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Capítulo 4

—Buenos días, Saori. Encantado de verte hoy.

(Ahh… tan empalagosamente amable, como siempre)

—¿Debería decir lo mismo, galán? ¿No estás viniendo a refregarme tu éxito en la vida o algo por estilo?

Carlos la miró como si la caja fuera atendida por una serpiente venenosa.

—Uff, perdona. ¿No querías que fuera "yo misma"?

—No me refería a eso...¿Das un poco de miedo a veces, sabes?

—Es la segunda vez en el día que alguien me dice eso. Espero que tú al menos no quieras atropellarme.

—¿Qué diantres dices? -Luego, vio sus rodillas, abultadas por las gasas- ¿Te pasó algo grave?

Silencio. Saori comenzó a pasar los artículos por el lector.

—Saori, no puedes trabajar en estas condiciones. ¿Qué clase de desalmado es el gerente de este lugar?

La cara de preocupación del chico casi la derrite, pero tenía que mantenerse firme.

—Y-yo insistí. Además, fueron sólo raspones y mi...dignidad.

La última frase la pronunció mirando de costado. Los últimos beeps del lector dejaron paso a la cuenta total. Carlos escuchó la cifra casi sin prestar atención.

—Tienes la cara muy roja. ¿Necesitas algo?

—N-no! ¡No insistas! ¡No necesitas ser siempre el caballero en armadura dorada, salvando a la damisela!

—Brillante armadura...

—¿Qué?

—Se dice "el caballero en su brillante armadura"

—¡M-me da igual! ¡Sigues siendo tan insoportable como siempre!

Carlos le extendió su tarjeta de débito. La cajera la tomó con los dedos un poco crispados.

—Saori...tengo que pedirte una cosa. Sabes, es algo que estuve pensando desde ayer. Y creo que tú eres la indicada para lo que necesito.

El rostro de Saori se encendió tanto, que parecía que le iba a salir vapor por las orejas. Pero no era de rabia. Estaba avergonzada.

—¿La indicada para QUÉ? ¿Puedes aclararme? ¡No pienso hacer nada raro contigo! ¡Sólo porque estés bueno no significa que...!

—Saori —cortó Carlos—. Estoy hablando en serio.

—¡Yo también! —retrucó ella—. Además, recuerdo que tenías una novia —hizo un gesto sacando pecho— bastante agraciada...¿No?

—Ese es el tema. Estamos a punto de irnos a vivir juntos. Y ella ya está hablando de casarnos —él se rascó un mechón de cabello, de manera casual y absolutamente adorable—.

Strike one. La cara de Saori pasó del blanco al rojo en un segundo. Sus ojos se clavaron en el rostro de su ex amigo mientras le devolvía la tarjeta, junto al recibo de compra. 

—¿Qué? B-bueno, me imagino que tú no quieres juntarte ni casarte, y por eso me pides mi opinión de experta, ¿no es así?

—Saori, quiero vivir con ella y casarme. La amo. Sólo que no quiero apresurar las cosas. Y necesito una segunda opinión sobre...ciertos asuntos.

Strike two. Saori, con la mandíbula un poco desencajada, parecía más shockeada ahora, que durante el propio accidente.

—¿O sea, me vas a usar de consejera sentimental? ¿Y en qué puedo aconsejarte yo, cuando tu novia es estúpidamente..."dulce"? ¿Esa era la palabra que usaste? O sea, al final, viniste a refregarme...

—Saori —volvió a cortar Carlos—. ¿Te necesito, sí? ¿Puedes bajarle una rayita a tu intensidad? ¿Por favor?

Strike three. 

—Ufff...supongo que tú ganas por esta vez, Carlos. Pásame tu número de teléfono.

—¿Así? ¿Tan fácil?

—¡Ey! Si estás tratando de ofenderme, lo estás logrando. No soy tan terca como antes...y no te odio.

Saori aprovechó la pausa para embolsar los artículos. Silencio.

—¿Al final te sirvo para algo, o no? Decídete.

Carlos la miró un poco sorprendido. Saori por lo general tardaba días en entrar en razones, no segundos

—¿E-estás segura? Si yo te lo paso...¿Esperarás a que yo llame o te mande un whatsapp primero?

—¿Qué estás ocultando, Carlos? Yo puedo justificar mis cambios de humor porque estoy un poco mal de la cabeza, pero tú...

Acto seguido, el chico buscó en los bolsillos del saco, impecablemente ajustado a su cuerpo, y sacó una tarjeta de presentación. Los dedos le temblaban un poco. "Sospechoso..." pensó Saori. 

—Si estás planeando engañar a tu novia conmigo, lamento decirte que no me gustan esas cosas.

—No...no es nada de eso, ya te lo dije. Después te explicaré.

—Te creo. Y...bueno...esperaré tu llamada. O mensaje. O lo que sea. Pero no te creas que voy a estar al pendiente como si fuera una de tus enamoradas.

El rostro de Carlos se iluminó con una sonrisa de oreja a oreja, tomando a Saori por sorpresa. ¿Ese sería SU rostro de atención al público entrando en acción, o su alegría era genuina? Necesitaría tiempo para averiguarlo, pensó. Pero por el momento, podía alegrarse de ver esa cara, una vez más. Si tan sólo...

La sonrisa del chico se borró de su rostro al mismo tiempo que comenzó a sentir una vibración en su bolsillo. Sacó su celular, un modelo ni demasiado moderno ni demasiado caro, y alcanzó a ver un par de mensajes. Contestó por texto, tan rápido que parecía que el asunto era de vida o muerte.

—¿Quedamos así, Saori? —Carlos ahora tenía cara de fantasma. El cambio fue tan evidente que hasta ella sintió necesidad de consolarlo.

—De acuerdo. Y...Carlos. Quiero que sepas que no voy a molestarte. Es solo que...sabes, no me quedaron muchos amigos de la preparatoria...y tú siempre me pareciste el más buena gente de todos ellos. Tal vez algo tonto. Pero buena gente. Ya sabes, de esos que tienen a un montón de chicas detrás sin que se den cuenta.

—A-Adiós. Disculpa, se me hace tarde.

Carlos tomó su compra, y se fue tan de prisa que ni siquiera vio la mano extendida de ella. La frialdad de la despedida volvió a dejar a Saori en estado de shock. ¿De alguna manera, se las habría ingeniado para hacer todo mal? ¿O, tal vez, a él le pasara algo grave y no quería contarlo?

Cecile le lanzó un par de preguntas después, adicta a un buen chismorreo. Pero la actitud de su compañera la disuadió de seguir intentando. Tal vez Saori estuviera en uno de esos días melancólicos. O semanas. 

Carlos no fue al supermercado al otro día. Ni al siguiente. De hecho, pasó toda la semana sin que sus lustrosos zapatos de oficinista pisaran el local. Saori dejó de prestar atención al chirrido de las puertas a mediodía, y pasó al turno de la tarde sin tener novedades de él. 

Las tres de la mañana no son buenas horas para estar fumando, ni bebiendo a solas, ni ponerse a llorar. Mucho menos, las tres cosas juntas. Sin embargo, eso era lo que estaba haciendo Saori. Tenía el celular en la mano, mitad amenaza, mitad esperanza. "Esperaré que llames. O mandes un whatsapp. O lo que sea" 

(¿Pero por qué tienes que hacer esto, hijo de puta? ¿Esto es acaso alguna especie de prueba? ¿Murió alguien de tu familia y te olvidaste de tu amiga? No te cuesta nada explicar que está pasando...)

Agotada por los nervios, Saori dejó el celular en su mesa de luz. 

(Tal vez lo arruiné todo. Soy igual de torpe y de soberbia que siempre. Sea lo que sea que quise cambiar, no alcanzó. Y él volvió a huir y a alejarse de mí...cobarde)

Se abrazó a la almohada para ahogar los sollozos, alternados con gruñidos de rabia. Los restos de su última lata de cerveza ya eran un caldo tibio y amargo, mientras un cigarrillo a medio terminar se apoyaba en la boca de una lata vacía. Lentamente, el cigarrillo terminó de consumirse, y finalmente Saori cedió al sueño, sin necesidad de tomar pastillas.

Cuando logró levantarse, el sol ya estaba bien entrado en el horizonte. Saori maldijo su resaca, se miró al espejo, sintiéndose un monstruo horrible, y aprovechó para rascarse un poco el culo. Fue a cepillarse los dientes para sacarse el gusto asqueroso que tenía en la boca.

Revisó el celular, más que nada por inercia. Siempre podía haber algún mensaje del trabajo, pidiéndole hacer horas extra, o del grupo de vecinos del barrio , para los cuales cualquier idiotez era un "asunto grave y urgente". Las esperanzas de recibir algo más, ya las había matado la noche anterior. 

Y sin embargo, ahí estaba el puto mensaje. No había en él un "Hola", ni siquiera un "Cómo estás" o "Qué cuentas". Sólo dos palabras, en un mensaje enviado a las 04:57 de la madrugada.

"¿Quieres hablar?"