93 A la luz de la luna

El soplo del tranquilo viento golpeaba sin segundas intenciones los demacrados rostros de los presentes, susurrando ante en sus oídos pesadillas de las que nadie sería tan valiente como para soñar. Sus cuerpos pedían clemencia, pero sus mentes sollozaban en un rincón oscuro, sujetando sus rodillas y no atreviéndose a levantar la mirada ¿Asustados? No era la palabra indicada para describir lo que esos anteriores valientes muchachos sentían, sería más apropiado decir que estaban aterrorizados, por lo que habían visto y lo que no, lo escuchado y sentido, lo vivido y soñado, era tanto en tan poco tiempo que algunos habían preferido el camino fácil, el corte rápido en las muñecas, el golpe contra una roca filosa... no obstante, aún con lo vivido aquí estaban, presentes para la gran batalla, y serían lo suficientemente atemorizantes por el solo hecho de sus números si tan solo sus piernas dejaran de bailar por sí mismas.

--No podemos atacar, no están preparados. --Dijo Lucian al quitar la mirada de la mesa y los objetos de estrategia.

--Ya hemos estado aquí un día, esperar más solo nos pondrá en desventaja. --Añadió la Durca, ligeramente más apagada que de costumbre.

--Desde el principio estuvimos en desventaja, madre --Suspiró con fatiga--, pero no significa que debamos ser impulsivos. Por favor, acepta mi estrategia, mandemos un grupo de avanzada para explorar el territorio, solo así sabremos a qué nos enfrentamos. Tal vez hasta podamos llegar a una acuerdo con la persona a cargo de ese lugar.

--¡Jamás! --Apretó los dientes, golpeando los descansabrazos con fuerza-- ¿Escuchaste? Jamás llegaré a un acuerdo con ese bastardo, sea quien sea, su destino no es otro que la muerte.

--Ruego me perdone, Gran Señora --Intervino el viejo y hábil mago de la corte--, pero opino que el muchacho Lucian tiene razón, atacar ahora representará más riesgos que beneficios.

--¿Acaso me perdí de algo, Cosut? --Le arrojó una poderosa y fría mirada, una que no tuvo tanto impacto en el solemne rostro del anciano-- Siempre creí que eras un estudioso de lo arcano, de lo oscuro y extraordinario, pero ahora me entero de que también eres un prolífico estratega. Creo que escribiré una carta al rey para que estés presente desde hoy en la Mesa de Guerra.

--La Gran Señora ha malinterpretado mis palabras --Dijo, tan calmado como el agua de un estanque--, no tengo la intención de ser la mano que le dé dirección a esta lucha. Si hoy estoy aquí presente, es solo como un consejero no muy hábil a perdida del joven Thibo.

*¿Joven? --Pensó la pareja de madre e hijo.

--Has sido bueno, Cosut --Dijo después de un rato de silencio--, admito que mis palabras han sido un poco duras, y aunque agradezco que estés presente, mi opinión no cambiará. Es mejor atacar cuanto antes.

--Madre, no sabemos a qué nos enfrentamos, cuántos son o la habilidad que poseen. Aunque no tengo dudas sobre la victoria, sé que si atacamos sin preparación, las pérdidas que sufriremos serán cuantiosas.

--Las perdidas siempre van a ser cuantiosas, Lucian. --Dijo ella, tan terca como un animal hambriento.

--Aclare su mente, se lo ruego, Su Excelencia, ya estamos aquí, un par de días más no hará la diferencia. --Casi suplico, no queriendo ver muertes innecesarias.

La Durca reflexionó por un momento las palabras dichas, sabiendo que todo lo anteriormente expresado era demasiado lógico, sin embargo, su corazón de madre le gritaba que su hija estaba en grave peligro, mucho mayor al que ninguna vez imaginó.

--Mañana al alba partiremos. Y es mi última palabra.

Lucian asintió con pesar, arrodillándose a una pierna, para luego ponerse de pie y retirarse con respeto.

--Entiende que es lo mejor. --Musitó, tratando de convencerse a sí misma.

--Gran Señora...

--Dur también debe venir. --Intervino, intuyendo las palabras del anciano.

--¿Al menos puede reconsiderarlo? --Preguntó, expectante por una respuesta afirmativa.

--Es necesario en mi plan, Dur no puede faltar, pero te prometo que solo te pediré que lo despiertes si todo lo que le antecede falla, será nuestra salvación para entonces.

--O nuestra propia perdición. --Dijo en silencio.

--Prefiero no pensar en ello. --Respondió, dejando que toda la presión sobre sus hombros se aligerara en un suspiro largo.

--Será lo que usted ordene, Gran Señora.

A la luz de la luna, en la espesa oscuridad que acompañaba a los habitantes temporales del inmenso bosque, replegados en la extensa llanura con una fortificación endeble de hombres moribundos con arcos y lanzas, un joven alto, de porte heroico y mirada calma se encontraba sentando en una gran roca, admirando el horizonte como si fuera una noche normal en un tranquilo lugar.

--Bonita noche, ¿no es así, soldado? --Preguntó una voz masculina a sus espaldas, solemne, pero con un fuerte sentido de autoridad cargado en ella.

--Sí. --Respondió al voltear, mirando de manera fija al hombre rubio de porte militar.

--Puede que le tengas mucho respeto a tu Quinto General, pero ahora sirves bajo mi mando ¿Sabes qué? No importa, a la mierda la ceremonia y actos pretenciosos --Suspiró, tomando asiento al lado del alto hombre, que solo le sacaba un par de dedos de diferencia--, tal vez mañana los Sagrados nos llamen de vuelta. --Alzó las comisuras, una mueca que últimamente se había hecho común aparecer en su rostro.

--¿Mañana? --Preguntó con calma, interesado por la respuesta.

--Je, en verdad que no hay ni una pizca de respeto en tu voz --Dijo, sonriendo por lo anormal de la situación--. Dime soldado ¿Cuál tu nombre? --Sus ojos se quedaron pegados por un momento en el uniforme del joven, que a primera vista no parecía diferente, pero entre más se le observaba, más se podía apreciar que le quedaba un poco pequeño. El hombre hizo un sutil movimiento con el manto de tela, protegiendo su costado derecho-- ¿Y cuál es tu escuadrón?

--Orion --Respondió, sin quitar su mirada del oscuro campamento-- ¿Y el tuyo?

--Lucian --Tronó la voz, no porque le resultara extraño el nombre, sino más bien porque pensaba que nadie se atrevería a nombrar a sus hijos como un Dios, y menos con el más polémico y misterioso del Panteón de los Sagrados--. Que audacia.

--¿El qué?

--El de tus padres --Le miró, continuando con su sonrisa, parecía que la rara personalidad del alto joven le había refrescado la madrugada--... nunca creí encontrarme a alguien nombrado como los Sagrados. Pero me parece más extraño no haberte conocido antes. Con un nombre así, debiste ser muy famoso en las barracas.

--No oí tu respuesta ¿Qué ocurrirá mañana? --Se giró, observándole con solemnidad, una que Lucian solo había visto en el anciano mago de la corte de su madre.

Una ráfaga de aire azotó los alrededores, golpeando las lonas y levantado las capas o mantas de los noctámbulos. La sonrisa en su cara se apagó al instante que percibió la mancha oscura y líquida en el costado bajo del uniforme del joven, retrocediendo a la par que un sonido rápido y una luz fugaz se había precipitado a su cuello.

--¿Quién eres? --Preguntó, retrocediendo un par de pasos. Desenvainó, aunque no se atrevió a precipitarse a la acción.

--Sorprendente --Sonrió levemente--, muy pocos individuos han logrado evitar un corte mío.

--Te hice una maldita pregunta ¿Quién eres?

--Te lo dije, soy Orion.

--No tu maldito nombre --Alzó la voz, buscando una abertura en la postura impenetrable de su adversario, al tiempo que apretaba todo lo que podía apretar, no era una persona miedosa, sin embargo, los sucesos de los anteriores días, junto con las leyendas que conocía de las tierras malditas lo dejaba algo nervioso, por lo que no descartaba la idea de que el individuo que tenía enfrente era un comemuertos, o un resucitado--, sino tu identidad ¿Qué es lo que buscas y haces aquí?

Lucian esquivó con prontitud, observando con sorpresa la estela roja-amarillenta que estuvo a centímetros de impactar contra su cara. Ahora estaba más indeciso sobre la identidad del joven, podía asegurar que no era un espectro, ya que ninguno de ellos podía ejercer magia de fuego (hasta donde él conocía), por lo que la duda solo se hizo más fuerte.

--Espero volvernos a ver, joven Lucian. --Dijo con una sonrisa ansiosa, desapareciendo de la vista del aturdido general.

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