80 Lucian <El Invicto>

Disminuyó la velocidad del galope al encontrarse a una distancia considerable, admirando con una sonrisa las murallas del interior de la ciudad.

--Otra vez en este maldito lugar. --Suspiró, deshaciéndose de todos los malos pensamientos que ahora rondaban por su mente.

Los guardias de la entrada se movilizaron al instante de observar al jinete, interponiéndose en su camino. Tragando saliva a segundos de reconocerlo.

--Le rogamos nos perdone, señor Lettman.

Se hicieron a un lado con rapidez, haciendo una muy inclinada reverencia por el miedo y la vergüenza.

Lucian asintió, no tomándole importancia al acto irrespetuoso de los subalternos de su madre, emprendiendo de vuelta la marcha.

La ciudad al interior de los muros era muy distinta al exterior, destacando por las construcciones de piedra lisa y demás materiales poco comunes; jardines y caminos mejor desarrollados. Las pocas personas que se dejaban ver al transitar por las calles mostraban vestimentas de buena calidad, con accesorios brillantes y posturas bien entrenadas. Sus cuerpos delgados, delicados hasta cierto punto, con la arrogancia bien arraigada en sus ojos.

Al centro de la durda (ciudad grande) se encontraba el símbolo del territorio, el hermoso e impenetrable palacio de la familia Lettman. Decorado en su patio delantero con un hermoso jardín y cuatro estatuas de los Sagrados, dos por cada lado del ancho camino, que representaban algo que Lucian había olvidado hace bastante tiempo.

--Señor, su caballo. --Dijo un mozo, limpiando con su antebrazo el escurrimiento de su nariz.

--Tratalo bien --Se bajó de un salto, acariciando las crines y parte de su cabeza--. O arriésgate a morir por mi espada.

El mozo le miró con una sonrisa petrificada, no recordaba al muchacho, pero no por ello se atrevió a ser irrespetuoso, conocía las personalidades de los bastardos al interior de los muros, no siendo tan tonto como para pensar que el joven no cumpliría con su amenaza.

--Sí, señor.

Lucian ignoró al sirviente constipado, siguiendo su camino al subir los cinco escalones que llevaban a la puerta principal.

--Su espada, señor. --Dijo el guardia de la entrada con respeto.

Lucian se detuvo, disgustado por la solicitud, pero sin el ánimo para mostrar su enojo. Desabrochó el cinto con la vaina y la entregó, mirando con frialdad al guardia, quién agarró el arma sin un cambio en su expresión.

--¿Sabes dónde se encuentra mi madre?

--¿Su madre, señor? --Regresó la pregunta, confundido y lleno de burla en su interior por el muchacho desorientado.

--Sadia Lettman, la Durca.

El guardia tragó saliva, casi perdiendo el equilibrio por su ignorancia. Hasta ahora podía apreciar el parecido entre madre e hijo y, se agradecía por no tener una lengua suelta como la anterior guardia, porque si hubiera sido así, estaba seguro de que su destino habría sido lamentable.

--No, señor Lettman. Lo lamento. --Agachó la cabeza.

--Cuida mi espada con tu vida. --Dijo al retirarse con una mala cara.

El interior del recinto era tan único como simple, los suelos blancos brillosos que los esclavos limpiaban con esmero, las puertas grandes de madera talladas con símbolos antiguos, las decoraciones hechas por artesanos habilidosos, todo ello representaba la belleza del interior del palacio, además de una sutil, pero poderosa energía mágica que acompañaba a Lucian a cada paso.

Comenzó a impacientarse, el paradero de su madre no era claro y, aunque estaba reacio a encontrarla para soportar su verborrea cínica y molesta, deseaba aún más salir de las malditas paredes que lo rodeaban.

Se detuvo al ver la puerta cerrada, con la boca de un león en la manija como decoración. Su pulso se aceleró, sintiendo un temblor en su interior. Inspiró profundo, empujando el frío hierro para develar los secretos que guardaba.

<<Y el gran Lucian peleó con valentía y, como honor la gran serpiente lo perdonó.>>

Notó su pequeña silueta sentada en la alfombra polvorienta como si volviera al ayer, vislumbrando con gran dolor al ilusorio individuo que charlaba con el infante con una sonrisa en su rostro. Introdujo sus labios a su boca, apretando con fuerza para suprimir sus pesados sentimientos.

<<¿Por eso me llamo Lucian?>>

Se sentó en el único sofá disponible, polvoroso y mal cuidado, observando en su mente el pasado que tanto conflicto le causaba a su corazón.

<<Sí, pequeño gran héroe.>>

<<¿Yo también podré salvar a todos?>>

<<Claro que sí, mi pequeño. Algún día podrás demostrar tu heroísmo. Y talvez hasta una gran serpiente te reconozca.>>

<<Ja, ja, ja, ja. Espera... papá, no más cosquillas. Ja, ja, ja, ja.>>

--Espero estés orgulloso... --Bajó el rostro con el dolor dibujado en que cada centímetro de su piel. Las cristalinas lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta caer al suelo, mientras su pecho se desgarraba al intentar calmarse.

--¿Señor Lucian?

Fue interrumpido por una voz madura, servicial y educada, pero por su ahora apariencia no hizo por voltear, no hasta secar sus lágrimas con el antebrazo y respirar profundo.

--Soy yo --Se levantó del sofá, dándose la media vuelta--. Ah, consejero Thibo, eres tú.

El anciano se alegró al ver muchacho, notando como la madurez ya se había apropiado de gran parte de su anterior rostro juvenil.

--Tu madre te ha estado esperando...

--¿Dónde está? --Cortó de tajo el cansado discurso que estaba seguro le sería dado.

El consejero no mostró su desacuerdo, solo asintió lentamente al permitir que Lucian saliera del cuarto del fallecido Durca, cerrando la puerta con calma.

--Sígueme. --Dijo con un tono calmo, no forzando a que su tono sonara como una orden.

Afirmó, comenzando a caminar a dos pasos del consejero, lo que se consideraba apropiado en la etiqueta del reino para que su honor como superior no fuera mancillado.

--Mi espada, debo volver por ella. --Dijo al notar la salida Norte del palacio.

--Haré que alguien la entregue --Dijo, sin cambiar el rumbo--. Sigamos. Tu madre espera.

La luz del sol impactó en sus ojos justo al cruzar el umbral de la gran entrada, el territorio trasero del palacio se extendía tanto que era imposible ver el final, tanto por las construcciones que comenzaban a unos quinientos pasos del palacio, como por innumerables individuos en entrenamiento.

--¿El segundo y tercer ejército no fue destruido? --Dudó de la noticia de su hermano-- ¿Por qué hay tan gente?

--No tengo permitido responder, señor Lucian. --Se detuvo, esperando a que el joven noble se adentrara en el carruaje, luego de ordenar a uno de los sirvientes que fuera con el guardia de la entrada principal por la espada de Lucian.

--La energía ha cambiado --El cochero ordenó a los caballos moverse--... la siento más pesada.

--No tengo permitido responder, señor Lucian.

--No fue una pregunta --Sonrió con frialdad--. Solo una observación.

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