes para que confiese públicamente.

Tras eso, Leanir dio algunas palabras de aliento y declaró que la reunión finalizaba. Los soldados se fueron en masa a las tiendas a descansar, preparándose para la exhaustiva jornada venidera.

Ainelen se quedó un poco más, curiosa por la conversación que mantenían los tres principales comandantes. Ludier estaba diciendo algo a Leanir, quien no se había quitado esa cara preocupada durante toda la travesía. Ezazel se veía más relajado, como en una postura diferente a la de los dos.

De pronto se detuvieron al notar que Ainelen los estaba observando.

«Oh, mejor me retiro», pensó un poco avergonzada. Se dio la vuelta en dirección al campamento, sin embargo, una mano atenazó su muñeca. Cuando sus ojos escanearon a la persona de piel blanquecina que la sostenía, no pudo creerlo.

—¿Holam? —dijo, con la voz temblorosa. Esos ojos negros, Ainelen comenzó a dar vueltas en ellos tan pronto como los miró.

—¿Tienes un momento?

—Claro.

Guiada por el chico, Ainelen fue tirada hacia un rincón apartado del resto. ¿Hacia dónde iban?, ¿Cuál era la intención de Holam? Estaba actuando extraño.

«Cálmate, tonta, debe ser algo importante. Seguro que vio algo y quiere contártelo. ¡Ya calma esa cosa en tu pecho!». Hizo un desesperado intento por ordenar su respiración. No, su cara enrojecida ya delataba su nerviosismo. Maldito jovencito, ¿desde cuándo tenía el atrevimiento de tocarla, así de determinado?

Fueron bastante lejos. El lugar tenía un agujero en el suelo, producto de un árbol que parecía haberse desbarrancado hace mucho.

—¿Ocurre algo, Holam? Te veo preocupado. ¿Es porque estaré en el equipo alfa? No te preocupes, voy a ser cuidadosa. Te lo pro...

Nunca vio al muchacho acercarse.

Holam se movió como una sombra borrosa en ese paisaje cada vez menos luminoso. Ainelen solo sintió una mano cruzar su cintura y ser tirada hacia adelante. Abrió los ojos, estupefacta, solo para darse cuenta que los labios de ambos yacían unidos en un beso.

La mente de la joven trató de idear algo, pero su capacidad de raciocinio había sido completamente desarticulada.

Paralizada y con el rostro vuelto un tomate, Ainelen se quedó sintiendo los labios húmedos de Holam, mezclándose con su propia humedad. Relajó su cuerpo, entonces cerró sus ojos.

Oh. Su calor.

—¡Perdón! —exclamó de repente el pelinegro, separándose como un cachorrito asustado que hubiera cometido un crimen. Y en parte, lo había hecho. Casi la mata, Ainelen pensaba que esta vez sí que su corazón saldría disparado de su pecho—. Perdón, Ainelen, perdón, yo...

La muchacha se quedó recuperando el aliento.

—Creo que no debí hacer esto. Pude malinterpretarte. He sido un idiota.

—Has cometido una falta enorme, Holam.

—¿Eh?

Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de Ainelen, quien, al ver al pelinegro vulnerable, sintió que su torbellino de emociones se convertía a su favor.

—Te has olvidado que solo las chicas están autorizadas a elegir a su chico.

A pesar de que era una broma súper evidente, él se quedó perplejo, por lo que Ainelen decidió acercarse. Entrecerró sus ojos, sonriéndole con amor, luego tomó su mano con delicadeza y se la llevó a su propio rostro.

—Pensé que solo era yo —murmuró emocionada—. Creía que estos sentimientos jamás serían correspondidos. Te tardaste bastante, tonto.

—Nelen. —Holam suavizó su expresión. Su mano acarició el rostro de la chica, ahora por voluntad propia.

—He babeado por ti cuanto no te imaginas. Todo este tiempo has sido la persona que más ha estado conmigo. Cada vez que me sentía desesperada, cada vez que la pasaba mal, cada vez que creía que me haría pedazos, aparecías tú. Holam, siempre fuiste quien me hacía sentir segura.

—No soy el tipo más optimista.

—Lo sé, y estoy bien con eso.

Esa era la persona a la que amaba, y no quería algo diferente. Holam no necesitaba mentir acerca de que el futuro sería mejor, sencillamente se limitaba a recordarle que, así como el negativismo y la tragedia se cernían, también existían posibilidades de que las cosas resultaran bien. Era su catalizador hacia la verdad, quien le permitía sentir y ver la vida con el equilibrio que necesitaba.

—Nelen, ¿tienes sueños?

—A ver... me gustaría crear una fábrica de textiles y trabajar no solo con ropa, sino también zapatos y cosas para el hogar. ¿Y tú?

—Quiero vivir en medio de una montaña y recolectar hongos, sembrar pepinos, zanahorias, lentejas, de todo. Me gustaría criar animales.

—Ya veo, es un bonito sueño.

—Pero hay mucho más —dijo Holam, abriendo los ojos y sonriendo como jamás lo había hecho antes. ¡Supremo Uolaris! Se veía tan diferente, pero al mismo tiempo seguía siendo él. Era maravilloso, como un niño pequeño dotado de inocencia infinita—. Quiero que nuestros sueños florezcan juntos, Nelen.

La ternura que le hizo sentir eso último no tuvo palabras suficientes para describirse.

—Ven. —Ainelen acercó a Holam con sus brazos. Su altura no era un problema, así que fue tarea fácil. Le bastó elevarse un poco para llegar a su boca, aunque con una mano le acercó el rostro al suyo.

Se volvieron a besar, esta vez con mucha más espontaneidad. Ainelen movió sus labios, ambos ajustándose el uno al otro. Sintió los brazos de Holam envolverla alrededor de su cintura, entonces el beso se volvió frenético, sus lenguas entrelazándose como en una lucha encarnizada.

El instante apasionado se prolongó tanto como pudieron. Un éxtasis que no parecía tener final, aunque eventualmente se quedaron sin aire. Se apartaron un poco, todavía conectados de sus frentes.

—Una vez liberemos Alcardia, pensaré seriamente en castigarte, Holam.

—¿Y cómo sería eso?

—Podría elegirte como mi esposo. Las leyes me amparan.

—No estés tan segura, porque derogaremos toda esa basura y crearemos algo nuevo. Podría irte muy mal.

Los chicos soltaron una risita, entonces se abrazaron.

Por dentro, la joven del flequillo era un manojo de felicidad. Su vida era un jardín eterno adornado de rosas multicolores. Bailaba descalza sobre el uniforme césped de un campo iluminado por un sol de rayos crepusculares. Y no era la única en ese lugar.

Ainelen era un alma libre.