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La espina maldita (español)

A veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir un futuro, se transforma en una hazaña por mantenerse existiendo junto a un grupo de chicos.

signfer_crow · Fantasy
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78 Chs

Cap. 30 Ráfaga

De alguna manera, terminaron por adentrarse en el puente colgante. Los chicos avanzaron en una silenciosa fila mientras la estructura se mecía burlonamente. Ainelen atenazó sus manos en la áspera cuerda y se esforzó por no mirar abajo.

No supo si la causa de sus temblores era porque temía que el puente sucumbiera y quedara atravesada como cordero al palo, o porque se acercaban a un feroz campo de batalla. Fuera como fuese, esto pintaba muy mal.

«Chicos, deberíamos dar la vuelta», pensó.

Al estar a menos de la mitad del trayecto hasta la muralla de la fortaleza, el escenario comenzó a esclarecerse. Los gritos de hombres aguerridos venían repartidos desde el sector izquierdo, que era donde la acción se concentraba. Las figuras que defendían el edificio esperaban a sus atacantes, los cuales asomaban fantasmalmente desde la fosa, escalándola y luego corriendo hacia la línea defensiva.

Esos eran no-muertos. Sin duda alguna. Debía haber al menos unos veinte de ellos lanzándose contra un grupo de similar cantidad de soldados.

—¿Deberíamos ir... a ayudar? —preguntó Vartor, su tono de voz reducido casi a un hilo.

Amatori, quien estaba encogido en la vanguardia, se volvió hacia el resto con ojos consternados.

—Esperaremos aquí —concluyó.

Fue así, como se mantuvieron cerca de donde el puente colgante alcanzaba la otra orilla. Nadie tuvo inconvenientes aceptando la postura neutral.

Entre todo el desorden que se estaba llevando a cabo, Ainelen pudo observar el foco de pelea más cercano, donde una pareja de soldados aguantaba contra cuatro no-muertos. Al parecer estos últimos iban armados, quizá con masas. Se veía complicado para los humanos.

—Allí —señaló Danika, con un susurro. Desde la hendidura del terreno, escalaban tres criaturas más, luego dos, de nuevo tres, y así.

El escenario estaba repleto de cadáveres. No era exagerado decir que el número de víctimas superaba las cuarenta, aunque aparentemente se trataba de las fuerzas enemigas.

Ahora mismo no sabían quién podría ser enemigo, en todo caso. ¿Si iban hacia allá los acogerían como aliados?, ¿o enemigos? Tal vez podrían dejarlos unírseles y, entonces, apresarlos y ofrecerlos a La Legión como animal en matadero. Las posibilidades eran muchas.

Hubo un grito humano. Uno de los dos guerreros que resistían sucumbió mientras era atacado desde varias direcciones. Su compañero intentó ayudarlo, pero cuando trató, sobre el caído ya se habían abalanzado los cuatro no-muertos. Los golpes cayeron por doquier, con sonidos metálicos que luego se volvieron húmedos. Los alaridos del humano se extinguieron en nada de tiempo.

Ainelen sintió que se encogía.

Golpes. Muerte. Sufrimiento.

Le dolió el corazón ver cómo al segundo soldado le dividieron la cabeza desde atrás, un ser que llevaba un hacha.

¿Para qué habían venido hasta aquí?, ¿para buscar refugio?, ¿para observar cómo iba todo y luego darse la vuelta?

—Ayudemos —dijo de pronto, sorprendiéndose de ella misma.

—¡¿Estás loca?! —gritó Amatori, en susurro—. ¿Ves lo mismo que nosotros o alucinas? Son más de treinta no-muertos. Si ellos la están pasando mal, intenta adivinar lo que nos pasará a nosotros.

La joven descendió su mirada al suelo, atormentada. Si ellos hubieran saltado un poco antes, tal vez hubiesen salvado a esos hombres. Ainelen con sus poderes curativos podría haber impedido que fallecieran.

—Concuerdo —afirmó Holam—. Será mejor esperar.

Sabiendo que tal vez ambos chicos tuvieran la razón, sabiendo que si elegían ir a la batalla probablemente no hubiera vuelta atrás, Ainelen sentía que debía colaborar. A este paso no dormiría en paz durante mucho tiempo.

Alguien la agarró de un hombro. Abrió los ojos como platos, dando un saltito. Se le llegó a cortar la respiración.

—¿Tienes miedo? —preguntó Danika, con tranquilidad.

—Yo...

—Se te nota a kilómetros. Pero dime, si eliges ir, te seguiré.

¿Le decía que sí? Sonaba como una broma cruel, sin embargo, cuando examinó el rostro de su compañera, notó que ella lo decía en serio.

—Eh, me corrijo. Si vas, te cubriré. A veces olvido que soy un bastión. ¿Entonces?

Hubo un momento de silencio en el grupo.

Ainelen asintió con la cabeza.

—Sí —respondió. Menuda estupidez se le había ocurrido. «Tonta, tonta, tonta. Has elegido el camino de la muerte, lo sabes bien».

—Hey, yo también voy. Claro que sí. Para esto he nacido, señora.

—Eres valiente, flacucho. No como estos dos niños —cuando los labios de Danika pronunciaron esas palabras, sus ojos cayeron como una furibunda tormenta sobre Amatori y Holam.

Ainelen, Danika y Vartor dejaron su equipaje al cruzar el puente, entonces prepararon sus armas. Cuando estaban listos, se miraron los unos a los otros y asintieron, como gesto de "¡ánimo!".

Corrieron hacia el campo de batalla, con la rizada delante de ellos, como era de esperar. Danika iba con el broquel en una mano y la espada bastarda todavía enfundada en su espalda. Su avance era lento y pesado, con Vartor y Ainelen reduciendo su velocidad para ajustarse a la de ella.

La curandera oyó pasos desde atrás, y, antes de la terrible posibilidad que eso significase, se dio cuenta que Amatori y Holam habían dado marcha atrás en su decisión.

El primero de ellos fue hasta el frente del grupo, mientras que el segundo se quedó al lado de Ainelen.

—Muchas gracias, Holam —dijo ella, con una leve sonrisa.

—Si esta fue la decisión, mejor que estemos todos a que separados.

Él no era precisamente alguien que gustara de estar muy pegado al resto, lo que la sorprendió. ¿Era esta una señal preocupante de lo que el destino les deparaba?

El equipo se encontró persiguiendo al grupo de no-muertos que había derrotado a los soldados. En paralelo, otros enemigos lograron cruzar la barricada que el ejército levantó, corriendo mientras dejaban salir horribles gruñidos. Se dirigían hacia la entrada, cuya puerta comenzó a cerrarse.

«No lo logrará a tiempo», pensó Ainelen. Pero de pronto una criatura fue derribada con un sonido fugaz. Eso fue, ¿una flecha?, ¿dónde?

Desde una torre de vigilancia.

Allí había un arquero, tal como en las otras tres. Las sucesiones de disparos hicieron sucumbir a todo no-muerto que burló el primer obstáculo. Sorprendente.

Al parecer, el grupo llamó su atención.

Espera. ¿Y si los confundían?

—¡Hey, no disparen! ¡Somos amigos! —gritó Amatori, al tiempo que levantaba sus manos y luego hacía el saludo de redención con los nudillos. No hubo respuesta, tampoco momento para relajarse, porque fueron emboscados por tres no-muertos desde la zanja.

Danika se paró delante de todos y empujó con su pequeño escudo circular. A continuación, Amatori salió de su letargo y blandió un mandoble con su diamantina hacia un enemigo. La batalla se volvió caótica en poco tiempo, con los chicos protegiéndose de los movedizos seres, quienes intentaban burlar al bastión e ir por, ¿Ainelen? No, espera. También Amatori. Era como si ambos concentraran la atención de los no-muertos.

Lo único bueno de todo, fue que, dado al transcurso de los hechos, se dio a entender que los arqueros comprendieron que eran humanos. Las flechas no llegaron.

Ainelen se mentalizó en los enemigos como A, B y C. El primero golpeaba con una masa, el segundo con una lanza y el tercero con un garrote. ¿Cómo y dónde conseguían equiparse?

Danika embistió a enemigo B con su escudo y luego punzó con su hoja, demasiado lenta como para dar en el blanco. Parecía la única capaz de mantener una pelea por su cuenta, ya que Amatori y Vartor tomaron a C y Ainelen con Holam bregaban contra A.

Quizá ninguno de ellos hubiera sido capaz de atacar a otro ser con intenciones asesinas, en circunstancias normales, claro. Pero cuando tenías hambre o luchabas por sobrevivir, las cosas se tornaban de esta manera. Los chicos pelearon con rostros tensos, incluso de miedo y culpabilidad.

La vida te llevaba a forzar tus límites, para bien o para mal. Nadie de ellos quería esto, sin embargo, estaban hundidos hasta el cuello en problemas.

Por ahora se mantuvieron cerca unos con otros, en formación de estrella, cubriéndose las espaldas. No fue nada sencillo, pues los no-muertos cada vez eran más persistentes y obligaban a deslizarse para evadir.

Era cinco contra tres y aun así les llevaban ventaja.

Vartor gruñó. Cuando Ainelen lo vio de reojo, se había caído y estaba rodando para regresar a su posición. Enemigo C fue a por él, pero Amatori no se lo permitió. Su espada, demasiado liviana para ser una, se movió rápido y se hundió en un costado del no-muerto. Le cortó de lado a lado, donde no había hueso.

—¿Qué? —dijo el chico peli ondulado cuando, para su sorpresa, C continuó su persecución sin ser afectado por la herida.

«Oh no. Vartor está...», cuando Ainelen creyó que las cosas se volvían negras, una flecha se clavó directo en la cabeza del monstruo. Se derrumbó al instante.

—Idiota, recuerda que están muertos —Danika parecía igualada con su oponente. Amatori escupió hacia un lado y gruñó:

—¡Lo sé! No es fácil de todos modos. ¡Si tan solo está mierda de cristal fuera útil!

Mientras eso ocurría, la propia lucha de Ainelen y Holam no cesaba. Ella tuvo oportunidad de ver la situación de sus compañeros, no obstante, Holam, a pesar de su rapidez para no ser alcanzado por A, se hallaba en una situación donde el tiempo jugaba en su contra. El cansancio volvió sus movimientos cada vez más torpes, lo que obligó a que Ainelen se lanzara con su bastón. Sabía muy bien que, si luego de su ofensiva no retrocedía a tiempo, lo pasaría muy mal. La masa que llevaba el no-muerto tenía doble filo en aquel cabezal de rombo. Dolería mucho.

La chica aprovechó el largo de su diamantina y golpeó con el revés. El lado enroscado que parecía una hoz surcó el aire cerca del rostro enemigo, entonces dio un paso atrás para evitar el contrataque.

—¡No puede ser! —el ser enganchó su masa con la diamantina, entonces tiró de ella con brusquedad. No podía soltar su bastón. Ainelen fue arrastrada también, yendo de bruces hacia A. «Estoy muerta», pensó con un suspiro.

Vio pasar su vida por delante, entonces, como si su percepción de la realidad se hubiera vuelto borrosa, se percató de que una mano torpe y fría la apretujaba del cuello. No podía respirar. Fue elevada hasta que sus pies ya casi no tocaban el suelo.

Alguien se abalanzó desde atrás del no-muerto: Holam, quien trató de rescatar a Ainelen. No fue bueno, pues la criatura volteó a la joven en su dirección para usarla de escudo.

—¡Suéltala!

De pronto, Ainelen fue liberada. Tras caer duramente sobre la roca, levantó la mirada para encontrar a Vartor con ojos inyectados en sangre. La hoja de su espada sobresalía a través del cuello de la criatura, quien hizo acopio de sus fuerzas para deslizarse fuera del rango.

Holam no lo permitió. Desde el otro lado, punzó con su espada, perforando uno de los ojos del no-muerto. Conmocionado, retorció y extrajo. Volvió a apuñalar y retorció. Apuñaló y retorció. Apuñaló y...

—¡Ya está muerto! —gritó Amatori, desde el otro lado, resistiendo en solitario contra C—. ¡Vienen más enemigos!

Holam se estremeció, como volviendo en sí. Su respiración temblaba.

Vartor retiró su hoja del cadáver del derrotado y regresó con Amatori.

—Holam, ya están aquí —dijo Ainelen, poniéndose de pie con el bastón empuñado. Su garganta dolía, al extremo de que estaba tosiendo.

Dos nuevos enemigos, ambos con lanzas. Sí que era un problema el rango de esas armas. Ainelen tomó prestada la masa por mientras.

Echó un vistazo hacia sus alrededores. Los soldados seguían batallando encarnizadamente, aunque, ¿el número general de enemigos había disminuido? No tuvo tiempo que perder, sus propios asuntos ya la tenían colapsada.

Se mantuvieron como equipo luchando cinco versus cuatro, lo que por efecto natural derivó en que fueran superados.

La formación se rompió: Danika recibió un golpe de lanza en la cabeza. Bendición de Uolaris que llevara yelmo; Amatori esquivó por los pelos un garrote; Vartor sacudía sin orden alguno su espada, dominado por el pánico; Holam recibió un corte en un brazo; y Ainelen fue apuñalada en su estómago. Soltó un gemido, aterrada, pero recordó que aun iba protegida con la armadura de cuero.

«Esto no se ve bien».

Tenían que aguantar.

«Esto no se ve nada bien. ¿Me equivoqué en creer que podíamos ayudar?».

Solo eran un grupo de chicos que apenas sabían de la vida, al fin y al cabo.

El cansancio ya los había derrotado. La respiración de cada uno de los integrantes se oía desordenada.

Inesperadamente, se escuchó por toda el área una sonora risotada.

—¡Apartaos!

Cerca del grupo, aterrizó una figura corpulenta junto a una luz azul que se extendía en una punta. Espera, ¿de verdad había aterrizado? No, era diferente, pero dio la sensación de que fue de esa manera. Fuera como fuese, el hombre dueño de esa presencia intimidante le voló la cabeza a un no-muerto con un mandoble letal. A continuación, lo pateó tan fuerte que el cuerpo se retorció con sonido húmedo antes de salir disparado. En su camino se llevó a otro no-muerto.

—¡Comandante Roders! —gritó una voz femenina. Por allá: una mujer de cabello muy claro, tal vez ceniza o derechamente blanco, se aproximaba junto a un grupo de soldados—. ¡No haga eso, es muy peligroso!

—¡Iralu!, ¡¿llevas la cuenta?!, ¡súmale dos más! —respondió el hombre llamado Roders.

¿Se estaba divirtiendo?, ¿en serio?

El batallón de legionarios llegó hasta donde estaban los chicos, solo para observar junto a ellos como Roders enganchaba una lanza con su guantelete, para luego tirar del usuario y rebanarlo con un corte limpio desde la cabeza hasta la entrepierna.

—¡Tres! —entonces, cuando iba por el cuarto, una flecha derribó a ese no-muerto, precisa en la cabeza—. ¡Ah!, ¡Maldita sea!, ¡¿quién ha sido el aguafiestas?!

Ainelen puso cara de asombro, luego cruzó miradas con los miembros del grupo.

—Quedan más —indicó la joven, con voz nerviosa. Un reducido grupo de no-muertos aun combatía contra los humanos cerca de la fosa.

Roders rio para sus adentros.

—¿Quieres ver algo, chica?

—¿Sí?

—Te apuesto, tan seguro como que mañana saldrá el sol, a que esos huirán.

No confiaba en que fuera a pasar de esa manera. Los enemigos peleaban a muerte, sin miedo en sus fríos cuerpos. Eran seres que ya no vivían, naturalmente. Entonces, ¿cómo podrían...?

Oh. De verdad comenzaron a huir.

Roders, quien bañado por la luz de las lunas se veía como un hombre con rostro cuadrado y de cejas casi inexistentes, sonrió confianzudamente.

—Es una broma —murmuró Amatori, incrédulo.

La batalla estaba ganada. Sin embargo, para Ainelen, aun cuando sus camaradas y ella habían salido enteros, y aun cuando la gente de la Fortaleza Elartor les ofreció una sonrisa, algo dio vueltas en su mente.