1 ¿Quién dice que no hay infierno en la Tierra?

<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">Dallas Betford</font></font>

Se escuchaban desde un rincón del bosque; aunque sumamente leve, pero lo suficiente para el oído promedio de alguien de esa época (bueno de cualquier época) los oyera estos ruidos que estaban sueltos en el viento como las criaturas libres de ese hospedaje verde.

¿Pero que era lo que se oía? ¿De quién o de qué?

Eran los pedidos de ayuda de un niño, tal vez ya puberto mientras lo maltrataban unos "compañeros" de escuela.

Tú, Dallas.

Tosías y tratabas de tomar aire que te hacia falta a tus pulmones.

Asfixiado. Esa era la palabra indicada para ese momento. Podías sentir el aire más helado al inhalarlo por el agua que caía en gotas desde tu cabello empapado.

Sofocado. ¿Tal vez? Se oían claramente tus sofocos.

Cuando empezaste a sofocarte más las tremendas y abominables risas tronaban más fuerte como cañones de guerra.

Que crueldad.

-Ummm... ¿Creen que deba tener un chapuzón más?

Dijo a sus seguidores el pelmazo de Edward.

¿Lo recuerdas?

Ese mocoso, gordo y mimado con padres que ganaban el cuádruple que tu madre en una sentada de escritorio. Aunque casi no hicieran nada en el día sus bolsillos estaban llenos del dinero de las demás personas.

"Plata es plata"

La frase favorita del padre de Edward él cual no le importaba estafar a personas pobres de recursos; casi en la quiebra. Solo para satisfacer su hambre de fortuna.

Que miseria de alma.

Eran casi idénticos Edward y su padre: en personalidad y en apariencia.

El pelo castaño opaco, pero sin nada de vida como la corteza cuando se podría, los ojos marrones, ¿azules?, ¿verdes? No puedo recordar. ¿Lo recuerdas tú, amigo?

¡No! No como vas a recordar. Las cosas tan leves no te han ni te van a importar nunca y por lo tanto las sacas de tu mente de una manera tan eficaz, fácil y normal (para ti).

Ese cerdo que te molestaba en la escuela desde el primer día con el apoyo de los demás ignorantes que gozaban demasiado con el sufrimiento ajeno.

¿Escuela?

Ese lugar ni mencionarlo.

Para ti ese lugar era tu hábitat de castigo: te torturaban para que sufrieras; aprendieras una lección con los más dolorosos castigos que podían darte.

Nunca supiste cuál fue tu acción para que te otorgaran eso. ¿Tal vez ya sabían tus acciones que realizarías al crecer y se adelantaron?

Solo un tal vez.

En fin, volvieron a reírse estruendosamente, te volviste a asfixiar por el agua del río, te volviste a asustar al sentir el peso del agua que cargaba tu cabeza y que no te dejaba inhalar el oxígeno del aire.

¡Por Dios, las burbujas no! Eran tus pensamientos repentinos y miedosos que solo cabían en tu cabeza en esos instantes.

¡Eras un miedoso! ¿Y aún te preguntas porqué te molestaban, miedoso?

Pasaban segundos a veces llegaban a ser más de un minuto completo de tiempo para que sacaran tu cabeza del agua. Esa vez fueron dos minutos que tardaron en sacarte del agua para ya volvieras a tratar de tomar el aire necesario, pero te dolía hacerlo. Te dolía.

-Espero que hubieras disfrutado tu ducha, tonto.

Tronaron sus risas de nuevo, tú tirado en el suelo duro del bosque; todo mojado: tu ropa,tu cabello castaño (casi llegando al pelirrojo suave) y tus ojos goteaban.

No era agua del río, ¿Verdad?

Se fueron y aunque ya no había nadie esperaste bastante para irte a casa. Querías estar sentado, pensando, sufriendo. Yo sufría contigo. Todas las veces.

¿Lo recuerdas?

Era ya hora de llegar a casa. Entraste sigilosamente para que tu mamá no se diera cuenta de tu presencia, pero como siempre sintió tu esencia y...

- Cariño, ¿Por qué te tardas...?

Te miró.

Trataste de ocultarte. Ya habías ocultado anteriormente los cientos de moretones, los ojos morados, los dolorosos rasguños, la sangre del pasado y ese día no podía ser la excepción.

Pero lo fue.

Cuando clavó sus ojos ambarinos en tu persona estaba cocinando la cena y de la impresión al verte en ese estado soltó la olla llevando todo al suelo de salsa de tomate con especias y papas.

-Ah... cariño...¿Estás bien?

Se agachó rápido y empezó a buscarte heridas y a examinar sin discreción tu ropa húmeda. Se hallaba angustiada y preocupada por ti.

Tu madre que dulce era; tan amable y para no hacerte sufrir más no demostraba a fondo toda la preocupación que se guardaba agitando su corazón.

¿Tal vez ya sabía de los bravucones y las peleas desde hace mucho tiempo antes?

¿Tal vez solo lloraba en las noches sobre el dolor que sentía al verte en esas situaciones?

¿Tal vez esperaba con temor en la cocina para empezar con su actuación de una madre sin el miedo menos misericordioso? ¿Tal vez...?

Esa era tu madre.

-Yo... Sí , claro. Estoy bien mamá.

Matabas el miedo y lo cambiabas por una sonrisa.

Se acercó a ti, tocó tu mejilla. Su calor era tan hermoso como ella.

-Tienes la sonrisa más hermosa, ¿sabes Dallas?

No notabas mucho las lágrimas, pero dentro estaba llorando sin consolación y eso hacia que fuera más difícil todavía ocultar tus emociones reales

-No dejes de sonreír hijo, por favor .

-Si, mamá. Te lo prometo.

Dejo de hacerte preguntas después de que le mintieras diciendo que solo te habías caído en una zanja no muy honda por estar jugando en las orillas y te dejo irte a tu cuarto para que te preparas a cenar.

Tenías una sonrisa de oreja a oreja hasta que llegaste a tu cuarto donde todo cambió. Tus emociones te carcomían una vez más. De nuevo.

Lloraste toda esa noche con la sonrisa en tu cara que le habías prometido a tu madre, pero aún sufriste completamente.

¿Quién dice que no hay infierno en la tierra?

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