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Capítulo VI

Mientras el príncipe Peter seguía sembrando el pánico en el reino, el rey Eros y su familia se habían refugiado en el único lugar donde les habían ofrecido cobijo, en el castillo de la princesa Agnes, hermana del rey Eros. Ella era un poco más joven que su hermano y ambos se parecían mucho, ella tenía los ojos verdes y el cabello muy largo y castaño, aunque dejaba asomar algunas canas. Su marido había fallecido varios años atrás y ella vivía sola en su gran y acogedor castillo con sus sirvientes. El castillo se encontraba en la otra punta del reino, justo al lado del mar, era un lugar muy bonito, aunque tampoco podían salir ni disfrutar del lugar porque corrían el riesgo de ser vistos por sus enemigos.

— Pronto llegará aquí y os encontrará, debéis iros lo antes posible— le decía Agnes a su hermano—. Temo por la vida de tus hijos, ese príncipe está loco y será capaz de hacerles cualquier cosa…

— ¿Crees que no lo sé? Pero no tenemos a donde ir, la mayoría de nuestros aliados nos han dado la espalda— decía apenado el rey Eros—. He enviado mensajeros para pedir cobijo en otros reinos más alejados de aquí, a ver si alguien nos da asilo…

La princesa Alma estaba muy preocupada por el destino de su familia. El hermano mayor del príncipe Edgar se había vuelto loco y no dejaba de buscarles a ella y a sus hermanos; le aterraba pensar lo que podría llegar a hacerles si terminaba encontrándoles. Desde el día del ataque del príncipe Edgar, Alma tenía muchas pesadillas que se habían vuelto mucho más horribles desde que llegaron a sus oídos las noticias de lo que el príncipe Peter estaba haciéndole a su reino. Habían asesinado a algunos de sus súbditos y todo por su culpa, pues si no fuera porque el príncipe los buscaba a ella y a sus hermanos, nadie habría muerto; se sentía muy culpable por ello. La culpa no dejaba de atormentarla.

A pesar de sus preocupaciones, no dejaba de pensar en su amado caballero. Imaginaba que él también estaría pensando en ella, incluso quizás estaba buscándola y se encontraba preocupado por ella. Aunque había algo que le atormentaba, era posible que él fuera también responsable de las muertes de todas esas personas inocentes, ya que era caballero del reino de Turion y seguro que le era leal al príncipe Peter. Sólo pensar que él fuera un asesino, que podría estar buscándolos a ella y a su familia para asesinarles, siguiendo órdenes del príncipe; le daba mucho miedo y tristeza pensar que él podría ser quien terminara arrebatándole la vida a ella o a su familia.

También había pensado en su sirvienta y amiga, Elvira. Desde el día que fue a entregarle la carta al caballero ya no la había vuelto a ver ni había tenido noticias sobre ella. Estaba muy preocupada, quizás la habían capturado y la estaban torturando, intentando sonsacarle información o mucho peor, quizás le habían asesinado como a otros de sus súbditos.

— Tengo buenas noticias— dijo el rey a su familia con una sonrisa—. Unos primos míos lejanos nos ofrecen asilo en su casa, viven muy lejos de aquí, en el reino de Oldar. Tendremos que coger un barco y cruzar el mar para llegar hasta allí. ¡Es perfecto! Nos iremos lejos y podremos empezar una nueva vida…

— Pero padre, ¿vamos a abandonar a nuestro pueblo?— dijo Alma en desacuerdo con la idea de irse—. ¿Vamos a dejarlos a todos en manos de ese loco? ¡No podemos hacer eso, tenemos que pelear!

— Alma, estamos solos; el ejército enemigo nos supera con creces. ¡No tenemos nada que hacer contra ellos!— le dijo su padre— Lo único que podemos hacer para sobrevivir es irnos lejos…

— Pero padre, ¿por qué no pides ayuda a tus primos? Podrían mandarnos a sus hombres para pelear y recuperar el reino…— sugirió el príncipe Liam, hermano de Alma.

— No es tan fácil— le dijo su padre con tristeza—. Primero tendríamos que saber quiénes siguen siendo nuestros aliados para saber de cuántos hombres disponemos. No podemos hacerlo ahora, corremos peligro si nos quedamos aquí, así que está noche cogeremos un barco y nos iremos a Oldar. Cuando estemos allí a salvo, decidiremos como actuar.

Esa noche, Alma y su familia, junto con sus sirvientes y algunos de sus guardias más leales, tenían todo preparado para tomar el barco que les alejaría del reino, pero las cosas no salieron como ellos esperaban. Justamente cuando estaban preparados para irse, llegaron varios soldados del reino de Turion y, junto a ellos, el príncipe Peter.

Habían rodeado el castillo y querían entrar para registrarlo, porque tenían la certeza que el rey Eros y su familia se escondían en su interior. Agnes no podía hacer nada para detenerlos, pues sus hombres y los del rey Eros no eran demasiados y el ejército del príncipe Peter les superaba con creces.

— En el suelo de la bodega hay una trampilla. Podéis entrar por allí y llegareis a un pasadizo que os conducirá a la playa— les dijo la princesa Agnes—. Tomad unos botes para llegar al barco que os estará esperando para llevaros al reino de Oldar. Allí estaréis a salvo.

— Pero tía, ¿no vas a venir con nosotros?— le preguntó el príncipe Unai, el hermano más pequeño de Alma.

— No puedo acompañaros, lo siento, pero esta es mi casa y no pienso abandonarla— le dijo Agnes acariciándole una mejilla al joven príncipe—. No os preocupéis por mi, yo les entretendré mientras escapáis.

Toda la familia Real se despidió de Agnes con tristeza, ya que estaban seguros de que no la podrían volver a ver nunca. Bajaron por la trampilla hasta el pasadizo y se dirigieron hacia la playa. Alma se percató de que su padre no se encontraba con ellos y vió a su madre llorando en silencio.

— Madre, ¿dónde está padre?

— Hija, tu padre no nos va a acompañar. No quiere dejar a su hermana sola ni al reino en manos de ese príncipe loco— le dijo con tristeza—. Nosotros debemos irnos, hija, es lo que tú padre quería que hiciéramos…

Alma se quedó en shock tras las palabras de su madre. Su padre se había quedado para defender su honor y morir a manos de ese príncipe loco, para que ella y sus hermanos se salvaran. No le parecía justo que su padre tuviera que sacrificarse, ya que todo era culpa suya. Si ella no hubiera ido sola a la valla ese día o si no hubiera rechazado al príncipe Edgar, nada de eso habría ocurrido y no habrían tenido que morir tantas personas inocentes.

Al final del pasadizo había una valla que movieron fácilmente empujándola con suavidad, ya que estaba abierta. Todos salieron a la playa y se dirigieron a los botes, pero la princesa Alma no podía irse y dejar a su padre, si él moría por su culpa jamás podría perdonárselo, así que tomo una importante decisión; agarró la valla y la cerró con todas sus fuerzas.

— ¡Hija! ¿Qué estás haciendo?— le gritó su madre muy asustada, acercándose a la valla e intentando abrirla inútilmente— ¡Ábrela ahora mismo!

— Madre, lo siento, pero no puedo dejar que nuestro padre muera por mi culpa, ya ha muerto demasiada gente. Voy a terminar con esta guerra— le dijo Alma a su madre entre sollozos—. Adiós madre, cuida de mis hermanos, por favor, no dejes que les pase nada malo.

Alma se dio la vuelta y corrió por el pasadizo, yendo de vuelta hacia el interior del castillo. No dejaba de escuchar los gritos de su madre, gritaba y lloraba desconsoladamente su nombre suplicándole que volviera. Alma tenía el corazón destrozado, pues sabia que jamás volvería a ver a su familia.

Volvió a subir por la trampilla como pudo y entró en la bodega con cuidado de que no hubiera nadie cerca, para que no supieran por donde habían escapado los demás. Fue sin hacer ruido hasta la entrada del gran salón del castillo, donde se escuchaban gritos y se asomó para ver qué ocurría.

Estaban su padre y su tía Agnes, precedidos por sus guardias más leales. Todos ellos portaban sus espadas en la mano, listos para luchar si era necesario. Frente a ellos había muchos de los caballeros leales al reino de Turion, también con sus espadas en la mano. Todos ellos se apartaron, dando paso a un hombre que vestía una armadura de color negro, no pudo verle el rostro, pues lo llevaba tapado con un yelmo negro. Por sus hombros caía una capa blanca con una "T" gigante pintada en la capa, de color rojo sangre. Alma sintió miedo al verlo, pues parecía una presencia diabólica, incluso su padre parecía un tanto asustado al verlo aparecer.

— Eros, tu reinado acaba aquí— le dijo con voz firme—. Júrame lealtad y dime dónde se encuentran tus hijos y os perdonaré la vida a tu esposa y a ti.

— ¿Jurarte lealtad a tí, príncipe Peter? ¡Tú no eres nadie en mi reino, nadie!— le gritó el rey Eros y el príncipe desenvainó su espada y fue directo hacia Eros.

— ¡No os acerquéis a mí rey!— gritó Elías, el guardia más antiguo y leal a la familia de Alma, poniéndose entre el rey Eros y el príncipe Peter.

— ¡Quítate de mi camino anciano o acabaré con tu vida!— le dijo riendo el príncipe.

— ¡Defenderé a mi rey con mi vida si hace falta!— gritó Elías amenazándole con su espada en alto.

— ¡Tú lo has querido!— le dijo el príncipe Peter clavándole su espada con todas sus fuerzas a Elías en el vientre.

El príncipe sacó su espada del vientre de Elías y este, cayó al suelo. Le salía una gran cantidad de sangre de la herida y también comenzó a sangrarle la boca. El guardia agonizó durante un momento en el suelo, hasta que dejó de moverse y de respirar, muriendo en ese instante. El príncipe Peter limpió la hoja de su espada en el cuerpo del fallecido Elías y envainó su espada sin remordimiento alguno.

Alma se tapó la boca con sus manos para evitar dejar escapar un gritó; estaba horrorizada por lo que había visto y muy asustada. El rey Eros también estaba horrorizado por la crueldad del príncipe. Sabía que no tenia ninguna posibilidad de salir con vida de allí, así que ordenó a sus guardias que se rindieran y depositaran las armas en el suelo.

— Has ganado, príncipe Peter. Me rindo ante ti. Haz lo que quieras conmigo pero deja ir en paz a mi familia y a mis hombres, por favor— le suplicó el rey Eros.

— Todavía nos queda un asunto que zanjar— le dijo el príncipe—. Exijo la vida de uno de tus hijos por la de mi hermano. ¿A cual de ellos me vas a entregar?

— Mis hijos son inocentes, yo soy el único responsable de su muerte, ya que yo les di las armas— le dijo el rey Eros—. Por favor, acepta mi vida a cambio de la suya y déjalos vivir, se irán lejos de aquí y no te molestarán.

— Cómo quieras…

El príncipe Peter volvió a desenvainar su espada, dispuesto a arrebatarle la vida al rey Eros, pero un grito le distrajo. La princesa Alma no podía dejar morir así a su padre, no por su culpa. Así que salió de su escondite y corrió hasta donde se encontraba su padre para interponerse entre él y el príncipe Peter. Ofrecería su vida a cambio de que perdonara a su padre.

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