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Capítulo III

Alma no dejaba de pensar en el encuentro que había tenido con el apuesto caballero. Además de ser muy atractivo, también era amable y tenía un gran sentido del humor. No podía esperar el momento para poder volver a verlo. Cuando por fin llegó el día, Alma se vistió con un precioso vestido rosa. Era bastante sencillo, pero bonito. No quería verse demasiado elegante para poder pasar por una campesina, pero quería verse bien para su apuesto caballero. Ese día, Elvira y Camila cayeron enfermas y la princesa ya no tenía a nadie que la pudiera acompañar. Amelia le suplicó que no fuera sola, pero Alma no le hizo caso; cogió la cesta con las coronas de flores que le había prometido al caballero y se fue sola al mercado de Turion, mientras Amelia tuvo que quedarse para hacerse pasar por la princesa Alma para que no fuera descubierta.

Horas más tarde, Alma llegó al mercado de Turion y volvió a ver al caballero, pero él no estaba solo aquel día, sino que iba acompañado por un joven de pelo castaño, algo más pequeño y robusto que él.

— Chica de las flores, este es mi hermano— le dijo refiriéndose al muchacho que estaba a su lado.

— Un placer— dijo ella.

— El placer es mío— dijo el joven acercándose a ella, después le cogió la mano y se la besó suavemente mientras la miraba fijamente a los ojos.

— Tengo las coronas para vuestras hermanas, espero que les gusten…— le dijo Alma al caballero.

— Os lo agradezco de corazón, estoy seguro de que les harán muy felices— dijo el caballero cogiendo las coronas de flores que ella le entregaba, haciendo que sus dedos rozaran con los suyos, lo que la hizo ruborizarse un poco—. ¿Cuánto tengo que daros por vuestro espléndido trabajo?

— No hace falta que me deis nada. Yo os las regalo para vuestras hermanas…

— ¡Por supuesto que no!— espetó el caballero—. Os ha costado tiempo y esfuerzo vuestro, quiero pagároslas de algún modo.

— La próxima semana venid solo y os diré cómo podéis pagármelas…— le dijo Alma con una sonrisa tímida y él asintió muy satisfecho.

Ese día, Alma se sintió algo incómoda, pues el hermano del caballero no paraba de mirarla. Había algo en su comportamiento que no le gustaba y esperaba no tener que verlo a menudo.

Cuando llegó a Bórtur, se encontró con varios miembros de la Guardia Real que estaban buscándola; sus padres habían descubierto que ella se había escapado del castillo y les habían ordenado a los guardias que la buscaran.

— Princesa, tenéis a vuestros padres muy preocupados por vos. Acompañadnos, por favor— le dijo Elías, el guardia más antiguo de todos. Un hombre de avanzada edad, con su rostro cubierto de arrugas y varias cicatrices de las batallas en las que había intervenido tiempo atrás. Tenía el pelo algo largo y canoso y los ojos claros. Era un hombre amable y bondadoso, al que conocía bien de toda la vida.

Alma siguió a Elías hasta la sala del trono donde se encontraban sus padres; ambos estaban muy enfadados con ella.

— ¿Cómo se te ocurre ir al reino de Turion sola y sin nuestro permiso?— le gritó su padre, quien estaba visiblemente enfadado.

Alma no dijo nada, solo agachó la cabeza. Su padre, el rey Eros, era un hombre alto y fuerte, tenía el pelo castaño y unos ojos grandes y verdes. Gran parte de su rostro estaba cubierto por una barba castaña corta. Daba bastante respeto cuando se enfadaba, tenía un genio muy fuerte y no le gustaba que le contradijeran.

Su madre, la reina Lavinia, era una mujer mucho más tranquila y sensata que su padre. Tenía el pelo negro y los ojos grandes y verdes, llamaba mucho la atención, era una mujer muy hermosa. Alma había heredado los ojos de sus padres, al igual que sus dos hermanos pequeños, los príncipes Liam y Unai.

— Alma, sabes que tienes prohibido ir al reino de Turion. A pesar del tratado de paz allí hay muchas personas que nos odian, no es un lugar seguro para nuestra familia— le dijo su madre, la reina Lavinia—. Estas castigada hasta nuevo aviso y te prohíbo que vuelvas a salir del castillo sola. ¿De acuerdo?

— Si, madre— dijo Alma con lágrimas en los ojos y después fue corriendo a su habitación para llorar a solas.

A pesar de la prohibición de sus padres, Alma no se iba a dar por vencida. Nada de lo que sus padres le dijeran la haría cambiar de opinión y ella seguiría yendo a Turion a ver a su amado caballero.

Esa semana decidió parecer muy tranquila y obediente para ganarse la confianza de sus padres, pero cuando llegó el día de ver al caballero volvió a escaparse ella sola del castillo; no quiso pedir ayuda a sus sirvientas para no causarles problemas, así que fue a la pradera y cruzó la valla sin ser vista. Lo estuvo esperando en la plaza, hasta que lo vió llegar. Él se acercó a Alma y ella le entregó otras tres coronas de flores para sus hermanas.

— Me dijisteis que hoy me diríais como pagarlas. Os daré lo que me pidáis…— le dijo el caballero con una sonrisa.

— Hay algo que si que quiero, pero no estoy segura de que sea apropiado pediros algo así…— le dijo Alma tímidamente, le daba mucha vergüenza decirle lo que quería de él, ya que no sabía cuál sería su reacción.

— Pedidme lo que gustéis, sea lo que sea seguro que me parece muy apropiado…— le dijo el caballero con una sonrisa juguetona.

— Un beso— dijo ella por fin, ruborizándose. Sentía que le ardían las mejillas por la vergüenza que había sentido al pedírselo.

— Me parece que es lo más apropiado que nadie me ha pedido nunca— le dijo él riéndose.

Él le cogió la mano y los dos fueron detrás de un puesto de frutas del mercado para que nadie pudiera verlos. Él se acercó a ella y le acarició la mejilla con su mano. Entonces, se acercó lentamente hasta que sus labios tocaron los suyos, dándole un profundo y largo beso a Alma.

Después de ese maravilloso encuentro, ella se fue a casa más feliz que nunca, no podía esperar a que llegara la siguiente semana para volver a verlo. Llegó al castillo del reino de Bórtur sin ser vista y les contó todo a sus sirvientas, quienes se escandalizaron tras escuchar todo lo que les contaba la princesa. Ellas en el fondo sentían bastante pena por sus palabras, pues sabían que el amor entre ella y el caballero era imposible.

La semana pasó lentamente y ya faltaba poco para que llegara el día en el que Alma por fin se reencontraría con el caballero, pero sus padres tenían otros planes para ella.

— Hija mía, vas a cumplir los dieciocho años y pronto tendrás que desposarte— le dijo su padre, el rey Eros—. Este fin de semana celebraremos una fiesta para dar a conocer a tu futuro esposo.

— Padre, por favor, ¡no puedo casarme!— le dijo la princesa asustada por lo que diría su padre—. Ya he conocido al amor de mi vida, es un caballero del reino de Turion…

— ¿Qué? ¿Un caballero? ¡Eres una princesa y vas a casarte con un príncipe!— le gritó su padre enfadado.

— Pero padre, nos amamos…

— ¡Te he dicho que no! Te prohíbo que vuelvas a verlo y esta es mi última palabra al respecto— le dijo su padre seriamente—. Este fin de semana te prometerás con tu futuro esposo. Ya hemos elegido a alguien para ti.