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Perseguidos en sueños (Parte 3)

Lo habían puesto en una celda húmeda y oscura luego del incidente con Luciel, su cabeza aun dolía tanto que no podía soltar más que sollozos y gemidos de dolor. Guardias iban y venían de las celdas iluminados en antorchas. Dormía arrullado en gritos de otros chiquillos que faltaban a las reglas, no sabía cuándo era de día o noche en ese lugar. Perdió el pasar del tiempo junto al peso de su cuerpo.

La primera vez que salió luego de una eternidad, se encontraba en una sala circular solo iluminada por antorchas, puertas de hierro rodeaban las paredes de piedra negra. Arrastraban el cuerpo de otro chiquillo como él, por el suelo cubierto en moho, sangre y sudor, a una celda. Su vida se escurría en el piso. Intentó vomitar, pero no salía nada de su boca, no había forma que saliera algo de su estómago. Lo arrastraron por la oscuridad de los pasillos entre sollozos. De alguna forma siempre tenía fuerza para llorar.

Svilena, la doctora de la academia le recibió amarrándolo a una mesa de fría piedra blanquecina, le explicó luego de muchos golpes que tenía sangre de demonios corriendo por su sangre. "La puta de tu madre debió haberse entregado a ellos", recordaba con claridad esa frase. Nunca conoció a su madre, y nuca había sentido el deseo de hacerlo, si había alguien a quien podía considerar una, era a Jeria. Rezaba porque ella llegara a sacarlo de ahí, rogaba porque ella apareciera, pero sabía que ella estaba en alguna tierra lejana matando demonios, salvando a otros como él, salvándolos de la misma forma que a él.

Revisaron todo de él, su cuerpo, su sangre, su mente, probaron los límites que podía alcanzar, a veces le parecía que Svilena se divertía haciéndolo perder la conciencia. No duraba mucho, por suerte su pequeño cuerpo no soportaba tanto.

Probaron durante años los límites de lo que heredó. El hambre, la bestia, el demonio en que podía convertirse. La primera vez que salió fue durante uno de los muchos combates que les hacían tener los guardias de las celdas por diversión, eran algo que entretenía incluso a algunos profesores. Lanzaban criaturas capturadas a pelear contra chiquillos que se esforzaban por no morir, en esa ocasión habían lanzado a un brujo que capturaron. El hombre se defendió usando magia, varios otros niños habían muerto para ese punto. El espectáculo era tan interesante como los espectadores esperaban. Justitia solo observaba la sangre derramarse, formando charcos en el asqueroso suelo, pensó por un momento que moriría, que podría descansar de una vez por todas. Se orinó encima cuando tenía al hombre encima suyo. Forcejeaba cubierto en sangre, aun cuando su mente quería morir, su cuerpo se negaba. Su pecho se calentó, sentía como su conciencia se escapaba y más importante sentía un dolor en la frente. Lo último que recordaba de aquella ves es que logró zafarse del agarre del hombre mordiendo su brazo tan fuerte que arrancó un pedazo de carne.

Despertaba súbitamente luego de alguna de las imágenes que le perseguían. Sudor frio en su cuerpo que le daba una sensación de haber salido del agua, a punto de haberse ahogado. Durante un tiempo pensó que nunca dormía y simplemente estaba en un bucle con sus recuerdos. A veces pensaba que había muerto en aquellas celdas y solo era el infierno lo que vivía. Dormir era todo menos un descanso para él.

Habían salido del oasis durante una hora antes de que los volvieran a atacar los mismos mastines. Se habían juntado por un buen tiempo. Una emboscada preparada con al menos un centenar de ellos, una de la que Sergius se encargó solo. Verlo pelear era todo un espectáculo, era lo que las historias contaban de los pacificadores. Apóstoles y verdugos de la iglesia. Ejércitos de un solo hombre, héroes que se enfrentan a las manchas de oscuridad que aún quedan en el mundo. Le dio curiosidad saber sobre la historia del apodo de Sergius. Troll del norte era algo que podía imaginarse por su forma de pelear, era un monstruo de fuerza bruta. Se divertía peleando, podía verlo en su cara cada que destrozaba el cuerpo de una de esas cosas. Gritaba pidiendo más, retando a alguien que no estaba en las cercanías. «¿Dónde quedó el miedo de su voz de aquella ves?»

Los siguientes días de su viaje se volvieron rutina, no eran más que seguidos por los mismos mastines, una y otra vez. Sergius y Poena parecían aburridos de las bestias para ese punto, Sergius los cazaba junto a los demás animales cuando tenía tiempo. A veces les contaba historias de cuando él estaba en la academia, de cuando era primerizo como ellos, se dirigía a todos, pero lo miraba a Luciel y a él con más atención. Se ocupaba de contar historia sobre demonios, brujos y prostitutas, hazañas que solo eran seguidas por Luciel nuevamente. No comprendía si lo hacía por ser amable, por mantener el humor de Sergius o por querer llenar el silencio que siempre invadía los descansos. Cualquiera que fuese el caso estaba cansado de las historias de Sergius.

Justitia quería creer que el viaje era cansado física y mentalmente por todos los involucrados de la misma forma. El paisaje amarillento, la resequedad del aire, no había más que pastizales y riscos por todos lados.

Los viajeros y comerciantes con los que se encontraban negaban saber nada sobre los mastines, haberlos visto o escuchado de ellos. La ilusión que representaban para ellos siempre ponía intranquilo al grupo, era como si todo lo que pasara fuese solo un sueño. Al llegar al siguiente pueblo, Sergius paso unos días en un burdel, les había dejado ordenes de preguntar a comerciantes que se dirigiesen al puerto sobre los mismos demonios. Las respuestas siempre eran las mismas, no habían visto o escuchado nada como lo que ellos buscaban.

¿Acaso las bestias eran solo una pesadilla?, como las imágenes que veía cada noche, los acechaban solo a ellos que les importaba, a ellos que los intranquilizaba. ¿Habían tomado a Luciel para este punto?, estaba perdiendo la cabeza, había visto a otros en las celdas con la misma cara. Pronto estaría tan loco como aquellos niños. No había forma que unos cuantos perros, unos cuantos ataques lo pusieran así. Algo más le aquejaba. algo que solo tenía respuestas en dos personas, dos personas con las que no estaba dispuesto a hablar. «como si pudiera hablar con alguien» concluyó para sí mismo. Debía intentarlo una vez mas o su última oportunidad seria convencer a Agony, ella se preocupaba por Luciel, ella lo haría.

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