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Capítulo 5:

Habían pasado 5 minutos desde que César se había ido de la tienda, Morgja decidió quedarse allí esperando a que los guardias solucionaran el problema que tenían, y mientras lo hacía se dedicó a ojear los títulos de los libros que todavía quedaban en la estantería, todos eran libros que habían llegado a ser famosos y reconocidos en la ciudad.

—¿Es normal que declaren una emergencia tocando la campana? —preguntó el chico, dejando de mirar los libros y dirigiéndose al mostrador para hablar con Jachell.

—Bueno, depende de quién esté de guardia, en el caso de César suele tocar la campana una vez en la semana, pero, en el caso de Taley, ella solo lo hace cuando de verdad piensa que el enemigo al que se enfrenta puede llegar a superarla —contestó la chica, intentando mantener la calma y no mostrar a Morgja que estaba asustada por lo que pudiera pasar.

—¿Y cómo sabéis que todo ha vuelto a la normalidad? —preguntó de nuevo, mirando de nuevo todo lo que había en la tienda.

—Tocan de nuevo la campana.

—¿Cuánto suelen tardar en volver a hacerlo? —preguntó por tercera vez, haciendo que la chica no pudiera aguantar más y perdiera la calma para empezar a llorar por culpa de la preocupación y el miedo.

—No lo sé, las alarmas de César suelen terminar enseguida después de que Taley llegue para ayudarlo, pero se trata de una alarma de Taley, lo que nos está atacando tiene que ser muy peligroso ¿Y si no son capaces de acabar con el peligro? Tenemos armas, pero no creo que seamos capaces de enfrentarnos a los monstruos —explicó la chica, apoyando la cara sobre el mostrador para que Morgja no la viera llorar con tanta facilidad.

—Una última pregunta, sé que no soy un cliente habitual y que puede que me vaya pronto pero ¿Me fiaríais un saco de comida para caballos? —preguntó Morgja sin ningún contexto, haciendo que la chica levantara la vista y lo mirara extrañada por no comprender lo que quería hacer el chico en ese momento.

—Coge lo que quieras, total vamos a morir todos —contestó la chica de forma pesimista, volviendo a apoyar la cabeza sobre el mostrador para seguir llorando.

Morgja se acercó a los sacos de comida para animales; los sacos eran de distintos tamaños dependiendo de cuál era el animal para el que estaban destinados los alimentos que conservaba en su interior, el que correspondía al caballo medía más de 1 metro de alto y estaba hecho de yute, el chico lo levantó y lo colocó sobre el mostrador con una sonrisa.

—Bueno, me llevo esto, y lo siento —comentó el chico, volviendo a provocar que Jachell lo mirara extrañada, solo para descubrir a qué se estaba refiriendo cuando abrió el saco y tiró toda la comida al suelo, inmediatamente la chica olvidó su tristeza y se enfadó con Morgja por ser ella la que tenía que limpiar el desastre que el chico había montado en cuestión de segundos—. Nos vemos —dijo a continuación, antes de salir corriendo por la puerta.

Por otro lado, cerca de la atalaya César y una mujer que llevaba puesta una armadura de acero de cuerpo entero estaban atados delante de cinco monstruos, todos ellos tenían el pelo largo, barba y cuernos de carnero saliendo de su cabeza, y en lugar de piernas humanas tenían piernas de cabra las cuales mantenían cubiertas por un pantalón de tela de diferente color cada uno, tres de ellos llevaban el pecho descubierto mientras que los dos restantes tenían una armadura de cuero. El líder, el cuál era el que tenía los cuernos más grandes y medía más, llegando a medir cerca de tres metros, estaba más adelantado que el resto de sus compañeros, a su espalda llevaba un gran hacha de combate.

—Nos habéis dado mucha guerra —mencionó el monstruo, girando su cabeza hacia la dirección por la que habían venido, para observar los cadáveres de otros diez monstruos de su misma raza.

—Cállate y mátanos de una vez —exclamó Taley, haciendo que el macho cabrío redirigiera de nuevo la mirada hacia ella, esta vez con una sonrisa que junto a las pupilas de sus ojos, las cuales también eran iguales a los de una cabra, lo hacían lucir siniestro. El monstruo se acercó más a Taley y la agarró de la cabeza para retirarle el casco y ver su rostro; el pelo negro de la mujer se soltó cayendo sobre sus hombros; sus ojos rasgados eran de color castaño, y su piel era blanca. Taley estaba mirando con el ceño fruncido al monstruo. El monstruo colocó su gran mano en la barbilla de la mujer y le apretó las mejillas con sus dedos.

—¿Quién me iba a decir que el guerrero que acabó sólo con diez sátiros era una mujer? —preguntó retóricamente el monstruo, provocando la risa de sus camaradas.

—Apártate de mí antes de que te corte la cabeza —comentó la mujer antes de escupirle en la cara al sátiro, a pesar de que no había nada que realmente pudiera hacer en ese momento para liberarse y acabar con el resto de los monstruos.

—Vaya, eres bastante rebelde, me pregunto si serás igual cuando acabemos con el pueblo —manifestó el monstruo, manteniendo su sonrisa, mientras se limpiaba el escupitajo de la mujer del rostro—. Un consejo, reserva tu saliva, vas a necesitarla para después.

—¿Qué vais a hacer con nosotros? —preguntó César, el cual se había mantenido callado hasta ese momento, para hacer tiempo hasta que la gente del pueblo se preocupara de que todavía no tocaran de nuevo la campana y salieran en su auxilio.

—Bueno, la verdad es que no nos gusta trabajar y mientras lo hacemos no podemos beber ni estar de fiesta, así que un día pensamos ¿Y si obligamos a alguien a trabajar por nosotros? Y bueno, al principio nos pareció mucho trabajo, pero después de plantearlo varias veces, decidimos que era mucho más trabajo no tener esclavos y hacer nosotros todo, así que buscando los esclavos encontramos este pueblo, tan indefenso, y decidimos que este sería el lugar en el que obtendremos a nuestros trabajadores forzados, así mientras los hombres hacéis todo el trabajo que nosotros no queremos hacer, nosotros estaremos de fiesta pasándolo bien con las mujeres —contestó el líder de los sátiros, esperando que en el momento en el que hubieran atrapado a todos, Taley y César les comentaran cuál era su futuro y por qué los habían atacado—. Bueno, ya hemos acabado con las defensas de este pueblo; Phiemas, Holjo, id a capturar al resto de los humanos mientras nosotros nos quedamos aquí vigilando a nuestros prisioneros —ordenó, dirigiéndose a los más pequeños de los sátiros.

—¿Por qué tenemos que ir nosotros? —preguntó Phiemas, un sátiro de un metro sesenta que llevaba a la espalda un arco y un carcaj de flechas.

—Porque no podemos dejar a los prisioneros sin vigilancia —contestó uno de los sátiros que se iban a quedar con el líder vigilando a César y a Taley, el cuál tenía una espada enfundada en la cintura y un escudo en el brazo izquierdo.

—Pues podéis ir vosotros y nosotros nos quedarnos aquí vigilándolos —contestó Holjo, quien medía un metro cuarenta y llevaba dos dagas en su cintura.

—Nosotros somos los más grandes, si os dejamos al cargo y la mujer se escapa podría acabar con vosotros con mucha facilidad, ya ha matado a diez de los nuestros, no podemos permitirnos cometer un error como ese —contestó el último de los sátiros, este medía dos metros y llevaba una lanza y un escudo a su espalda.

Los dos sátiros no pudieron decir nada para refutar lo que su compañero les expuso, y se rindieron a tener que hacer todo el trabajo sucio, mientras el resto se divertía y lo pasaba bien. Mientras Phiemas y Holjo se alejaban, sus compañeros se quedaron hablando sobre quién iba a ser el que fuera a buscar leña para hacer una hoguera, tras varios argumentos, el líder consiguió que Royha, el sátiro de la lanza, fuera a buscarla mientras los otros dos se quedaban vigilando a los prisioneros.

Los dos sátiros que fueron a capturar al resto de los pueblerinos se toparon con la bifurcación cercana a la atalaya, en lugar de ir los dos por el mismo camino, decidieron que Phiemas iría en dirección al pueblo y Holjo investigaría el lugar al que llevaba ese camino, y después se reunirían en el pueblo para continuar capturando al resto de los humanos.

A medida que Phiemas se acercaba al pueblo, más oscuro se hacía, y finalmente al llegar a la plaza ya era de noche, por suerte, ese día había luna llena y no estaba completamente oscuro; el sátiro miró a su alrededor, intentando decidir por qué camino iría, momento en el que escuchó a alguien silbando una canción, a pesar de que ese sonido le había puesto los pelos de punta y lo había aterrorizado, Phiemas decidió ir por el camino del que provenía y capturar a la persona que lo estaba produciendo. El silbido lo condujo hasta la herrería, en ese lugar no parecía haber nadie, y pensó que a lo mejor la persona en cuestión había entrado en el edificio, pero, antes de que abriera la puerta, lo escuchó de nuevo, esta vez más cerca; la persona que estaba buscando se encontraba detrás de la herrería. El sátiro fue directo a buscarla, cuando giró la primera esquina del edificio el silbido cesó, no obstante, Phiemas estaba seguro de que la persona tenía que seguir allí, y en el momento en el que llegó la segunda esquina escuchó la voz de un hombre contando hacia atrás; el hombre iba por siete, el sátiro se quedó un momento petrificado, pero en cuestión de un par de segundos volvió a moverse con normalidad y giró en la segunda esquina para toparse con la persona que estaba persiguiendo; mientras lo hacía, la cuenta hacia atrás llegó hasta cero, e inmediatamente Phiemas recibió un fuerte golpe en la cara que lo tumbó en el acto. La nariz del sátiro estaba sangrando por culpa del golpe; el monstruo se echó la mano a ella y comenzó a sujetarla mientras intentaba descubrir quién lo había golpeado; delante de él se encontraba Morgja, el chico lo estaba mirando fijamente con una sonrisa en el rostro, en su mano derecha tenía el saco, en el que había metido algo que en ese momento estaba abultando.

—¿Qué…

Morgja colocó su pie en el estómago de Phiemas y comenzó a pisarlo con fuerza, interrumpiendo al sátiro quien echó las manos hacia el pie del chico para intentar quitárselo de encima y así poder levantarse; a pesar de la fuerza que estaba ejerciendo el monstruo para levantar el pie de Morgja, no era capaz de elevarlo ni un solo centímetro y parecía que cada vez el pie le apretaba más el estómago. Morgja agarró el saco con las dos manos y lo alzó para golpear al sátiro en la cabeza con él, Phiemas soltó el pie de Morgja y colocó los brazos delante de la cara para intentar evitar los golpes del chico, sin embargo, Morgja no se detuvo y continuó utilizando toda su fuerza para golpear los brazos del sátiro. Los golpes del chico eran cada vez más fuertes y había menos tiempo entre cada uno de ellos, después de un minuto, Morgja se detuvo y quitó su pie del estómago del sátiro, Phiemas tenía los brazos destrozados y no era capaz de apartarlos de su rostro.

Morgja se agachó y apartó los brazos del sátiro, para poder verle el rostro, Phiemas estaba llorando mientras de su nariz salían tanto mocos como sangre, tras una revisión más precisa del cuerpo del monstruo, el chico se dio cuenta de que el monstruo se había orinado encima por culpa del miedo.

—Por...Por favor, no me hagas daño...Yo no quería hacer daño a nadie...Ellos me obligaron —explicó el sátiro, entre sollozos, por el tono de su voz, parecía que estuviera diciendo la verdad—. Perdóname.

Morgja no dijo nada y agarró con fuerza el saco para a continuación apuntar los golpes a las piernas del sátiro; sin el pie de Morgja apretando su estómago, el sátiro podía respirar con facilidad, aunque esto solo hizo que con cada golpe emitiera un grito de dolor, que podía escucharse por las inmediaciones; la agresión de Morgja duró un par de minutos antes de que la parte abultada del saco se desgarrara y de él se cayeran unas cuantas piedras.

—Vuelvo ahora, no te muevas —dijo el chico, dejando al sátiro tirado en el suelo con las extremidades rotas, marchándose en dirección a la tienda de Reginleo.

Phiemas, tomó una gran bocanada de aire y giró sobre sí mismo, apretando el brazo contra varias de las piedras que se habían caído del saco de Morgja, a pesar del dolor que estaba sintiendo, el monstruo pudo contener sus ganas de gritar.

—Vamos, Phiemas, Holjo debe estar de camino, tengo que llegar hasta él —pensó el sátiro, comenzando a mover el brazo con lentitud hacia delante, cada centímetro que era capaz de desplazarlo le hacía sentir que tal vez era mejor quedarse quieto y simplemente pedir ayuda, pero, el pensamiento de que si pedía ayuda alertaría a Morgja y este regresaría antes, provocaba que el sátiro consiguiera fuerza y continuara avanzando mientras resistía el dolor que sus heridas le provocaban.

El sátiro estuvo arrastrándose con todas sus fuerzas durante cinco minutos, y eso lo había llevado al camino principal por el que se llegaban a todas las tiendas de esa zona, solo quedaba un poco más para llegar a la plaza, y seguramente encontrarse con Holjo. En ese momento, el monstruo volvió a escuchar el silbido de Morgja en la distancia, la canción seguía siendo la misma, pero al saber de quién provenía ese sonido, solo provocaba que fuera todavía más siniestra y aterrorizara al sátiro aún más que cuando la había escuchado por primera vez. Phiemas, comenzó a arrastrarse con mayor velocidad, el miedo que sentía en ese momento le había dado fuerzas, y el dolor era mucho más afrontable, a pesar de sus avances, la canción se escuchaba cada vez más cerca. El sátiro casi había perdido la esperanza, pero, en cuanto su mano derecha tocó la plaza, el silbido cesó y alivió al monstruo como si alguien lo hubiera sanado por completo, a pesar de la situación en la que se encontraba, Phiemas sentía que su vida ya no corría peligro, y comenzó a arrastrarse con felicidad hacia el camino de vuelta a la atalaya, esperando que yendo hacia allí se encontrara Holjo y lo ayudara a ir junto a los demás para que lo sanaran por completo.

—¡Phiemas!

El sátiro escuchó la voz de su amigo en la lejanía, y alzó la vista para intentar divisarlo, Holjo estaba corriendo rápidamente hacia él para socorrerlo, y en el momento en el que llegó hasta su compañero se arrodilló para comprobar con mayor facilidad el estado de Phiemas.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Holjo, preocupado por el estado tan lamentable en el que se encontraba su compañero.

—Un tío me emboscó y...

Phiemas se quedó sin palabras en cuanto volvió a escuchar la cuenta atrás que había hecho Morgja antes de golpearlo por primera vez con el saco lleno de piedras, en ese momento había empezado por tres y se encontraba delante de él y detrás de Holjo, antes de que el sátiro que le estaba dando la espalda pudiera reaccionar a la cuenta atrás, Morgja tenía el pie apoyado entre los omoplatos de Holjo y estaba estrangulándolo con la tela del saco.

—¡Déjalo! —gritó Phiemas, mientras veía sin poder hacer nada como Holjo agarraba la tela del saco, intentando sin éxito apartarla de su cuello.

Morgja continuó, hasta que Holjo dejó de resistirse al estrangulamiento, señal de que había muerto o perdido el conocimiento, para asegurarse, Morgja cogió las dagas del sátiro y le clavó una en el centro de la frente.

—Ahora te toca a ti —dijo el chico, tirando al lado de Phiemas el cadáver de su amigo. El sátiro comenzó a gritar todavía más alto, esta vez por culpa de la pérdida de uno de sus mejores amigos. Morgja se arrodilló colocando una de sus rodillas sobre el estómago de Phiemas y colocó la daga encima del cuello del sátiro.

La daga empezó a adentrarse poco a poco en la garganta del monstruo; la sangre salía lentamente, y en cuestión de segundos, también salía por su boca, en ese momento Morgja retiró la daga, y dejó a Phiemas en el suelo, tosiendo para intentar expulsar toda la sangre.

Mientras el sátiro intentaba no ahogarse con su propia sangre, el chico estaba cogiendo todo lo que le era de interés, entre lo que se encontraba las dagas de Holjo, y el arco y las flechas de Phiemas, a continuación se fue, dejando al sátiro todavía vivo, aunque con escaso tiempo de vida.