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La espina maldita (español)

A veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir un futuro, se transforma en una hazaña por mantenerse existiendo junto a un grupo de chicos.

signfer_crow · Fantasy
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78 Chs

Cap. 32 Los miedos están hechos para superarse

Los gritos de lucha estallaron fuera de las robustas murallas de Elartor. Bajo la torre donde observaban los chicos, se libraba una nueva jornada de combate contra hordas de no-muertos. Al caer la noche, las criaturas habían emergido de los alrededores del Valle Nocturno, atravesando el campo entrampado y escalando la fosa.

Era lo usual en estas últimas semanas. Una vez se iba el sol, los humanos debían estar atentos a cualquier peligro que acechara. Y vaya que era una situación estresante, porque si bien no siempre la fortaleza recibía ataques, durante todo el año sucedían incidentes.

Un batallón de veintisiete hombres de diferentes clases luchaba con fervor, repeliendo hasta ahora, exitosamente la ofensiva enemiga.

¿Los no-muertos eran inteligentes? En cierta medida lo eran. Tendían a actuar agresivamente con los humanos, no así con otros seres vivos. Se les veía durante las noches, lo que generaba sospechas de que la luz solar los dañaba. Eso no estaba confirmado: corrían rumores frecuentes de que se trataba solo de una cuestión de comodidad, que en realidad sí podían moverse durante el día.

Las llamas de las antorchas crepitaban, iluminando las seis torres que formaban un hexágono sobre el adarve de la muralla. Dentro, el edificio principal de tres plantas, un pabellón con forma de c, yacía calmo. Era un contraste mortal con lo que sucedía a las afueras.

Ainelen apretujó su bastón, sintiéndose inquieta. Pensaba que en cualquier momento sucedería algo muy malo.

—Van a por los usuarios de diamantinas. Luklie está concentrando su atención —indicó Zei Gabriel, con el mentón. El subcapitán, de lentes redondos y cabeza rasurada casi por completo, fue quien les entregó gran parte de la información que ahora sabían. El resto lo habían oído de Iralu.

La fortaleza recibía abastecimiento desde la Fuerza Fronteriza, las cuales estaban conectadas por un camino que iba hacia el este. Por supuesto, no tenían permitido depender únicamente de ellos, así que el lugar contaba con campos de siembra que se trabajaban en primavera y verano.

También solían llegar de vez en cuando grupos de exploradores, quienes eran recibidos en sus labores por estos rincones de la provincia.

—Deberían habernos dejado ir —dijo Danika, con voz ronca.

—El comandante ordenó que esperaran. Ya necesitaremos de vuestra ayuda más adelante.

—Hubiera servido para foguearnos un poco, siquiera.

—Sí, también pienso eso —estuvo de acuerdo el hombre de lentes.

No fue como que se quedaran de brazos cruzados tampoco. Al equipo se le solicitó colaborar con tareas de orden, barriendo el piso, sacando la basura y otras actividades para familiarizarse con el lugar. Próximamente se les asignarían tareas individuales, las cuales serían las que llevarían a cabo de manera permanente.

Esa noche la batalla finalizó sin ninguna baja. Los no-muertos se retiraron cuando se vieron superados con amplitud en números, esfumándose como fantasmas en la bruma nocturna.

******

Ainelen abrió los ojos al segundo amanecer en la fortaleza. Cuando su vista se aclaró y su mente se agudizó, el gris monótono dio forma a los muebles, camas y personas que dormían sobre ellas. Se había despertado antes que nadie: Iralu y Piria dormían profundamente, al igual que Danika.

Era un día nublado, por la tonalidad de los colores. Intuía que llovería.

La razón de su prematuro despertar se hizo notar al poco tiempo. Un dolor intenso en su zona superior izquierda. Ainelen se apoyó con cuidado usando su brazo derecho, entonces se puso contra el respaldo de la cama. Había poca luz, aun así, levantó un poco su polera y echó un vistazo.

«¡Supremo Uolaris, ha crecido!», dijo dentro de su mente, con pánico. La mancha no solo cubría su hombro, sino que se había desparramado como raíces a lo largo del brazo y en una parte de la espalda. ¿Cuándo pasó eso? ¿fue durante los últimos días? Ainelen había estado tan metida en otras cosas que lo olvidó por completo. Incluso cuando sintió dolor leve, no se dio el tiempo de mirar.

La magia curativa era inefectiva, ya lo había descubierto. ¿Era así de mortífera la marca de la bruja?

«Estoy condenada. Pensé que... tuve la esperanza de que fuera otra cosa. Se ve diferente, pero no sé nada de la enfermedad. Puede que no a todas las personas se les manifieste igual. No es nada bueno». Ainelen entrecerró los ojos, luego los abrió, formándose arrugas en la frente y bajo la base de la nariz. Era una expresión de angustia.

Clavó sus pupilas en la durmiente muchacha de cabello rizado, cuya melena desordenada la asemejaba a un árbol. Qué diferente se veía Danika con el pelo suelto de cuando lo llevaba tomado.

«No les puedo decir nada. Si lo hago, me dejarán. Me abandonarán, tal como lo hizo papá». La joven de cabello castaño y flequillo se agarró la cabeza, encorvándose. «No quiero estar sola. No quiero destruir lo bueno otra vez».

******

La mañana trajo consigo los primeros goterones de un día que, inminentemente, sería como el llanto de la bruja. Nubes grises, casi negras, se deformaban avanzando raudas a muy baja altitud. Las montañas de los alrededores estaban cubiertas en la densa masa gaseosa.

La gente decía que eran días malos, que la lluvia, la tormenta y el frío eran un castigo de Oularis. Vartor no lo creía así. Se suponía que el dios absoluto había creado la naturaleza, por lo tanto, el otoño e invierno eran eventos naturales. No había maldad en una tormenta, como tampoco en un fresco y soleado día de verano.

«Las personas reclaman por todo. Viven perdiendo el tiempo quejándose, cuando podrían buscar una solución», pensó.

—Maldita sea, maldita sea, maldita sea —dijo de pronto Amatori, sentado sobre su cama desordenada. Yacía con el pelo más revuelto de lo usual.

—¿No estás conforme? —preguntó Vartor, mientras sonreía—. Creía que si ellos nos permitían quedarnos estarías riendo como cabra.

—¡No es por eso! Espera... ¿las cabras ríen?

Vartor imitó el sonido de una.

—Así.

—Eso me parece un balido cualquiera.

—Si lo hacen siempre, en algún momento debe significar felicidad, ¿cierto?

Amatori torció la boca, con gesto de desagrado.

—Bien, ¿a qué se debe tu enojo? —Vartor se alejó de la ventana y del sonido de la lluvia golpeando contra el vidrio. Se recostó sobre su cama, cruzando los brazos debajo de su cabeza.

—Dime, ¿Somos un equipo?

—Ajá.

—Uno de cinco, ¿cierto?

—Ajá.

—¡¿Y entonces por qué mierda no estamos durmiendo en la misma habitación que las chicas?!

Sin poder evitarlo, Vartor se descubrió levantándose y con la mirada atónita puesta sobre su compañero.

—Eso es porque son chicas, y nosotros chicos.

—Lo sé, hombre —Amatori frunció el ceño, se veía muy serio—. Pero ¿qué pasa si nos están separando a propósito? Yo puedo salvarlos a ustedes, pero a ellas no.

Tan noble de su parte, ese era Tori para ti. No, fuera de bromas, nadie se creería eso. Vartor cerró los ojos y enseñó su dentadura, con expresión divertida.

—¿Querías espiarlas?

Amatori se atragantó y tosió. Muy fácil de leer. Holam, que estaba en silencio observando la charla, dirigió sus ojos estudiosos al muchacho presumido.

«¿A ti también te interesa? ¡Ajám!».

—¿No lo has visto? Por Uolaris, Danika tiene un culo que ojalá me aplastara con él. Pelearía con ella solo para dejarme ganar y mirarlo de cerca, aunque tuviera que morder polvo.

Probablemente, si eso pasara, ella ganaría sin necesidad de que Amatori se rebajara. Tal vez, incluso si él peleaba con lo mejor que tenía. Pensó Vartor.

—Hey, ¿me están ignorando? Vartor, ¿acaso a ti no te interesan las chicas?, ¿Holam?, ¿qué hay de ti?

—No hablaré de eso.

—¿No? Hombre, eres extremadamente aburrido. Pareciera que lo haces a propósito. Quieres que pensemos que: "ay, es que soy el tipo más gris del mundo y no tengo nada que decir. Así me dejarán tranquilo". Una mierda, sé que tienes cosas interesantes que contarnos.

Holam no respondió, lo que provocó todavía más a Amatori.

—Tal vez Danika no sea lo que buscas, ahora que lo pienso. Son incompatibles. Pero ¿qué hay de Nelen?

—¿Nelen?

—Es casi como una tabla, aunque más linda que Danika. ¿No te parece? He notado que con ella tienes una rara cercanía. Nelen es tu tipo de chica, ¿cierto?

Vartor sabía que la actitud del muchacho no era la correcta, sin embargo, sentía un placer culpable al compartir la curiosidad por oír la respuesta de Holam. Este último se quedó viendo hacia la nada, con rostro serio.

Nunca hubo una respuesta, así que Vartor suspiró y decidió que era momento de salir.

El cuarto de los huéspedes estaba en el segundo nivel, al igual que el de hombres y el de mujeres. ¿Las chicas ya se habrían levantado? No quería imaginar que habían oído lo de antes. Sería muy vergonzoso. Ya había pasado por una situación así, cuando Amatori lo condujo en secreto a espiarlas en el río.

«Parece que me estoy dejando influenciar demasiado». Para ellos como hombres era un tema atractivo, pero vaya a saber cómo se sentirían Ainelen y Danika al escuchar a sus compañeros varones referirse a ellas en esos términos. Vartor también poseía instintos, por supuesto, aunque hasta ahora los había dejado bien sujetos.

Autocontrol. Toda emoción debía ser regulada. No podía caer en actos impulsivos.

Vartor descendió al primer nivel y en nada de tiempo se dio cuenta que estaba perdido. No era tan difícil, ¿sabes? Se trataba de un edificio sencillo, de dimensiones predominantes por su altura, no así por el ancho. Era un tonto después de todo.

—No tengo solución —murmuró, riéndose de sí mismo.

El camino lo llevó a doblar hacia la izquierda y entonces encontró la puerta del comedor. Un poco más adelante también se hallaba la salida del edificio. El lugar brillaba por lo desolado, con sucesiones de candelabros que a esa hora carecían de fuego. A pesar de ser día, el pasillo era bañado por abundante oscuridad.

Una figura pequeña se movió al fondo del corredor. Atraído por aquello, Vartor caminó hasta llegar a la entrada de una habitación que, dado al glifo que tenía pegado en la puerta, no se trataba de un cuarto cualquiera. Decía "mando", así que tal vez era donde se instalaba el comandante. El pasillo continuaba a la derecha o, más bien, descendía. Escaleras conducían hacia lo que a todas luces parecía ser un sótano.

«No me digas que se fue hacia allá. Parece que hasta aquí llegó yo», Vartor se dio media vuelta para marcharse, cuando inesperadamente oyó un maullido. Sus ojos encontraron a un gato gris, menudo, de ojos claros.

El muchacho se acuclilló e hizo un sonido parecido al de un susurro, tratando de llamar la atención de la criatura que venía desde en frente. El gato maulló otra vez y entonces agitó su cola, acercándose a Vartor a pasitos acelerados. Olfateó sus manos, buscando comida. Lástima que el joven solo tenía cariño para ofrecer.

Vartor rio mientras acariciaba el suave pelaje del gato, el cual maulló de nuevo y comenzó a ronronear. Probablemente le dejaría la ropa llena de pelos, si seguía frotándose así contra su rodilla.

—Se llama Miky. Es una linda gatita, ¿verdad? —dijo la voz suave y delicada de una mujer. Vartor se asustó, en gran parte porque vino desde sus espaldas, la entrada al sótano.

—Ah... ¿sí? —respondió él, sin poder ocultar su nerviosismo. Estudió a la persona que yacía de pie en las escaleras: estatura baja, cabello largo y gris ceniza, ojos tiernos. «Ella se llamaba... se llamaba... no puedo recordarlo».

—Sí. Qué bueno que la encontraste antes de que saliera del pasillo. No sabes lo inquieta que suele ser. Ya me tiene harta con sus locuras.

—Ya veo. Oí que había más de uno aquí.

—Sí. ¿Quieres verlos? Les hice una camita aquí abajo.

Vartor hizo una mueca de dolor, involuntariamente.

—Eh, podría ser que acepte.

—¿Podrías?

Dentro de su mente, el muchacho alto y de manos alargadas libraba una lucha contra uno de sus más grandes temores.

La mujer, que bien podría ser considerada chica, debido a que todavía lucía bastante joven, ladeó un poco la cabeza y abrió los ojos, con una mueca de comprensión.

—¡Ya veo! No te gustan los lugares subterráneos.

Grandioso. Ella lo vio venir.

—No te preocupes. Hay luz suficiente dentro —insistió la peliblanca.

—No es ese el problema. Bueno, sí, le temo a la oscuridad. Pero... —Vartor menguó el volumen de su voz hasta volverla un susurro—, no soporto la sensación de encierro.

Miky hurgaba en sus botines olfateando con curiosidad. De pronto comenzó a jugar con los pasadores, usando sus garras. Eso no era nada bueno.

Inesperadamente, la chica subió los escalones tan rápido, que no se dio cuenta que luego de recoger a la bola de pelos, ella había cogido su mano. Tiró de Vartor con una sonrisa en su rostro. A este último no le quedó otra opción que avanzar, siendo conducido a una puerta de madera que, tras abrirse, reveló un cuarto de piedra iluminado por dos lámparas. Era un lugar sencillo. En realidad, una habitación que antecedía a otras dos.

—Esa de allá es la despensa —indicó la joven, la puerta de la derecha—. Esa otra la bodega. Y aquí mismo tenemos a nuestros confiables guardias.

Cuando Vartor siguió la referencia, vio unas cajas a ras de piso donde descansaban cómodamente una gata gris, con rayas en tonalidades más oscuras, y cuatro pequeños que parecían revolcarse para ganar su desayuno. Era una lucha cruda, ¿sabes? Ley del más fuerte, por supuesto.

Vartor miró de un lugar para otro, sintiendo que las paredes se le venían encima. Estaban bajo el nivel del suelo, al fin y al cabo. La sensación de ahogo y de perder la orientación cayó sobre él. Hizo un esfuerzo por no abrazarse y delatar su incomodidad.

—Si no haces frente a tus miedos, caminarás toda tu vida con ese peso —dijo la mujer, yendo hacia las criaturas—. Entonces, llegará un día en que querrás superarlos y, cuando lo hagas, te habrás dado cuenta de todo lo que dejaste pasar tan solo por no intentarlo en su momento.

Oh, ella podía ser intensa. ¿Por qué Vartor creyó que jamás le diría algo de ese estilo? Había sido prejuicioso.

—Entonces, en este momento, ¿qué podría estar dejando pasar?

—Ver a esta gran mamá gatuna alimentando a sus crías, obviamente —la chica giñó un ojo, acuclillada mientras deslizaba cariñosos dedos sobre la cabeza de la gata—. Tati y Miky son hermanas. Fufu es el otro gato, debe andar por ahí. Los padres son aventureros, aunque algunas veces nunca vuelven.

Vartor sofocó una risa. Se descubrió relajándose poco a poco.

—¿Cómo era que te llamabas?

—Zei Iralu, pero Iralu es suficiente. Tú eres Vartor, recuerdo.

—Sí.

Tras eso, Iralu comenzó a explicarle su rutina de alimentación de gatos, donde ella junto a Piria alternaban el cuidado: les daban cuatro raciones al día, les dejaban agua, cambiaban el cenicero, barrían la habitación y todo lo necesario para que estuvieran en pleno bienestar.

Últimamente ella no había podido estar presente, ya que las tareas militares le consumían casi todo el día. Iralu era la secretaria personal del comandante Roders, por lo que casi todo lo que tenía que ver con trámites, gestión de documentos y comunicación, pasaba por ella.

Volviendo a los gatos, si bien estos cumplían un propósito de cariño y alegría, lo cierto era que los mantenían en esa habitación para cazar a todo ratón que osara robar comida a los valerosos legionarios de Elartor.

Iralu invitó a Vartor para que la siguiera a la bodega. Llevó consigo una lámpara y la dejó sobre una mesa. Las sillas y muebles estaban llenos de telaraña, algunos volcados y otros a punto de hacerlo. El olor a polvo y madera vieja se internaron en los orificios nasales del muchacho.

La subcapitana llevaba su hermoso cabello liso suelto, increíblemente, sin que le resultara un estorbo para empujar una columna de sillas y luego abrirse paso hacia un rincón.

—No sé quién se metió aquí, pero está claro que andaba apurado —bromeó Iralu, intentando levantar un mueble mucho más grande que ella. Gruñó, incapaz de lograrlo—. Oye ¿puedes ayudarme, por...?

Cuando giró su cabeza hacia Vartor, este ya se encontraba a sus espaldas, listo para asistirla.

—Gracias.

Entre ambos pudieron dejar en su lugar el mueble. Luego de eso, ordenaron el resto de la habitación. Fue un trabajo minucioso, incluso cansador, pero no se sintió pesado en absoluto. Iralu era una persona muy agradable, y cuando tenías gente así a tu lado, no importaba qué tan difícil fuera el panorama.

Al dejar todo listo allí abajo, subieron las escaleras. Iralu debía cumplir con sus labores diarias, así que el tiempo juntos acababa ahí.

—La próxima vez que vengas pasa a invitarme —dijo Vartor, sonriendo, aunque era por el alivio de salir del sótano—. Traeré la flauta para que esos gatitos se relajen con un poco de música —«¡¿Por qué le dije eso?! ¡Se va a burlar! Ni siquiera debe saber qué es una flauta».

Iralu soltó un grito de sorpresa. Estaba boquiabierta, mirándolo directo a los ojos mientras los suyos pestañaban repetidamente.

—¿Tocas flauta? ¡Yo tengo un charango!

—¡¿Qué?!

Iralu asintió varias veces, emocionada.

—Sí, instrumentos de Minarius. Podríamos tocar juntos. Aunque no sé qué cosa.

Bueno, eso no se lo esperaba de ninguna manera. Quizá, venir al sótano, ahora mismo comenzaba a verse de una manera un tanto diferente. Tal vez enfrentar sus miedos sería más placentero de lo que jamás hubiera pensado.

—Ahí vemos después. Algo se nos ocurrirá. —Vartor le ofreció una sonrisa a Iralu, entonces cada uno fue por su propio camino.