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Los despertares. Algo se esconde. -

Cuando ocurrió el hecho, quise irme de tu lado, pero algo faltaba, entonces decidí que permanecería contigo

El silencio aquí dentro era muy reservado. Se oculta. Presiento que en todo éste suburbio encerrado entre rejas y plantas mantiene la misma modalidad. El misterio. La puerta se abrió. Hice los chequeos correspondientes, ante el hombre de la entrada. Hizu me tenía preparada una bata especial. Era un atuendo semi formal. Mis ropas estaban guardadas en un closet bajo llave. Al cambiarme pude notar como lisa programaba un itinerario en un cuaderno. Era una de las encargadas del sector.

- ¿Estás listo? Me manifiesta con una pregunta insulsa.

- Sí. ¿Qué debo hacer?

- Te llevaran a la sala de atenciones primarias. – de inmediato me hicieron salir de allí y dos hombres con una camilla estaban esperando. Eran dos figuras que se asemejaban a las almas del camino. Solo que en sus rostros carecían de todo tipo de elementos que hacen a la fisonomía humana. No tenían cabello, cejas, contornos lineales, boca, nariz, ni ojos. Y me armé de curiosidad para preguntar quienes son.

- Ellos son los guardias, y nada más debes saber.

- Pero...

- He dicho. -Hizu, es diferente a las demás personas como Lisa, Doris, incluso Koha. Es el jefe, por así expresarlo. -

Aquella mujer de nombre Hizu, parecía tan recia en carácter como en su manera rígida de caminar. Mujer de cabello corto rojo con un atuendo parecido al de Koha. Rostro pálido y de pocos amigos. Ojos color azul. Era quien ordenaba, y supervisaba el sector. Al salir de allí me colocaron en la camilla y maniataron para no poder moverme. Luego otra mujer me colocaba una inyección. Era Lisa quien se encargaba de tareas menores. Al voltear mi vista, mis ojos se cerraban y la figura de Koha aparecía. Algo les decía a los guardias. Cuestión que fue denegada por Hisu. Sin embargo el sueño se apoderaba de mi cuerpo y de todos mis sentidos mentales.

Primer despertar. Dicen que son cinco.

Estaba sentado frente a un hombre de lentes, podía verme en lis vidrios. Eran unos lentes rectangulares. Me encontraba en una silla cuyo respaldo endurecía mi columna de tal manera que la punzada de cierto dolor vibraba desde todo la circunferencia de las vertebras.

Pero lo más asombroso fue ver a mi lado una anómala ficción. Estaba en otra silla aprisionado. Era un rostro doblegado en dos. Como siameses. Ambos estaban estáticos y unidos por un mismo cuerpo. Al verlo mi semblante se completo en un pasado. Alguna vez lo sentí, y ahora puedo verlo. Una forma humana de dos rostros en un cuerpo que parecía extenderse.

- ¿Lo recuerda? – Comenta aquel hombre de anteojos. – si no lo sabe, soy el

Doctor. Victor Jekin. – Le haré unas preguntas básicas.

- ¿Quién es él?

- Ese señor, Jaime, es su alma. – Me aclara el doctor Victor Jekin . -

- ¿Mi alma?

- ¿Nunca la ha visto no? Nadie nunca ha visto el alma.

- Pero el alma. Es energía. Es algo intangible. Breve que se expande ¿El alma se ve así?

- Cada uno de nosotros tenemos un alma. Que tiene una forma determinada. Algunas bellas, radiantes.

- Otras grotescas – Y miré a esa malformación que no podía definirse. – Algo así debe estar mal. Digo con problemas.

- ¿Por qué cree que está mal? – Me pregunto rascándose la barbilla.

- Véalo. Apenas parece un ser humano

- El alma no es un ser humano. – Objetó.

- ¿Y qué es?

- Es lo que nuestros sentimientos y corazones quiere.

- O sea que soy una aberración sentimental – Expresé.

- No, lo que quiero decir es que usted representa dos lados que forman una misma persona.

- Bueno y malo. Perdone doctor. Todos tenemos ese efecto Bondad y maldad. Todos deberíamos tener un alma con estas características.

- No, su alma es una doble figura porque usted suele ser dos personas. Su alma a raíz de los años de aquel suceso que sufrió esa malformación desde que fue concebido ¿Que quiere decir doctor? Su alma lleva lo que es usted y parte de otro ser más terrible que ve lo que no querría ver. Y usan su cuerpo.

- Koha.

- La buscadora ¿Ella es especial no?

- ¿Por qué lo dice?

- Véalo por usted mismo. - Confiesa. -

Aquella alma comenzaba a convertir su tez de color en ámbar. Y el aroma de Koha de expandía por toda la habitación.

- Nunca he visto un alma colocarse en tales condiciones. – Dijo el doctor – No quiero quebrar el hilo de lo referente a ello. Usted como sabrá es un vehículo. Un cuerpo andante que por razones milagrosas mantiene su alma dentro y por alguna razón tiene un don que ye incorporado por esa su parte digamos lúgubre que es la que hace que el señor Jaime pueda ver la muerte.

- Dígame la verdad ¿Estoy muerto? – pregunte al observarme a mí mismo y luego a mi alma.

El doctor Jekin parecía serio y asintió sin decir nada que pudiera disipar otra duda.

- ¿Cuando fue que ocurrió? - Le pregunté.

- Hace mucho tiempo. Pero bueno su primer despertar está comenzando.

- ¿Qué quiere insinuar? – Le volví a preguntar esta vez con determinadas cuestiones que debía resolver.

Mis ojos se cerraron. Y pronto me veía en una camilla. Mi cabeza daba vueltas como si no pudiera comprender aquella plática de sesión con el doctor Jekin. Koha, se encuentra allí transportándome. El dolor en mi cabeza se prolongaba en interminables secuencias. Rezongaba como un anciano que recibe una dosis de varias pastillas que adormecían su cuerpo. Quise extender mi mano como queriendo señalar algo, pero me fue imposible. Algo me han inyectado.

- ¡Estarás bien!– Expresó Koha en cuanto transportaba la camilla. Una suerte de cama con ruedas. Típica en las emergencias de ambulancias. Apoyando mi cabeza en una almohada que no se diferenciaba de una piedra y como tampoco el colchón que tenía sus años de uso.

- Koha ¿Eres tú? – balbucee con mis labios y parte de mi boca soñolienta – mi cuerpo se encuentra muy mortificado. – le explaye mi dolor y ella pareció leer mi mente.

- No es dolor, solo has pasado el segundo despertar.

- ¿El segundo? Estaba con el doctor Jekin y mi alma. Pude ver mi alma Koha.

- ¿Y seguro no es lo que creías no? No te asustes. Nuestras almas no son lo que nuestros cuerpos enseñan. Has pasado el segundo despertar. Al entrar en trance. Cuando tu alma regresa tu cuerpo se apaga completamente y luego deben llevarte a la sala en la cual se inyecta un líquido que la mantiene calmada.

- Pero si mi alma es peligrosa, quiere decir que soy peligroso.

- No dije que tu alma sea peligrosa, dije que la calman hasta verificar que ocurre.

- ¿Tengo cura Koha?

- No puedo decírtelo. Depende de los estudios y lo que acontezca.

- Mi alma estaba deformada.

- Tu alma no quiso irte cuando moriste.

- ¿Y por qué morí?

- Eso solo lo sabes tú.

- Pero no lo recuerdo.

- Tu alma tal vez no se haya enterado que has muerto. No lo sé

- ¿Puedo preguntar por qué veo la muerte?

- Por simple razón. Ya no caminas en el mundo de los vivos, sino que estas en otro mundo, pero por alguna razón te has quedado porque tu alma se mantuvo en el cuerpo vacío de vida.

- Pero mantengo una vida normal.

- Si, por tu alma, y porque según cree el director te están usando ellos los demonios.

- No he matado a nadie, he visto como mueren.

- Si lo has hecho. Mmm. Cuando tu estas cerca quien es electo por los demonios está condenado. Algunos por orden celestial de forma inusual se alejan, pero pronto caerán por otros si es que la suerte no los acompaña. Esa es la razón por la que estas aquí.

- ¿Y tu Koha?

- Solo soy un ama de llaves que busco a los que son como tú.

- Me refiero a tu pasado.

- No creo que pueda mencionártelo. Estamos llegando a la sala. Lo que veas, oigas, toques puede no ser de tu agrado.

Lo que expresó Koha no era solo un manojo de palabras. Habia algo de mentiras

Hicimos una primera parada en una suerte de comedor. Koha se acercó a una mesa, y estaba una señorita muy parecida a ella, le entregó un paquete, y algo le dijo al oído. Luego Koha se acercó a mí, y abrió aquel paquete. Era comida. Una carne seca, con algunas legumbres. Estaba todo trozado, luego con un tenedor fue pinchando cada pedazo diminuto.

- Abre la boca, debes alimentarte – ordenó Koha.-

- ¿Pero? Yo puedo.

- Tu estas muy débil para hacerlo, solo ¡Abre la boca! –

Era cierto, no podía moverme, y asentí. Abrí la boca y Koha colocaba la comida cuidadosamente.

- ¡Mastica! Despacio. – Me ordena.

Iba realizando los pasos que ella me indicaba. Me sentía como un niño recién nacido en su silla de andar, para recibir alimento de su madre. Luego de varias operaciones, concluyo la comida, y un poco de agua.

- Koha, si estoy muerto, preciso de alimento ¿Es decir mi cuerpo lo precisa?

- Ya te he dicho, estás muerto, pero tu alma no te ha dejado. Tu cuerpo utiliza alimento para mantenerse porque tu mente lo requiere. -

- Y cómo es qué mi cuerpo se mantuvo?

- Cuanto se está muerto, sin que el alma abandone el cuerpo. El alma misma

se encarga de hacer todo el trabajo. Que tu cuerpo asimile que estas realizando un proceso normal, pero en definitiva tu cuerpo mismo se encuentra en descomposición. –

- No puedo entenderlo. Si fuera un zombie, estaría vagando como una cosa sin sentido.

- ¿Un zombie? Ves muchas películas. Un zombie no tiene alma. Nada que utilice su vehículo corporal.

- Me parece algo fuera de lo normal.

- Lo normal es que estuvieras muerto, y tu alma haya pasado a otro plano, para ser juzgada o no, y allí descansar. Y McFill estar bajo tierra.

- Lo siento. Solo que todo me parece tan extraño. –

- No te culpes, se cómo te sientes. – Y suspira. -

- ¿Tú también?

- Soy diferente, pero no tan distinta de ti. –

- ¿En serio? Pero tú pareces, otra persona. Eres una buscadora.

- Estoy aquí para cumplir los servicios del director. Basta de plática debemos proseguir. El alimento debe hacer su proceso, para el próximo despertar.

- ¿Próximo despertar?

Koha dejó la bandeja en una mesa, y recojo el timón de la camilla, para continuar camino a otro pasillo. Del otro lado, y en dirección opuesta venia otra dama con una anciana acostada que parecía ya sin vida.

- ¿Y esa mujer?

- Va a otro sector. –

- Parece que ha fallecido. –

- Estado de suspensión. Volverá al mundo terrenal.

- Quiere decir que está curada.

Koha no quiso contestarme. Todo es tan misterioso en el hospicio. Hicimos otro corredor, y había un hombre observando la ventana, y desde afuera el parque con otros seres que parecía sonámbulos caminando en todas direcciones. Era un típico sitio de locos. Al final del recorrido llegamos. Tres hombres me esperaron en la puerta, e hicieron un gesto para que Koha se retirara. La recomposición de mi cuerpo duró poco.

Al ingresar el centro estaba repleto de elementos quirúrgicos. Una mujer de mediaba edad fumando sentada en una silla terminaba de asentar algunas notas de carácter complejo en relación a mi historia clínica. Los hombres a los que me dirijo como los sin rostro se colocaron uno en una punta de la camilla y otro en otra y levantaron mi cuerpo para colocarlo en la fría cama de metal.

La mujer humeante daba algunas caladas a su cigarrillo y luego de arrojar la ceniza al suelo lo deposito en un cenicero. Aquí comenzó el verdadero juego cuando la dama tomo una suerte de escalpelo y finamente se acercó. Los hombres desnudaron mi anatomía y me veía despojado de todo como cuando llegué al mundo. La doctora colocó en posición determinada el filo que acercó a mi piel desde el plexo al pecho. El helado fervor de la hoja sintetizaba todo cuando hizo

presión y clavo en un punto exacto. La primera manifestación fue un pequeño dolor agudo y luego prosiguió para abrir todo mi pecho. Era un libro de anatomía. Cada órgano realizando sus actividades normales. Inspecciono muestras determinadas de fluidos, y corporales carnes. Cada órgano en su respectivo lugar, con una coloración determinada. Un gris opaco, y corroído.

El dolor estaba latente, pero no fue un dolor corporal al que el sistema nervioso considera una tortura incluso, podía observar el trabajo de aquella carnicera que sin temblar su mano cortaba todo a su paso hasta que todo mi corazón al punzarlo me produjo una aceleración inoportuna. Ahora si podía llamar a ello una tortura.

- ¡Por favor! ¡Pare! El dolor es terrible. – Le imploré sin más que decir. Ella no hizo caso alguno, y siguió su proseguir con pequeñas tajadas. Era como si fuera un robot sin sentimiento programado para realizar la tarea. Infringir dolor. Tocó finamente las arterias que bombeaban una sangre oscura. Coagulada. Del extremo dolor sufrí; una suerte de shock interno.

Al terminar su trabajo, el cigarrillo ya se había consumido como parte de mí. Ahora me encontraba en la misma habitación, aunque no era la misma. Algunos aspectos estaban modificados. El frio comenzó a congelar la silueta y nuevamente mi alma estaba allí a mi lado.

- Jaime vámonos de aquí. Ellos no te quieren. – Me decía con temor.

Por primera vez la oía. Ella hablaba. Me contaba que debíamos irnos pronto. Ni tú ni yo somos los culpables. Debemos irnos.

- Pero tú eres parte de mí. Somos uno. Deberíamos pensar como uno. No eres alguien externo ¿Por qué debemos irnos?

- Éramos parte de uno, pero desde que has muerto una parte de mí quedó en ese vehículo vacío que usamos como cuerpo. Algo esencial esta en ti, y no puedo dejarte para que aquel espécimen y me señala pueda comenzar su proceso de descomposición y tener un entierro digno. Somos lo mismo Jaime y quiero esa energía para unirnos y largarnos a cumplir nuestro designio. Sea donde sea. Aquí no se encuentra la respuesta, ni ayuda. El hospicio no es lo que crees. Es lúgubre, es malévolo, y solo requiere de ti para continuar sus planes.

- ¿Quiénes? – le pregunte

- Ellos, los demonios.

- Pero aquí expiamos culpas, cercenamos a esos engendros.

- Es más difícil de lo que parece, el explicarlo

- ¿Cómo lo sabes?

- Lo sé. Lo vi. Ahora comienzas a sentir.

- Esta frio aquí.

- Hace mucho frio. El cuarto despertar.

Mi alma hizo silencio y mi cuerpo se congelaba hasta que solo era parte de un bloque macizo. Comencé a viajar en un campo desértico. No había camino. Todo es nieve. Una tormenta se hizo presente y estaba desnudo. El dolor de la baja temperatura hizo que temblase hasta una cueva. Me abracé lo que pude para resistir pero no podía ¿Quieres el fuego? Vamos. Haré fuego para ti. Solo despójate de todo lo que eres. De lo bueno que hace a tu corazón. Déjame entrar.

Aquella imagen, quería comprar algo de mí a cambio del calor. Vamos hazlo ahora. Algo me impulso a decir no, negándome rotundamente. Y luego el oscuro espacio de la habitación. Las luces se encendieron a mí alrededor.

Las imágenes se tornaron inestables en mi mente. Allí estaba mi abuela y yo era un pequeño. Mis padres me habían dejado con ella. Al salir a despedirme, me saludaron, y luego pude ver como al ingresar al automóvil, éste se iba destrozando. Fui corriendo hasta el lugar en el cual estaban. De lo que quedaba del carro se abrió la puerta. Un hombre alto de barbas extensas me dijo aquí no hay nada que puedas hacer. Debes venir con ellos di los quieres ver. Lo miraba con recelo y al voltearme mi abuela también se despedía. Era tan real que al abrir mis ojos me exalté y quise escapar de allí. Me incorporé de mi cama y abrí la puerta de la habitación. Uno de los hombres me detuvo. Su sin rostro me asustó. Y me golpeó hasta quedar inconsciente. Luego al despertar nuevamente. Koha estaba allí a mi lado.

- Koha, ¡Eres tú! - Dije con entusiasmo.

- Estarás bien. – Me expresó acariciando mi cabello.

- Era tan real todo.

- El cuarto y quinto despertar son severos. Todos los días harán de ti una prueba.

- Quieren que me una, que les de algo.

Koha se mantuvo con cierto sosiego y distante. Estaba en un pacto de disimulo ante lo que le preguntaba. El lugar me estaba pareciendo demasiado discreto. Veía camillas que iban y venían.

- Koha puedo preguntarte algo ¿Por qué yo?

- Ya te lo he dicho. Aquí limpiaras todo de ti. Has muerto.

- ¿Y si me niego? Digamos, no quiero aceptar lo que me otorguen.

- Sera peor.

- Y si esto es peor. Si realmente fuera una tortura.

- Es la única manera de estar en paz. No más preguntas. Debo irme.

Koha salió de la habitación. Y me contuve a querer escapar. Es así como todo se fue volviendo lúgubre. Y mi alma lo sabe. Me dijo que aquí es peligroso. Me acosté en la cama. Luego de un rato toco la puerta. Era una mujer llamada Hisu, que aguardaba del otro lado. La noche anterior había venido Lisa, pero fue transferida al piso de abajo

- ¿Si qué deseas? - Le respondo. -

- Debo entrar y darle su comida, y suministros de pastillas. –

Abrí la puerta, y ella estaba firme, e ingreso sin dudarlo. Estaba más desvaída que de costumbre. Todos aquí suelen ser pálidos. Descoloridos, tanto externamente como internamente. Desde el director, hasta las doctoras, doctores, y enfermeros, enfermeras. Personal de limpieza, personal de todo tipo. Algunos como los hombres no tienen un rostro, me hicieron recordar a los transeúntes que intentan llegar al hospicio sin lograrlo jamás, y me pregunto si aquel hombre que pude lograr encontrar y comunicarme ha llegado. Somos muchos en el recinto.

La comida había sido depositada en la mesa.

- Le pido señor que luego de comer, toque la campana. Vendrán a colocarle el chaleco de fuerza si fuera necesario.

- ¿Por qué? – Le pregunto mientras tomo asiento para poder cenar, aunque no sentía hambre. –

- Se lo colocamos a todos en las noches de descanso por seguridad. Si me permite me retiro. Buenas noches

- Buenas noches. –

- Pero, no veo la necesidad.

- La necesidad según el itinerario. Según sus manos pueden lastimar. Estaba catalogado desde que llego como sujeto inestable.

- No he hecho nada al respecto ¿Y qué si debo hacer mis necesidades?

- No será necesario. Solo se va al baño, luego de ingerir alimentos, y ya no será preciso nuevamente.

- Le repito que no he hecho nada. – Confesé como un reo que no sabe que lo es. -

- Aquí, no dice eso. Buenas noches. – Expresó Hiso/Hisu, y se retiró. El aspecto de ella, me hacia recordar a Koha, pero su manifestación de actitud era

el triple de seria que Koha. Como dijo ella, tuve la necesidad de ir al baño, y luego sentí que todo en mi se apagaba. -

Al tiempo que no existe, pero catalogué de media hora, llegaron los hombres sin rostro. Muchos hay de ellos en este patíbulo. Uno tenía el chaleco, y otro, se acercó a mí, para sostenerme.

- No es necesario. No haré nada.

Como extrovertidos, me di cuenta, que eran muy habladores. Ese fue el sarcasmo, pero evidenciar a dos sujetos incomunicativos en todos sus aspectos. Estaba bien, no tienen rostro, pero tenía cierta esperanza de que pudieran de alguna forma comunicarse. Uno de ellos se colocó detrás, y se aferraba hacia mi cuerpo el ropaje, el otro frente a mí. Si quiera sabía si estaba mirándome, no tenia ojos. Eso me ponía un tanto nervioso. De repente, como un acto reflejo, ante el tacto de la tela áspera, me levante rápido de la silla, y empuje al que estaba frente a mí hasta que cayó al suelo, no entendía como actuaba de esa forma. Mi ser se colocó en defensa, y luego el otro se acercó y era como si mis nervios se activaran. De inmediato, la puerta de salida se abrió e ingresaron otros. Koha estaba detrás de

todo generando un ademan negativo hacia mí. Dos me sostuvieron cada uno de un brazo y del otro, y a la fuerza me colocaron el chaleco y me depositaron en la cama.

Los hombres cumplieron su trabajo. Y se quedó Koha conmigo un momento.

- Debes estar así. No es preciso que generes este tipo de situaciones. –

- No quise hacerlo. Algo me impulsó. –

- ¡MMM! Debes mantener tu mente lejos de tu alma., sino deberás ir al subsuelo. Nadie quiere ir al subsuelo. Buenas noches.

- ¿El subsuelo? Buenas noches – respondí.

Koha salía de la habitación. La puerta se cerraba, y todo se volvía mimetizaba en una penumbra entre la noche de la ventana en la cual no había estrellas, ni luna, y las paredes con sus cuadros en forma de miradas siniestras que todo lo vigilan.