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Capítulo 1

Muchas cosas se cuentan de los ángeles, seres divinos del cielo, proveedores de luz y bienestar, guardianes y protectores de los humanos frente a la maldad generada por los demonios. Nada más lejos de la realidad. Esta historia trata de un ángel, uno real, y de su larga travesía a través de los misterios del mundo en busca de la legendaria ultima luz de Dios.

Una mañana como cualquier otra, Megan Arcile, una joven estudiante de 16 años, despertó temprano con la alarma de su teléfono. Se sentó en la orilla de su cama, intentando recordar lo que había soñado. Como cualquier persona, al despertar se olvidó rápidamente de su sueño, pero sabía que había estado soñando algo importante, fuera de lo común.

Decidió no tomarle mucha importancia al recordar que debía vestirse para ir a la escuela. Al levantarse, por una fracción de segundo un pequeño destello apareció en su mente, una voz desconocida pronunciando "Cuídalo" a la lejanía. No pudo evitar sentir curiosidad. Generalmente, a las personas no les importa lo que soñaron la noche anterior, lo sienten como un evento común e irrelevante para su día a día, pero Megan no era así. Siempre vio a los sueños como otro medio de comunicación con el ambiente.

Su padre y hermano mayor aparentemente fallecieron tiempo antes de su nacimiento, por lo que nunca llegó a conocerlos. Conoció su apariencia por medio de fotografías que le mostraba su madre de vez en cuando . No hay forma en la que ella pudiera saber el sonido de sus voces, pero dentro de sus sueños solían aparecer figuras similares a ellos y de vez en cuando decían cosas al aire. Desde aquel momento Megan vio a los sueños como algo importante en el desarrollo de su vida, a pesar de que al despertar se le olvide casi por completo.

Dejando de lado sus pensamientos, la chica se levantó de su cama y comenzó a vestirse con su uniforme escolar. Con su mano derecha tomó todo su cabello, el cual era de un color castaño claro, liso y caía hasta un poco por encima de sus hombros, mientras que con su mano izquierda enrolló una cinta alrededor de este para amarrarlo como cola de caballo. No solía maquillarse, no era algo que le gustaba, prefería andar como si misma, no necesitaba nada que alterara su rostro, de por si ya poseía unos ojos verdes y una mirada cálida capaz de hacer sonreír hasta a la persona más seria.

Como cada mañana por los últimos cinco años, al terminar de vestirse bajaba a la cocina y se preparaba el desayuno. Al terminar de comer dejaba otro plato hecho y finalizaba su rutina matutina despertando a su madre para luego irse a la escuela.

El camino a la escuela no fue tan tranquilo como los demás, no lograba recordar qué había soñado, pero el pensamiento de que era importante nunca desapareció.

La tarde caía, las clases habían terminado, un día como cualquier otro había acabado finalmente. Eso pensaba Megan en el camino devuelta a casa. "Cuídalo", esas simples palabras dichas por una voz desconocida no salían de su mente, pero tampoco le permitía ir más allá de eso. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando su teléfono comenzó a sonar. Al revisarlo, la chica vio que se trataba de su madre llamándola.

—Voy camino a casa, mamá —dijo Megan al contestar.

—*Oh, perfecto —respondió su madre de vuelta—, ¿crees que podrías pasarte por una farmacia y comprar medicina? No me siento muy bien*.

—Está bien, quédate en cama. Iré lo más rápido que pueda.

—*Gracias*.

La chica lanzó un suspiro, cansada por sus clases y tan solo queriendo llegar a casa y dormir una siesta. Se desvió del camino y tomó rumbo a la farmacia más cercana. El tendedero la recibió de buena manera, ya se conocían de antes, su madre llevaba años pidiéndole a Megan que comprara alguna que otra cosa en las farmacias del pueblo. Aunque no lo quería aceptar, la joven sabía que su madre estaba mal desde hace tiempo, posiblemente por tener que encargarse de todo por sí sola luego de la muerte de su esposo.

Pagó la medicina y se despidió del tendedero, mencionando como broma que muy pronto regresaría por más. Guardó su compra en el interior de su mochila y salió del local. Finalmente retomó su camino a casa con la tranquilidad de pensar infinitamente en diferentes cosas irrelevantes.

Ingresó a la calle en la que se encontraba su casa y tan solo ansiaba descansar profundamente en su cómoda y suave cama, pero todo sentimiento de paz acabó al detenerse frente a su casa. Sabía perfectamente que cuando su madre se sentía mal pasaba todo el día en cama, ya sea durmiendo o viendo televisión, eso era algo que nunca cambiaba. Por esto mismo, ver la silueta de una persona a través de una ventana del primer piso de su hogar no causó más que preocupación en Megan.

Se acercó con cuidado y entró por la ventana de la cocina. Accidentalmente tropezó con una cuchara que se encontraba sobre el mesón y cayó directo al suelo, provocando un gran alboroto. Se quedó sin aire, su pulso se aceleró y de pronto escuchó unos pasos bajando las escaleras lentamente. Sin pensarlo dos veces, Megan tomó una sartén y se escondió detrás de la puerta, esperando para golpear a quien sea que se haya colado en su hogar.

Cada segundo se hacía eterno escuchando esos pasos acercándose a la cocina y, después de unos segundos, un hombre con un pasamontañas y traje elegante entró en la cocina con un arma en mano. Megan respiró profundo y golpeó la cabeza de aquel hombre, el cual exclamó antes de ser golpeado por segunda vez. Este último golpe rompió la sartén, separando el mango de la parte metálica.

Entonces Megan intentó correr escaleras arriba, pero al llegar al primer escalón aquel hombre le lanzó la sartén como si de un disco se tratara, impactando con su cabeza y derribándola al instante.

Todo estaba en negro, una vez más la palabra "Cuídalo" apareció en su cabeza. Al cabo de unos minutos Megan recuperó la consciencia en la sala de su casa, elevó la mirada y logró ver a aquel hombre sentado frente a ella.

—Al fin despiertas —dijo el hombre—. Por un momento creí que te había... —mencionó pasando su dedo frente a su garganta y sacando la lengua.

—P-por favor... —susurró Megan al ver sus manos atadas—. Déjeme darle a mi madre su medicina...

—No te preocupes, ya se la di yo mientras estabas inconsciente —respondió sonriendo a través de su pasamontaña.

—No me haga nada... por favor... no le diré a nadie--

—Creo que confundes la situación, niña. No es como si te fuera a violar o algo así. No te haré daño.

—¿Y por qué tengo mis manos atadas?

—Supuse que al despertar intentarías atacarme de nuevo. Por cierto, me disculpo por lanzarte la sartén. —El hombre sonrío y se levantó.

—¿Quién eres?

—Oh, claro. ¿Dónde están mis modales...? —Se quitó la máscara. Era un hombre apuesto, cabello un poco desordenado, un tanto claro con ojos azulados. Aparentaba tener entre 20 y 25 años—. Me llamo Gabriel —dijo desatando las manos de Megan—. Por lo general no soy agresivo, yo solo me encargo de dar mensajes.

—Pues tenías un arma...

—Bueno, sí, pensé que si tenía un arma podría asustar a algún ladrón verdadero que intentara colarse en la casa.

—Con ese pasamontaña usted parece el ladrón.

—Me disculpo también por eso. Al tema, necesito--

—Pero sigo sin saber quién es —agregó la chica interrumpiéndole—. Me dijo su nombre sí, pero no sé si es amigo de mi madre o algo así. No sé cómo ingresó a casa, mucho menos si puedo confiar en lo que diga.

—Eso no importa, aunque yo te conozco muy bien a ti, Megan —dijo Gabriel—. Angel nos ha causado muchos problemas por ti.

—¿Angel?

—Este joven de aquí. —Gabriel señaló a un muchacho que se encontraba herido recostado en el sofá—. Él es Angel, tu ángel guardián.

—Mi... ¿ángel guardián?

—Si. Este muchacho te ha protegido desde el día de tu nacimiento.

—¿De qué rayos hablas?

—Claro... Yo soy el Arcángel Mensajero Gabriel —dijo desplegando unas largas alas—. Miembro de la tercera jerarquía de ángeles.

La chica se quedó sin habla no podía creer lo que veía. Unas blancas y largas alas nacían desde la espalda de aquel extraño hombre. Finalmente, no logró procesar correctamente lo que se encontraba frente a ella y se desmayó.

Gabriel se rascó la cabeza y caminó en dirección a la cocina para llenar un pequeño vaso de agua. Al regresar junto a la chica en la sala principal se le acercó y derramó el vaso sobre su rostro.

—Bueno... supongo que esa es la reacción que debí haber esperado —dijo Gabriel ayudando a Megan a levantarse—. Nunca había hecho esto antes... creo que sí una vez... como sea, ¿estás bien?

—Si... sólo... tengo que tratar de procesar lo que acabo de ver...

—Pues mis alas.

—¡Ya sé que eran alas! Me refiero a que eso no es común. ¡No es posible!

—Uh, pues es normal y posible para nosotros los ángeles —mencionó Gabriel despreocupado.

—¿Y dices que ese muchacho es mi ángel guardián? Si es así, ¿por qué está tan herido?

—Bueno...

Gabriel le explicó que Angel fue herido mientras hacía su trabajo de guardián. No saben con exactitud quién o qué lo atacó, aunque tenían sus pequeñas sospechas. Gabriel le solicitó a Megan cuidar de él hasta que se recupere de sus heridas, incluso él fue quien se comunicó con ella a través de sus sueños advirtiéndole sobre su llegada y su solicitud de cuidar a Angel. La chica no supo muy bien qué responder, pero antes de pensar en algo Gabriel ya se había ido.

Megan caminó hacia el muchacho y lo miró de cerca. Era un chico guapo, bien parecido al igual que Gabriel. La chica fue al baño a buscar un botiquín para curar las heridas de Angel. Le colocó benditas en sus heridas menores, pero al revisar su pecho, vio que tenía un gran corte y estaba sangrando mucho. Megan buscó algunos vendajes más grandes, pero al no encontrar, sólo pudo pensar en cubrir la herida y detener la hemorragia con unos trapos.

Luego corrió directo a la farmacia para comprar unas mejores vendas, el tendedero la saludó riéndose de lo pronto que había vuelto, pero Megan no tuvo tiempo para devolverle el chiste. Se devolvió a toda velocidad para atender a Angel en su hogar.

Dejó los vendajes a un costado y se arrodilló frente al sofá para quedar a una altura adecuada para intentar curar al muchacho.

—(¡Rayos! No tengo idea de lo que hago) —Pensó después de vendar al chico—. (Este chico morirá porque no sé hacer esto bien.)

—No es cierto... —susurró el joven—. Si muero... será porque no fui tan fuerte como para protegerte...

—P-pero... —Megan volteó y quedaron frente a frente. Recién hasta ese momento se percató del intenso color azul en los ojos del chico—. (Un momento, ¿acaso sabía lo que estaba pensando? ¿Qué estoy diciendo? Él debería reposar). Será mejor que descanses si quieres recuperarte pronto.

—Tú también deberías dormir... —mencionó el chico—. Mañana tienes que ir a la escuela, ¿ya viste la hora?

La chica miró su teléfono y ya eran más de las 1am, razón por la que se despidió de Angel, subió rápido a su cuarto y al llegar ahí recordó que su madre había tomado su medicina, por lo que decidió ir a verla. Se cambió de ropa rápidamente, no recordaba que aún llevaba puesto su uniforme escolar. Arrojó su mochila a un lado de la cama y caminó por el pasillo hasta la habitación de su madre.

La encontró sentada en su cama mirando a la ventana en la oscuridad. La madre volteó a mirarla, Megan comenzó a llorar y a correr hacia ella hasta abrazarla mientras su madre le sonreía tranquilamente de vuelta.

—¡Mamá! —sollozaba Megan—. ¿Estás bien? Deberías descansar.

—Créeme, llevo un buen rato descansando —respondió ella.

—No creerás todo lo que pasó hoy...

—Bueno, es una historia que dejaremos para mañana. Se supone que deberías estar durmiendo, tienes que ir a la escuela.

—Si, si, lo sé. —Se secó las lágrimas y se levantó—. Hoy hubo visitas inesperadas y muy extrañas. Pero mañana te contaré los detalles.

A la mañana siguiente, Megan se quedó dormida por haber estado despierta hasta tan tarde. Cuando despertó se vistió a máxima velocidad y bajó para preparar desayuno como cada día, pero al llegar a la cocina su madre ya estaba ahí.

—Oh, hola, Megan. —Le saludó su madre preparando el desayuno—. Veo que hoy cambiamos los papeles.

—Mamá, deberías estar reposando en cama.

—Pero si me siento muy bien. Esa medicina realmente fue efectiva. Además, tenía que prepárales el desayuno a los dos.

—¿"A los dos"? —La chica miró la mesa y Angel estaba sentado ahí.

—Hola Megan —dijo el muchacho con una dulce voz.

—¡¿Qué?! —Megan solo podía pensar en las heridas que poseía el chico tan solo unas horas antes.

—No me habías dicho que Angel venía —dijo su madre desde atrás.

—¿Lo conoces? —preguntó Megan confusa.

—Claro. Es tu mejor amigo desde la infancia. —Salió de la cocina y regresó con un álbum de fotos—. Mira. —Le mostró a Megan una foto de pequeña en la que sale acompañada del muchacho pero en una versión más pequeña.

—¿Y eso cuando pasó?

—No sabía que seguían en contacto —agregó la madre.

—Claro que seguimos en contacto, la veo y cuido todo el tiempo —mencionó Angel sentado.

—Uh, ¿acaso son novios? —preguntó la madre con una risa traviesa.

—¡Mamá! —Megan miró el reloj y ya estaba atrasada para llegar a la escuela.

Tomó sus cosas y salió de casa corriendo. En un momento escuchó otras pisadas y volteó a mirar, solo para ver a Angel también con el uniforme de su escuela y con un bolso, sonriendo detrás de ella.

—¡¿Qué haces aquí?!

—Bueno, pues aparentemente algo ha ocurrido y no puedo protegerte como lo he hecho toda la vida —dijo levantando un dedo—. No puedo hacerme intangible.

—¿Intangible? —preguntó Megan deteniéndose para caminar tranquilamente.

—Así que pensé "Si voy a la escuela con ella podré cuidarla sin problemas".

—¿Y de dónde sacaste el uniforme?

—Secreto de ángeles —dijo encogiéndose de hombros.

—No me digas que también asistirás a mi misma clase...

—Sip —dijo sonriendo.

—Ugh, más vale que no pases todo el tiempo pegado a mí. Sería raro.

—Pero ¿cómo podré protegerte si no estoy cerca?

—Eso no es problema mío. —Se detuvo un momento—. Ahora que lo pienso, se supone que me has cuidado toda la vida, pero en aquella fotografía parecías muy pequeño como para ser mi guardián.

—Los ángeles podemos adaptarnos de la forma que necesitemos para cuidar a nuestro humano asignado.

—Entonces, ¿qué edad tienes? Porque aun así pareces de mi edad.

—La verdad, no tengo idea. No puedo envejecer. Supongo que los ángeles no estamos hechos para morir con el tiempo.

—Pero sí puedes sufrir heridas, ¿no sería lógico pensar que en algún momento pudieses morir?

—Bueno, hasta nosotros los ángeles desconocemos algunas cosas, al menos yo no sé. —Se detuvo y levantó la mirada hacia el cielo—. Quizás los Serafines sepan más.

—¿"Los Serafines"?

—Eso no importa ahora. Tal vez en otro momento te explique todo eso. Hay que apresurarnos si queremos llegar a tiempo a la escuela.

Los jóvenes comenzaron a correr juntos para no llegar tarde. 

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