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El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · Fantasy
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48 Chs

09. Revelaciones y Confesiones

La cena en el comedor del monasterio se desarrollaba bajo un manto de tensión, palpable en cada intercambio de miradas y en el aire cargado de presagios. Sylvia, sentada entre Frederick y Roberto, luchaba por mantenerse anclada al presente, mientras las sombras de las dudas recientes nublaban su mente. Sentía el peso de las miradas sobre ella, especialmente la de Günter, cuyo escrutinio la hacía estremecer.

—¿Sabrosa la cena, Sylvia? —comentó Günter, su tono era inocente, pero sus ojos decían otra cosa. Sylvia sintió un escalofrío recorrer su espalda. —Aunque creo que hay cosas más sabrosas que la comida en este monasterio —añadió, sus palabras rezumaban veneno.

Roberto, que hasta ese momento había estado concentrado en su plato, levantó la cabeza bruscamente. —¿Qué estás insinuando, Günter? —preguntó, su voz un gruñido que apenas contenía la furia y el dolor que se agitaban en su interior. La acusación velada de Günter lo impulsaba a un enfrentamiento que resonaba con ecos de traición.

Günter se encogió de hombros, su sonrisa se ensanchaba. —Solo digo que algunas elfas parecen ser bastante... fáciles de complacer. ¿Verdad, Sylvia? No es tan difícil ganarse tus favores. —Günter sonrió ampliamente, sus palabras eran como puñaladas, cada una destinada a desgarrar la poca paz que Sylvia había logrado encontrar.

La sangre de Roberto hervía. En lugar de enfrentarse directamente a Günter, se volvió hacia Sylvia, sus ojos eran dos pozos oscuros de furia y dolor. —¿Es eso cierto, Sylvia? ¿Eres tan fácil de... complacer? — La pregunta de Roberto, cargada de un veneno corrosivo, buscaba una verdad que temía y deseaba al mismo tiempo. Sentía un nudo en el estómago, el dolor de la traición latente en sus palabras.

Sylvia apenas atinaba a negar con la cabeza ante los furiosos ataques que recibía tanto de Günter como de Roberto. Sentía cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos, una mezcla de ira y desesperación creciendo dentro de ella. Frederick, en su papel de mediador, intentó sofocar las llamas antes de que se convirtieran en un incendio, su voz un intento de traer calma a la creciente tormenta. —Basta, Roberto. Esto no lleva a ningún lado. Estamos todos tensos, pero no es momento de pelearnos entre nosotros. ¿A qué viene todo esto, Günter? —trató de desviar la atención de Sylvia, viendo cómo estaba a punto de desmoronarse.

Hugo, por su parte, asentía en silencio, un testigo de la futilidad de sucumbir a las provocaciones. —Frederick tiene razón. No deberíamos caer en las provocaciones. Ni lanzar dardos envenenados entre nosotros. Podemos terminar diciendo cosas que no sentimos.

Pero Sylvia, que había aguantado hasta ese momento, sintió que una ola de ira y desesperación la abrumaba. Se levantó de golpe, sus ojos llenos de lágrimas. —¡Estoy harta de esto! —gritó—. ¡Harta de que me traten como un objeto, de que me acusen sin pruebas! ¡No soy una elfa fácil, y no tengo que demostrar nada a ninguno de vosotros! —Con un corazón pesado y lágrimas que brotaban como manantiales de su dolor, abandonó el comedor en busca de refugio, dejando tras de sí un silencio denso y cargado.

La biblioteca se convertía en su santuario, un lugar donde los libros y pergaminos ofrecían un consuelo silencioso a su alma atormentada. Allí, en la soledad de su refugio literario, Sylvia se dejó caer en una silla, permitiendo que sus lágrimas fluyeran libremente, cada una un testimonio de su lucha interna y su determinación de mantenerse firme ante la adversidad. ¿Cómo podía haber estallado por esas palabras? Ella misma, cuando era Carlos en el otro mundo, había contribuido a difundir ese tipo de rumores y ahora se daba cuenta del daño que causaban cuando uno los recibía. ¿Cómo pudo pensar en el pasado que esos rumores no dolían?

Un rato después, Theodor entró en la biblioteca y encontró a Sylvia llorando. El sonido de sus sollozos era como un eco en la silenciosa sala llena de libros. Con movimientos cuidadosos y una expresión de profunda preocupación, Theodor se acercó a ella, colocando una mano reconfortante en su hombro.

—Sylvia, ¿qué ha pasado? —preguntó con una suavidad que solo podía venir de alguien que realmente se preocupa.

Entre sollozos y con la voz entrecortada, Sylvia le contó todo: los hirientes comentarios de Günter durante la cena, la reacción despectiva de Roberto y la abrumadora sensación de sentirse atrapada y manipulada. Theodor escuchaba en silencio, permitiendo que Sylvia se desahogara, su rostro reflejaba una mezcla de compasión y una creciente preocupación.

—Sylvia, entiendo que estás pasando por momentos muy difíciles —dijo Theodor, su voz era suave pero firme—. Pero debes alejarte de esos dos. Roberto y Günter no te están haciendo ningún bien.

Sylvia levantó la vista, sus ojos estaban llenos de desesperación y miedo. —Theodor, no me condenes a la hoguera, por favor. Günter me pilló entrando a hurtadillas en la biblioteca para leer la profecía, y es con eso con lo que me está chantajeando. Me obligó a espiar la reunión de los sacerdotes.

El rostro de Theodor se endureció momentáneamente mientras procesaba la información. El peso de las palabras de Sylvia se asentó en su mente, y la gravedad de la situación se hizo evidente. Finalmente, asintió con una determinación tranquila.

—Ven conmigo, Sylvia. Vamos a ver a Balduin. Él sabrá qué hacer —dijo, su voz transmitía una calma reconfortante y una promesa de protección.

Mientras caminaban por los pasillos del monasterio, Sylvia no pudo evitar recordar las muchas noches que había pasado en compañía de Theodor. Habían compartido más que enseñanzas religiosas; habían intercambiado confidencias, miedos y esperanzas. Para Sylvia, Theodor no era solo un mentor, sino una figura paterna en este mundo extraño y cruel. Él, a su vez, había desarrollado un profundo cariño por ella, reconociendo la valentía y fragilidad que coexistían en su espíritu.

Llegaron a los aposentos de Balduin, un espacio que parecía más una biblioteca privada que una habitación personal. Los estantes estaban llenos de libros antiguos y pergaminos, y el ambiente olía a papel viejo y cera de vela. Balduin los recibió con una expresión grave, y Theodor rápidamente le explicó la situación.

—Balduin, Sylvia necesita nuestra ayuda. Günter la está manipulando y chantajeando —dijo Theodor, su voz firme pero llena de preocupación.

Balduin asintió lentamente, su mirada se suavizó al posarse en Sylvia. —Sylvia, aquí estás a salvo. No permitiremos que te hagan daño. Pero necesitamos que confíes en nosotros y nos cuentes todo lo que sabes.

Sylvia, aún temblando, se dejó caer en una silla y relató con más detalle lo ocurrido. Balduin y Theodor la escucharon atentamente, sus expresiones eran serias pero comprensivas.

—Sylvia, —dijo Balduin con suavidad—, no te preocupes. Ninguno de nosotros te desea ningún mal. Queremos ayudarte, pero para eso necesitamos que confíes en nosotros.

Sylvia asintió, sus lágrimas continuaban cayendo, pero ahora había una chispa de esperanza en sus ojos. —¿Qué debo hacer? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Primero, debes mantenerte alejada de Günter tanto como sea posible —dijo Theodor—. No podemos permitir que siga manipulándote. En segundo lugar, necesitamos planificar cómo vamos a enfrentarlo. Es posible que tenga otros intereses, otras alianzas que no conocemos.

Balduin negó con la cabeza. —No puedes alejarte de golpe. Vamos a vigilar a Günter de cerca. Si descubrimos algo que podamos usar para detenerlo, actuaremos. Pero hasta entonces, debes ser fuerte y no derrumbarte. — Sylvia parecía a punto de desmoronarse de nuevo. — Si te alejas de golpe, Günter pensará que lo hemos neutralizado y no podremos llegar a quien está detrás de él.

—¿Crees que hay alguien detrás de él? ¿Que no es solo odio hacia mi raza? —preguntó Sylvia, la desesperación en su voz era palpable.

Theodor tomó la mano de Sylvia con ternura. —Recuerda que no estás sola en esto. Te consideramos parte de nuestra familia aquí, y haremos todo lo posible para protegerte.

—Pero no todos me consideran parte de su familia y algunos me odian hasta la médula, como Sigfried. Y él tiene mucha influencia entre los templarios de este monasterio.

Theodor asintió ante las palabras de Sylvia, antes de puntualizar. —Y aun a pesar de eso, Roberto, Frederick y Hugo nunca se han portado mal contigo hasta el incidente de hoy con Roberto.

Sylvia asintió de nuevo, sintiendo un poco de alivio. Aunque el camino por delante parecía oscuro y lleno de peligros, al menos no estaba sola. Tenía aliados como Balduin, Theodor, Frederick y quizás Roberto y Hugo en quienes podía confiar, y con su ayuda, estaba decidida a enfrentar lo que fuera necesario para protegerse y cumplir con la profecía.

— Sylvia, ¿a cuántos dioses rendimos culto en este monasterio? —preguntó Balduin, su voz suave pero firme, mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos.

Sylvia, aún temblando ligeramente, respiró hondo y respondió, sus ojos reflejando un esfuerzo por concentrarse. —Tasares, Diosa de la Guerra; Olpao, Dios de la Vida y la Sanación; Tevaraia, Diosa de la Sabiduría y la Estrategia; Zalthor, Dios del Comercio y la Prosperidad; Vushal, Dios del Placer, las Artes, la Belleza y el Vino; Nylara, Diosa de la Naturaleza y la Fertilidad; Elara, Diosa de la Forja y la Artesanía; Veltara, Diosa del Conocimiento y la Magia; Thornak, Dios del Amor y la Familia; Zephyros, Dios de los Vientos y los Viajes; Nerthys, Diosa de los Infiernos, y sin olvidarnos de Elyndor, el Dios Supremo.

Theodor asintió lentamente, sus ojos se llenaron de orgullo y calidez mientras escuchaba a Sylvia. —Has aprendido bien, Sylvia, —dijo, su tono era reconfortante, intentando aliviar la tensión palpable en el aire. Colocó una mano sobre el hombro de Sylvia, dándole un suave apretón de aliento.

Balduin también asintió, su mirada era evaluadora pero comprensiva. —Correcto, —dijo con una leve sonrisa que apenas tocaba sus labios. —¿Y de todos sus sacerdotes, cuántos consideras en tu contra? —volvió a preguntar, su voz era un susurro en la atmósfera cargada de la habitación.

Sylvia bajó la vista, sus manos temblaban ligeramente mientras jugueteaba con los pliegues de su túnica. —¿Sigfried, sacerdote de Tasares, y quizás el Gran Maestre, sacerdote de Elyndor? —dijo, su voz era apenas un susurro. —Los demás o no los he visto abiertamente en contra o están de mi parte, —añadió, levantando la mirada para encontrarse con los ojos de Balduin.

Theodor frunció el ceño, su preocupación era evidente. —Sigfried siempre ha sido un hombre difícil, —murmuró, más para sí mismo que para los demás. Sus pensamientos vagaban hacia las numerosas veces que había tenido que mediar en conflictos en los que Sigfried estaba involucrado. —Y el Gran Maestre... su postura es más complicada de descifrar.

Balduin se inclinó hacia adelante, sus ojos eran dos pozos profundos de sabiduría y comprensión. —Quizás todo es mucho más complejo, y aun así ni Sigfried ni el Gran Maestre quieren acabar contigo, —dijo, sus palabras eran como un bálsamo para Sylvia, aunque la duda seguía acechando en su mente. —Cuando hace un par de meses Thalor reveló la olvidada profecía, todo cambió. Tan solo diferimos en cómo protegeros y guiaros. — Sus palabras resonaban con una verdad que buscaba calmar los miedos de Sylvia.

Sylvia asintió lentamente, sus pensamientos eran un torbellino de incertidumbres. Se permitió cerrar los ojos por un momento, dejando que las palabras de Balduin y Theodor la reconfortaran. La duda aún latía en el fondo de su mente: ¿Protegernos o apresarnos? ¿Guiarnos o usarnos?

Theodor, observando la lucha interna de Sylvia, apretó su mano con más firmeza. —Recuerda, Sylvia, —dijo suavemente—, estamos aquí para ti. No estás sola en esto.

La noche avanzaba, y mientras Sylvia se quedaba en los aposentos de Balduin, rodeada de libros y sabiduría, supo que, aunque el futuro era incierto, tenía la fuerza para enfrentarlo. Con Theodor y Balduin a su lado, y la determinación de descubrir su verdadero destino, Sylvia se preparó para la batalla que estaba por venir.