1 Un año (Parte 1)

La oscuridad no surgió de la nada, ni la luz que pelea contra ella. El origen es algo incomprensible, y aun así para la eterna lucha de la luz contra la oscuridad, el bien contra el mal, el mito que baila en su equilibrio solo pende del peso del corazón que inclinará la balanza.

El corazón de los jóvenes de la sagrada academia Filydei palpitaba al unísono, con nerviosismo. Todos frente a un enorme portón de hierro negro, con relieves dorados formando un ala en cada lado. La única vez que vieron el portón fue cuando llegaron, y ahora lo ven antes de salir. Sabían que no lo volverían a ver, no hasta dentro de un año, muchos, no volverían a verlo.

Sus grupos eran variados, sus miradas chocaban entre si buscando cierta seguridad, buscando caras conocidas en las cercanías. Algunos pocos, miraban al frente con confianza queriendo imitar a los mentores que lideraban cada grupo.

Luciel D'chain miraba a sus palmas, al anillo plateado que le había sido entregado entre lágrimas. Cerró su mano con fuerza, similar a como otros apretaban las bridas de sus caballos. Miro al frente soportando las ganas de mirar tras de él, y se puso el anillo. Su grupo, el que era diferente sería el primero en salir.

La Avenida principal de la Santa ciudad de Jeshena estaba llena de miradas curiosas. De todas las edades, de todas las clases sociales. La calle que había sido limpiada durante la noche separaba a los ciudadanos con una gruesa cuerda cubierta en terciopelo rojo. El símbolo del león blanco adornaba la calzada, los edificios y la vía, en rojos, blancos y dorados. Algunas personas se apoyaban en esta cuerda para tener una mejor vista. Los guardias que se aseguraban de que nadie traspasara hacia la calle. Estaban alejados a un metro entre cada uno e incluso para ellos era difícil no querer echar una mirada furtiva de vez en cuando al enorme portón de hierro que pronto abriría.

El sonido chirriante de la puerta sirvió de trompeta, anunciando no solo el inicio de la ceremonia, sino también una nueva generación de pacificadores. El cenit iluminó al primer grupo, cinco de ellos formados en flecha, cinco pacificadores.

Sergius Troll del norte los lideraba. Vestía una armadura brillante de placas, sin las protecciones en piernas y brazos. La capa negra en su espalda no ondeaba con el viento, pues el enorme mandoble de hierro negro, más parecido a un martillo, se lo impedía. Él era el claro mentor. La ciudad lo reconoció enseguida, sus cabellos oscuros tenían un tono rojizo, que solo se veía en los Ka'òl, la gente de las cumbres del norte. Su ceñudo rostro adornado con una barba desaliñada se aflojó con los vítores que le ofrecieron. Pero estos duraron poco al ver a su grupo.

Los jóvenes detrás de él, apenas adultos, resaltaban por si solos. A la derecha de Sergius estaba un chico tan grande que, hacia ver a su caballo pequeño. El cabello de un negro cenizo y sus facciones duras, le daban a su rostro una edad similar a la de Sergius, aunque este podría doblarle la edad sin problemas. Detrás de él, un muchacho alto y flacucho, ocultaba su rostro redondo entre sus cabellos negros y rizados. Daba la impresión de ser más joven. Se sostenía a las riendas como si estas fueran lo único que lo mantuviese en el caballo.

A la izquierda de Sergius, una chica de rasgos finos ponía una cara malhumorada. Su cabello lizo, canoso, parecía más una peluca. Se sujetaba al pomo de su espada con fuerza. Su mirada estaba perdida hacia el frente, no prestaba atención a las personas a su alrededor, pero se notaba que la situación la incomodaba de alguna manera. Detrás de ella estaba Luciel, quien atrapaba los ojos de todos con su túnica blanca que resaltaba por si sola. Y por sobre todo sobresalía la belleza sobrenatural que tenía. No era solo alguien de buen aspecto, no. Su rostro hacia embelesar sin distinción de gustos o edades. Sus rasgos también eran raros, pues con su rostro se podría hacer pasar por una mujer. Aun si su altura y cuerpo no le ayudaran. De cabello rubio casi platinado y ojos lavanda que tenían un halo dorado en la pupila. Algunos nobles mencionaron entre voces que sus rasgos solo se llegaban a ver en el Golfo de las joyas.

La multitud no entendía por qué. Sabían que no era algo natural lo que estaban mirando. Algunos atribuyeron en murmullos a que era casi divino, para muchos pasó solo por su mente. Todos los que lo llevaban a observar no podían apartar la vista.

El primer grupo en salir era el mejor del año, siempre era el que más resaltaba. Pero esta vez, su propia presencia aturdió a muchos, confundió a otros. Cinco chicos, aun con el uniforme rojo distintivo de los pacificadores, juntos en un grupo. Ni los más viejos recordaban haber visto algo así antes. Los murmullos en la multitud crecieron entre los vítores preocupados por lo que algo así podría significar.

—¡Hey!, Luciel —Alzó la voz Sergius sin apartar la vista del frente —Aprovecha de algo esa cara bonita y saluda. Así. —Su mentor levantó una mano y sonrió. Le pareció a Luciel que estaba posando para ser retratado —También los demás, vamos.

Los tres copiaron la pose y pusieron una sonrisa artificial. La chica parecía incómoda por sobre manera, mientras los otros dos eran tan malos que le dio algo de gracia a Luciel. «solo es una sonrisa —Pensó para sí» Levantó la mano y sonrió como se lo habían enseñado en clase, quería proyectar confianza en los demás, pero no le parecía correcto, no sentía que lo hiciera bien. «Sonríe como le sonríes a Sahely —Pasó por su mente involuntariamente y sonrió»

Un segundo, un segundo de completo silencio fue cortado por las herraduras de los caballos tocando la calzada. Los murmullos cesaron, los vítores también, en cambio había gritos eufóricos en la multitud. La guardia confundida, empujó a la gente hacia atrás con las lanzas. Mientras en la multitud, gritaban, que el chico a la izquierda de Sergius, el chico de túnica blanca, que ese chico era un ángel.

Los otros pacificadores salieron a la par de que los gritos comenzaron. Todos los grupos marchaban de forma similar, un mentor al frente del grupo con fragmentos de uniforme y sus cegadoras adornándolos. Un pacificador de la academia, y su sagrada guardia de uniforme negro y detalles blancos detrás de este. Formados en una fila.

La euforia avanzaba junto al primer grupo, la multitud parecía haber olvidado la irregularidad inicial, y dado que detrás de ellos todos los grupos eran lo que esperaban, esos murmullos no regresaron a escucharse. Pero no desaparecieron, se quedaron en sus mentes y serian escuchados solo donde la guardia o la iglesia no estuvieran presentes.

La multitud gritaba los nombres de los héroes de la iglesia que veían pasar: Zoran muro sagrado, Rena sonido del viento, Liva perforadora del cielo, Mara la portadora, Richard quiebra montañas, Rueh sombra de dios, Sorcha llama blanca, Asgall tormenta gigante. Aquellos que protegerían esta ciudad, este país y el sagrado imperio, como lo había hecho la iglesia desde hace un milenio. Eran solo algunos de los nombres más reconocidos, pero esos nombres llevarían a esta nueva generación de pacificadores a el mismo lugar que ellos.

Luciel continúo avanzando por la avenida, podía ver la catedral de Mikael a lo lejos. «Pronto terminaría este desfile» La euforia a su paso era ruido, similar a lo que vivió en Astyel durante su misión de graduación. Los pocos días que paso en la ciudad de La'Rose, le sirvieron para acostumbrarse a la reacción de la gente con su apariencia. El ruido de ahora era comparable al que siempre.

Estaba acostumbrado al ruido, así que Luciel avanzaba manteniendo la sonrisa, sin ver a nadie, sin ver nada, ignorando su entorno. Pensaba sobre Sahely, sobre cómo no pudo elegir guardias para él, sobre como lo pusieron en un grupo con 5 pacificadores, sobre como a ninguno de los otros tres que lo acompañan los recuerda haber visto en la academia, pero, aun así, le parecen conocidos, sobre todo la chica de cabello blanco y expresión adolorida. Pensar que no pudo seguir sus planes con Sahely, que el grupo de guardias, sus guardias, con el que había soñado los últimos meses, formado por su novia y sus amigos, había sido dejado atrás por una irregularidad, le hizo frustrarse.

Se convenció a si mismo que podría persuadir a Sergius, no, al director Abraham, pero necesitaba terminar este año con su mentor, aguantar un año lejos de Sahely, aguantar un año sin incidentes, soportar un año su impulso. Esta vez podría, no, esta vez debía soportar. Su promesa debía mantenerse, ella también debía estar preocupada, lo sentía en su corazón como una punzada, no podía volver a romper una promesa. Su mente dio vueltas y vueltas sobre lo mismo por un momento que le supo eterno, hasta que se decidió. Un año, en un año tendría todo lo que había soñado, todo lo que había prometido. Solo debía resistir un año.

La admiración de los niños era palpable. Algunos se hallaban entre las piernas de la multitud, detenidos solo por la mirada de los guardias. Otros yacían en los hombros de un adulto. Sorprendidos junto a sus padres de los jóvenes que marchaban en la calle. Comentaban con quien tuvieran más cerca, sobre quiénes serían los que regresarían, los que tal vez, cuando ellos fueran adultos, serian reconocidos como héroes. La multitud quitaba de la conversación al grupo del chico de la túnica blanca, no había forma que no volvieran a escuchar de ellos. Comentaban sobre los más grandes, los más fuertes, pero también sobre los más extraños, como una chica de cabello trenzado tan largo como la altura de una persona. La gente se entretenía pensando en los apodos que tendrían. "cabello sagrado", "lanza de dios", ninguno era especialmente elocuente, pero ponerles las palabras "sagrado" o "de dios" a sus características les divertía.

La enorme catedral frente a él regresó a Luciel a sus sentidos.

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